¡Viva la Pepa! 6 - XII -2018

¡Viva la Pepa!
[Esta expresión, tan nuestra, ha servido –históricamente- para encubrir el ¡Viva la Constitución!. A ello se aplicó desde 1814 en directa referencia a la primera de nuestras constituciones, la de Cádiz –promulgada el 19 de marzo de 1812, pero abolida el 14 de julio de 1614 por Fernando VII a su regreso del exilio francés. Los liberales para eludir el castigo aparejado a gritar ¿Viva la Constitución! usaban el ¡Viva la Pepa! para decir lo mismo]

* “Hay que ver cómo se odian ustedes”. Por más que lo repita, nunca olvidaré esta horrible frase que, una hermosa mañana de agosto de hace cuatro o cinco años, un ilustrado peregrino frances me dijo, a la vera del puente romano de San Cristobo do Real, en pleno Camino de Santiago, en un receso mio de mi jornada de pesca y en un alivio suyo antes de tomar la vereda que conduce hasta Samos. Tras departir un rato sobre nuestras cosas, nuestras similitudes y diferencias, al darnos la mano para desearnos yo a él “buen Camino• y él a mí “buena pesca”, esta frase suya -que me sonó a reconvención, y no por parecerme verosímil tirando a cierta, sino por apreciar en ella el indicador punzante de una de nuestras mayores servidumbres colectivas- me escoció en el alma.

** En estrecha connivencia con lo anterior- tampoco dejaré de rememorar hoy la terrible letrilla de Antonio Machado en uno de sus Proverbios y Cantares, especie de maldición de pecado original que nos parece seguir como la sombra al cuerpo: “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios; una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Como la “negra sombra” del poema de Rosalía me sigue hoy también este que parece presagio de un destino trágico.

*** No dejaré sin embargo de gritar hoy ¡Viva la Constitución!. Por si fuera posible que, gritando así, el drama que es para todos el vivir deje -de una vez por todas- de volverse entre nosotros tragedia: la tragedia de “las dos Españas”.

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Un jurista que se precie no puede dejar pasar el Día de la Constitución sin hacer los honores debidos a la calidad especial de su rango normativo; sin esbozar al menos algún realce sobre la primacía que la “ley de leyes” ha de tener por ser cabeza del total ordenamiento jurídico del Estado democrático de Derecho y norma de ajuste del terreno del juego jurídico-penal, que traza el marco de lo lícito y lo ilícito políticamente hablando.
Al romper hoy una lanza por la Constitución, no es mi ánimo marcarme faroles en terrenos que no he pisado tan a fondo como para sacar pecho o sentar cátedra. No. No soy un divo y ni siquiera mediano experto en Derecho Constitucional. Eso sí. A lo largo de mi vida docente he analizado y explicado muchas veces la presencia del hecho religioso católico en el constitucionalismo español; y eso me ha obligado a tragarme la letra y el espíritu de nuestros textos constitucionales. Además, como la cuestión de esa presencia aún está vivo y colea, me acucia -hoy precisamente- el empeño por soltar algunas ideas que –en el curso de mis análisis- se han adherido con firmeza a mis convicciones. Serán, eso sí, ideas vertidas, por supuesto, sin ánimo de agotar la materia –sería pretencioso- y con la sola voluntad de dar un punto de vista, el mío, en una materia tan fluida.
Tres o cuatro realces solamente nutren esta mañana mis reflexiones del Día de la Constitución.

