La "Tolerancia cero" y los riesgos - Bordeando líneas rojas (III) 21. XI.2018

“Queridos hermanos, huyan del clericalismo”.
Con esta frase, de imperativo categórico más que de recomendación o consejo, el papa Francisco hablaba en Roma, el domingo 9 de septiembre último a los 74 nuevos obispos provenientes de tierras de misión. Y les añadía; “Decir no a los abusos, sean de poder, de conciencia o de cualquier otro tipo significa decir no con fuerza a toda forma de clericalismo”.

Iglesia en marcha… Iglesia en su sitio… Iglesia de par en par. NI a la derecha, ni a la izquierda. Ni azul, ni roja, ni amarilla o verde. En los terrenos de todos, que es decir los abiertos a la trascendencia, la espiritual de base humana, pero también la sobrenatural, de elevación y sublimación. Sin complejos ni malicias, pero sin quitar de la mano el estandarte de los valores positivos, ni efímeros ni partidistas, “de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz”, los valores de “reino de Dios”; sin dejar nunca de dar la cara, ni al hombre, por ser humano el reino, ni a Dios, por ser divino.
Para eso, como dice el Papa, huyan, hermanos, del “clericalismo”.

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A medio camino entre dogmatismos autosuficientes por un lado y residuos estratificados de ideologías obsoletas por otro, unos alimentando clericalismos y los otros abonándose a seguir pilotando –aún ahora- un anti-clericalismo más de folklore o añoranza quizá que bien fundado, voy a cerrar mis apuntes de reflexión ante el drama de los abusos a menores por parte de “gentes de Iglesia”, clérigos y religiosos principalmente, con la mirada puesta no tanto en el problema en sí como en el trasfondo de las concausas que lo pueden hacer pasar de unos lamentables sucesos de contornos definidos, relativamente fáciles –por tanto- de diagnosticar y acometer. a cuestión de política religiosa, sometida a los aires de una historia pasada a veces mal interpretada, con frecuencia polémica y no siempre proclive a la objetividad y la mesura. El papa Francisco, con el mandato a la jerarquía de “huir del “clericalismo”, incita mis reflexiones.

Son puntos de vista lo que abonan estas reflexiones; es decir, quieren tan sólo ser apuntes breves de perspectivas propias ante la penosa realidad de los abusos, y no por otra razón que la de aspirar a obtener y mostrar una visión responsable sobre dicha realidad, tal como la misma se pone a la vista de mis ojos, de mi razón y de mis creencias.
Creo que las dos cosas activándose de consuno –el punto de vista como perfil de la realidad y la aspiración a tomarla como es, en visión responsable, con el compromiso de darle cuerpo de verdad objetiva y el deseo sincero y serio de mirar a las soluciones antes que a los culpables- se bastan solas para moverse uno decorosamente en terrenos como estos, tan delicados por humanos y ondulantes al ser de arenas movedizas.
Que las soluciones hayan de ser pulsadas y tomadas, no en abstracto, sino en función de unos hipotéticos autores de carne y hueso se cae de su peso, a mi ver. A mi ver también, es el único modo capaz de llevar al encuentro con la justicia y la verdad. Ayer lo indicaba y lo repito. Algunos de los presuntos culpables, bastantes seguramente, pudieran merecer más compasión que guillotina; pero hasta cuando la guillotina deba ser el precio de la maldad, siempre habrá de irse hasta la escalera del cadalso de la mano de la justicia, de la verdad y del amor, evitando, por obvias razones, dejarse guíar, ni un instante, hacia el mismo por conjeturas o tal vez simplificaciones capaces incluso de enaltecer falsedades.

