La encuesta - Cábalas, conjeturas y augurios 26-X-2018
Desde ayer es noticia la encuesta del mes sobre las filias y fobias de los españoles ante sus políticos de la hora presente y el más o el menos del aprecio que los ciudadanos tienen por cada uno de los llamados líderes, desde la ultra-izquierda a la ultra-derecha, pasando por todos los pliegues del amplio espectro político-social de este país.
Según la encuesta, parece ser que las huestes de don Pedro Sánchez marchan “viento en popa” a la cabeza del grupo en todo; el político mejor valorado es también el mismo y crece tan espectacularmente la intención de voto –o como se le quiera llamar- hacia él, hasta superar el 30 % de las intenciones.
Ante la Encuesta, los augurios y los comentarios vuelan raudos y las preguntas no cesan de saltar a la palestra de la pública opinión.
¿Es posible?
Después de lo de la tesis, los vaivenes, las fintas, los puros gestos, gesticulaciones y todo lo demás, ¿es verosímil?
Pero la pregunta que vuela más alto y rauda es la que se formula con estas solas dos palabras: ¿Es creíble?
Se sabe de sobra –en buena técnica probatoria- que las estadísticas, como los resultados de las encuestas- no son prueba, ni tienen valor de prueba. Pueden llegar a indicios que permitan suposiciones y, en algún caso, presunciones de hecho; pero no prueba en el sentido usual y también jurídico de la palabra.
Y si embargo, a pesar de todo y quizás por hallarnos en sociedades inmersas en una cultura de la “comunicación”, en que las ondas pueden pesar más que la realidad o la verdad, no dejan de dar que pensar y, sobre todo, que hablar las encuestas; y pueden servir para hacer opinión y hasta para convencer a algunos –no a muchos seguramente ni a todos, aunque sí a los suficientes para hacerse notar- de que, como suele decirse, “cuando el río ruge, es que agua lleva”.
Acabo de oír esta mañana en la radio un comentario sobre la actual Encuesta que pone al partido de don Pedro Sánchez y al mismo don Pedro en la cúspide de las intenciones de voto, si ahora mismo se celebraran elecciones.
El comentario –no a la letra, sino en su espíritu y fondo- era una especie de sorites argumental y convencional, que –poco más o menos.- se componía de condicionales más o menos así:
¿Es creíble la Encuesta? Me temo que no; pero es posible que sí…
Y si a la gente le gustara que le subieran los impuestos; o que le tomen el pelo, media hora sí y la siguiente también?
Y si la gente fuera cainita y guerra-civlista y sus preferencias fueran más las de pelearse y odiarse que las de dialogar y hablar juntos para resolver los problemas de todos?
Y si la gente fuera masoquista y le divirtiera causarse daño a sí misma, sin parara mientes en las consecuencias de ello?
Y si a la gente la gustara la marcha atrás más o mejor que las marchas adelante y prefiriera ser cangrejo a ser motocicleta?
El sorites o sarta encadenada de argumentos sería interminable y admite todos los añadidos que se le quieran adosar a lo que pudiera ser la gente, desde ser pasota o inhibida a ser comodona, perezosa o ingenua; quizás masoquista y enemiga de sí misma como aventuraba esta mañana el aludido comentarista de la Encuesta.
No es creíble, decían muchos hoy. Es propaganda pura; es para crear opinión en los tiempos de la pos-verdad; es táctica o estrategia del Poder cuando se trata a de mantenerlo a toda costa (y en esto sí que Maquiavelo era un buen maestro); pero no puede ser verdad con la que está cayendo. Por lógica. Por sentido común. No se olvide, a pesar de eso, que, a veces, las mejores lógicas fallan y el sentido común pudiera no ser el más común de los sentidos.
Y ahora me pregunto yo: ¿Es posible? Y me respondo que sí. Claro que es posible. Y a la historia más reciente me remito, cuando este pueblo, por dos veces, eligió a quien nos había de meter en la peor de las crisis económicas que se han padecido en los últimos 50 años.
Y ya –para cerrar estas breves reflexiones- me acuerdo de aquella sonada y circunspecta frase del gran emperador Carlos, quien, tras su derrota por el rey Francisco I de Francia, dijo que “la fortuna es mujer y prefiere un joven rey a un viejo emperador”. Demos a la frase las vueltas precisas y es posible que no andemos lejos de ver en ella un reflejo de la historia, y no tanto pasada sino también presente.
