Perfil dominical - Enemigo a batir 5-IV-2019

*   “El reino de Dios sufre violencia y solamente los valientes lo arrebataran”(Evangelio de san Mateo,  11, 12). El sustantivo “violencia” referida al “reino de Dios” y el adjetivo “los violentos” que le sigue en la 2ª parte de la frase  –tomados en su pleno vigor de “fuerza” bruta y ciega- pueden sonar a  estridencia en labios de Cristo. De hecho, los intérpretes del pasaje no se ponen de acuerdo sobre su sentido y alcances.

              Si “violencia” es, como ahora generalizando se dice, toda actitud agresiva en busca de conseguir un fin como sea,  a costa de lo que sea y sin reparar en la bondad, justicia o verdad de los medios, esa violencia -en acecho siempre al “reino de Dios”- tiene ahora y ha tenido siempre, a la par que vigencia, un elevado contenido de agresividad y saña.  ¡Claro que el “reino de Dios” sufre y ha sufrido –por los siglos y ahora mismo- todo tipo de violencias!.

              Pero, en la segunda parte, es claro igualmente que el  sentido de la perícopa del Evangelio de Jesús no tiene, aquí,  ese mismo bravo y agreste sentido de reacción sañuda frente al agresor; sino el de que –para conquistar este reino, para ser del mismo y entrar en él,  se precisa esa otra forma de violencia que se llama esfuerzo, entrega,  lucha y tenacidad en el empeño por escalar sus muros.  Convengamos en que no es fácil, ni mucho menos, sino más bien arriesgado,  el acceso e imposible sin el ejercicio de estas virtudes. 

             No se hace, por tanto, aquí una exaltación de la violencia en el sentido que habitualmente suela darse a  la palabra.  Desde los días de Juan –el profeta encarcelado por llamar a las cosas por su propio nombre-, el reino de Dios –se viene a decir-  es como una plaza fuerte, amurallada y cercada, objeto de las furias de  muchos acosadores;  y sólo quienes –no por la violencia de la ”fuerza” bruta o  el  “matonismo”, sino por su esfuerzo, lucha y entrega sin reservas-  lo intenten, van a lograrlo.  Porque  violencia es aquí vigor, esfuerzo y valor.             

             El reino de Dios “sufre violencia” de todas clases.El cristianismo es una novedad religiosa en la tierra; una revelación añadida a la nostalgia de Absoluto que en todo ser humano está viva…. Exige  lo más y eso es lo que pide: lo más. Y como esto es cosa de aguerridos y valientes,  sólo ellos lo pueden alcanzar.

**  “Cuando desde una ideología se quiere echar a  Dios de una sociedad, lo que en verdad se está queriendo es imponer la omnipotencia del poder” (Es una idea de estos días, del papa Francisco).  

              Creo que no es precisa demasiada chispa al intentar explicar el sentido de las palabras porque es obvio.  Los que -de siempre- persiguen,  del modo que fuere,  a la Iglesia de Cristo, nunca se han tomado antes la molestia de analizar su doctrina y estudiarla. Son fobias nada más,  mucho menos que convicciones racionales,  las que mueven la mano del perseguidor, sea la del que desenvaina la espada o tira de pistola, o sea la de los tantos que se las arreglan siempre para ver en ella, en la Iglesia de Cristo y en sus seguidores,  “el enemigo a batir”

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Al rebuscar esta mañana el perfil del domingo litúrgico más atinado a la  circunstancia cristiana de ahora mismo -mayo de 2019-, con fuerza se van mis ojos hacia la primera de las lecturas del día; a ese tan palpitante, perenne y significativo pasaje del Sumo Sacerdote judío y sus acólitos en su terca obsesión –lógica, por otra parte, en ellos- por reducir al máximo el eco de la cruz, el entierro de Jesús y  el no menos desconcertante -y para sus planes más  peligroso todavía- de su liberarse de la muerte al resucitar glorioso.   Les incordiaba el éxito que, ante el pueblo, tenía la predicación de los apóstoles;   sin poderlo remediar, no eran capaces de tolerarlo.

