El espectáculo Vamos de culo 22-XI-2018
No soy yo quien busca los hechos para entablar diálogo con ellos; son ellos los que nos buscan para entablar conversación. Hay veces que los hechos te resbalan y los dejas pasar; pero hay otras en que dejarlos pasar sin saludarlos al menos sería descortesía y mala educación. Incluso no sólo eso, sino inconsciencia.
Titular un pequeño ensayo como el de estas reflexiones de hoy con cualquiera de los dos registros arriba marcados pudiera sonar a pesimismo, a derrotismo, a dar excesiva importancia a cosas pequeñas o, incluso, a resabios de cascarrabias o prejuicios de observador puritano y poco al día del “aquí y ahora” de la política en este país.
Sea como sea, los hechos de ayer en el Congreso de los Diputados me fuerzan a quedarme con ellos un rato esta mañana para oír de sus labios lo que me quieran decir. Como ayer mismo decía, los “hechos”, para poder recibir de ellos la versión veraz, no deben mirarse como abstracciones imaginarias, sino que han de verse “situados” –como hechos de vida colectiva que son en este caso- en el exacto lugar en que se producen: el Parlamento de una nación que se dice democrática –que lo sea de verdad, después de lo de ayer, es otra cosa- y en un foro como el Congreso de los Diputados, en el que, por lo que representa –al entero “pueblo español”-, la “sustancia” y los “modos” conjuntamente deben –no pueden, sino que deben- responder a la dignidad de lo representado.
Como ni quiero ni pretendo ser “masoquista”, me propongo ser todo lo breve y escueto que pueda ser. Como tampoco aspiro a que me llamen pesimista, haré lo posible por no verter luces de “apocalipsis” sobre el escenario en cuestión. Y como, además, no es agradable que llamen a uno “amargado” –aunque una cosa sea serlo por entrañas y otra que las groserías “amarguen” en la boca o arruguen la cara como retazos del odio que son todas ellas-, veré de aliñar el lamentable suceso con salsa de la mayor ironía posible.
El espectáculo fue realmente para no perdérselo. Yo no dudo de que lo fue y con todas las de la ley. Y, como pienso que lo fue, los adjetivos que le dedico bien pudieran ser estos: bochornoso, asqueroso, repugnante, degradante, pero sobre todo indigno; y no tanto de ellos, de los provocadores –que también-, como del “pueblo” al que representan; del pueblo en cuanto sufridor de la gresca montada y de la zafiedad vertida. Claro está, a menos que el pueblo al que representan los “próceres” “mesías” o sea como ellos o, si no lo fuera, tenga la conciencia de pueblo en estado de de encefalograma plano; cosa posible y hasta verosímil, por lo visto. Pero, como digo, lo malo del espectáculo es que, en él y por él, no sólo son ellos los concernidos ya que somos todos nosotros los afectados. Por eso pienso que el derecho a la rebeldía es incontestable.
Es que, una vez más y tratándose de un espectáculo de tamaña dimensión, lo que todos vimos y oímos, algunos de los allí presentes –del bando incluso del “escupido” –gestual o realmente, que es casi lo mismo- no vieron nada, o dicen que no vieron nada, en otro gesto mitad innoble con un compañero de partido, mitad “lameculos” para no perder –en el presente o en el futuro quizá mejor- las esperanzas de poltrona o de pupitre. No vieron nada o dicen que no vieron nada. Conste que, al oírles decir que ellos/ellas no vieron el escupitajo gestual cuando menos, no pude por menos de acordarme de las dos clases de ceguera del viejo pero tan actual Septimio Severo, y me decidí a situarlos/las en la de los que “no ven donde hay”; porque la otra, la de ver donde no hay, tiene mucho más de malicia que de miopía, buscado estrabismo o vista resabiada. Mi amigo Luís, el gran oftalmólogo de Oviedo, seguramente lo diagnosticaría con más acierto que yo.
