Un día y otro día - Otro día y otra vida 1 - I -2019
Desde mi balcón veo amanecer el nuevo día. Me da en los ojos la primera luz de 2019. Amanece como ayer amanecía y parece lo mismo que ayer, pero no es igual. Aunque se sucedan y acompasen los días, no son lo mismo el 31 de diciembre y el uno de enero. Nunca lo son, al menos para inconformistas y rebeldes en el buen sentido de estas palabras.
Anoche Nahia –con sus siete añitos poco ha cumplidos- me recordaba, minutos antes de la cena en familia, su pequeño poema del año pasado –en la misma fecha de despedida de 2017-, que, antes de sonar las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, ella y su hermano -5 añitos a punto ya de cumplir Jon- repartieron entre los presentes como despido del año y saludo al otro. Quería repetir el bonito gesto y pedía le ayudase a otro poema para esta noche. Accedí con gusto a la infantil iniciativa.
Casi todo es de su cosecha; ella iba anotando y cambiando palabras hasta que las dos cuartetas le parecieron bien. Infantil y sencillo, pero lleno de alma, de gracia y sabor, es su pequeño poema. “Vete con Dios Año Viejo, con tus bienes y tus males. No te hagas de rogar, no tuerzas el entrecejo. Bienvenido el Año Nuevo 2019 soñado. Tráenos felicidad , buenos aires y deseos. Y quédate con nosotros hasta que 2020 estrenemos. FELIZ AÑO 2019”. Nahia y su hermano, repartiendo su mensaje al par de las uvas, daban aire nuevo a la Noche Vieja de 2018, y sus deseos, referidos por ellos a cada uno de nosotros, eran nuestros deseos. Tienen consigo sabor a dulce presagio en una noche mágica, que lleva dentro, como ninguna otra noche del año lleva, una fecha de caducidad y otra de vigencias imaginadas, por que sólo es anticipo y promesa. Uno que se muere caduco y gastado mientras el otro se perfila sólo con ribetes de posibilidad.
Amanece como ayer, pero no es lo de ayer. Ni una brizna de nube siquiera en el cielo de Madrid; los centelleos de la luz naciente que tratan de colarse por el verde oscuro de los abetos y pinos de los Jardines del Moro; luminosidad a mansalva y presunta sensación frío también a estas primeras horas del nuevo día.
Pasaron ya los recuerdos ocres y amarillos del otoño, el crisantemo violeta y la menguada flor agónica de los rosales en declive. Llegó hace muy poco la flor del invierno helada y marchita ya casi al nacer; un invierno más, de nieblas de tonos grises tirando a negro, o de sol radiante donde la niebla no cuaja pero que, aunque calienta y entibia, impone desempolvar los protocolos municipales de la contaminación. Y en esas estamos ahora mismo, ante una mañana y un día preñados de sugestivas esperanzas que, hasta sin haber florecido, sirven para soñar. Cuando la marcha Radescky ponga fin otra vez el concierto de Viena y los compases del Danubio Azul y otras piezas de la saga maestra de los Strauss sobre todo hagan revivir anhelos dormidos dentro de cada uno, las almas volverán a sentirse libres y con ganas de volar, aunque sólo sea unas horas porque, mañana, pasado mañana o al día siguiente, esa misma vida que hoy amanece como posibilidad gozosa, haya otra vez de mirarse recelosa al espejo que seguirá dando imágenes distorsionadas de una realidad que, pudiendo ser humana y reciclable y por ello bonita, se quedará otra vez, como casi siempre, en más de lo mismo. Y sabemos todos de sobra qué es o a qué se refiere eso de “más de lo mismo” cuando de transformar conductas y no edificios o estructuras materiales se trata.
No nos desanimemos sin embargo antes de tiempo.
Acabo de leer en un libro que aconseja la “visión responsable” de la realidad para no caer en deformaciones que la tuercen y alienan, que la “vida” es “posibilidad”; eso sí, una posibilidad a la medida de la capacidad y sobre todo de la voluntad de cada uno. Si tú no quieres, no hay nada que hacer; pero –por mucho y bien que se quiera- si no se puede, tampoco es posible hacer mucho. De todos modos y a pesar de todo, convertir posibilidades en actualidades es reto que, a todos, nos llama el primer día del año, si el saludo del “Feliz Año Nuevo” ha de ser algo más que el tonto atragantarse, o casi, con las “doce uvas” o entontecer con el sorbo espirituoso de unas copas de licor en falso brindis por algo que se dice pero que en realidad no se quiere, por eso tan sobado y claro de que son las “obras” los “amores” verdaderos.