Por qué –me pregunto- me decido a encabezar estas reflexiones de hoy con ese mandato de urgencia, del papa Francisco a los jerarcas de la Iglesia, de “huir” de todo “clericalismo”?
Veo razones. Una puede estar en que –como el Papa deja ver con sus palabras- a todo abuso de poder en la Iglesia –del estamento clerical y religioso principalmente. pero también el que pudiera provenir de laicos activamente comprometidos con la evangelización- se le puede poner etiqueta de “clericalismo”. Pero la razón de mayor peso específico puede ser esta otra: el cúmulo de traiciones a “lo divino” y a “lo humano” que, objetivamente, se anudan a estos actos cae, sin duda, en una u otra forma mirado, bajo ese denominador común del “abuso de poder”.
Me explico. Si la voz “clericalismo” típica y tópicamente ha servido, en la Historia, para denominar los intentos de control conjunto de “lo de Dios” y “lo del Cesar” por parte de la Iglesia –cosa hoy plenamente superada tras el Vaticano II y sus postulados sobre todo en materia de sus relaciones con la comunidad política (ver –a tal respecto- el nro. 76, sin ir más lejos, de la Const. Gaudium et spes, sobra la Iglesia en el mundo actual), no dejará de ser y poder llamarse “clericalismo” todo lo que, por parte de los “hombres de Iglesia, represente cualquier forma de prepotencia, altanería, discriminación, autoritarismo u otro modo cualquiera de situar al jerarca por encima del nivel de su función.

Convengamos –de todos modos- que esta cuestión de historia antigua y sobre todo moderna que tiene como centro la formidable dialéctica entre Religión y Política, entre Iglesia y Estado, entre clericalismo y anti-clericalismo -con su pugna, sus debates, sus fobias calcificadas o encanalladas entre “los dos Poderes”- es ardua, espinosa, polivalente, pero sobre todo imposible de resumir en las tres o cuatro páginas de una breve reflexión.
Sin entrar a fondo en ella, al verme en el deber de mentarla cuando menos ante el fenómeno de los abusos a menores dentro de la Iglesia, habré de limitarme por fuerza a unas pocas ideas, casi sólo enunciadas o asertadas, en forma de interrogante, para realzar y apuntalar un tanto esta requisitoria del papa Francisco a los 74 nuevos obispos y, con ellos, a todos, que suena –a mí al menos así me suena- a voz de alarma. “Hermanos, huyan del clericalismo”, es decir, de todo abuso de poder, porque todo abuso de poder en un representante de la Iglesia –aunque ya no tengan razón de ser los anticlericalismos sectarios o malvados de las ideologías antirreligiosas o anticristianas- es con verdad “clericalismo”, y es, por ende, contrario al Evangelio y a la Iglesia fundada por Jesús de Nazareth.

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En forma de preguntas, algunos acicates para pensar.
¿Es clericalismo saltarse los derechos humanos o la ley al programar o ejercer el ministerio, al amparo –por ejemplo- de la “salus animarum”?
¿Es clericalismo eso mismo hecho para librarse, por ejemplo, de acosos de manifestantes que gritan, de “medios” que importunan, de anti-clericales de folklore o de cumplidos a lo “políticamente correcto”?
¿Son clericalismo los abusos a menores?
De producirse tales abusos, ¿se han de llamar clericalismo los encubrimientos o venias a los supuestos autores de los mismos?
¿Ha de ser clericalismo no condenar lo que es condenable? ¿Lo es del mismo modo condenar lo que no es condenable?

Estas y otras preguntas posibles –pensadas y respondidas descabalgando de subjetividades o prejuicios- pudieran servir de alivio personal a quienes, con toda razón, se duelen con la Iglesia, o porque la aman, o simplemente porque la respetan en lo que está llamada a ser.

Y esta pregunta final. ¿Qué se puede hacer, qué ha de hacerse, ante situaciones así?
En el caso, ya se ha pedido perdón…. Ya se ha mostrado voluntad firme de luchar, no sólo para erradicar, con dignidad, justicia y amor, esta lacra, sino para conseguir que dejen de producirse –hasta donde sea posible- estas cosas. “Hasta donde sea posible”, me digo, porque pretender que, donde hay hombres, no sean factibles hechos vergonzantes, o es de ingenuos o es disimular anti-clericalismo.

