Salutación - Feliz Navidad 22 - XII -2018
Por Navidad se vive la vida como en todo tiempo se vive, en sus naturales flujos de comedia, drama o tragedia; de sainete o vodevil; de esperpento, zambra o farsa; en romanza de amor o en elegías de sentimiento y pena...
Por Navidad pasan cosas como en todo tiempo pasan. Las gentes rien, lloran, cantan o bailan, bromean, cuentan historias y dicen chistes, hacen el cursi o el ridículo, el “tancredo” y el “macaco”, el gordo y el flaco, el listo y el tonto….
Por Navidad, como en cualquier otro tiempo, el hombre que sabe y quiere, puede rezar también. Rezar con palabras o con deseos, con gestos y postureos o de corazón, como en cualquier otro tiempo se puede rezar…
Es decir, por Navidad puede hacerse todo lo que en otros tiempos se hace. Y sin embargo no es lo mismo hacer eso en este tiempo que en cualesquiera otros días y tiempos.
Los turrones; el rojo encendido de la casaca o el gorro de papá Noel; el mazapán; las uvas de cierre del año; la lotería del 22; las burbujas azogadas del cava o el ”campagne”; y hasta esa especie de afán de todos o de casi todos por tender la mano al “otro” y desearle felicidad hasta cuando la felicidad parece remisa o ausente… son cosas que, siendo muy propias de la Navidad, no son la Navidad. No está en todo esto lo que de verdad diferencia lo hecho por Navidad de lo mismo, pero hecho en otros tiempos, otros días u otras horas. Se puede tomar turrón o brindar con cava en agosto, pero el cava y el turrón de agosto no serán, ni de lejos, los de la Nochebuena, el Año nuevo y Reyes.
Es que estas cosas –hechas en o por la Navidad- tienen “algo especial”, un diferente modo de ser y de hacerse. Este “modo” es y se llama “Dios con nosotros”; es el “Emmanuel” soñado desde los más lejanos ancestros que toma cuerpo estos días y dice algo a muchos, hasta cuando ese “algo” se limita a empapuzarse con polvorones, atragantarse con las uvas o tomar a broma que “un niño” -en un portal y entre animales- haya podido causar tanto alboroto en la historia del mundo. La Navidad tiene algo, trae algo y dice algo, incluso a bastantes de los que no creen en ella.
Sea lo que sea o pueda ser para otros, lo cierto es que, para el creyente cristiano, este grandioso “modo” es el hecho determinante; la especial circunstancia que hace de estas fechas lo que no son ni pueden ser otras fechas.
Que los amigos de lo ajeno plagien o quienes andan fuera de la circunstancia y el modo de la Navidad pretendan imprimirle otro color u otro sabor es cosa suya y distinta; pero la estridencia solemne de colgar a la Navidad lo que no es nada quita a la gran verdad de la Navidad. Y es que los refugios o desahogos fuera de la verdad de las cosas se llaman sucedáneos. Y como siempre cabe una libertad que prefiera el sucedáneo a lo auténtico o lo falseado a lo verídico, no habrá que rasgarse por eso los vestidos, ya que verdad es también que, por tal preferencia, el sucedáneo nunca dejará de serlo; y lo otro, seguirá siendo, a pesar de todo, lo auténtico.
A lo que voy con estos preludios.
Si la verdad de la Navidad está en el modo “Dios con nosotros”; y si este modo tuviera la virtud de decir algo al creyente cristiano, que le mereciera la pena y le sirviera para explicar cosas que, fuera de ello, bordean el absurdo o caen de lleno en él, ¡albricias, amigos!, porque –si tal sucediera- creo plenamente en el gran sentido y alcances que tiene decirnos, estos días, unos a otros: FELIZ NAVIDAD.
Pues bien, esto deseo para vosotros, mis queridos amigos: el fino deleite de una villancico; el brindis de una buena palabra o un buen deseo; desarmar el alma, aunque sólo sea por unos días; y entonar –sobre todo entionar- a coro con los ángeles del Portal, el himno-arquetipo de la Navidad cristiana: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra para los hombres de buena voluntad”.
Gloria y Paz van juntas. Muy loco de amor debía estar Dios para hacerse hombre, como expresara Albert Camus. Pues lo hizo y por ello merece máximo respeto y alabanza. Y frente a la guerra, cualquiera que sea, Él es la paz. La muestra de un camino de convivencia. Y como de la paz a la felicidad hay poco trecho, muy bien cae felicitarnos estos días con deseos y con obras de amor y de paz.
En esto, y sólo en esto, veo yo la mejor delicia y el más gustoso sabor de los turrones y los mazapanes, la gracia exquisita y alada de los villancicos y hasta la razón entera de los regalos y brindis familiares que hacemos por Navidad.
