¿Tiene futuro la esperanza? 2-XII-2018
El pasado es un recuerdo; el presente, un “visto y no visto”; Y el futuro… ¿Qué cosa es “el futuro” en el ser, el vivir o el existir del hombre? ¿Una indescifrable, insoluble incógnita? ¿Las incertidumbres de lo desconocido? ¿Una pesadilla? ¿Una premonición si acaso, nada exacta?
Lo más conspicuo y aparatoso de la filosofía más actual –esa que abandera la marca de los ritmos de la historia del hombre- lleva tiempo posando en la “nada”, el “absurdo”, la “náusea” y el “tedio”, el pecado o la condena de haber nacido o de ser libres. Y no es raro escuchar ese lamento de cada vez más gente preguntándose ante la infancia y la juventud de hoy por lo que les dejamos tras haber sembrado de sal los campos –prometedores siempre- de la existencia.
La verdad, no parecen tiempos muy holgados para la esperanza.
Puesto a pensar hoy –este segundo dìa de diciembre- en “malicias del día”, dos focos de atención solicitan paso de reflexión a mi corazón y a mi mente. Hay más, pero estas dos me incitan con mayor fuerza. Son ellos, como ciudadano, las elecciones autonómicas en Andalucía: y como católico, el tiempo cristiano del “adviento”, que es de espera porque precede a la memoria anual del “Dios con nosotros” de las fiestas de la Navidad.
Si las elecciones andaluzas llaman a reflexión porque la Política –en el mejor sentido de la palabra- es cosa de todos, la entrada en el “adviento” es, en cristiano, como un revival agudo de la esperanza; y pienso yo que –en estos tiempos convulsos del mundo y de la sociedad- algo de buena esperanza no viene mal del todo; sobre todo para quienes, siendo o llamándose católicos, o asisten –rebeldes y reacios- a las diuturnas befas a la religión (que evidentemente se pasan de la laicidad yendo a un laicismo repulsivo por anti-humano antropológicamente), o –por eso y por otras cosas como la decristianización galopante de la sociedad posmoderna- pueden sufrir la tentación de sentirse o incómodos o desesperanzados.
Las elecciones de hoy en Andalucía dan para pensar un poco.
Cunde en el pueblo llano la sensación de que “todos son iguales”; todos corruptos, o por la”pasta”, o por las otras corrupciones –no menores, a mi ver- por mentir y engañar, por incumplir las promesas y faltar a la palabra como lo más natural del mundo, por versátiles o farsantes. Crecen la decepción y la desconfianza respecto de la política y de los políticos y, en la medida de ese crecimiento, afloran o el no votar o asirse al recurso de votar, no “a favor” sino “en contra”, lo que mi gran amigo francés Carlos de Launet aconsejaba como recibido de su abuelo, demócrata él, pero desencantado de los sueños con la democracia, puede ser la acertada.
Ante unas elecciones políticas, las que sean; en la situación real –de aquí y ahora- que ofrecen los partidos y la clase política, no es vana seguramente la ocurrencia de excogitar las distintas actitudes o intenciones de los políticos, al abrirse a esta opción de vida. Bien pueden deducirse de considerar, y no de espaldas a las reglas de la lógica, por qué se entra hoy en la política.
La política, que es –no se olvide- una actividad noble, aunque subalterna, del hombre; “una saludable fuerza de que no podemos prescindir”: de la que no le es legítimo dimitir sin dejar de ser un ciudadano responsable y con aspiraciones de libertad, corre –por lo que se ve ahora y a diario- el riesgo verosímil de caer de hecho en el “morbo gravísimno” de convertirse en el “imperio de la mentira” (Ver J. Ortega y Gasset, El Espectador, Perspectiva y verdad, Obras Completas, ed. Alianza Esdit, Madrid, 1998, p. 16).
Cuatro vías de motivación y, correlativamente, cuatro clases de actitudes parecen a los ciudadanos del montón, que son los más, las que más abundan. Hay personas que, viendo en la polìtica un deber cívico, van a ella y la viven como un deber. Hay otras que la toman con veneración y un alto honor. Pero no faltan muchos más –por desgracia para la sociedad y el bien de todos- que la miran como una bicoca o negocio; sin que falten incluso quienes acuden a ella para evacuarse de verdaderos o fingidos e internos reclamos narcisistas.