Afán serio -y no ritual meramente- por convertir las posibilidades de vida en actualidades de vida. He aquí el mejor brindis para esta mañana radiante, en Madrid, del uno de enero de 2019. Todo un reto, que -como todos los retos- reclama para sí dar la cara a la realidad, mirarle a los ojos, cogerla por los cuernos y –en lo posible- irle comiendo terreno, poco o mucho según las posibilidades de cada uno, y siempre sin ceder un palmo siquiera al cuento, la mentira, la conjura de los necios o de los canallas, que siguen siendo, según el Diccionario, todos los que, por ser malvados, recalan, a cada paso que dan, en miserables.
Y me reafirmo. El reto del nuevo Año está en volver la vida de una “realidad posible” a una “realidad vivida”. Es el empeño que yo veo levantarse audaz, esta mañana de sol radiante en Madrid, de la doce uvas de ayer, de los brindis con cava o chamagne, del beso y los buenos deseos que siguen a todo ello. El cotillón de los vivos colores, de las guirnaldas policromadas y la demás farfolla de la noche mágica por excelencia serán nada, o cuento a lo sumo, sin lo del cambio a mejor, poco a poco y paso a paso -como sea, es secundario- hasta conseguir hacer de 2019 un año mejor que 2018.
Lo tenemos crudo los españoles en nuestra concreta circunstancia. Quien no lo quiera ver haría bien en acudir presto al oculista. “Vamos de culo” titulaba hace un tiempo mis reflexiones. “Meditando al paso de marcha de los cangrejos”, las encabezaba hace muy pocos días. No nos empeñemos, de todos modos, en acuñar pesimismos. La cosa no va de pesimismo. Va de otros pormenores que todos podemos vislumbrar con sólo abrir los ojos. Realismo se llama la figura.
Hoy se celebra también el Día Mundial de la Paz. El papa Francisco, para preservar y fomentar la paz, llama a todos sin excepción, especialmente a los políticos, a llevar “una política de paz”; o lo que es igual, de respeto a la dignidad igual de todos los hombres; de salvaguarda de los derechos humanos; de decisión en todos de llamar a las cosas por su nombre de pila sin falsear su sentido… No lo dice así, pero pudiera muy bien ser glosado su mensaje a favor de la Paz con ese trípode vital del orden social justo con que el romano libro del Digesto de Justiniano abre sus proclamas a favor del reinado de la justicia en cualquier sociedad: “Honeste vivere; alterum non laedere; suum cuique tribuere”. Que, para los que no sepan latín, quiere decir: hay que vivir con dignidad, en la estética de una ética humana y racional; no se debe hacer daño a nadie o no es decente ni coherente hacer a otros lo que no quieras que te hagan a ti; y, por fin, la vitola insigne de la Justicia, “dar a cada cual lo suyo”.
De todos modos, y como es el uno de enero, no vendría mal anotarse lo del “carpe diem” horaciano, invitando a tomar y vivir lo bueno que pueda traer cada momento sin pasarse de rosca especulando demasiado con lo malo que pueda traer el futuro. Cuerpo a tierra; paso corto y vista larga; y no desdeñar nunca lo bueno y hermoso que pueda llegar del “otro”, cualquiera que sea, aunque sea una deliciosa niña como Nahia o un agitado pero dócil “rapaz” como Jon. Llevan sin duda a Dios con ellos, y eso –hasta viniendo de sus vidas incipientes y abiertas a todo- puede ser mucho en una sociedad como esta: gastada, cansada y, por supuesto, líquida o gaseosa como hace tiempo vienen presagiando sociólogos tan certeros y realistas como Zigmunt Bauman y otros más.
Es media mañana y me voy a escuchar el concierto del Año Nuevo en Viena. Al sonar la Marcha Radesky -garbosa, mandona y decidida, desinhibidora de ataduras que encogen o esclavizan, pero sobre todo solemne-, no brindaré por nada porque todo ya fue brindado anoche, pero alzaré hasta “el Dios hecho Hombre” de la Navidad cristiana esa oración de la serenidad, o para pedir serenidad, que mi recordado amigo Luis Fernández-Vega y Diego ordenó esculpir en una de las paredes de su capilla del Cristo de las Cuevas, en Ceceda. Una oración que, desde que la ví allí esculpida, todos los días acostumbro a rezar, porque me suena a verdad y a necesidad incluso. “Pido al Cristo de las Cuevas la ayuda para aceptar las cosas que no puedo cambiar; el coraje para cambiar las que sí puedo; y la sabiduría para saber discernir en ambas situaciones lo que me corresponde hacer”.
