Mirando a los Montes Aquilianos 31-VIII-2018
Aníbal y Rosa –abogado él y ella logopeda y pedagoga-, con sus hijos Álvaro Y David, me abren hoy -de par en par, este día de final de agosto, francamente y sin reservas ni remilgos postizos- la puerta grande de su hospitalidad doméstica. Ante su casa campestre de Carracedelo, en pleno Bierzo y a pleno sol, al enfilar el coche la puerta de la cuidada casa del campo, mis ojos se fijan en el rótulo que la preside: “Tebaida”. Me sorprende la novedad –en otras ocasiones, si estaba ya ese título en la puerta, no me había percatado de ello-, y, al preguntar al anfitrión por la razón de un nombre tan evocador en esa tierra, sólo me dice que –cuando me baje del coche- tienda al aire la mirada y vea. Así lo hago pocos minutos después y, efectivamente, descubren. mis propios ojos la razón: los Montes Aquilianos en perspectiva próxima y, con ellos, un mundo ya pasado, pero vivo aún, en historia de la buena, de viejas y sagradas tradiciones de una tierra que, de tanto ser camino y paso, también supo ser nodriza y cuna de virtudes que a esos montes se acogieron por siglos, dando pié -emblema, mito, mensaje o reto provocador aún- a la “Tebaida Berciana”.
En efecto. Eran las dos de la tarde y, en esa hora cenital del día, esos montes se levantaban airosos, erguidos, provocadores tal vez, siempre lejos pero siempre cerca, tan majestuosos y tan suyos que, al cortar la línea del horizonte por donde más la vista iba, parecen cortar el paso, como afanosos de que, al topar con ellos la mirada y la vista, trajeran una invitación perentoria a no seguir sin antes preguntarles y pararse un poco a meditar sus secretos seculares: la Silla de la Yegua, el Tesón, el del Águila, la Guiana… Y es que, desde los primeros siglos de la España cristiana, estos montes y laderas fueron remedo y ensayo, recuerdo y evocación de aquellos eremitas que, en el alto Egipto que se llamó “Tebaida”, estaban ya componiendo todo un recital de silencio, oración y trabajo –había que comer y comer fuerte para subsistir en tamañas agrestes cimas para poder emular las otras cimas –las que una espiritualidad nutrida de aquellas montañas incontaminadas y aptas, por tanto, para ser reductos de paz y plásticos ejemplos de vidas ascendentes….. Eso entrevieron mis ojos, al pasar del rótulo de la propiedad de mis amigos a ese colosal contorno, tan lejano al parecer, pero tan próximo, en realidad, a la verdadera condición humana.
Cuando, al olor de los guisos que preparaba Rosa en la cocina de la casa, la saludaba con dos besos y daba un abrazo a David y Alvaro, los hijos de tan conjuntada pareja –tendrán sus “cosas” como es normal entre seres libres y que saben dejar que el aire corra entre ellps, sin por eso sentirse mal y pedir el divorcio-, recordaba los criterios de la Iglesia sobre la familia llamada tradicional y su papel para construir una sociedad sólida y estable, y que el papa Francisco exaltaba estos días pasados en Irlanda. Los cuatro de esta familia amiga forman, a mi ver, un conjunto armónico, natural y no estridente, en el que esos dos polos de ese “binomio diabólico” –recuerden- de autoridad y libertad, en que ambos dialécticos polos se ajustan y se equilibran con toda naturalidad….. Anobal es un abogado al día; Rosa conoce bien todas las tretas que exige educar y promover todo lo humano, desde las uñas de los pies hasta las entretelas más oscuras del alma; Alvaro, estudiante de derecho, ya tiene criterio propio para llamar por su verdadero nombre a varias cosas del quehacer jurídico: tiene buenos profesores, exigentes pero cercanos como debe ser, y un buen maestro, su padre, de esos que enseñan a aprender lo que los profesores explican; y David, el menor, espigado tanto como su hermanp, que aún anda buscando sendas por donde trajinar su vida joven…. Esbeltos ambos de cuerpo, dejan salir el alma por sus ojos; es decir, la hipocresía no tiene asiento ni aconodo en esta progenie. Ni la farsa tampoco, sin la sinceridad con nobleza y buen gusto.
Y no digo estas cosas porque Rosa nos haya preparado una comida excelente –regada además con vino “godello” y “mencía”, marca de la casa (berciano cabal también el vino)-, sino porque me parecen dfe verdad y, por lo general, las cosas que se ven a leguas no necesitan ni demostración ni interpretación. Eso sí, debajo del copudo árbol bajo el que comíamos, unas procaces e insolentes avispas nos hacían estallar en aspavientos compulsivos, hasta que Alvaro, ingenioso y eficaz, con un soplete minúsculo, pudo conseguir que nos dejaran en paz. No fueron muchas las que torrefactó el muchacho, aunque sí las suficientes para que las demás, escamadas o alertadas tal vez, desaparecieran como habían llegado. La verdad es que si, ante las avispas, te mantienes quieto, no haces aspavientos y las dejas a su aire, generalmente, aunque molesten, no pican. Claro que, por lo de que “el miedo es libre” -paradoja tal vez porque el miedo es poco o nada libre- la palmeta de David o el minúsculo soplete de mano de Álvaro no ejercieron nada mal.