Como –por lo que se ve y se oye- las dos últimas clases son las que –en estos tiempos- con profusión copan el terreno, creo, por una parte, que hay que ir a votar para no dejar el terreno libre a los mercenarios y aprovechones; aunque creo, a la vez, que hay que seguir el consejo del abuelo de Carlos y votar, por principio, “en contra”; lo cual sería votar a favor del que parezca menos malo para el bien común y de todos. ¿Qué no es lo mejor? Por supuesto que no; pero bien se sabe que hay coyunturas –y la presente pudiera ser una de ellas- en que lo mejor puede revelarse enemigo de lo bueno. Y puede no estar de más pensar, antes de obrar, en todo y en la política también, que vale más lo malo conocido que lo mejor por conocer, como reza el refrán. Y no será “maquiavelismo” político sino “gramática parda”, esa fina habilidad –fruto de la experiencia desencantada- buscada para no “dejarse del todo la piel” en situaciones-límite.
Y me da también, esta mañana de diciembre, para pensar un poco la entrada en el tiempo cristiano del Adviento.
Ante las cuatro semanas litúrgicas hasta la Navidad, hago valer una idea preferente que expresan estas semejantes frases. Porque tenemos esperanza, aún podemos tener respuestas. Los que aún tenemos esperanza, no hemos perdido la capacidad de tenemos capacidad de dart respuestas. O, incluso, gracias a la esperanza, son posibles les respuestas.
No me canso de repetirlo porquie salta a la vista. Somos pocos, y mañana es muy posible que vamos a ser menos. He de confesar que nunca he sido ni un fervoroso ni siquiera un goloso de las unanimidades, porque me parecen engañosas en su contraste con la libertad del hombre; pero también porque prefiero siempre la calidad a la cantidad, e incluso me parece más humana y válida para dar la versión de lo más auténtico del ser humano en sociedad la psicología de las minorías que la de las mayorías, y ello, no tan sólo por lo que augura Ortega cuando señala que “en ocho” ha de haber –verosímilmente- más necios que “en dos”, sino porque el sentido de sentirse minoría añade un plus de coraje y valor a la obra que se tiene entre las manos. Es dato de experiencia sociológica.
Y en lo referente al catolicismo, es digna de ser reflexionarse un poco la idea de J. Delumeau, al referirse al declive del secularismo francés sobre la religiosidad francesa: “Sebbene i suoi effetti abbiano fatto diminuire la pratica religiosa della maggioranza dei francesi, au¬mentò però, come è stato scritto, il fervore della minoranza” (Cfr J. DELUMEAU, Le catholicisme entre Luther et Voltaire, Paris, PUF, 1971, 330, nota 17).
En definitiva. Creo que no se puede olvidar esa verdad humana tan veraz para casi todo lo humano y la salida indemne de las encrucijadas del hombre y de la historia; esa que augura que gracias a la esperanza tenemos respuestas.
Ante los que bien parecen callejones sin salida; ante los malos y hasta pésimos augurios, asnte la certeza de que “nos estamos cargando la naturaleza…; leyendo y releyendo los textos bíblicos del inicial domingo del Adviento…; contrastando una cosa con otra; ¿no se nota un olorcillo a “apocalipsis”?. Se dice que, leyendo “Hambre” de Knut Hamsun, entran ganas de comer. San Lucas, este domingo, sin dar fechas, en muy gráfico al anunciar señales.
Ahora que tanto se pregunta por el futuro de cosas y personas: si tienen futuro el hombre, la verdad, la democracia y la libertad, o la vida incluso sobre la tierra, preguntarse por el futuro de la esperanza puede no ser baladí, si se tiene en cuenta que la esperanza es, como muestra certero W. Shackespeare (Medida por medida, III, 1), la casi única medicina que “los desgraciados” de todas clases tienen en esta tierra.
Para cerrar, amigos, y antes de contestar cada uno a la pregunta del encabezado -si tendrá futuro la esperanza en estos tiempos que bien parecen de “apocalipsis” o asimilados y dónde pudiera estar la clave del mismo-, rememoremos la poética referencia de Alfred de Musset a la esperanza en Dios: “Une immense espérance a traversé la terre; malgré nous, vers le ciel il faut lever les yeux” – Una inmensa esperanza ha cruzado la tierra; a pesar nuestro, hay que elevar al cielo la mirada.
Ha llovido, y a mares incluso, desde que De Musset (1810-1857) inspirase sus Poesies nouvelles. Hoy que arrecian y asustan las riadas y apabullan los ciclones y las borrascas tropicales y no tropicales, y hasta los más optimistas del mundo se alertan y piden cautelas urgentes ante lo que parecen nuevos signos de los tiempos, pueden no estar de más los avisos a navegantes, vengan de donde vengan, hasta los que puedan tener mala prensa.
Puede que –hoy- atreverse a mirar al cielo sea menos una beatería que un aceptable encaje de la esperanza en aras de respuestas que no tenemos pero seguramente necesitamos. A más de un ateo confeso he oído decir que, si hay razones para negar a Dios, hay otras tantas o más para admitir su existencia.
Adviento es esperanza. Y esperar es necesario cuando aprietan los zapatos, los de cualquier zapatero, desde los que se compren en unos grandes almacenes, hasta los de cualquier otro signo y condición.