POR ESO, ¡FELIZ NAVIDAD!
Para vosotros, mis buenos amigos.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Por Navidad pasan cosas como en todo tiempo pasan. Las gentes rien, lloran, cantan o bailan, bromean, cuentan historias y dicen chistes, hacen el cursi o el ridículo, el “tancredo” y el “macaco”, el gordo y el flaco, el listo y el tonto….
Por Navidad, como en cualquier otro tiempo, el hombre que sabe y quiere, puede rezar también. Rezar con palabras o con deseos, con gestos y postureos o de corazón, como en cualquier otro tiempo se puede rezar…
Es decir, por Navidad puede hacerse todo lo que en otros tiempos se hace. Y sin embargo no es lo mismo hacer eso en este tiempo que en cualesquiera otros días y tiempos.
Los turrones; el rojo encendido de la casaca o el gorro de papá Noel; el mazapán; las uvas de cierre del año; la lotería del 22; las burbujas azogadas del cava o el ”campagne”; y hasta esa especie de afán de todos o de casi todos por tender la mano al “otro” y desearle felicidad hasta cuando la felicidad parece remisa o ausente… son cosas que, siendo muy propias de la Navidad, no son la Navidad. No está en todo esto lo que de verdad diferencia lo hecho por Navidad de lo mismo, pero hecho en otros tiempos, otros días u otras horas. Se puede tomar turrón o brindar con cava en agosto, pero el cava y el turrón de agosto no serán, ni de lejos, los de la Nochebuena, el Año nuevo y Reyes.
Es que estas cosas –hechas en o por la Navidad- tienen “algo especial”, un diferente modo de ser y de hacerse. Este “modo” es y se llama “Dios con nosotros”; es el “Emmanuel” soñado desde los más lejanos ancestros que toma cuerpo estos días y dice algo a muchos, hasta cuando ese “algo” se limita a empapuzarse con polvorones, atragantarse con las uvas o tomar a broma que “un niño” -en un portal y entre animales- haya podido causar tanto alboroto en la historia del mundo. La Navidad tiene algo, trae algo y dice algo, incluso a bastantes de los que no creen en ella.
Sea lo que sea o pueda ser para otros, lo cierto es que, para el creyente cristiano, este grandioso “modo” es el hecho determinante; la especial circunstancia que hace de estas fechas lo que no son ni pueden ser otras fechas.
Que los amigos de lo ajeno plagien o quienes andan fuera de la circunstancia y el modo de la Navidad pretendan imprimirle otro color u otro sabor es cosa suya y distinta; pero la estridencia solemne de colgar a la Navidad lo que no es nada quita a la gran verdad de la Navidad. Y es que los refugios o desahogos fuera de la verdad de las cosas se llaman sucedáneos. Y como siempre cabe una libertad que prefiera el sucedáneo a lo auténtico o lo falseado a lo verídico, no habrá que rasgarse por eso los vestidos, ya que verdad es también que, por tal preferencia, el sucedáneo nunca dejará de serlo; y lo otro, seguirá siendo, a pesar de todo, lo auténtico.
A lo que voy con estos preludios.
Si la verdad de la Navidad está en el modo “Dios con nosotros”; y si este modo tuviera la virtud de decir algo al creyente cristiano, que le mereciera la pena y le sirviera para explicar cosas que, fuera de ello, bordean el absurdo o caen de lleno en él, ¡albricias, amigos!, porque –si tal sucediera- creo plenamente en el gran sentido y alcances que tiene decirnos, estos días, unos a otros: FELIZ NAVIDAD.
Pues bien, esto deseo para vosotros, mis queridos amigos: el fino deleite de una villancico; el brindis de una buena palabra o un buen deseo; desarmar el alma, aunque sólo sea por unos días; y entonar –sobre todo entionar- a coro con los ángeles del Portal, el himno-arquetipo de la Navidad cristiana: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra para los hombres de buena voluntad”.
Gloria y Paz van juntas. Muy loco de amor debía estar Dios para hacerse hombre, como expresara Albert Camus. Pues lo hizo y por ello merece máximo respeto y alabanza. Y frente a la guerra, cualquiera que sea, Él es la paz. La muestra de un camino de convivencia. Y como de la paz a la felicidad hay poco trecho, muy bien cae felicitarnos estos días con deseos y con obras de amor y de paz.
En esto, y sólo en esto, veo yo la mejor delicia y el más gustoso sabor de los turrones y los mazapanes, la gracia exquisita y alada de los villancicos y hasta la razón entera de los regalos y brindis familiares que hacemos por Navidad.
POR ESO, ¡FELIZ NAVIDAD!
Para vosotros, mis buenos amigos.
SANTIAGO PANIZO ORALLO