Cuando, a las seis de la tarde, me despido de los cuatro amigos para regresar a casa; tras aconsejar a Álvaro que no se canse nunca de cultivar y ejercitar esa capacidad crítica de que hace gala ya –capacidad muy apta apta para inmunizarse de la plaga –moderna y actual tanto o más que medieval o clásica- de ser esclavos voluntarios; con dos botellas de “godello” y “mencía”, crianza de la familia de Rosa; y un saludo a los “aquilianos montes” de nuestras raíces; el día se hace corto y la tarde va cayendo poco a poco en espera de otro día…,
A Rosa le pido, como el año pasado en similar ocasión –Rosa es una mujer libre y preparada- que me haga llegar alguno de los que llamamos el año pasado temas de “aguas bravas”; es decir, temas de esos que, por ser poliédricos o combativos, no se dan mirados de golpe y sin entrar bien dentro de sus entrañas; pero que es necesario tratar y que, por otro lado, me gustan porque se resisten y tienen aristas, por las que hay que discurrir y no siempre es fácil combinar aristas cortantes.
Me promete hacerlo; le tomo la palabra; y –si Dios quiere y la vida resiste-, quizás el próximo agosto nos volvamos a ver y tenga yo de nuevo la ocasión de ver tan cerca y tan en directo nuestros Montes Aquilianos, los de la “Tebaida berciana”; porque me digo ante ellos que –aún en estos tiempos de post-verdad- traen a quien los mira y ve, con interés y alma, el aliciente de lo desconocido y sin embargo esperado, por mucho que antes, desde niño y después, los haya mirado, aunque tal vez no los haya visto tan bien como los acabo de ver este mediodía de agosto,
Al llegar a casa, entre las seis y siete de la tarde, me puse a mirar otros montes, los que me cierran el horizonte que suelo festejar mañana y tarde desde mi terraza. Y tuve para mis adentros, casi en los labios, viendo aquellas cumbres más cercanas y las de la “Tebaida berciana” terciando más a lo lejos, la inquietante pregunta con que cierra George Steiner la última página de su Nostalgia de Absoluto, que no es otra que esta: ¿tienen futuro la verdad y el hombre?
Con gentes como estas y montes como estos, fácil es responder que sí lo tienen… Claro que, si miras a otros montes –vislumbren mis amuigos a qué otros montes me refiero- quizá las dudas crezcan, y mucho, de que sean aún posibles la verdad y el hombre.
Gracias, Rosa y Aníbal, por el regalo de estas horas que bien valen por unas vacaciones. De verdad.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
En efecto. Eran las dos de la tarde y, en esa hora cenital del día, esos montes se levantaban airosos, erguidos, provocadores tal vez, siempre lejos pero siempre cerca, tan majestuosos y tan suyos que, al cortar la línea del horizonte por donde más la vista iba, parecen cortar el paso, como afanosos de que, al topar con ellos la mirada y la vista, trajeran una invitación perentoria a no seguir sin antes preguntarles y pararse un poco a meditar sus secretos seculares: la Silla de la Yegua, el Tesón, el del Águila, la Guiana… Y es que, desde los primeros siglos de la España cristiana, estos montes y laderas fueron remedo y ensayo, recuerdo y evocación de aquellos eremitas que, en el alto Egipto que se llamó “Tebaida”, estaban ya componiendo todo un recital de silencio, oración y trabajo –había que comer y comer fuerte para subsistir en tamañas agrestes cimas para poder emular las otras cimas –las que una espiritualidad nutrida de aquellas montañas incontaminadas y aptas, por tanto, para ser reductos de paz y plásticos ejemplos de vidas ascendentes….. Eso entrevieron mis ojos, al pasar del rótulo de la propiedad de mis amigos a ese colosal contorno, tan lejano al parecer, pero tan próximo, en realidad, a la verdadera condición humana.