A pesar de todo, no es cosa de extrañarse. Llueve sobre mojado. Es una recaída. Porque el descrédito, la degradación del Parlamento y por ende de la vida parlamentaria, viene de atrás; y no tanto de la II República cuando, según dicen los anales, los diputados debían dejar las pistolas en un armario antes de entrar en el hemiciclo, sino de no hace tanto, desde que, por ejemplo, se tolera –ojo con la “tolerancia” porque también tiene límites- ir en mangas de camisa a las sesiones parlamentarias o dar la teta al niño en las bancadas del hemiciclo, en plena sesión. Y no diré que sea cosa de rasgarse ninguna vestidura por ello, sino que entra en la historia universal de “lo cursi”. Dejémoslo, pues. en eso.
Creo, puesto a pensar, que -sin irse ni a malicias ni, menos aún, a epitalamios de burguesía decadente- este afán de ”tolerarlo todo” hasta lo estrambótico o lo deleznable a ojos vistas, y hasta de disculparlo y habituarse a ello como cosa normal, encaja bien en ese significativo Proverbio de mi poeta favorito, don Antonio Machado, cuando –haciendo gala de una certera filosofía de la vida, espeta lo de “qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también”.
Esta historia de lo que los “progres” llaman “progreso” es tantas veces una pringosa adulteración de una historia humana que ha de ser “vida ascendente” o no es más que basura…
Andamos descompensados; entre el móvil último grito a la oreja y el salvajismo de la sesión de ayer en el Parlamento de la nación hay un abismo de incongruencias; y atar esas dos moscas por el rabo habla alto y fuerte de enorme desequilibrio. Aunque, de todos modos, ha ded reconocerse admirable que el insulto del tal Rufiá –hay que ver lo que hace este personajillo para conseguir adecuar el nombre a los hechos!- lo hayamos podido “degustar” todos en su propia salsa y al instante. No se necesita propaganda; lo hemos podido ver tal cual, y en eso al menos hemos ganado
Y ya, para otra leve soba del caso, vayan dos puntadas con ánimo de adobarlo un poco. Dos digresiones pero sin salirse del contexto inmediato.
¿Es que –en la dialéctica ordinaria de sustancia y modo- los modos no cuentan o no son vivas muestras del respeto o trato que se da a las sustancias?
Recordemos esto. “No basta la sustancia; requiérese también la circunstancia. Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y la razón”. “Es el modo una de las prendas del mérito… y, por eso, la falta della es inexcusable… Fuerte es la verdad, valiente la razón, Poderosa la justicia, pero sin un buen modo todo se desluce, así como con él todo se adelanta” (cfr. Baltasar Gracián, Oráculo manual, 14; El discreto, XXII).
Y Ortega y Gasset -pensador sin pizca de condescendencia o tolerancia con la mediocridad y el cuento-, que quiso que la democracia fuera instrumento útil de regeneración de la vida política en España –que le dolía como duele a muchos todavía- ¿no veía en el “plebeyismo” y en los usos zafios de políticos de medio pelo un virus degradante y denigrante de las democracias modernas?
Recordemos esto otro. “En los últimos tiempos ha padecido Europa un grave descenso de la cortesía, y coetáneamente hemos llegado en España al imperio indiviso de la descortesía. Nuestra raza valetudinaria se siente halagada cuando alguien la invita a adoptar una postura plebeya, de la misma suerte que el cuerpo enfermo agradece que se le permita tenderse a su sabor. El plebeyismo triunfante en todo el mundo tiraniza en España. Y como toda tiranía es insufrible, conviene que vayamos preparando la revolución contra el plebeyismo, el más insufrible de los tiranos” (cfr.. Democracia morbosa, Obras completas, Ed. Alianza Edit. Madrid, 1998, t. II, p. 135).
Y me digo para mí, ¿qué hubiera pensado o dicho el que así hablaba hace ya un siglo, de haber presenciado la impresentable –por zafia y barriobajera- “gresca” de ayer, de los sedicentes políticos, en el Congreso? ¿Se hubiera callado?
Y para cerrar, otras dos cosas.
