Al amigo que me pide aclaraciones 22-VIII-2018
Uno de los amigos, con los que suelo compartir mis reflexiones diarias, me pide le aclare algo más ese magistral apunte orteguiano que veta ser “hombre de partido”; con finalidad sin duda de preservar la identidad y la libertad del “yo” frente a ideologías invasoras y depredadoras de la conciencia, lo más sagrado y respetable de un hombre. Lo hago con gusto y lo voy a intentar de la mano del propio Ortega y del magistral ensayo, escrito para un diario de Buenos Aires, allá por el año 1930.
Antes de hacerlo y para no perderme por las ramas, releo y repienso el ensayo; y -para contestar a mi amigo- me arranco echando por delante dos pasajes, de los primeros de este logrado ensayo, un alarde -todo él- de alta costura teórica y práctica, del mejor pensador que tuvo España en el s. XX.
- “Una de las cosas que más indigna a ciertas gentes es que una persona no se adscriba al partido que ellas forman ni tampoco al de sus enemigos, sino que tome una actitud trascendente de ambos, irreductible a ninguno de ellos. A eso se llama colocarse au dessus de la mêlée y para esas gentes nada hay más intolerable. Yo creo, por el contrario, que esa exigencia de que todos los hombres sean partidistas es uno de los morbos más bajos, más ruines y más ridículos de nuestro tiempo. Por fortuna, comienza ya a ser arcaica, extemporánea y se va convirtiendo en vana gesticulación. Crece, en cambio, el número de personas que consideran esa exigencia, además de tonta, profundamente inmoral, y que siguen con fervor esta otra norma: «No ser hombre de partido»
- “Los que se irritan contra quienes, según ellos, se colocan au dessus de la mêlée, son gentes siempre de una misma vitola. Por lo pronto no son nunca los que pensaron originariamente la idea en torno a la cual se formó el partido y que provocó la mêlée. No son, pues, gentes que hayan, por si mismas, pensado nunca en nada. Se han encontrado con un partido hecho que pasaba delante de ellos y lo han tomado como se toma un autobús. Lo han tomado a fin de no caminar con la fatiga de sus propias piernas. Lo han tomado para descansar de sí mismas. Porque hay gente cansada de sí misma desde que nace. No se vaya a creer que este cansancio es un detalle accidental. El hombre nativamente hastiado de sí mismo es un tipo categórico de humanidad. Ese hastío es el centro mismo de su ser y todo lo demás que hace lo hace en virtud de la necesidad de huir de sí a que ese cansancio le obliga”.
Como no deseo ir muy lejos al complacer esta gratificante demanda de este amigo, aclararé lo que pienso con brevedad.
Ortega y Gasset nunca ocultó sus ideas socialistas ni su predilección por el “credo” fundamental del socialismo. Y sin embargo se rebela –desde plataformas humanistas muy auténticas- contra la misma idea de “ser hombre de partido”.
No pienso que Ortega desconociera, o no reconociera- la elevada función instrumental –no esencial- que los partidos tienen para hacer viables las democracias en estos tiempos. Y sin embargo vitupera ser “hombre de partido”.
Y es que –creo yo- una cosa es ser un “hombre de partido” y otra distinta ser “del partido” o “de un partido”. Y no es un mero juego de palabras. Afiliarse a un partido, de acuerdo con las ideas de uno o incluso por conveniencia, no parece que lo denostara Ortega. Pero “ser hombre de partido” es otra cosa de mayor calado humano. Esto último es poner el hombre que uno es y quiere ser atado de pies y manos a disposición incondicional de una burocracia partidista; ciega sumisión a lo que manden los jefes, casi nunca los mejores y casi siempre los más arribistas o los más audaces. Esto lo repudia sin miramientos el gran pensador.
Si esclavitud voluntaria es abdicar de uno mismo, del hombre racional y libre que por esencia debe ser el ser humano sin taras, hasta obedecer y seguir sin pestañear –contra la propia conciencia incluso- lo que manden otros, tomando su mente y su voz por la mente y la voz del “pueblo”, nada extraño tiene que lo deteste Ortega como lo hace en su ensayo. Porque ya no es “partido” sino “partidismo” a secas.
