Retablo estupefaciente 13-XI-2018

Defiendo la rebeldía frente a toda especie de opresión, y la libertad de la conciencia del hombre en los conflictos entre conciencia y ley. Lo que no defiendo, ni seguramente defenderé nunca, es la arbitrariedad como norma de conducta, ni la fuerza o mañas de las ideologías imponiéndose a la fuerza de la razón. Ni el derecho a la libertad de los que se rebelan al ver tocada la suya, pero no cuando “la suya” ha de contrastarse y, por tanto, limitarse con la de los “otros”. Ni defiendo la ley a toda costa –la justicia es otra cosa y el “fiat iustitia etsi pereat mundus” lo deja vislumbrar si se le retira a la frase su tremendismo y extremosidad- o a costa de lo que sea si de la ley se tiene la idea del “iustum quia iussum”, que quiere decir que “una cosa es justa porque está mandada”. Me repugna la lógica que obliga a levantar estatuas a los tiranos después de legislar a su gusto.
Quizás no sea fácil, como suele decirse, atar todas estas moscas por el rabo; y no trataré de hacerlo y ni siquiera intentarlo. Sólo quiero hacer un pequeño retablo de apuntes breves , pero estupefacientes.

+ Media docena de concejales del ayuntamiento de Madrid se rebelan y se vuelven contra las consignas y son reprobados por Podemos y excluidos de militancia por resistencia a las directrices y directores del partido.
Las palabras de justificación de la medida, del inefable Sr. Echenique, haciendo de portavoz oficial de Podemos, puede que sean todo un poema o canto a la libertad política, aunque no diré la de quién. Porque -desde aquella madame Roland recitando, al subir a la guillotina. el sobado apóstrofe de “Libertad, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”, y antes, desde la Antígona de Sófocles y las demás “antígonas” de toda la historia humana; o desde Ortega diciendo que la política es “el reino de la mentira”, y a veces hasta del crimen pudiera serlo en ocasiones; hasta lo más reciente de la mujer pakistaní Asia Bibí y otros muchos perseguidos. hasta la muerte y más, por sus creencias y derecho a la libertad- la lógica del ingenioso portavoz sólo revela, a mi ver, la lógica de las quimeras o la del “ordeno y mando”, que es como nutrirse de la falta de lógica.

A propósito concretamente del ”affaire” Asia Bibí y la sañuda persecución de lo cristiano en Pakistán y otros lugares no tan lejanos ni exóticos, rememoro aquel discurso del papa Benedicto XVI en Ratisbona, que tanta polvareda levantó en lo “progre” de medio mundo y más, siendo como era mención solamente de un episodio histórico. Recuerdo –digo- la carta que –ante la polvareda- un capellán de emigrantes en Alemania dirigió a un diario asturiano. En ella daba al aire una idea para pensar: cuando de las filas del catolicismo uno se va, los demás lo lamentamos y lo sentimos, y no pasa nada más; pero si un musulmán apostata, le acecha la muerte. La idea de aquel capellán –“mutatis mutandis”- no ha perdido actualidad. No debe ser, pienso yo, tan parecido ser musulmán o católico, dicho sea con todo respeto a los musulmanes serios y auténticos, que los hay, cuando las consecuencias del ejercicio de un acto de libertad puede convertirse en riesgo de vida…. Y, si no, que se le pregunte a Salman Ruhsdie.

Lo de que la libertad pueda verse o medirse con dos varas diferentes –según se trate de la libertad de uno o de la de los demás., es tan atrabiliario como para siquiera ponerlo a debate. Es cierto que “ser hombre de partido” nada le gustaba a Ortega, precisamente por las incongruencias que le son propias y las faltas de lealtad y de buena cara a la libertad y a la verdad que tantas veces implica ser eso. Es posible, de todos modos, que tanto las rebeldías como las advertencias no pasen de reyerta de grillos.

++ Con ocasión del primer centenario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial, más de 70 jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo y de toda marca e ideología, se reúnen en París para celebrar un Foro Internacional de la Paz. La noticia o anécdota es que el presidente de los Estados Unidos, el más que inefable Donald Trump, ha declinado asistir y se ha ido.