Al Sr. Borrell me atrevo –perdón si es osadía!- a preguntarle por qué no dimite después del obsequio recibido de sus conmilitones de partido, dejándole poco menos que “sólo ante el peligro”. Creo que su propia dignidad también anda en juego. Hace no tantos días, un jurista de renombrado y bien ganado prestigio lo hizo en parecida coyuntura.
Y al pueblo español, incluso a ese pueblo que seguramente tiene a los de ayer, los del insulto y el salivazo, cuando menos gestual, como valientes y quizás héroes, sin ser –porque no lo son- nada de eso, me atrevo así mismo a decirle –perdón, si fuera otra osadía!. Espabila, pueblo, que ya no es que te estén segando la hierba bajo los pies; es que te los están cortando a fuerza de zarandear a diario las más genuinas instituciones por las que se hace la democracia al igual que sus bases de sustentación y apoyo. ¿Es que puedes ceder el ejercicio de la soberanía que está en tí a personajillos como estos sin caérsete la cara de vergüenza por el mal uso que hacen de las atribuciones que tú les has dado? ¿No ves que actúan como si fueran los “amos del cortijo” sin serlo?
El espectáculo que se nos ha servido es de los que hacen época. Habrá quienes lo vean o llamen “progreso” –“hay gente pa tó…”. Yo no creo que sea para enorgullecer a nadie que ejerza de hombre.
Y, por fin, que “vamos de culo” en demasiadas cosas de fondo y sustancia, y por supuesto en calidad democrática concretamente, negarlo parece de necios y posiblemente suicida.
Acojámonos de todos modos al clavo ardiendo: nunca llovió que no escampara después. Es un consuelo; y algo es algo. Pero lo de ayer, a todas luces, impresentable; y a los ojos de cualquier espectador normal, una pesadilla que, tal vez, no se disipe tan fácilmente. Las elecciones están a la vuelta de la esquina. ¿por qué no pensar un poco en ello? Para que no sea verdad lo de que “tenemos lo que nos merecemos”, decidamos al menos pensar un poco cuando aún es tiempo.
Perdonad, amigos, si me hubiera pasado en algo. Los hechos, esta vez, son de los que no perdonan.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Titular un pequeño ensayo como el de estas reflexiones de hoy con cualquiera de los dos registros arriba marcados pudiera sonar a pesimismo, a derrotismo, a dar excesiva importancia a cosas pequeñas o, incluso, a resabios de cascarrabias o prejuicios de observador puritano y poco al día del “aquí y ahora” de la política en este país.
Sea como sea, los hechos de ayer en el Congreso de los Diputados me fuerzan a quedarme con ellos un rato esta mañana para oír de sus labios lo que me quieran decir. Como ayer mismo decía, los “hechos”, para poder recibir de ellos la versión veraz, no deben mirarse como abstracciones imaginarias, sino que han de verse “situados” –como hechos de vida colectiva que son en este caso- en el exacto lugar en que se producen: el Parlamento de una nación que se dice democrática –que lo sea de verdad, después de lo de ayer, es otra cosa- y en un foro como el Congreso de los Diputados, en el que, por lo que representa –al entero “pueblo español”-, la “sustancia” y los “modos” conjuntamente deben –no pueden, sino que deben- responder a la dignidad de lo representado.
Como ni quiero ni pretendo ser “masoquista”, me propongo ser todo lo breve y escueto que pueda ser. Como tampoco aspiro a que me llamen pesimista, haré lo posible por no verter luces de “apocalipsis” sobre el escenario en cuestión. Y como, además, no es agradable que llamen a uno “amargado” –aunque una cosa sea serlo por entrañas y otra que las groserías “amarguen” en la boca o arruguen la cara como retazos del odio que son todas ellas-, veré de aliñar el lamentable suceso con salsa de la mayor ironía posible.