Les prohíben hablar.   Los meten en la cárcel para amedrentarlos y callar su voz.   No se atreven a más, no porque lo lo quieran, sino  por miedo a la gente, harta ya de sus cuentos, manipulaciones y argucias.          

El diálogo del remate final, que –tan expresiva y verazmente- proclaman los Hechos,  no tiene desperdicio, si se le mira bien.

-  ¿No os habíamos prohibido hablar y enseñar en nombre de Ese? (el “despectivo” que usan no puede ser más expresivo de su furia interior), les grita. más que les dice, el coro de los perseguidores jugando cartas que no son las suyas ni están en sus manos.

-  “Es necesario que obedezcamos a Dios antes que a los hombres”, es la respuesta categórica y rotunda de los perseguidos.

En estas dos frases,  tan escuetas y afiladas, se recluye  la entera dinámica de una tan acerada dialéctica, que lleva ya veinte siglos en acto y  no parece que vaya a remitir o a desmontarse, por arte ee magia o como por ensalmo,  ahora mismo. A la dialéctica –firme y oprobiosa- de los perseguidores se contrapone la dialéctica –no menos firme, pero bastante más  lógica y razonable- del recto orden y de la justa verdad.

Y en esto van ya –como digo y dice la realidad de las cosas y de la historia entera- dos milenios de acoso y derribo por un lado (con todas las armas imaginables), y de paciencia, sentido del deber y primacía de la conciencia por el otro.

No se puede negar. La ofensiva contra lo “cristiano” y “católico” no ha cesado nunca. La historia del cristianismo ha sido siempre una historia de fe de martirios. Hasta cuando mejor ha sido recibida, la religión cristiana no ha dejado nunca de ser banco de contradicción    y enemigo a batir.

Como  final de “fiesta” –para confirmar la historia-, el episodio anti-cristiano de estos días pasados en Sri Lanka (Ceilán).  Su bestialidad no puede, sin embargo, dejar de lado las otras tretas -más sutiles y amañadas, más encelofanadas y tal vez con cuidado apañadas, pero igual o más  contundentes y firmes. De nuestros dìas y de nuestra circunstancia: como, por ejemplo,  la de la  clase de religión; la de los Acuerdos -nada privilegiados hoy- del Estado con la Iglesia; o la del laicismo, en coartada de “listillos”, hábiles en tierra de tontos  –todos sabemos quiénes son en este momento y hora-, por hacerlo pasar por enjuta y necesaria laicidad. Esperemos un tanto y lo veremos no tardando mucho….

La ofensiva contra “lo cristiano”, y contra “lo católico” muy especialmente, no ha cesado nunca…

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Pero no nos fijemos tanto en la persecución o en el martirio y acoso a lo “cristiano” y lo “católico” en este tiempo y en los siglos pasados.  El fenómeno es de uso diario, como digo.

El Nóbel francés de Literatura –y católico sin complejos a pesar de sus galones literarios- trataba, ya en su tiempo, de hacerlo ver, y hasta justificarlo a los ojos de los puristas de la verdad, la justicia y el bien, y que no se resignan a la furia ciega y desatada ni a las tretas mañosas de los perseguidores.  Es el sino del cristianismo, les viene a decir a los creyentes católicos de su tiempo. Y, al decirlo, solamente les recuerda algo de pura lógica, porque ya está plasmado con claridad en el Evangelio de Jesús: el reino de Dios sufre violencias   de todo tipo. Y Dios estorba –y el Dios cristiano estorba mucho más- porque no se presta a cambalaches ni se casa con nadie que no sean la Verdad, la Justicia o el Amor.    Y sobre todo –insiste mucho en esto el Nóbel- porque el discípulo no puede ser de mejor condición que el Maestro, y –si a este lo denostaron- normal ha de ser que hagan lo mismo con “los suyos”.