Dos ideas, sobre otras, me suscita este Foro organizado para defender, con todo el ánimo y con toda la fuerza posible, el derecho del hombre a la paz, como parte del derecho del hombre a la vida, tanto la privada como la social. Una es la de un recuerdo pasado y otra, la del portazo de Trump al Foro conmemorativo.

Vaya, en primer lugar, el recuerdo. El santo y provocador –las dos cualidades suelen ir bastante unidas- papa Juan XXIII, que parecía venir para poco, pero fue un revulsivo en la historia moderna de la Iglesia católica, lo fue también en esto de considerar que el precio de la paz nunca debe ser lo bastante alto como para retraerse de pagarlo en el acto.
En plena Guerra Fría, con la carrera de armamentos tan aguda como ahora, el Jueves santo del año 1963, aquel Papa que parecía tan poco, se atrevió a dirigirse al mundo entero para instar e impulsar a los hombres y pueblos de “buena voluntad” -católicos o no católicos, con unos usos y culturas o con otros, de Oriente y de Occidente, blancos, negros, aceitunados o amarillos- a buscar la paz como el valor mejor por ser el garante del logro y vivencia de los demás valores humanos.
El camino o método propuesto en aquella carta titulada “Pacem in terris” no era el terrorífico “armarse hasta los dientes” –del clásico, “si quieres la paz, prepárate para la guerra”-, sino ese otro –tan racional, abierto y claro en nuestra literatura jurídica, desde el Fuero Juzgo o las Partidas de Alfonso el Sabio, sin olvidar al famoso Cura Merino diciendo, en un pasaje de Los duendes de la camarilla, de Galdós, que “paz y justicia son amigas siempre inseparables, porque donde no hay justicia no puede haber paz- de que la paz, o se funda “en la verdad, en la justicia, en el amor y en la libertad”, o nada tendrá de verdadera paz y sí mucho de fantasías engañosas, o de violencia incluso.
No sé yo si la novedad de aquel Papa humilde pero clarividente ha salido a relucir en este Foro de París, donde –por cierto- aquel Papa estuvo de nuncio. Quizás no, porque ciertas citas o referencias, por objetivas o constructivas que sean, a casi todos los hombres públicos de ahora les queman en los labios y las rehuyen. Allá cada cual con sus libertades y manías. El Foro de la Paz ha perdido una oportunidad de hacer justicia con la verdad.
Y vaya también lo otro, lo más estupefaciente, lo referible al portazo de Trump a dicho Foro.
Aunque sea posible que los pavorosos incendios del norte y sur de California le tengan pendiente, o que ande desasosegado por cómo atajar la marcha de los indigentes del sur del continente americano, el plantón –a parte de llamar la atención- causa sorpresa, cuando menos.
Falla Trump en este Foro Mundial le la Paz y el hecho es significativo de algo que, por vueltas que se le dé o por mucho que piensen los americanos del norte, es impresentable. Claro que la cuestión está en saber si es Trump el impresentable, o el impresentable es el pueblo americano que le vota, o si lo son ambos conjuntamente.
Hay algo que no se aceptar sin pecar, cuando menos, de ingenuidad: ese tópico lenguaraz y de propaganda barata según el cual “el pueblo nunca se equivoca”. Sin ir más mejos, el caso de la subida o ascenso de Hitler al poder y otros del mismo o parecido estilo adveran con verdad histórica lo contrario. Se han escrito, además, libros serios centrados en la idea de que “el pueblo” puede en ocasiones puede ir “contra la democracia”. Y el que quiera o guste palparlo por boca de politólogos muy acreditados, que abra, por la páginas 349-351, ese libro de pequeños ensayos de Jean F. Revel, que se titula Fin du siècle des ombres (Fayard, Paris, 1.999). Este ensayito titulado “Le peuple se trompe aussi” arranca con voluntad de desarraigo de la idea de que los enemigos a la democracia vienen todos de fuera del pueblo; del Estado, de los militares, de los curas, del capitalismo o de partidos políticos con avidez de monopolio del poder. Esto puede pasar; pero puede ocurrir también que sea “el pueblo” como tal al que se le vea “contre la toleránce, le pluralisme, le respect des droits de l’homme et même le suffrage universal”. Como el mencionado politólogo señala. esa fe en una infalible virtud demócrata de los “pueblos” tiene bastante de propaganda interesada de políticos aventureros o de visiones románticas de la lucha histórica de los seres humanos por la libertad.
¿Se puede olvidar –repetiré- que Hitler subió al poder con los votos de un pueblo tan ilustrado, serio, sesudo y compacto como el alemán?
Impresentable, por tanto, como quiera que se le mire, este portazo de Trump al Foro Mundial de la Paz.