Y rezar; sobre todo rezar. Es arma, la oración a Dios, la más poderosa y útil, en las manos de un creyente. Porque rezar no es tanto ni sólo tender las manos al cielo en espera del milagro, sino apoyarse en el Absoluto y pedirle coraje y fuerza para reflexionar, llamar a las cosas por su nombre, discernir las opciones y luchar, con justicia y razón, por el bien.


Y para ir ya cerando, un apunte anecdótico revelador.
Togliatti, el que fuera Secretario General del partido comunista italiano. declaraba que la creencia en la estrecha dependencia de la conciencia religiosa de las condiciones sociales no había resistido a la prueba de la historia. En el llamado "Testamento de Yalta", de agosto de 1964, no duda en afirmar que la vieja propaganda atea (y anti-clerical) no servía para nada en las relaciones con los católicos, después de la llegada de Juan XXIII (cfr. V. M. ARBELOA, Anticlericalismo y socialismo, en Estudios de Deusto, septiembre-diciembre 1972, p. 444).

Tampoco puedo por menos de sacar así mismo a colación ideas del espectacular prólogo del querido y bien recordado don J. Caro Baroja a su Introducción a una historia contemporánea del anticlericalismo español (Madrid, 1.980, pp. 9-11). No tienen desperdicio y, además, se muestran –a los ojos de la historia moderna- con buenos visos de verdad. No se ve sospechoso en lo que dice. “Yo provengo de una familia que es anticlerical en esencia”; pero se cura en salud ante posibles especulaciones aviesas: “Los datos que manejo son como son. No es mía la culpa. Prefiero quedarme en mero relator y expositor, en una época en que hasta los reporteros opinan más que informan”.
Se define poco o nada partidario de lo que llama “corsetería histórica” y, menos aún, de la “ortopedia” del mismo signo. Estudioso del folklore en España, declara rotundo que “el anti-clerical empieza a ser un personaje folklórico”.
En estricto contrapunto del anti-clerical, el gran escéptico de Vera de Bidasoa evoca también la correlativa figura del “clerical”; y se va lejos, historia arriba, en pos de ella, siguiendo el rastro de los vicios clericales hasta verlos formando estereotipos y lugares comunes que luego se repiten o aplican de modo bastante mecánico, al aire del ”run-run, del sonsonete y siguiendo la línea del menor esfuerzo”.
La frase terminal del prólogo parece invitar seriamente a no tomar a broma estos juegos nacionales, aunque se les titule folklore. “Porque, si la repetición de lugares comunes resulta siempre aburrida, el hecho de que los lugares comunes produzcan guerras civiles ya no es aburrido; es trágico”.

Creo yo por ello, que, si la dialéctica de clericalismos y anti-clericalismos es la que es, y nada bueno trae consigo ni para unos ni para otros, en lo que al “ismo” clerical se refiere, el mandato del papa Francisco –“huyan, hermanos, del clericalismo”, que está en todos los abusos del poder en la Iglesia- no es que me suene a grito de alarma (que me suena); es que lleva consigo reclamo de urgencias inmediatas y sostenibles.

Iglesia en marcha… Iglesia en su sitio… Iglesia de par en par. NI a la derecha, ni a la izquierda. Ni azul, ni roja, ni amarilla o verde. En los terrenos de todos, que es como decir en todos los terrenos del hombre abiertos a la trascendencia, la espiritual de corte humano, pero también la sobrenatural, de elevación y sublimación, que llega con el Evangelio de Jesús. Sin complejos ni malicias, pero sin bajar de la mano el estandarte de los valores positivos, ni efímeros ni partidistas, “de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz”, los valores de “reino de Dios”; sin dejar ni un instante de dar la cara ni al hombre, por ser humano este reino, ni a Dios, por ser divino.
Sobre todo, amigos, Iglesia en su sitio. Es donde únicamente se ve como Iglesia de Cristo.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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