"Negra sombra que me asombras... (12-III-2018)
“Omnis pontifex, ex hominibus assumptus, pro hominibus constituitur in iis quae sunt ad Deum” (Carta de san Pablo a los Hebreos, 5, 1-2).
“Todo pontífice o sacerdote es sacado del común de los hombres y deputado a su favor en todo aquello que se refiere a Dios; par ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, para compadecerse de los ignorantes y de los extraviados, por cuanto él está también metido en la flaqueza y, por ello, debe por sí mismo ofrecer sacrificios, igual que por el pueblo”.
“Pontífice” –“Sacerdote”- “Hacedor de puentes”– “Dispensador de lo sagrado”
En este paso de la Carta traza san Pablo el estatuto de lo que ha de ser un sacerdote.
Aquel 19 de mayo de 1.968 –año, por cierto, de hervores revolucionarios en el Barrio Latino de París-, veía realizado el sueño de su vida: ser sacerdote. Todo lo de antes y después se iba a perder en la ilusionada y grandiosa magnitud del mismo y todos los caminos de su vida iban a percibirse y abordarse en función de ese sueño y de la realidad que encarnaba su despertar.
Esta mañana tiro los pies de la cama con una deuda que saldar; deuda -por mitad- de justicia y amistad; pero también, y campeando sobre esas dos mitades, deuda con un tinte añadido que realza la deuda: de honor a la persona que viste el cargo, de cura y arzobispo en el caso.
Hoy, el Sr. Arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vega celebra sus bodas de oro con el sacerdocio. Y como no me es posible vivenciar ese día de oro a su lado, la amistad me empuja a ofrecerle -desde la distancia- este obsequio que –debo confesarlo- tiene en verdad mucho más de cariño y exultación que de cualquier otra cosa; nada por supuesto ni de coba ni de ficción. Ni mi libertad me lo permitiría, ni su humildad sería merecedora de tal ofensa.
Don Fidel es de tierra de santos. Abulense de terruños fríos y austeros, es –como esa tierra que le vió nacer- no frío aunque sí austero y recatado. Como Teresa de Ahumada, sabe buscar y hallar entre los pucheros y los cacharros a Dios, aunque sabe también, desde ellos, subir hasta las alturas en que ese Dios habita especialmente. Porque Dios habla desde la tormenta y el aguacero, pero desde mál arriba también habla Dios.
Huérfano de padre desde pequeño, con su madre –poco ha fallecida, santa mujer, castellana “vieja” -de las que miran menos el “afeite” aparente que la “casra de mujer” y madre de cura (lo que es sin duda otro título)- y con su hermano (el “bueno” de los dos segín parece), bregó lo indecible en una vida de azares y vislumbre de certezas (los azares sin las certezas tendrían más de Lázaro de Tormes que de Teresa de Jesús): de Avila a Madrid y, en la gran ciudad, su vida fue de lucha por hacerse hueco y por hacerse hombre.
Uno de sus sellos y rasgos de su vida fue -como suele decir en confidencias “sotto voce”- la determinación de dejarse llevar hacia las metas sin trazar él los caminos: nada de lo que pretendió se hizo; todo lo que ha sido le ha llegado sin pedirlo. Un sello y rasgo, por cierto, que libera de arribisms y de arrogancias y pone vitola de autenticidad sobre la piel del hombre.
En Madrid discurrió el curso mayor y más representativo de su vida, con ejes centrales en la ordenación como sacerdote ese día de mayo del 68 –qué seña tan evocadora e impactante: ni él mismo niega haberse visto agitado a distancia por los adoquines de las barricadas parisienses- y en la designación como arzobispo de Burgos. En lo que a Mayo del 68 respecta, me parece a mí que ese “affiche” primario del mismo, que rezaba “Il est interdit d’interdire”, el “Prohibido prohibir” de tanta y tan abrupta solera revolucionaria, en él se traduciría muy justamente por el “encomiable convencer, con verdad y con razones” para no tener que prohibir.
La verdad, su vida es mosaico policromado en el que los tonos se van turnando y los colores se combinan y hasta se difuminan para resultar y dejar ver al final una figura de arte mayor: formador sacerdotes; asesor de obispos; obispo auxiliar; estudioso en España y en Roma; y siempre, y en todo, en brindis permanente por un sacerdocio y una Iglesia de Cristo, mirándose a diario al espejo del Evangelio de Jesús y a ese facsímil del mismo que es el Vaticano II, que –como dice don Fidel- necesita implantarse aún en bastantes cosas.