El “hombre de partido” está hecho para cerrar los ojos y seguir a ciegas el camino que le tracen otros. Es tener vocación de esclavo. Ser hombre de partido es hacer farsa en cualquiera de las dos formas que el propio Ortega consigna al elogiar la entereza y sinceridad de su amigo don Pío Baroja (Cfr. El fondo insobornable, en Ideas sobre Pío Baroja, IX). Ser, en cambio, de un partido sin ser, por ello, “hombre de partido”, puede ser una manera de ser demócrata y de servir al “pueblo”.
En este sentido va lo que el propio Ortega resalta cuando el partido-partidismo se vuelve arma arrojadiza y coto abierto al relativismo más absurdo racional y éticamente. “Como la lucha necesita de grupos beligerantes, hagamos de éstos la forma sustantiva de existencia humana. Lo más importante del mundo será el par¬tido, la organización sobreindividual para el combate. Los indi¬viduos no interesan, porque mueren, y es preciso perpetuar los partidos. Todo hombre será miembro de algún partido, y sus ideas y sentimientos serán partidistas. Nada de ajustarse a la verdad, al buen sentido, a lo justo y a lo oportuno. No hay una verdad ni una justicia; hay sólo lo que al partido convenga, y ésa será la verdad y la justicia -se entiende que habrá otras tantas cuantos partidos haya”.
No me cabe duda. Ortega –tan beligerante y hermético ante el hombre llamado por él “el hombre-masa” -un tipo de hombre siempre decidido a dejarse manipular, abierto a tragarse todo lo que le llegue de fuera, sin resortes ni recursos personales para –antes de aceptarlo- pasarlo por el filtro de su capacidad crítica racional que es como decir de la propia conciencia- nunca fue “hombre de partido” aunque sus ideas fueran las de un partido político o pudiera incluso “ser del partido”. “Ser hombre de partido”, en el argot orteguiano, es categoría antropológica, quizás patológica; ser de un partido es categoría política. Si ser lo primero humanamente “non decet”, lo segundo “puede valer” siempre que no se hipotequen al partido –lo que sería partidismo- las raíces y fondos de la persona y de la personalidad de uno.
A mi amigo le pido disculpas si no he sido acertado en las aclaraciones a sus dudas.
Y a todos mis amigos pido que lean, relean y mediten este gran ensayo de Ortega, apto hoy como nunca para liberarse de esclavitudes voluntarias en ese terreno tan querencioso para ellas que el “la política de partido”.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Antes de hacerlo y para no perderme por las ramas, releo y repienso el ensayo; y -para contestar a mi amigo- me arranco echando por delante dos pasajes, de los primeros de este logrado ensayo, un alarde -todo él- de alta costura teórica y práctica, del mejor pensador que tuvo España en el s. XX.
- “Una de las cosas que más indigna a ciertas gentes es que una persona no se adscriba al partido que ellas forman ni tampoco al de sus enemigos, sino que tome una actitud trascendente de ambos, irreductible a ninguno de ellos. A eso se llama colocarse au dessus de la mêlée y para esas gentes nada hay más intolerable. Yo creo, por el contrario, que esa exigencia de que todos los hombres sean partidistas es uno de los morbos más bajos, más ruines y más ridículos de nuestro tiempo. Por fortuna, comienza ya a ser arcaica, extemporánea y se va convirtiendo en vana gesticulación. Crece, en cambio, el número de personas que consideran esa exigencia, además de tonta, profundamente inmoral, y que siguen con fervor esta otra norma: «No ser hombre de partido»
- “Los que se irritan contra quienes, según ellos, se colocan au dessus de la mêlée, son gentes siempre de una misma vitola. Por lo pronto no son nunca los que pensaron originariamente la idea en torno a la cual se formó el partido y que provocó la mêlée. No son, pues, gentes que hayan, por si mismas, pensado nunca en nada. Se han encontrado con un partido hecho que pasaba delante de ellos y lo han tomado como se toma un autobús. Lo han tomado a fin de no caminar con la fatiga de sus propias piernas. Lo han tomado para descansar de sí mismas. Porque hay gente cansada de sí misma desde que nace. No se vaya a creer que este cansancio es un detalle accidental. El hombre nativamente hastiado de sí mismo es un tipo categórico de humanidad. Ese hastío es el centro mismo de su ser y todo lo demás que hace lo hace en virtud de la necesidad de huir de sí a que ese cansancio le obliga”.