El espectáculo fue realmente para no perdérselo. Yo no dudo de que lo fue y con todas las de la ley. Y, como pienso que lo fue, los adjetivos que le dedico bien pudieran ser estos: bochornoso, asqueroso, repugnante, degradante, pero sobre todo indigno; y no tanto de ellos, de los provocadores –que también-, como del “pueblo” al que representan; del pueblo en cuanto sufridor de la gresca montada y de la zafiedad vertida. Claro está, a menos que el pueblo al que representan los “próceres” “mesías” o sea como ellos o, si no lo fuera, tenga la conciencia de pueblo en estado de de encefalograma plano; cosa posible y hasta verosímil, por lo visto. Pero, como digo, lo malo del espectáculo es que, en él y por él, no sólo son ellos los concernidos ya que somos todos nosotros los afectados. Por eso pienso que el derecho a la rebeldía es incontestable.
Es que, una vez más y tratándose de un espectáculo de tamaña dimensión, lo que todos vimos y oímos, algunos de los allí presentes –del bando incluso del “escupido” –gestual o realmente, que es casi lo mismo- no vieron nada, o dicen que no vieron nada, en otro gesto mitad innoble con un compañero de partido, mitad “lameculos” para no perder –en el presente o en el futuro quizá mejor- las esperanzas de poltrona o de pupitre. No vieron nada o dicen que no vieron nada. Conste que, al oírles decir que ellos/ellas no vieron el escupitajo gestual cuando menos, no pude por menos de acordarme de las dos clases de ceguera del viejo pero tan actual Septimio Severo, y me decidí a situarlos/las en la de los que “no ven donde hay”; porque la otra, la de ver donde no hay, tiene mucho más de malicia que de miopía, buscado estrabismo o vista resabiada. Mi amigo Luís, el gran oftalmólogo de Oviedo, seguramente lo diagnosticaría con más acierto que yo.
A pesar de todo, no es cosa de extrañarse. Llueve sobre mojado. Es una recaída. Porque el descrédito, la degradación del Parlamento y por ende de la vida parlamentaria, viene de atrás; y no tanto de la II República cuando, según dicen los anales, los diputados debían dejar las pistolas en un armario antes de entrar en el hemiciclo, sino de no hace tanto, desde que, por ejemplo, se tolera –ojo con la “tolerancia” porque también tiene límites- ir en mangas de camisa a las sesiones parlamentarias o dar la teta al niño en las bancadas del hemiciclo, en plena sesión. Y no diré que sea cosa de rasgarse ninguna vestidura por ello, sino que entra en la historia universal de “lo cursi”. Dejémoslo, pues. en eso.
Creo, puesto a pensar, que -sin irse ni a malicias ni, menos aún, a epitalamios de burguesía decadente- este afán de ”tolerarlo todo” hasta lo estrambótico o lo deleznable a ojos vistas, y hasta de disculparlo y habituarse a ello como cosa normal, encaja bien en ese significativo Proverbio de mi poeta favorito, don Antonio Machado, cuando –haciendo gala de una certera filosofía de la vida, espeta lo de “qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también”.
Esta historia de lo que los “progres” llaman “progreso” es tantas veces una pringosa adulteración de una historia humana que ha de ser “vida ascendente” o no es más que basura…
Andamos descompensados; entre el móvil último grito a la oreja y el salvajismo de la sesión de ayer en el Parlamento de la nación hay un abismo de incongruencias; y atar esas dos moscas por el rabo habla alto y fuerte de enorme desequilibrio. Aunque, de todos modos, ha ded reconocerse admirable que el insulto del tal Rufiá –hay que ver lo que hace este personajillo para conseguir adecuar el nombre a los hechos!- lo hayamos podido “degustar” todos en su propia salsa y al instante. No se necesita propaganda; lo hemos podido ver tal cual, y en eso al menos hemos ganado
Y ya, para otra leve soba del caso, vayan dos puntadas con ánimo de adobarlo un poco. Dos digresiones pero sin salirse del contexto inmediato.
¿Es que –en la dialéctica ordinaria de sustancia y modo- los modos no cuentan o no son vivas muestras del respeto o trato que se da a las sustancias?