Esperemos, pues, aunque mirando bien dónde se pone el ojo. Va mucho en ello; a todos.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Lo más conspicuo y aparatoso de la filosofía más actual –esa que abandera la marca de los ritmos de la historia del hombre- lleva tiempo posando en la “nada”, el “absurdo”, la “náusea” y el “tedio”, el pecado o la condena de haber nacido o de ser libres. Y no es raro escuchar ese lamento de cada vez más gente preguntándose ante la infancia y la juventud de hoy por lo que les dejamos tras haber sembrado de sal los campos –prometedores siempre- de la existencia.
La verdad, no parecen tiempos muy holgados para la esperanza.
Puesto a pensar hoy –este segundo dìa de diciembre- en “malicias del día”, dos focos de atención solicitan paso de reflexión a mi corazón y a mi mente. Hay más, pero estas dos me incitan con mayor fuerza. Son ellos, como ciudadano, las elecciones autonómicas en Andalucía: y como católico, el tiempo cristiano del “adviento”, que es de espera porque precede a la memoria anual del “Dios con nosotros” de las fiestas de la Navidad.
Si las elecciones andaluzas llaman a reflexión porque la Política –en el mejor sentido de la palabra- es cosa de todos, la entrada en el “adviento” es, en cristiano, como un revival agudo de la esperanza; y pienso yo que –en estos tiempos convulsos del mundo y de la sociedad- algo de buena esperanza no viene mal del todo; sobre todo para quienes, siendo o llamándose católicos, o asisten –rebeldes y reacios- a las diuturnas befas a la religión (que evidentemente se pasan de la laicidad yendo a un laicismo repulsivo por anti-humano antropológicamente), o –por eso y por otras cosas como la decristianización galopante de la sociedad posmoderna- pueden sufrir la tentación de sentirse o incómodos o desesperanzados.
Las elecciones de hoy en Andalucía dan para pensar un poco.
Cunde en el pueblo llano la sensación de que “todos son iguales”; todos corruptos, o por la”pasta”, o por las otras corrupciones –no menores, a mi ver- por mentir y engañar, por incumplir las promesas y faltar a la palabra como lo más natural del mundo, por versátiles o farsantes. Crecen la decepción y la desconfianza respecto de la política y de los políticos y, en la medida de ese crecimiento, afloran o el no votar o asirse al recurso de votar, no “a favor” sino “en contra”, lo que mi gran amigo francés Carlos de Launet aconsejaba como recibido de su abuelo, demócrata él, pero desencantado de los sueños con la democracia, puede ser la acertada.
Ante unas elecciones políticas, las que sean; en la situación real –de aquí y ahora- que ofrecen los partidos y la clase política, no es vana seguramente la ocurrencia de excogitar las distintas actitudes o intenciones de los políticos, al abrirse a esta opción de vida. Bien pueden deducirse de considerar, y no de espaldas a las reglas de la lógica, por qué se entra hoy en la política.
La política, que es –no se olvide- una actividad noble, aunque subalterna, del hombre; “una saludable fuerza de que no podemos prescindir”: de la que no le es legítimo dimitir sin dejar de ser un ciudadano responsable y con aspiraciones de libertad, corre –por lo que se ve ahora y a diario- el riesgo verosímil de caer de hecho en el “morbo gravísimno” de convertirse en el “imperio de la mentira” (Ver J. Ortega y Gasset, El Espectador, Perspectiva y verdad, Obras Completas, ed. Alianza Esdit, Madrid, 1998, p. 16).
Cuatro vías de motivación y, correlativamente, cuatro clases de actitudes parecen a los ciudadanos del montón, que son los más, las que más abundan. Hay personas que, viendo en la polìtica un deber cívico, van a ella y la viven como un deber. Hay otras que la toman con veneración y un alto honor. Pero no faltan muchos más –por desgracia para la sociedad y el bien de todos- que la miran como una bicoca o negocio; sin que falten incluso quienes acuden a ella para evacuarse de verdaderos o fingidos e internos reclamos narcisistas.
Como –por lo que se ve y se oye- las dos últimas clases son las que –en estos tiempos- con profusión copan el terreno, creo, por una parte, que hay que ir a votar para no dejar el terreno libre a los mercenarios y aprovechones; aunque creo, a la vez, que hay que seguir el consejo del abuelo de Carlos y votar, por principio, “en contra”; lo cual sería votar a favor del que parezca menos malo para el bien común y de todos. ¿Qué no es lo mejor? Por supuesto que no; pero bien se sabe que hay coyunturas –y la presente pudiera ser una de ellas- en que lo mejor puede revelarse enemigo de lo bueno. Y puede no estar de más pensar, antes de obrar, en todo y en la política también, que vale más lo malo conocido que lo mejor por conocer, como reza el refrán. Y no será “maquiavelismo” político sino “gramática parda”, esa fina habilidad –fruto de la experiencia desencantada- buscada para no “dejarse del todo la piel” en situaciones-límite.
