Una misa en Jornets -20-IX-2018
A mediodía del sábado, 15 de septiembre, Asunta y Toni, acogen mi llegada a Jornets –en el centro geográfico de Mallorca- como si de un miembro más de la familia se tratara. En Asunta y Toni, se combina -en buenas armonías (nada más verlos interactuar, el uno y la otra, se puede observar)- esa mutua complementariedad natural de dos psicologías –la masculina y la femenina-, que, siendo diferentes por elementales razones de lógica humana, se llaman a integrarse hasta formar el auténtico prototipo de lo humano cabal.
Quisieron que fuera huésped suyo estos cuatro días y no me pesa haber aceptado su bonancible hospitalidad.
La familia entera –el sábado y el domingo especialmente-, a la par que mostraba con sencilla naturalidad una rara unidad sin fisuras, daba fe así mismo de que -por más que los enterradores de la familia anhelen cantar la victoria final de “sus” artificiales “familias” frente a “la familia”- “la familia de verdad no ha muerto”; como –en remedo a Chesterton- asevera Alvaro de Silva en la Introducción a la 3ª edición de la obra titulada El amor o la fuerza del sino, que recoge ensayos del gran converso y literato inglés sobre el hombre y la mujer, sobre el amor, el matrimonio, los niños, la familia y el divorcio. “La familia, por supuesto, no ha muerto”, afirma rotundo, seguro de sí mismo y de su verdad, el traductor y coordinador de estos ensayos. “Medio enterrada en el polvo de la frivolidad y en el barro de la insensatez y el egoísmo que parecen ser congénitos a la humanidad y que nunca dejan de acompañarla en su caminar, la familia, en términos de cálculo estadístico, languidece en las sociedades tecnológicamente más avanzadas del globo. Y, además, como todas las cosas grandes de verdad, las realidades que de verdad más importan, la familia está siempre muriendo y siempre resucitando, o por lo menos, debería estarlo. ‘Semper reformanda’, como se dice de otra antigua y venerable familia. Frente a ella, parece alzarse también una fuerza del sino” (cfr. Rialp Madrid, 1995, p. 19).
No quiero –Dios me libre-, en estas reflexiones de un viaje, pasarme en elogios; y, por eso, tras afianzarme en lo ya dicho, paso a verme en la mañana del domingo 16, al amanecer, plantado ante la Tramontana que cierra el horizonte, en pleno campo, entre olivos centenarios y olor intenso a campo y vida que las tórtolas y torcaces, en la arboleda inmediata, se encargan de pregonar y avivar, cantando quién sabe si sus amores o tal vez la sabrosa melancolía de haber amado.
Amanecer en Mallorca, en Jornets, en el “pla” de la isla, en naturaleza pura, en hospitalidad generosa y placentera de Asunta y Toni, y en el regusto de una familia –la suya, la que los acoge a todos- y unos amigos, en que “dar” es “darse” y “obsequiar” es solamente “compartir” .
Sigue estando a mano, pero de otra manera, todo lo demás del tiempo: las tormentas y riadas; los esfuerzos ímprobos del Sr. Presidente por sacudirse el impopular y bochornoso “sambenito” de plagiario y copista; y hasta el “erre que erre” soberanista del otro ”president”, el impresentable y fabulador Sr. Torra Pla, tan inane y digno de mejor causa, o las derivas más oportunistas que serias, orquestadas hacia la Catedral de Córdoba o la basílica del Pilar…
Todo esto y más convive conmigo este amanecer de domingo en Jornets. Pero lo que hoy me llena más; pasra lo que he venido; es para estar con amigos y rezar con ellos a Dios por don Sebastián, el pariente suyo y amigo de todos, fallecido hace sólo unos días y al que todos recordamos como una sonrisa subida en una silla de ruedas.
Y a las diezx y media, el acto del día, motivo central de mi presencia estos días en Mallorca. En la pequeña iglesia de Jornets. Con la familia en pleno. Por don Sebastián, recientemente fallecido. El hombre y sacerdote que supo engarzar el sacerdocio en la materia prima de una hombría excepcional, con la sonrisa perenne y la dulzura en el hablar y el razonar las razones de la verdad y los beneficios del bien….
Fue una ceremonia de familia y de amigos. Solemne. Entrañable. Sentida. Bien armonizada por la soprano de lujo y con la presencia en medio de las ochenta o noventa personas del acto de la memoria el hombre y del sacerdote que nos unía.