Es posible que la tragedia de las “dos Españas” tenga raíces lejanas y hondas en nuestra condición carpetovetónica como diría Cela. Sin embargo –así lo veo yo- su oficial partida de nacimiento la percibo -neta ya- en esa cesura histórica que entre nosotros vieron los últimos lustros del siglo XVIII y los primeros del XIX. Yo diría que tuvo en el Cádiz de las Cortes su primera y oficial vista oral.
Con los cañones de Napoleón a las puertas de casa, afrancesados y legitimistas; liberales y conservadores; clericales y laicistas tuvieron alma y corazón para reunirse en aquellas Cortes e iniciar juntos un camino que no terminó en crisis de ruptura, sino en el modelado de un proyecto serio de concordia nacional. No era fácil; menos fácil incluso que ahora.
Leyendo las “memorias” de uno de los jerifaltes del librepensamiento de entonces, el liberal don Agustín Argüelles, se puede observar la veta del patriotismo-verdad de aquellos políticos y su fina sensibilidad para separar sus ideas y sentimientos del bien de todos, y más en aquel momento crucial de nuestra historia patria. Baste -por ejemplo- constatar su actitud, y la del entero grupo liberal, ante la aceptación y firma del famoso art. 12 de aquella Constitución, el que regulaba el estatuto civil de la I. Católica en el espacio público español. Cuando dice que hubieron de tragarse sapos y culebras para aprobar aquello, pero que era necesario hacerlo y lo hacían, estaba realizando –creo yo- algo más que un gesto o un acto piadoso de tolerancia; estaba actuando de gran estadista, para quien el bien común y de todos está siempre por encima de las propias ideas o ideología, y no digamos de los particulares intereses de persona o partido.

Que en aquella primera Constitución -abierta y liberal para los tiempos como ninguna otra de su época- puso la primera piedra de la entrada neta de España en la modernidad que ya entonces estaba cocinándose por doquier.
Que en ella se proclamara, por primera vez y de forma solemne, que la soberanía reside en el pueblo, con ser novedad y un alarde jurídico-política de alto rango, no es nuevo sin embargo en el pensamiento socio-político de nuestros pensadores –de la llamada Escuela de Salamanca sobre todo- de los ss. XVI y XVII, como es dado ver analizando la obra científica de los Suárez, Soto, Molina, Covarrubias, etc- (cfr. E. BULLON, El concepto de la soberanía en la Escuela jurídica española del s. XVI, Madrid, 1936)-

La verdad. En el concierto y contraste de las distintas constituciones españolas, no temería pecar de exagerado o tendencioso y sectario si afirmara que, de todas ellas y con mucho, la primera –esta de 1812- y la última –la de 1978- han sido las dos mejores, por variadas razones que no es ahora del caso enumerar o glosar. Baste de todos modos decir que, en ambas, y en situaciones de gran emergencia nacional como eran la invasión de España por los franceses y la salida honorable del régimen franquista hacia la democracia, los espanoles salimos juntos de ellas. en actitud es de concordia y de tolerancia por el bien de la paz´.
En honor a la última, la de 1978, no me privo, cuando hay ocasión, de repetir algo que muchas veces he dicho. Las dos Españas –acabo de indicar- se nutren propiamente en esa cesura histórica marcada por el final e inicio de los ss. XVIII y XIX; se oficializan en el Cádiz de las Cortes y de allí salen bastante bien paradas. Pero, desde aquello y hasta la guerra civil y má, no dejan de retroalimentarse y abundar en episodios dramáticos en incluso trágicos.
Pues bien, la circunstancia ocurrida a la muerte de Franco y la conjunción insólita de los hasta entonces adversarios, incluso enemigos, aceptando verse, dialogar y hablar, debatir en tiras y aflojas distendidos y buscar –sobre todo buscar hasta encontrarlo- un consenso que permitiera -olvidando agravios mutuos y superando tensiones, rachas de odios y todo lo demás, nunca se dió antes en nuestra Historia. Nunca se hizo tanto para erradicar de nosotros y de nuestra civilidad la terrible tragedia de las dos Españas. Nunca, he de insistir; además, se hizo interpretando fielmente el sentir de la máxima parte –evito la palabra totalidad por no ser democrática-; y se ha logrado en buena parte y de ello testigos son esos 40 años de convivencia en paz, de desarrollo humano como nunca antes se viera; y de entrada plena en la modernidad que en nuestro entorno cultural era ya moneda de uso corriente.
Por eso solo y sin otros méritos, esta última Constitución, a pesar de sus defectos que los tiene como todo lo humano, debiera ser la niña de los ojos en la pupìla de los españoles normales y responsables.
Que tiene defectos? Normal. Pues que se corrijan, pero sin dinamitarla como quieren los que hoy parecen tener en ella un estorbo a sus paranoias o –dejémoslo en menos de paranoia- arbitrismos interesados o narcisistas. ¿Quiénes son ellos?. Con abrir los ojos basta para enterarse: los que pisotean o queman banderas de España; los que insultan al jefe del Estado, sea quien sea; los que llaman “africanos” a los andaluces o “españoles de mierda” a todos los que no son ellos -ayer se daa otra muestra de eso en Vitoria-; los que ponen tan alto empeño en “tocar” la Constitución, aunque no para reformarla a mejor sino para demolerla.