Un día y otro día. Una vida y otra vida.
Amigos. Buen año 2019.
Aunque pueda sonar a imposible o a chiste, ¡adelante y a por ello!!!
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Anoche Nahia –con sus siete añitos poco ha cumplidos- me recordaba, minutos antes de la cena en familia, su pequeño poema del año pasado –en la misma fecha de despedida de 2017-, que, antes de sonar las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, ella y su hermano -5 añitos a punto ya de cumplir Jon- repartieron entre los presentes como despido del año y saludo al otro. Quería repetir el bonito gesto y pedía le ayudase a otro poema para esta noche. Accedí con gusto a la infantil iniciativa.
Casi todo es de su cosecha; ella iba anotando y cambiando palabras hasta que las dos cuartetas le parecieron bien. Infantil y sencillo, pero lleno de alma, de gracia y sabor, es su pequeño poema. “Vete con Dios Año Viejo, con tus bienes y tus males. No te hagas de rogar, no tuerzas el entrecejo. Bienvenido el Año Nuevo 2019 soñado. Tráenos felicidad , buenos aires y deseos. Y quédate con nosotros hasta que 2020 estrenemos. FELIZ AÑO 2019”. Nahia y su hermano, repartiendo su mensaje al par de las uvas, daban aire nuevo a la Noche Vieja de 2018, y sus deseos, referidos por ellos a cada uno de nosotros, eran nuestros deseos. Tienen consigo sabor a dulce presagio en una noche mágica, que lleva dentro, como ninguna otra noche del año lleva, una fecha de caducidad y otra de vigencias imaginadas, por que sólo es anticipo y promesa. Uno que se muere caduco y gastado mientras el otro se perfila sólo con ribetes de posibilidad.
Amanece como ayer, pero no es lo de ayer. Ni una brizna de nube siquiera en el cielo de Madrid; los centelleos de la luz naciente que tratan de colarse por el verde oscuro de los abetos y pinos de los Jardines del Moro; luminosidad a mansalva y presunta sensación frío también a estas primeras horas del nuevo día.
Pasaron ya los recuerdos ocres y amarillos del otoño, el crisantemo violeta y la menguada flor agónica de los rosales en declive. Llegó hace muy poco la flor del invierno helada y marchita ya casi al nacer; un invierno más, de nieblas de tonos grises tirando a negro, o de sol radiante donde la niebla no cuaja pero que, aunque calienta y entibia, impone desempolvar los protocolos municipales de la contaminación. Y en esas estamos ahora mismo, ante una mañana y un día preñados de sugestivas esperanzas que, hasta sin haber florecido, sirven para soñar. Cuando la marcha Radescky ponga fin otra vez el concierto de Viena y los compases del Danubio Azul y otras piezas de la saga maestra de los Strauss sobre todo hagan revivir anhelos dormidos dentro de cada uno, las almas volverán a sentirse libres y con ganas de volar, aunque sólo sea unas horas porque, mañana, pasado mañana o al día siguiente, esa misma vida que hoy amanece como posibilidad gozosa, haya otra vez de mirarse recelosa al espejo que seguirá dando imágenes distorsionadas de una realidad que, pudiendo ser humana y reciclable y por ello bonita, se quedará otra vez, como casi siempre, en más de lo mismo. Y sabemos todos de sobra qué es o a qué se refiere eso de “más de lo mismo” cuando de transformar conductas y no edificios o estructuras materiales se trata.
No nos desanimemos sin embargo antes de tiempo.
Acabo de leer en un libro que aconseja la “visión responsable” de la realidad para no caer en deformaciones que la tuercen y alienan, que la “vida” es “posibilidad”; eso sí, una posibilidad a la medida de la capacidad y sobre todo de la voluntad de cada uno. Si tú no quieres, no hay nada que hacer; pero –por mucho y bien que se quiera- si no se puede, tampoco es posible hacer mucho. De todos modos y a pesar de todo, convertir posibilidades en actualidades es reto que, a todos, nos llama el primer día del año, si el saludo del “Feliz Año Nuevo” ha de ser algo más que el tonto atragantarse, o casi, con las “doce uvas” o entontecer con el sorbo espirituoso de unas copas de licor en falso brindis por algo que se dice pero que en realidad no se quiere, por eso tan sobado y claro de que son las “obras” los “amores” verdaderos.