Cuando, al olor de los guisos que preparaba Rosa en la cocina de la casa, la saludaba con dos besos y daba un abrazo a David y Alvaro, los hijos de tan conjuntada pareja –tendrán sus “cosas” como es normal entre seres libres y que saben dejar que el aire corra entre ellps, sin por eso sentirse mal y pedir el divorcio-, recordaba los criterios de la Iglesia sobre la familia llamada tradicional y su papel para construir una sociedad sólida y estable, y que el papa Francisco exaltaba estos días pasados en Irlanda. Los cuatro de esta familia amiga forman, a mi ver, un conjunto armónico, natural y no estridente, en el que esos dos polos de ese “binomio diabólico” –recuerden- de autoridad y libertad, en que ambos dialécticos polos se ajustan y se equilibran con toda naturalidad….. Anobal es un abogado al día; Rosa conoce bien todas las tretas que exige educar y promover todo lo humano, desde las uñas de los pies hasta las entretelas más oscuras del alma; Alvaro, estudiante de derecho, ya tiene criterio propio para llamar por su verdadero nombre a varias cosas del quehacer jurídico: tiene buenos profesores, exigentes pero cercanos como debe ser, y un buen maestro, su padre, de esos que enseñan a aprender lo que los profesores explican; y David, el menor, espigado tanto como su hermanp, que aún anda buscando sendas por donde trajinar su vida joven…. Esbeltos ambos de cuerpo, dejan salir el alma por sus ojos; es decir, la hipocresía no tiene asiento ni aconodo en esta progenie. Ni la farsa tampoco, sin la sinceridad con nobleza y buen gusto.
Y no digo estas cosas porque Rosa nos haya preparado una comida excelente –regada además con vino “godello” y “mencía”, marca de la casa (berciano cabal también el vino)-, sino porque me parecen dfe verdad y, por lo general, las cosas que se ven a leguas no necesitan ni demostración ni interpretación. Eso sí, debajo del copudo árbol bajo el que comíamos, unas procaces e insolentes avispas nos hacían estallar en aspavientos compulsivos, hasta que Alvaro, ingenioso y eficaz, con un soplete minúsculo, pudo conseguir que nos dejaran en paz. No fueron muchas las que torrefactó el muchacho, aunque sí las suficientes para que las demás, escamadas o alertadas tal vez, desaparecieran como habían llegado. La verdad es que si, ante las avispas, te mantienes quieto, no haces aspavientos y las dejas a su aire, generalmente, aunque molesten, no pican. Claro que, por lo de que “el miedo es libre” -paradoja tal vez porque el miedo es poco o nada libre- la palmeta de David o el minúsculo soplete de mano de Álvaro no ejercieron nada mal.
Cuando, a las seis de la tarde, me despido de los cuatro amigos para regresar a casa; tras aconsejar a Álvaro que no se canse nunca de cultivar y ejercitar esa capacidad crítica de que hace gala ya –capacidad muy apta apta para inmunizarse de la plaga –moderna y actual tanto o más que medieval o clásica- de ser esclavos voluntarios; con dos botellas de “godello” y “mencía”, crianza de la familia de Rosa; y un saludo a los “aquilianos montes” de nuestras raíces; el día se hace corto y la tarde va cayendo poco a poco en espera de otro día…,
A Rosa le pido, como el año pasado en similar ocasión –Rosa es una mujer libre y preparada- que me haga llegar alguno de los que llamamos el año pasado temas de “aguas bravas”; es decir, temas de esos que, por ser poliédricos o combativos, no se dan mirados de golpe y sin entrar bien dentro de sus entrañas; pero que es necesario tratar y que, por otro lado, me gustan porque se resisten y tienen aristas, por las que hay que discurrir y no siempre es fácil combinar aristas cortantes.
Me promete hacerlo; le tomo la palabra; y –si Dios quiere y la vida resiste-, quizás el próximo agosto nos volvamos a ver y tenga yo de nuevo la ocasión de ver tan cerca y tan en directo nuestros Montes Aquilianos, los de la “Tebaida berciana”; porque me digo ante ellos que –aún en estos tiempos de post-verdad- traen a quien los mira y ve, con interés y alma, el aliciente de lo desconocido y sin embargo esperado, por mucho que antes, desde niño y después, los haya mirado, aunque tal vez no los haya visto tan bien como los acabo de ver este mediodía de agosto,
Al llegar a casa, entre las seis y siete de la tarde, me puse a mirar otros montes, los que me cierran el horizonte que suelo festejar mañana y tarde desde mi terraza. Y tuve para mis adentros, casi en los labios, viendo aquellas cumbres más cercanas y las de la “Tebaida berciana” terciando más a lo lejos, la inquietante pregunta con que cierra George Steiner la última página de su Nostalgia de Absoluto, que no es otra que esta: ¿tienen futuro la verdad y el hombre?
Con gentes como estas y montes como estos, fácil es responder que sí lo tienen… Claro que, si miras a otros montes –vislumbren mis amuigos a qué otros montes me refiero- quizá las dudas crezcan, y mucho, de que sean aún posibles la verdad y el hombre.
Gracias, Rosa y Aníbal, por el regalo de estas horas que bien valen por unas vacaciones. De verdad.
SANTIAGO PANIZO ORALLO