Segurio que tiene defectos como cada “quisque”, y a mucha honra tenerlos (lo contrtario sería mentira o prepotencia); pero, en todo caso, los lleva bien, como han de saber llevarlos los hombres cuerdos y discretos: con humildad y con verdad, dos virtudes de las tierras austeras; otro lema capital en la ascesis teresiana.
Este pequeño ensayo de reflexiones en honor del amigo y, sin embargo, respetable arzobispo de Burgos, don Fidel, lo voy a cerrar con unas frases del comienzo del Testamento literario de Palacio Valdés; joya auto-biográfica que él mismo dice haber escrito “antes de cerrar los ojos para siempre”, en que da refglas para el gobierno de uno mismo, que bien pueden valer, aún hoy, para adoctrinar a cualquiera.
“EL más alto interés de la vida está en saber para qué hemos sido llamados, el por qué de nuestra existencia. El engaño en ete punto es fatal, pues de él depoenden nuetra dicha y el destino del mundo. Son muchos los hombres que se equivocan, que se obstinan, aunque a todos nos habla al oído la sabia Naturaleza. Pero esta voz es tan baja en ocasiones que no la percibimos. Mejor nos sería estarnos quietos; no introducir en la vida nuestras parcialidades ny apetitos y esperar que una ola benéfica nos empuje a puerto seguro. Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto de su caballo”
No quisiera, de todos modos, finiquitar del todo este ensayo en honor de este día de oro de don Fidel sin decirle algo que siento y que, si no dijera, me daría una mala digestión: el sagrado olor a pastor, que tanto inculca para los sacerdotes de hoy el papa Francisco, más que en el olor material a establo; se nota en los andares, los pensares, los sentires y los quereres del “pastor de almas”. Y eso, en don Fidel, se da más y mejor que lo otro, las prepotencias o las ínfulas de amo y dueño, más que servidor del “pueblo de Dios”.
Amigo don Fidel. Con Dios siempre, a pesar de todo y “Ad multos annos” en ese sacerdocio de los sueños de niño y joven.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
“Todo pontífice o sacerdote es sacado del común de los hombres y deputado a su favor en todo aquello que se refiere a Dios; par ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, para compadecerse de los ignorantes y de los extraviados, por cuanto él está también metido en la flaqueza y, por ello, debe por sí mismo ofrecer sacrificios, igual que por el pueblo”.
“Pontífice” –“Sacerdote”- “Hacedor de puentes”– “Dispensador de lo sagrado”
En este paso de la Carta traza san Pablo el estatuto de lo que ha de ser un sacerdote.
Aquel 19 de mayo de 1.968 –año, por cierto, de hervores revolucionarios en el Barrio Latino de París-, veía realizado el sueño de su vida: ser sacerdote. Todo lo de antes y después se iba a perder en la ilusionada y grandiosa magnitud del mismo y todos los caminos de su vida iban a percibirse y abordarse en función de ese sueño y de la realidad que encarnaba su despertar.
Esta mañana tiro los pies de la cama con una deuda que saldar; deuda -por mitad- de justicia y amistad; pero también, y campeando sobre esas dos mitades, deuda con un tinte añadido que realza la deuda: de honor a la persona que viste el cargo, de cura y arzobispo en el caso.
Hoy, el Sr. Arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vega celebra sus bodas de oro con el sacerdocio. Y como no me es posible vivenciar ese día de oro a su lado, la amistad me empuja a ofrecerle -desde la distancia- este obsequio que –debo confesarlo- tiene en verdad mucho más de cariño y exultación que de cualquier otra cosa; nada por supuesto ni de coba ni de ficción. Ni mi libertad me lo permitiría, ni su humildad sería merecedora de tal ofensa.
Don Fidel es de tierra de santos. Abulense de terruños fríos y austeros, es –como esa tierra que le vió nacer- no frío aunque sí austero y recatado. Como Teresa de Ahumada, sabe buscar y hallar entre los pucheros y los cacharros a Dios, aunque sabe también, desde ellos, subir hasta las alturas en que ese Dios habita especialmente. Porque Dios habla desde la tormenta y el aguacero, pero desde mál arriba también habla Dios.