Recordemos esto. “No basta la sustancia; requiérese también la circunstancia. Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y la razón”. “Es el modo una de las prendas del mérito… y, por eso, la falta della es inexcusable… Fuerte es la verdad, valiente la razón, Poderosa la justicia, pero sin un buen modo todo se desluce, así como con él todo se adelanta” (cfr. Baltasar Gracián, Oráculo manual, 14; El discreto, XXII).
Y Ortega y Gasset -pensador sin pizca de condescendencia o tolerancia con la mediocridad y el cuento-, que quiso que la democracia fuera instrumento útil de regeneración de la vida política en España –que le dolía como duele a muchos todavía- ¿no veía en el “plebeyismo” y en los usos zafios de políticos de medio pelo un virus degradante y denigrante de las democracias modernas?
Recordemos esto otro. “En los últimos tiempos ha padecido Europa un grave descenso de la cortesía, y coetáneamente hemos llegado en España al imperio indiviso de la descortesía. Nuestra raza valetudinaria se siente halagada cuando alguien la invita a adoptar una postura plebeya, de la misma suerte que el cuerpo enfermo agradece que se le permita tenderse a su sabor. El plebeyismo triunfante en todo el mundo tiraniza en España. Y como toda tiranía es insufrible, conviene que vayamos preparando la revolución contra el plebeyismo, el más insufrible de los tiranos” (cfr.. Democracia morbosa, Obras completas, Ed. Alianza Edit. Madrid, 1998, t. II, p. 135).
Y me digo para mí, ¿qué hubiera pensado o dicho el que así hablaba hace ya un siglo, de haber presenciado la impresentable –por zafia y barriobajera- “gresca” de ayer, de los sedicentes políticos, en el Congreso? ¿Se hubiera callado?
Y para cerrar, otras dos cosas.
Al Sr. Borrell me atrevo –perdón si es osadía!- a preguntarle por qué no dimite después del obsequio recibido de sus conmilitones de partido, dejándole poco menos que “sólo ante el peligro”. Creo que su propia dignidad también anda en juego. Hace no tantos días, un jurista de renombrado y bien ganado prestigio lo hizo en parecida coyuntura.
Y al pueblo español, incluso a ese pueblo que seguramente tiene a los de ayer, los del insulto y el salivazo, cuando menos gestual, como valientes y quizás héroes, sin ser –porque no lo son- nada de eso, me atrevo así mismo a decirle –perdón, si fuera otra osadía!. Espabila, pueblo, que ya no es que te estén segando la hierba bajo los pies; es que te los están cortando a fuerza de zarandear a diario las más genuinas instituciones por las que se hace la democracia al igual que sus bases de sustentación y apoyo. ¿Es que puedes ceder el ejercicio de la soberanía que está en tí a personajillos como estos sin caérsete la cara de vergüenza por el mal uso que hacen de las atribuciones que tú les has dado? ¿No ves que actúan como si fueran los “amos del cortijo” sin serlo?
El espectáculo que se nos ha servido es de los que hacen época. Habrá quienes lo vean o llamen “progreso” –“hay gente pa tó…”. Yo no creo que sea para enorgullecer a nadie que ejerza de hombre.
Y, por fin, que “vamos de culo” en demasiadas cosas de fondo y sustancia, y por supuesto en calidad democrática concretamente, negarlo parece de necios y posiblemente suicida.
Acojámonos de todos modos al clavo ardiendo: nunca llovió que no escampara después. Es un consuelo; y algo es algo. Pero lo de ayer, a todas luces, impresentable; y a los ojos de cualquier espectador normal, una pesadilla que, tal vez, no se disipe tan fácilmente. Las elecciones están a la vuelta de la esquina. ¿por qué no pensar un poco en ello? Para que no sea verdad lo de que “tenemos lo que nos merecemos”, decidamos al menos pensar un poco cuando aún es tiempo.
Perdonad, amigos, si me hubiera pasado en algo. Los hechos, esta vez, son de los que no perdonan.
SANTIAGO PANIZO ORALLO