La boda (4) Glosa final. Del rosa y azul al gris o el negro 24-X-2018
Uno que se ha pasado media vida entre patologías y debacles conyugales no puede ser o volverse idealista o soñador en la materia. Me quedaría incompleto o quizás unidimensional si al son de la “marcha nupcial” o al “que se besen” no les pusiera sordina; o si el color de rosa no lo contrastara con el gris, o el negro incluso, de las posibles y múltiples defecciones que se han dado, se dan y seguirán jalonando la historia del matrimonio.
Es posible que en mis anteriores reseñas sobre la boda de Ibor y Pilar me haya pasado en los tonos rosa o azul. Y como los idealismos son viciosos casi siempre porque nunca dan la verdadera cara de las realidades que figuran; no para “curarme en salud”, como se dice –que no viene al caso-, sino para no pecar de “quijote” o “iluso”, mis reflexiones de estos días sobre la boda de mis amigos en Miguelturra las voy a cerrar hoy con una glosa final, que titulo “Del rosa y azul al gris o el negro”.
Conste –antes de seguir- que, en la misma ceremonia, ya lo apuntaba en mi alocución a Ibor y Pilar.
Les realzaba el fascinante milagro del amor que se obra en el matrimonio; pero les precavía diciendo que “la poesía a veces se queda en prosa, o menos que eso, por avatares que no son -siempre y en todo- de luz brillante, sino penumbra de claroscuros en el mejor de los casos y hasta de negra sombra y dominio del gris o el negro sobre el rosa o el verde más de una vez”.
Por eso –añadía-, que nadie se crea que todo es color de rosa en el matrimonio. “Esa poesía del hombre y de la mujer enamorados y felices el día de su boda salta con frecuencia hecha pedazos con todo eso que pueden llamarse genéricamente las puñeterías de la existencia y que no es cosa de traer aquí y ahora caso por caso”
Les advertía, sin dejar de mano la poesía de “todo lo bueno y venturoso que el matrimonio alberga”, de que el reverso de la fuerza del amor -“lo que no es tan bueno ni venturoso”- está al acecho también y puede llegarps “como no os cuidéis de ir ganando el amor cada día y paso a paso, a golpes de tolerancia, lealtad y verdad”. Hay que luchar por el amor para que el amor sea efectivo y no pompa irisada de jabón, tan bella como efímera y sutil.
Claroscuro conyugal se rotula uno de mis libros. Es el acopio de unas conferencias dadas por mí, hace bastantes años, en una sala del Tribunal Superior de Justicia de Galicia, en La Coruña. Ya entonces era conspicuo del “realismo” con que se han de afrontar las cuestiones más humanas, como es -entre otras varias- el matrimonio. Y si en la presentación de aquel libro en la universidad coruñesa afirmaba que un armónico contraste y ensamblaje de las luces y las sombras en un cuadro lleva la pintura hacia sublimes cotas de perfección, eso mismo –en el matrimonio, por ejemplo- se hace también verdad. No deja de ser esto señal inequívoca de que el ideal del matrimonio es poco más que un boceto y que su perfección no está en que se anulen las diferencias o se aniquilen las disparidades, sino en que lo que es anecdótico y accidental no se arija en sustancia; de modo tal que a los dos esposos nunca les coja la noche sin haberse apeado plenamente de sus diferencias, reproches o venalidades; como recomendaba no hace tanto el papa Francisco a los que están casados.
+ + +
Al regresar -a mediodía del domingo- de Ciudad Real y Miguelturra a Madrid y dar las gracias a Jose y Amaya por su generosa hospitalidad viajera, el regusto de “la boda” –desde lo esencial a lo accidental y subalterno, pero importante también- era de un rosa subido. Y no era idealismo ni ojos cerrados de cualquier modo a la realidad, que es como es por vueltas que le demos. Pero, con todo y eso, en esta boda de hoy he visto indicios que permiten presumir racionalmente que el rosa y el azul van a primar sobre el gris o el negro.
Y por eso, al final de todo, les decía: “Vos, Pilar e Ibor, lo podéis lograr… Si queréis”.
Perdonad, amigos, si me hubiera pasado en algo, en más o en menos.
+ + +
Nunca había pisado tan de cerca y en directo las rutas del Quijote. Nunca es tarde, sobre todo si, al hacerlo, progresas en reconciliarte con esa España, eterna, una y múltiple, tan verde y tierna en el Norte, tan mercantil y fenicia en el Este, tan austera pero vital tambén y sensible por Extremadura, tan jacarandosa en el Sur y tan fantástica en ese centro manchego, por el que pasan los hilos de la mejor y más universal de nuestras novelas. Tanto que, nada más llegar a casa, no pude sino abrir El Quijote por la primera página y leer eso que, de memoria, sabemos todos: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor….”
Hace ya más de tres siglos de aquello y parece como si aquel embrujo nos envolviera aún. Es posible que don Quijote cabalgue todavía por aquellas rutas en que la aventura se pierde en cada esquina y el sabor a fantasia no exenta de verdad y de realismo parece poner en el paisaje vegetal y humano ese mismo claroscuro que acabo de indicar para mostrar la grandeza humana del matrimonio.