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Y están las tácticas. Claro que caben  respuestas evasivas o  complacientes para resguardar la piel.   Son de hombres también la evasión o el disimulo; el fraude o la farsa…. Pero no será nunca lo correcto por más que los complejos  -amamantando intereses o cargos lustrosos- puedan llevar –a incautos,  sobre todo- a soñar o pensar lo contrario. Y no es que sea cosa de “audaces” o de “locos”, pero ciertamente es cosa de hombres  -varones o féminas, naturalmente- y de hombres que no niegan  ni venden con un beso como “en el principio”, para aviso de navegantes, ya pasara.

Cuando se piensa que el aborto es malo, pero decirlo en voz alta se llama “políticamente incorrecto”;  cuando se notan íntimos miedos a que llamen a uno “facha” o “carca” –que al fin y al cabo son etiquetas al gusto de  consumidores que se dicen a sí mismos “progres” sin pizca ni de gracia ni de verdad, y sólo por sentirse “divinos” aunque no crean en Dios;  cuando pasan cosas así y a casi todos parecen lo más puesto en razón, ¡malo para las buenas razones!!!.   

Son cosas obligadas, dicen algunos. Me suelen traer estas “cosillas” –por así llamarlas- el tufo de la mordaz letrilla, tan plena de psicología y sentido, de don Antonio Machado,  con la que no duda en zaherir actitudes de “todo a cien” y sin “mojarse”:      “Entre las brevas soy blando y entre las rocas, de piedra… ¡malo!”. Tampoco perdería sentido la idea cambiando los términos: Entre las rocas soy blando y entre las brevas,  de piedra. Las dos versiones  tienen su moraleja y,  si bien se las mira, no andan lejos una de otra, ni son tan    los tipos que representan.    Cosa de matices más bien, porque, si -en la del poeta- toma cuerpo el dependiente, el sumiso, el incapaz de ser y pensar por sí mismo, en la otra, la complementaria, lo que se perfila es el tipo sobón y “lameculos”.    No es infrecuente verlos vivaquear por esta modernidad con interrogantes.  Miremos y lo veremos, amigos

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Como libro,  que pudiera ser el de esta semana o día, valdría seguramente  el  que se anunciara –este mismo sábado-  en el  Cultural del diario ABC.  Su titulo,  EL siglo de los mártires. El cristianismo en el s. XX. Su autor,    Andrea Riccardi, un Italiano, profesor universitario en Historia contemporánea y  especialista en historia de las religiones y de sus mayores o menores riesgos en función de sus “trapicheos”, casi siempre interesados, con el Poder terrenal,  en propias manos o en manos afines, a pesar del rotundo “A Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”. Este profesor no tiene dudas: el martirio no es un asunto pasado,  y su idea -perfectamente comprobada- no desentona  del sugerente diálogo entre el Sumo Sacerdote judío y el portavoz de los  apóstoles.

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El ”Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” no tiene rebajas; ni admite –como otros “slogan- matices de acomodos complacientes.    Dios es Dios por vueltas que se le quiera dar. Y sirve para toda circunstancia, hasta la de quienes se pliegan -con  la facilidad que vemos- a las tretas, audacias y argucias,  para -en tiempos de “libertad religiosa” como reconocido y supremo valor humano y soporte de los demás derechos del Hombre- no quedar en descubierto y -para eso- no dudan en dar al “laicismo” (que es beligerancia anti-cristiana) el nombre acertado y benemérito de “laicidad”.

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“Cuando desde una ideología se quiere echar a  Dios de una sociedad lo que en verdad se está queriendo es imponer la omnipotencia del poder. El papa Francisco,  al soltar esta idea, da de lleno en el clavo. Es la misma canción de ayer y anteayer: la que pone en escena y revive el pasaje de los Hechos de los Apóstoles. Son los mismos, aunque  con diferentes collares.   Y no van a dar su brazo a torcer, ni los de la cimitarra o la treta, ni los que, en nombre de Dios, sienten a fondo el deber de llamar a las cosas por su verdadero nombre.

Con lo cual, como suele decirse y sabemos todos, la mesa está servida. 

        SANTIAGO PANIZO ORALLO

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