+++ Y, por fin, la tercera hornacina de este retablo. La propuesta –estupefaciente tanto o más que lo anterior- de la Sra. Ministra de educación y portavoz del Gobierno de España. Si hemos de creer a sus palabras –y no se ven razones para dudar de que así esté proyectado-, en la nueva Ley de Educación, va a ser posible obtener el título de bachiller con un suspenso vigente en el “currículum” del estudiante; es decir, va a poder recibir el título, no habiendo aprobado todas las asignaturas (Pero, ¡cuidado! porque hoy es un suspenso y mañana o pasado mañana pueden ser dos o tres; “chi lo sá”… La razón es la misma, y “el más o el menos”, como aprendimos en filosofía, no cambia la especie).
Además, a lo estupefaciente de la iniciativa, se une la especiosa razón para justificarlo: proteger la autoestima del alumno en cuestión. Dicho de otro modo, para que no se sienta menos que los que lo aprueban todo; para que, por el sufrimiento causado, no se le ocurra entrar en depresión o en frustraciones…

Hemos de convenir que el estatalismo –en una inversión de valores y papeles que estupefacta- copa terrenos de los que sólo es gestor pero no amo un gobierno, como son la persona, la familia y por supuesto la sociedad; y así del “papá-Estado” vamos al “Estado-nodriza”; y del “Estado del bienestar”, al “Estado-buenista” e incapaz de soportar que nadie, aunque no haya dado golpe, se asome siquiera a recodos de anorexia espiritual o depauperación indebida. Sin darse por enterado de que lo que va creando con esas benevolencias son legiones de frustrados, porque, a la hora de la verdad, de la lucha por la vida, al no poder competir en buena lid con los que –esforzándose- lo aprobaron todo, engordarán el espeso filón del resentimiento en la sociedad. Claro que, con reformas tan “buenistas”, lo que no redunda en educación, se gana en votos.
¡Viva la Sra. Ministra!, se oye gritar a coro a los, hasta ahora, desvalidos estudiantes que no dan golpe. Asi nos luce el pelo…

Recuerdo aquel día –no hace tantos años- en que –al explicar las ideas o el pensamiento político de Dante- ninguno de los alumnos sabía quién era el autor de la Divina Comedia; o aquel otro día, en que –rememorando, en clase de Procesal, la tremenda verdad que don Niceto Alcalá-Zamora y Castillo deduce de una de las escenas de la obra de Victor Hugo, L’homme qui rit, de que “aterra pensar las veces que “administrar justicia” no es “hacer justicia”-, al ver las caras de los alumnos ante la mención del gran novelista francés, ninguno tampoco sabía quién había sido Victor Hugo. Y, al recordar esto y contrastarlo con la iniciativa de dar el título de bachiller, aún sin aprobar todas las asignaturas, de refregarme los ojos al oírla, paso a recordar lo que a los alumnos dije en las dos memoradas ocasiones De esta guisa, ¿piensan ustedes competir con estudiantes de otros lares o países?
Aunque la cosa pueda quedar en anécdota, de todos modos, esa iniciativa o proyecto de dar un título de cualquier enseñanza sin tener aprobadas todas las asignaturas, me parece indecoroso; y hasta una injuria para los que cumplen bien con el deber primero de un estudiante, que es estudiar, y esforzarse porque hacerlo cuesta a todos.

Creo, amigos, que de estas muestras de hoy, de mi retablo estupefaciente, se pueden aún sacar más reflexiones y enseñanzas. Como estoy pensando en lectores inteligentes, usad vuestra libertad y perspicacia para mermar mis aprecios o ir más lejos o en otras direcciones que las que yo ensayo ante estas perlas finas de nuestra estupefaciente, por tantos títulos, realidad.

SANTIAGO PANIZO ORALLO-
Volver arriba