Después de tan fervorosa evocación, sólo podría cerrar mis recuerdos con cinco palabras: fue –la de Ibor y Pilar- una boda para no olvidar. Palabra!!!
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Es posible que en mis anteriores reseñas sobre la boda de Ibor y Pilar me haya pasado en los tonos rosa o azul. Y como los idealismos son viciosos casi siempre porque nunca dan la verdadera cara de las realidades que figuran; no para “curarme en salud”, como se dice –que no viene al caso-, sino para no pecar de “quijote” o “iluso”, mis reflexiones de estos días sobre la boda de mis amigos en Miguelturra las voy a cerrar hoy con una glosa final, que titulo “Del rosa y azul al gris o el negro”.
Conste –antes de seguir- que, en la misma ceremonia, ya lo apuntaba en mi alocución a Ibor y Pilar.
Les realzaba el fascinante milagro del amor que se obra en el matrimonio; pero les precavía diciendo que “la poesía a veces se queda en prosa, o menos que eso, por avatares que no son -siempre y en todo- de luz brillante, sino penumbra de claroscuros en el mejor de los casos y hasta de negra sombra y dominio del gris o el negro sobre el rosa o el verde más de una vez”.
Por eso –añadía-, que nadie se crea que todo es color de rosa en el matrimonio. “Esa poesía del hombre y de la mujer enamorados y felices el día de su boda salta con frecuencia hecha pedazos con todo eso que pueden llamarse genéricamente las puñeterías de la existencia y que no es cosa de traer aquí y ahora caso por caso”
Les advertía, sin dejar de mano la poesía de “todo lo bueno y venturoso que el matrimonio alberga”, de que el reverso de la fuerza del amor -“lo que no es tan bueno ni venturoso”- está al acecho también y puede llegarps “como no os cuidéis de ir ganando el amor cada día y paso a paso, a golpes de tolerancia, lealtad y verdad”. Hay que luchar por el amor para que el amor sea efectivo y no pompa irisada de jabón, tan bella como efímera y sutil.
Claroscuro conyugal se rotula uno de mis libros. Es el acopio de unas conferencias dadas por mí, hace bastantes años, en una sala del Tribunal Superior de Justicia de Galicia, en La Coruña. Ya entonces era conspicuo del “realismo” con que se han de afrontar las cuestiones más humanas, como es -entre otras varias- el matrimonio. Y si en la presentación de aquel libro en la universidad coruñesa afirmaba que un armónico contraste y ensamblaje de las luces y las sombras en un cuadro lleva la pintura hacia sublimes cotas de perfección, eso mismo –en el matrimonio, por ejemplo- se hace también verdad. No deja de ser esto señal inequívoca de que el ideal del matrimonio es poco más que un boceto y que su perfección no está en que se anulen las diferencias o se aniquilen las disparidades, sino en que lo que es anecdótico y accidental no se arija en sustancia; de modo tal que a los dos esposos nunca les coja la noche sin haberse apeado plenamente de sus diferencias, reproches o venalidades; como recomendaba no hace tanto el papa Francisco a los que están casados.
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Al regresar -a mediodía del domingo- de Ciudad Real y Miguelturra a Madrid y dar las gracias a Jose y Amaya por su generosa hospitalidad viajera, el regusto de “la boda” –desde lo esencial a lo accidental y subalterno, pero importante también- era de un rosa subido. Y no era idealismo ni ojos cerrados de cualquier modo a la realidad, que es como es por vueltas que le demos. Pero, con todo y eso, en esta boda de hoy he visto indicios que permiten presumir racionalmente que el rosa y el azul van a primar sobre el gris o el negro.
Y por eso, al final de todo, les decía: “Vos, Pilar e Ibor, lo podéis lograr… Si queréis”.
Perdonad, amigos, si me hubiera pasado en algo, en más o en menos.
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Nunca había pisado tan de cerca y en directo las rutas del Quijote. Nunca es tarde, sobre todo si, al hacerlo, progresas en reconciliarte con esa España, eterna, una y múltiple, tan verde y tierna en el Norte, tan mercantil y fenicia en el Este, tan austera pero vital tambén y sensible por Extremadura, tan jacarandosa en el Sur y tan fantástica en ese centro manchego, por el que pasan los hilos de la mejor y más universal de nuestras novelas. Tanto que, nada más llegar a casa, no pude sino abrir El Quijote por la primera página y leer eso que, de memoria, sabemos todos: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor….”
Hace ya más de tres siglos de aquello y parece como si aquel embrujo nos envolviera aún. Es posible que don Quijote cabalgue todavía por aquellas rutas en que la aventura se pierde en cada esquina y el sabor a fantasia no exenta de verdad y de realismo parece poner en el paisaje vegetal y humano ese mismo claroscuro que acabo de indicar para mostrar la grandeza humana del matrimonio.
Después de tan fervorosa evocación, sólo podría cerrar mis recuerdos con cinco palabras: fue –la de Ibor y Pilar- una boda para no olvidar. Palabra!!!
SANTIAGO PANIZO ORALLO