Y, además, eso de que ¡el pueblo nunca se equivoca” no deja de ser una gracia más de las que se dicen para dar coba o simplificar.. Y si no lo cree, pregunte a politólogos de la talla de Raimond Aron y otros de reconocido prestigio (cfr. El siglo de las sombras, referido al s. XX).
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Según la encuesta, parece ser que las huestes de don Pedro Sánchez marchan “viento en popa” a la cabeza del grupo en todo; el político mejor valorado es también el mismo y crece tan espectacularmente la intención de voto –o como se le quiera llamar- hacia él, hasta superar el 30 % de las intenciones.
Ante la Encuesta, los augurios y los comentarios vuelan raudos y las preguntas no cesan de saltar a la palestra de la pública opinión.
¿Es posible?
Después de lo de la tesis, los vaivenes, las fintas, los puros gestos, gesticulaciones y todo lo demás, ¿es verosímil?
Pero la pregunta que vuela más alto y rauda es la que se formula con estas solas dos palabras: ¿Es creíble?
Se sabe de sobra –en buena técnica probatoria- que las estadísticas, como los resultados de las encuestas- no son prueba, ni tienen valor de prueba. Pueden llegar a indicios que permitan suposiciones y, en algún caso, presunciones de hecho; pero no prueba en el sentido usual y también jurídico de la palabra.
Y si embargo, a pesar de todo y quizás por hallarnos en sociedades inmersas en una cultura de la “comunicación”, en que las ondas pueden pesar más que la realidad o la verdad, no dejan de dar que pensar y, sobre todo, que hablar las encuestas; y pueden servir para hacer opinión y hasta para convencer a algunos –no a muchos seguramente ni a todos, aunque sí a los suficientes para hacerse notar- de que, como suele decirse, “cuando el río ruge, es que agua lleva”.
Acabo de oír esta mañana en la radio un comentario sobre la actual Encuesta que pone al partido de don Pedro Sánchez y al mismo don Pedro en la cúspide de las intenciones de voto, si ahora mismo se celebraran elecciones.
El comentario –no a la letra, sino en su espíritu y fondo- era una especie de sorites argumental y convencional, que –poco más o menos.- se componía de condicionales más o menos así:
¿Es creíble la Encuesta? Me temo que no; pero es posible que sí…
Y si a la gente le gustara que le subieran los impuestos; o que le tomen el pelo, media hora sí y la siguiente también?
Y si la gente fuera cainita y guerra-civlista y sus preferencias fueran más las de pelearse y odiarse que las de dialogar y hablar juntos para resolver los problemas de todos?
Y si la gente fuera masoquista y le divirtiera causarse daño a sí misma, sin parara mientes en las consecuencias de ello?
Y si a la gente la gustara la marcha atrás más o mejor que las marchas adelante y prefiriera ser cangrejo a ser motocicleta?
El sorites o sarta encadenada de argumentos sería interminable y admite todos los añadidos que se le quieran adosar a lo que pudiera ser la gente, desde ser pasota o inhibida a ser comodona, perezosa o ingenua; quizás masoquista y enemiga de sí misma como aventuraba esta mañana el aludido comentarista de la Encuesta.
No es creíble, decían muchos hoy. Es propaganda pura; es para crear opinión en los tiempos de la pos-verdad; es táctica o estrategia del Poder cuando se trata a de mantenerlo a toda costa (y en esto sí que Maquiavelo era un buen maestro); pero no puede ser verdad con la que está cayendo. Por lógica. Por sentido común. No se olvide, a pesar de eso, que, a veces, las mejores lógicas fallan y el sentido común pudiera no ser el más común de los sentidos.
Y ahora me pregunto yo: ¿Es posible? Y me respondo que sí. Claro que es posible. Y a la historia más reciente me remito, cuando este pueblo, por dos veces, eligió a quien nos había de meter en la peor de las crisis económicas que se han padecido en los últimos 50 años.
Y ya –para cerrar estas breves reflexiones- me acuerdo de aquella sonada y circunspecta frase del gran emperador Carlos, quien, tras su derrota por el rey Francisco I de Francia, dijo que “la fortuna es mujer y prefiere un joven rey a un viejo emperador”. Demos a la frase las vueltas precisas y es posible que no andemos lejos de ver en ella un reflejo de la historia, y no tanto pasada sino también presente.
Y, además, eso de que ¡el pueblo nunca se equivoca” no deja de ser una gracia más de las que se dicen para dar coba o simplificar.. Y si no lo cree, pregunte a politólogos de la talla de Raimond Aron y otros de reconocido prestigio (cfr. El siglo de las sombras, referido al s. XX).
SANTIAGO PANIZO ORALLO