Sólo a "golpes legislativos", no. 26-XI-2018+

Día Mundial contra la violencia “machista”, llamada también “doméstica”, de la que son víctimas ordinarias las mujeres y los niños. Los niños también, los pequeños sobre todo, a los que –física y psíquicamente- causan daño –y de qué modo tan salvaje- los desafueros de unos “machos” –la mayor parte de las veces psicópatas o colindantes- que ejercen oficio de “matones” por derivas de unas culturas tan injustas como odiosas y a-sociales. Se enfatiza el problema en el mal trato a la mujer y los hijos porque –de ordinario, y las excepciones confirman la regla- es masculino, en esta parcela del diario convivir humano, el lenguaje de la violencia.
Día Mundial contra la violencia “doméstica”: la que se cobija entre los cuatro muros de hogares que, debiendo ser -por principio- reductos del amor, se hacen en la realidad infiernos de odios.
Con toda razón, mis reflexiones vuelan hoy, imparables, hacia esta lacra social, en sus raíces, sus terroríficas consecuencias; en la horrenda iniquidad de la “razón de la fuerza” o la maldad poniendo a sus pies la “fuerza de la razón”.
El fenómeno es humanamente insoportable.
No hay día sin su amarga dosis de una o más violencias de este género.
Hoy mismo, una chica de 17 años ha sido acuchillada con resultado de muerte.
Más de 40 mujeres, en España, han perdido la vida ya este mismo año y no ha terminado seguramente la lista
No se ve final a tamaña tragedia y las escenas se repiten en una diaria y bárbara cadencia impropia de una sociedad civilizada.
Oleadas de conmiseración, de rebeldía, de encono y de frustración, de condena y proclamas de días oficiales de luto se levantan ante nuestros ojos a cada paso y amenazan con volver normal algo que no deja de ser una auténtica patología individual y social.

Ante el panorama desalentador, la pregunta salta incrédula pero pertinaz: ¿se hace –hacemos- lo suficiente para erradicar esta lacra tan horrible como injusta e injuriosa?
Pienso yo que esto de los “días mundiales” de tal o cual cosa –los hay casi todos los días del año, hasta el “día” de la “ensaladilla rusa” se celebraba no hace tantos días- tiene como finalidad concienciar a la sociedad respecto del objeto que sea –la ensaladilla rusa, el “tinto de verano” o los “huevos con patatas fritas”. Se ha de convenir, sin embargo, que hay cosas, realidades, menesteres de tal urgencia y razón que “sus días” piden y exigen algo más que concienciar de lleno a la solciedad; que exigen obras y resultados, so pena de resignarse a fatalismos inadmisibles o contentarse con mirar el problema, buscar y denostar culpables y esperar el nuevo o nuevos casos en la vana idea de que otros busquen y pongan las soluciones; como si no fuera cosa de cada uno y de todos lo que está pasando, cada vez con mayor fuerza e intensidad a pesar de la propaganda y los medios.
¿No será que los medios no bastan y son insuficientes o deficitarios para la reciedumbre o envergadura del problema y se hace preciso insistir o relanzar más y mejor otros medios, tal vez de menor propaganda pero de mayor efectividad?
Ir a los problemas en su raíz, cuando se trata, como en este caso, de problemas humanos enquistados, debiera ser –creo yo- el primer paso para abordarlos; mirando y viendo su fondo con realismo y no tanto desde plataformas artificiales, demagógicas o ideológicas; no tan sólo dando “golpes legislativos” como es lo fácil y socorrido cuando salta un problema a la palestra de una sociedad, soñando vanamente que a solos golpes legislativos se acabará el problema como por arte de magia, sino educando –y no a los niños solamente sino a todos en el respeto sagrado a toda vida –no solamente la de la mujer, sino la de los niños también, nacidos o por nacer, y la de los adultos por supuesto, hasta cuando son molestos o estorban –porque no hay leyes anti-vida-humana que rocen siquiera la justicia y la razón, por mucho que lo “progre” de ahora se empeñe en hacer cantones exentos o distinciones falaces; falaces porque son o interesadas o sectarias. Y ese omnímodo respeto viene de razones de dignidad humana radical y no sólo de coyunturas oportunistas y soberbiamente deconstructoras, al modo y manera de ciertas filosofías tan modernistas como alejadas de una verdadera modernidad.
45 mujeres asesinadas en España en lo que llevamos de año. No es que sea demasiado; es un horror. Un horror tan elevado que ninguna sociedad decente lo puede tolerar sin envilecerse y degradarse.
45 mujeres asesinadas en España en lo que llevamos de año no parece que sea precisamente fruto positivo de campañas orquestadas por un feminismo –con casi todos los “ismos” pasa- desorientado filosóficamente, ni obra directa de unos políticos líquidos o gaseosos. Es otra cosa…
Educar, educar, educar es el remedio; el único verdadero y eficaz a largo plazo. Los golpes legislativos tan solo se han demostrado insuficientes como la historia más reciente deja ver. Sorprende bastante. Lo que con la prohibición del fumar se está logrando ¿por qué no se consigue en este otro campo de las violencias contra mujeres y niños?. Posiblemente, porque, al legislar, se marcan desigualdades y se dejan portillos abiertos para ciertas clases de muerte o violencia, mientras para otras se dejan de algún modo y manera las puertas abiertas. No es lo mismo –se oye decir- matar a una mujer o a un niño que interrumpir la vida de un feto en su desarrollo vital en curso. Claro que no es igual!, pero la regla del sabio dice que “el más o el menos no cambian la especie”, y, aunque a diferente nivel en la cantidad, se corrompe cualitativamente de igual modo el que roba cien millones que el que roba cinco. ¿O no?
El remedio, educar, educar y educar. Y para ello poner los puntos sobre las íes en materia de educación, guiándose por las normas inmutables y bien templadas de la dignidad de todo ser humano y no tanto por pautas o baremos ideológicos, sectarios, de oportunismo político o de claros abusos de poder; que de todo hay o puede haber cuando, en vez de hacer la política con mayúscula, que es la de verdad y la importante, se fingen derechos que no se tienen, en afanes groseros de contentar a “los suyos” en demérito de los más; o de los que no pueden o no saben defenderse: o tomando “el pueblo soberano” por los que les votan o aplauden; y sin pensar que “las minorías” discrepantes son tan “pueblo” como las mayorías, tantas veces “artificiales” y tantas veces “masa” mejor que “pueblo”.
Día Mundial de lucha contra la violencia machista, que –para escarnio de una “modernidad” que, a veces, nada tiene de moderna, y de una sociedad, tantas veces, anestesiada e inerme vitalmente- no cede ni se consigue controlar, a pesar ni de los “golpes legislativos” ni del “modo de progreso” que pirra a la “progresía” de mano alzada o de puño en alto.
Bien están las leyes justas para ordenar la realidad social sometida al imperio de la lay. Bien están los “días” del año dedicados a poner en solfa o en la picota estos horrores sin explicación racional alguna.
Bien haríamos todos –creo yo- con aprender a respetar “al otro”, quienquiera que sea, y no quedarse en hacer decretos o leyes que, pudiendo ser buenas y oportunas, no son “bálsamo” capaz de resolverlo todo.
Es necesario que se hagan “hombres” para que no haya “monstruos”; y, en esa tarea tan venturosa, la última y auténtica palabra la tiene una educación programada a la medida del hombre. ¿Lo estamos haciendo? ¿Lo estamos, al menos, intentando en serio? Pensemos un poco en ello, antes de pasar la hoja del calendario del Día Mundial contra la violencia “machista” o llamada también “de género”.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
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