Afán serio -y no ritual meramente- por convertir las posibilidades de vida en actualidades de vida. He aquí el mejor brindis para esta mañana radiante, en Madrid, del uno de enero de 2019. Todo un reto, que -como todos los retos- reclama para sí dar la cara a la realidad, mirarle a los ojos, cogerla por los cuernos y –en lo posible- irle comiendo terreno, poco o mucho según las posibilidades de cada uno, y siempre sin ceder un palmo siquiera al cuento, la mentira, la conjura de los necios o de los canallas, que siguen siendo, según el Diccionario, todos los que, por ser malvados, recalan, a cada paso que dan, en miserables.
Y me reafirmo. El reto del nuevo Año está en volver la vida de una “realidad posible” a una “realidad vivida”. Es el empeño que yo veo levantarse audaz, esta mañana de sol radiante en Madrid, de la doce uvas de ayer, de los brindis con cava o chamagne, del beso y los buenos deseos que siguen a todo ello. El cotillón de los vivos colores, de las guirnaldas policromadas y la demás farfolla de la noche mágica por excelencia serán nada, o cuento a lo sumo, sin lo del cambio a mejor, poco a poco y paso a paso -como sea, es secundario- hasta conseguir hacer de 2019 un año mejor que 2018.
Lo tenemos crudo los españoles en nuestra concreta circunstancia. Quien no lo quiera ver haría bien en acudir presto al oculista. “Vamos de culo” titulaba hace un tiempo mis reflexiones. “Meditando al paso de marcha de los cangrejos”, las encabezaba hace muy pocos días. No nos empeñemos, de todos modos, en acuñar pesimismos. La cosa no va de pesimismo. Va de otros pormenores que todos podemos vislumbrar con sólo abrir los ojos. Realismo se llama la figura.
Hoy se celebra también el Día Mundial de la Paz. El papa Francisco, para preservar y fomentar la paz, llama a todos sin excepción, especialmente a los políticos, a llevar “una política de paz”; o lo que es igual, de respeto a la dignidad igual de todos los hombres; de salvaguarda de los derechos humanos; de decisión en todos de llamar a las cosas por su nombre de pila sin falsear su sentido… No lo dice así, pero pudiera muy bien ser glosado su mensaje a favor de la Paz con ese trípode vital del orden social justo con que el romano libro del Digesto de Justiniano abre sus proclamas a favor del reinado de la justicia en cualquier sociedad: “Honeste vivere; alterum non laedere; suum cuique tribuere”. Que, para los que no sepan latín, quiere decir: hay que vivir con dignidad, en la estética de una ética humana y racional; no se debe hacer daño a nadie o no es decente ni coherente hacer a otros lo que no quieras que te hagan a ti; y, por fin, la vitola insigne de la Justicia, “dar a cada cual lo suyo”.
De todos modos, y como es el uno de enero, no vendría mal anotarse lo del “carpe diem” horaciano, invitando a tomar y vivir lo bueno que pueda traer cada momento sin pasarse de rosca especulando demasiado con lo malo que pueda traer el futuro. Cuerpo a tierra; paso corto y vista larga; y no desdeñar nunca lo bueno y hermoso que pueda llegar del “otro”, cualquiera que sea, aunque sea una deliciosa niña como Nahia o un agitado pero dócil “rapaz” como Jon. Llevan sin duda a Dios con ellos, y eso –hasta viniendo de sus vidas incipientes y abiertas a todo- puede ser mucho en una sociedad como esta: gastada, cansada y, por supuesto, líquida o gaseosa como hace tiempo vienen presagiando sociólogos tan certeros y realistas como Zigmunt Bauman y otros más.
Es media mañana y me voy a escuchar el concierto del Año Nuevo en Viena. Al sonar la Marcha Radesky -garbosa, mandona y decidida, desinhibidora de ataduras que encogen o esclavizan, pero sobre todo solemne-, no brindaré por nada porque todo ya fue brindado anoche, pero alzaré hasta “el Dios hecho Hombre” de la Navidad cristiana esa oración de la serenidad, o para pedir serenidad, que mi recordado amigo Luis Fernández-Vega y Diego ordenó esculpir en una de las paredes de su capilla del Cristo de las Cuevas, en Ceceda. Una oración que, desde que la ví allí esculpida, todos los días acostumbro a rezar, porque me suena a verdad y a necesidad incluso. “Pido al Cristo de las Cuevas la ayuda para aceptar las cosas que no puedo cambiar; el coraje para cambiar las que sí puedo; y la sabiduría para saber discernir en ambas situaciones lo que me corresponde hacer”.
Un día y otro día. Una vida y otra vida.
Amigos. Buen año 2019.
Aunque pueda sonar a imposible o a chiste, ¡adelante y a por ello!!!
SANTIAGO PANIZO ORALLO