Ofrezco a mis amigos de allí y a los que, de ordinario, envío mis reflexiones, la homilía íntegra –sin añadir ni quitar nada- que como celebrante de la misa dije aquella mañana pensando en todos.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
ANEXO
Texto de la homilía en la iglesia de Jornets este 16 de septiembre.
En recuerdo y reflexión sobre una vida.
Cuando aquel caudillo Macabeo llamado Judas mandó recoger del campo de batalla los cuerpos de los soldados muertos en el combate, y dispuso una colecta para ofrecer sufragios y oraciones por ellos, estaba haciendo algo más que una obra pía o un gesto benevolente. Estaba confesando su creencia en un “más allá” de los hombres. Estaba afirmando la inmortalidad del ser humano. Porque fatuo, tonto y sin pizca de lógica sería rezar a Dios por lo que ya no es nada.
Y cuando recordamos a Marta y María, las hermanas de Lázaro, el amigo de Betania, que parecen reprocharle a Jesús la tardanza en llegar, evitando así su muerte, y Jesús les dice –categóricamente- “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y los que creen en mí nunca morirán del todo”, nos hacemos a la idea de estar asistiendo a uno de esos momentos estelares de la humanidad (remedando el título de Stefan Zweigt en su conocida obra), ese momento en que el gris y el negro de la muerte se tiñen del verde primavera de una esperanza bien fundada. Cuando Lázaro se levanta del sepulcro, hay algo más que un milagro particular. Estamos ante un cambio de época en los anales de la historia: la era nueva del “Dios con nosotros”.
Queridos familiares del querido sacerdote don Sebastián, en cuyo nombre y memoria nos reunimos hoy aquí -en esta coqueta capilla de sus amores y de los vuestros- para honrarle con un recuerdo de amor y, sobre todo, para rezar por él, aunque sólo sea el padre-nuestro que es parte de la eucaristía. Aunque no le traté mucho, creo que fue lo suficiente para conocerle. Hay personas que, al no tener ni doblez ni trastienda, ni hacer farsa, dejan ver lo que son sin mucho esfuerzo.
Estamos aquí porque Sebastián ha muerto y le queremos por ser como era en su vida de hombre y de sacerdote. Y también estamos aquí porque creemos en lo mismo que creían el caudillo Macabeo o las hermanas de Lázaro: que el sepulcro se queda pequeño para las ansias de vivir del ser humano. Y la Palabra de Dios lo rubrica.
Esta homilía que así preludio, se va a componer de tres glosas breves a ideas que voy a prender de dos frases hechas y de una pregunta final que las encarne y resuma.
La primera idea la tomo de una expresión corriente; esa que dice que “cuando un amigo se va, algo se nos muere en el alma”. Y la glosa puede darse al preguntarnos qué sea ese “algo” que se nos muere en el alma cuando un amigo se va. Creo que eso que se nos muere en el alma cuando un amigo se va ha de ser el espacio que ese amigo ocupaba en el alma y que se vuelve vacío, inhóspito, acaso yerto y helado, que se necrosa y como que se hace un pequeño cementerio dentro de nosotros. Y como a pesar de ser “un vacío”, pesa como una losa y duele como punzada de aguijón rabioso, la muerte de un amigo lleva a recordar el verso aquel con que el poeta don Antonio Machado recordaba la muerte de un amigo y dijo aquello de que “un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio”. Y es que el pesar y el sentimiento de la muerte ponen lastre y plomo en nuestras innatas ansias de volar.
La segunda idea la prenderé también de una frase que suele reproducirse en las esquelas mortuorias y que recuerda eso de que “nacemos para vivir y vivimos para morir”.
En mi glosa breve sobre ella, quiero decir tan sólo que la muerte forma parte de la vida, y no es ni el precio de una maldición ni el estigma de una infamia. Tan natural es nacer como morir. Cuando nacemos, con la vida nos viene dada a la muerte. Claro está que, como la muerte representa separación, distancia, lejanía e incluso zona de sombras y negritud, la muerte de lo que amamos –además del sentimiento y dolor antes aludido- siembra en nosotros el desconcierto, las incertidumbres y todo ese cortejo funeral que desanima, desencanta o deprime, que puede tomar formas de pasos vacilantes, planes truncados, ilusiones caídas y hace a veces pensar en al drama que puede ser la muerte, a poco que le miremos bien la cara.