Y me da también, esta mañana de diciembre, para pensar un poco la entrada en el tiempo cristiano del Adviento.
Ante las cuatro semanas litúrgicas hasta la Navidad, hago valer una idea preferente que expresan estas semejantes frases. Porque tenemos esperanza, aún podemos tener respuestas. Los que aún tenemos esperanza, no hemos perdido la capacidad de tenemos capacidad de dart respuestas. O, incluso, gracias a la esperanza, son posibles les respuestas.
No me canso de repetirlo porquie salta a la vista. Somos pocos, y mañana es muy posible que vamos a ser menos. He de confesar que nunca he sido ni un fervoroso ni siquiera un goloso de las unanimidades, porque me parecen engañosas en su contraste con la libertad del hombre; pero también porque prefiero siempre la calidad a la cantidad, e incluso me parece más humana y válida para dar la versión de lo más auténtico del ser humano en sociedad la psicología de las minorías que la de las mayorías, y ello, no tan sólo por lo que augura Ortega cuando señala que “en ocho” ha de haber –verosímilmente- más necios que “en dos”, sino porque el sentido de sentirse minoría añade un plus de coraje y valor a la obra que se tiene entre las manos. Es dato de experiencia sociológica.
Y en lo referente al catolicismo, es digna de ser reflexionarse un poco la idea de J. Delumeau, al referirse al declive del secularismo francés sobre la religiosidad francesa: “Sebbene i suoi effetti abbiano fatto diminuire la pratica religiosa della maggioranza dei francesi, au¬mentò però, come è stato scritto, il fervore della minoranza” (Cfr J. DELUMEAU, Le catholicisme entre Luther et Voltaire, Paris, PUF, 1971, 330, nota 17).
En definitiva. Creo que no se puede olvidar esa verdad humana tan veraz para casi todo lo humano y la salida indemne de las encrucijadas del hombre y de la historia; esa que augura que gracias a la esperanza tenemos respuestas.
Ante los que bien parecen callejones sin salida; ante los malos y hasta pésimos augurios, asnte la certeza de que “nos estamos cargando la naturaleza…; leyendo y releyendo los textos bíblicos del inicial domingo del Adviento…; contrastando una cosa con otra; ¿no se nota un olorcillo a “apocalipsis”?. Se dice que, leyendo “Hambre” de Knut Hamsun, entran ganas de comer. San Lucas, este domingo, sin dar fechas, en muy gráfico al anunciar señales.
Ahora que tanto se pregunta por el futuro de cosas y personas: si tienen futuro el hombre, la verdad, la democracia y la libertad, o la vida incluso sobre la tierra, preguntarse por el futuro de la esperanza puede no ser baladí, si se tiene en cuenta que la esperanza es, como muestra certero W. Shackespeare (Medida por medida, III, 1), la casi única medicina que “los desgraciados” de todas clases tienen en esta tierra.
Para cerrar, amigos, y antes de contestar cada uno a la pregunta del encabezado -si tendrá futuro la esperanza en estos tiempos que bien parecen de “apocalipsis” o asimilados y dónde pudiera estar la clave del mismo-, rememoremos la poética referencia de Alfred de Musset a la esperanza en Dios: “Une immense espérance a traversé la terre; malgré nous, vers le ciel il faut lever les yeux” – Una inmensa esperanza ha cruzado la tierra; a pesar nuestro, hay que elevar al cielo la mirada.
Ha llovido, y a mares incluso, desde que De Musset (1810-1857) inspirase sus Poesies nouvelles. Hoy que arrecian y asustan las riadas y apabullan los ciclones y las borrascas tropicales y no tropicales, y hasta los más optimistas del mundo se alertan y piden cautelas urgentes ante lo que parecen nuevos signos de los tiempos, pueden no estar de más los avisos a navegantes, vengan de donde vengan, hasta los que puedan tener mala prensa.
Puede que –hoy- atreverse a mirar al cielo sea menos una beatería que un aceptable encaje de la esperanza en aras de respuestas que no tenemos pero seguramente necesitamos. A más de un ateo confeso he oído decir que, si hay razones para negar a Dios, hay otras tantas o más para admitir su existencia.
Adviento es esperanza. Y esperar es necesario cuando aprietan los zapatos, los de cualquier zapatero, desde los que se compren en unos grandes almacenes, hasta los de cualquier otro signo y condición.
Esperemos, pues, aunque mirando bien dónde se pone el ojo. Va mucho en ello; a todos.
SANTIAGO PANIZO ORALLO