Como no deseo ir muy lejos al complacer esta gratificante demanda de este amigo, aclararé lo que pienso con brevedad.
Ortega y Gasset nunca ocultó sus ideas socialistas ni su predilección por el “credo” fundamental del socialismo. Y sin embargo se rebela –desde plataformas humanistas muy auténticas- contra la misma idea de “ser hombre de partido”.
No pienso que Ortega desconociera, o no reconociera- la elevada función instrumental –no esencial- que los partidos tienen para hacer viables las democracias en estos tiempos. Y sin embargo vitupera ser “hombre de partido”.
Y es que –creo yo- una cosa es ser un “hombre de partido” y otra distinta ser “del partido” o “de un partido”. Y no es un mero juego de palabras. Afiliarse a un partido, de acuerdo con las ideas de uno o incluso por conveniencia, no parece que lo denostara Ortega. Pero “ser hombre de partido” es otra cosa de mayor calado humano. Esto último es poner el hombre que uno es y quiere ser atado de pies y manos a disposición incondicional de una burocracia partidista; ciega sumisión a lo que manden los jefes, casi nunca los mejores y casi siempre los más arribistas o los más audaces. Esto lo repudia sin miramientos el gran pensador.
Si esclavitud voluntaria es abdicar de uno mismo, del hombre racional y libre que por esencia debe ser el ser humano sin taras, hasta obedecer y seguir sin pestañear –contra la propia conciencia incluso- lo que manden otros, tomando su mente y su voz por la mente y la voz del “pueblo”, nada extraño tiene que lo deteste Ortega como lo hace en su ensayo. Porque ya no es “partido” sino “partidismo” a secas.
El “hombre de partido” está hecho para cerrar los ojos y seguir a ciegas el camino que le tracen otros. Es tener vocación de esclavo. Ser hombre de partido es hacer farsa en cualquiera de las dos formas que el propio Ortega consigna al elogiar la entereza y sinceridad de su amigo don Pío Baroja (Cfr. El fondo insobornable, en Ideas sobre Pío Baroja, IX). Ser, en cambio, de un partido sin ser, por ello, “hombre de partido”, puede ser una manera de ser demócrata y de servir al “pueblo”.
En este sentido va lo que el propio Ortega resalta cuando el partido-partidismo se vuelve arma arrojadiza y coto abierto al relativismo más absurdo racional y éticamente. “Como la lucha necesita de grupos beligerantes, hagamos de éstos la forma sustantiva de existencia humana. Lo más importante del mundo será el par¬tido, la organización sobreindividual para el combate. Los indi¬viduos no interesan, porque mueren, y es preciso perpetuar los partidos. Todo hombre será miembro de algún partido, y sus ideas y sentimientos serán partidistas. Nada de ajustarse a la verdad, al buen sentido, a lo justo y a lo oportuno. No hay una verdad ni una justicia; hay sólo lo que al partido convenga, y ésa será la verdad y la justicia -se entiende que habrá otras tantas cuantos partidos haya”.
No me cabe duda. Ortega –tan beligerante y hermético ante el hombre llamado por él “el hombre-masa” -un tipo de hombre siempre decidido a dejarse manipular, abierto a tragarse todo lo que le llegue de fuera, sin resortes ni recursos personales para –antes de aceptarlo- pasarlo por el filtro de su capacidad crítica racional que es como decir de la propia conciencia- nunca fue “hombre de partido” aunque sus ideas fueran las de un partido político o pudiera incluso “ser del partido”. “Ser hombre de partido”, en el argot orteguiano, es categoría antropológica, quizás patológica; ser de un partido es categoría política. Si ser lo primero humanamente “non decet”, lo segundo “puede valer” siempre que no se hipotequen al partido –lo que sería partidismo- las raíces y fondos de la persona y de la personalidad de uno.
A mi amigo le pido disculpas si no he sido acertado en las aclaraciones a sus dudas.
Y a todos mis amigos pido que lean, relean y mediten este gran ensayo de Ortega, apto hoy como nunca para liberarse de esclavitudes voluntarias en ese terreno tan querencioso para ellas que el “la política de partido”.
SANTIAGO PANIZO ORALLO