Huérfano de padre desde pequeño, con su madre –poco ha fallecida, santa mujer, castellana “vieja” -de las que miran menos el “afeite” aparente que la “casra de mujer” y madre de cura (lo que es sin duda otro título)- y con su hermano (el “bueno” de los dos segín parece), bregó lo indecible en una vida de azares y vislumbre de certezas (los azares sin las certezas tendrían más de Lázaro de Tormes que de Teresa de Jesús): de Avila a Madrid y, en la gran ciudad, su vida fue de lucha por hacerse hueco y por hacerse hombre.
Uno de sus sellos y rasgos de su vida fue -como suele decir en confidencias “sotto voce”- la determinación de dejarse llevar hacia las metas sin trazar él los caminos: nada de lo que pretendió se hizo; todo lo que ha sido le ha llegado sin pedirlo. Un sello y rasgo, por cierto, que libera de arribisms y de arrogancias y pone vitola de autenticidad sobre la piel del hombre.
En Madrid discurrió el curso mayor y más representativo de su vida, con ejes centrales en la ordenación como sacerdote ese día de mayo del 68 –qué seña tan evocadora e impactante: ni él mismo niega haberse visto agitado a distancia por los adoquines de las barricadas parisienses- y en la designación como arzobispo de Burgos. En lo que a Mayo del 68 respecta, me parece a mí que ese “affiche” primario del mismo, que rezaba “Il est interdit d’interdire”, el “Prohibido prohibir” de tanta y tan abrupta solera revolucionaria, en él se traduciría muy justamente por el “encomiable convencer, con verdad y con razones” para no tener que prohibir.
La verdad, su vida es mosaico policromado en el que los tonos se van turnando y los colores se combinan y hasta se difuminan para resultar y dejar ver al final una figura de arte mayor: formador sacerdotes; asesor de obispos; obispo auxiliar; estudioso en España y en Roma; y siempre, y en todo, en brindis permanente por un sacerdocio y una Iglesia de Cristo, mirándose a diario al espejo del Evangelio de Jesús y a ese facsímil del mismo que es el Vaticano II, que –como dice don Fidel- necesita implantarse aún en bastantes cosas.
Segurio que tiene defectos como cada “quisque”, y a mucha honra tenerlos (lo contrtario sería mentira o prepotencia); pero, en todo caso, los lleva bien, como han de saber llevarlos los hombres cuerdos y discretos: con humildad y con verdad, dos virtudes de las tierras austeras; otro lema capital en la ascesis teresiana.
Este pequeño ensayo de reflexiones en honor del amigo y, sin embargo, respetable arzobispo de Burgos, don Fidel, lo voy a cerrar con unas frases del comienzo del Testamento literario de Palacio Valdés; joya auto-biográfica que él mismo dice haber escrito “antes de cerrar los ojos para siempre”, en que da refglas para el gobierno de uno mismo, que bien pueden valer, aún hoy, para adoctrinar a cualquiera.
“EL más alto interés de la vida está en saber para qué hemos sido llamados, el por qué de nuestra existencia. El engaño en ete punto es fatal, pues de él depoenden nuetra dicha y el destino del mundo. Son muchos los hombres que se equivocan, que se obstinan, aunque a todos nos habla al oído la sabia Naturaleza. Pero esta voz es tan baja en ocasiones que no la percibimos. Mejor nos sería estarnos quietos; no introducir en la vida nuestras parcialidades ny apetitos y esperar que una ola benéfica nos empuje a puerto seguro. Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto de su caballo”
No quisiera, de todos modos, finiquitar del todo este ensayo en honor de este día de oro de don Fidel sin decirle algo que siento y que, si no dijera, me daría una mala digestión: el sagrado olor a pastor, que tanto inculca para los sacerdotes de hoy el papa Francisco, más que en el olor material a establo; se nota en los andares, los pensares, los sentires y los quereres del “pastor de almas”. Y eso, en don Fidel, se da más y mejor que lo otro, las prepotencias o las ínfulas de amo y dueño, más que servidor del “pueblo de Dios”.
Amigo don Fidel. Con Dios siempre, a pesar de todo y “Ad multos annos” en ese sacerdocio de los sueños de niño y joven.
SANTIAGO PANIZO ORALLO