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Al cumplirse, el año 2008, el 30º aniversario de la Constitución vigente, el 27 de octubre, en el acto de apertura del curso en la R. Academia de Jurisprudencia, su entonces presidente don Landelino Lavilla daba lectura a su discurso sobre “el régimen parlamentario” (A los treinta años de vigencia de la Constitución).
Al final de la lectura, en la que llama “Pausa para la reflexión”, soltaba tres puntadas dignas de nota entonces y también ahora, en este otro cumpleaños. Merece la pena recordarlo.
“Durante sus casi treinta años de vigencia, la Constitución española de 1978 ha presidido un ciclo de normalización política, primero, y, consecuentemente, de afirmación y avance consolidado de los derechos fundamentales y libertades públicas; un período de progreso económico y social, segundo, que ha permitido su homologación con el nivel y condiciones de los países de nuestro entorno natural y de la civilización a la que pertenecemos y contribuimos; un grado de estabilidad institucional sereno y fecundo, tercero, que ha arrumbado los peores hábitos políticos en los que se agitaba y malsobrevivía –con periódicos estallidos- nuestro orden de convivencia. España participa, con razonable eficacia y actividad en la construcción de las nuevas realidades supra-nacionales en proceso de decantación y desarrollo. Se han mantenido y agudizado algunos graves problemas, pero no se ha perdido el paso firme y el sosiego racional en la prosecución por una senda en la que –y es responsabilidad común y compartida- ha de evitarse el agostamiento de las ilusiones germinales”
Y añade este otro punto digno de tenerse en cuenta como aviso a navegantes: “Tras treinta alos de vigencia, la Constitución de 1978 experimenta los envites de minorías que, sin conciencia de los riesgos conjurados y habiendo crecido en la experiencia de la libertad y la democracia que otros conquistaron y ellos han disfrutado, están dispuestos a desdeñar la concordia y traer al presente, no para asimilarlo sino para revivirlo, un pasado de riesgos y azares. Son, ciertamente, una minoría, pero todos conocemos, por ciencia o experiencia, la facilidad con que prenden y se contagian en las masas el halago, las promesas y los sentimientos de agravio en los que fermenta el desprecio y madura el rencor”
“Hay políticas aldeanas y de campanario que nos desalentan; hay regresiones jurídicas que nos sorprenden; hay disfunciones –en ocasiones deliberadamente buscadas que nos perturban” Una estabilidad constituciones de entonces 30 años y ahora de 40 debiera ser –decía para terminar- “aval que debiera calmar impaciencias, inhibir dinámicas disolventes y respaldar, en una convivencia pacificada, la generalizada voluntad de conquistar el mejor futuro de progreso y de bienestar para todos”.
¿No valen para los 40 años, incluso más que para los 30, estas ideas tan bien pensadas y argumentadas?
¿Hay que seguir, o hay alguna razón para seguir las arbitrariedades o fantasías del populismo tan en sazón ahora?

Por eso hoy y a pleno pulmón, estas expresiones no desdicen, sino que siguen ilusionando, a pesar de todo.
¡Viva la Constitución! ¡Felicidades Constitución! ¡Gracias Constitución! ¡Por muchos años Constitución”

Después de rememorar otra vez la letrilla de Machado y repensar el “hay que ver como se odian ustedes” del ilustrado francés del Camino, me voy un rato a ese libro final de J. Marías -España inteligible. Razón histórica de las Españas. Merece la pena para liberarse de algunos de nuestros demonios nacionales y sobre todo para cerrar el pico a los que, en esta hora, pretenden que volvamos la vista atrás para volvernos estatuas de sal. Hemos sido por demasiado tiempo estatuas de sal para no haber aprendido a rebelarse y a ser inconformistas.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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