Todo esto es una realidad; la del hombre ante la muerte. Sentimiento; pesar; vacío; desencanto y desconcierto; drama y hasta pudiera verse como tragedia.
Y detrás de estas dos ideas y glosas, volviendo a nosotros, los que hoy estamos en esta capilla con la voluntad de recordar, honrar y rezar por el querido Sebastián, que –siendo sacerdote- nunca abdicó de ser hombre, y que, por ser hombre, se vio –como todos- adscrito a “todo lo humano”, sea de “ángel” o de “bestia”, la pregunta que nos compromete y que cada uno debemos contestar. Es muy simple: ¿¿¿¡¡¡Y ahora, qué!!!???.
“Ahora, nada”, dice para sí el nihilista: ¿¡qué diferencia puede haber entre la suerte de un perro, por ejemplo, y la mía….!?
“Ahora Dios y otra forma de vivir la vida humana, dicen los creyentes. Y lo rubrican explicándose que la muerte no puede ser el final ni el “acabose”; y que no puede serlo ni por razones de justicia, ni de conveniencia, ni de sentido común, ni sobre todo de dignidad humana. Y si el alegato de justicia me parece clamoroso, no le va en zaga el de la dignidad humana.
Y en cuanto a nosotros, qué…
Sebastián –amigo-, como yo creo que vives y que hiciste lo que pudiste por ser lo que debías ser, que te acoja en su paz y en su amor el Dios en que creíste; que te acoja el Amor que es, ante todo y sobre todo, nuestro Dios.
Ah!!! Y que –desde esa otra orilla en que ya te ves y te vemos- pidas tú también a ese mismo Dios por nosotros, pues lo necesitamos.
Y como creemos que “la muerte no es el final”, recemos.
Quisieron que fuera huésped suyo estos cuatro días y no me pesa haber aceptado su bonancible hospitalidad.
La familia entera –el sábado y el domingo especialmente-, a la par que mostraba con sencilla naturalidad una rara unidad sin fisuras, daba fe así mismo de que -por más que los enterradores de la familia anhelen cantar la victoria final de “sus” artificiales “familias” frente a “la familia”- “la familia de verdad no ha muerto”; como –en remedo a Chesterton- asevera Alvaro de Silva en la Introducción a la 3ª edición de la obra titulada El amor o la fuerza del sino, que recoge ensayos del gran converso y literato inglés sobre el hombre y la mujer, sobre el amor, el matrimonio, los niños, la familia y el divorcio. “La familia, por supuesto, no ha muerto”, afirma rotundo, seguro de sí mismo y de su verdad, el traductor y coordinador de estos ensayos. “Medio enterrada en el polvo de la frivolidad y en el barro de la insensatez y el egoísmo que parecen ser congénitos a la humanidad y que nunca dejan de acompañarla en su caminar, la familia, en términos de cálculo estadístico, languidece en las sociedades tecnológicamente más avanzadas del globo. Y, además, como todas las cosas grandes de verdad, las realidades que de verdad más importan, la familia está siempre muriendo y siempre resucitando, o por lo menos, debería estarlo. ‘Semper reformanda’, como se dice de otra antigua y venerable familia. Frente a ella, parece alzarse también una fuerza del sino” (cfr. Rialp Madrid, 1995, p. 19).
No quiero –Dios me libre-, en estas reflexiones de un viaje, pasarme en elogios; y, por eso, tras afianzarme en lo ya dicho, paso a verme en la mañana del domingo 16, al amanecer, plantado ante la Tramontana que cierra el horizonte, en pleno campo, entre olivos centenarios y olor intenso a campo y vida que las tórtolas y torcaces, en la arboleda inmediata, se encargan de pregonar y avivar, cantando quién sabe si sus amores o tal vez la sabrosa melancolía de haber amado.
Amanecer en Mallorca, en Jornets, en el “pla” de la isla, en naturaleza pura, en hospitalidad generosa y placentera de Asunta y Toni, y en el regusto de una familia –la suya, la que los acoge a todos- y unos amigos, en que “dar” es “darse” y “obsequiar” es solamente “compartir” .
Sigue estando a mano, pero de otra manera, todo lo demás del tiempo: las tormentas y riadas; los esfuerzos ímprobos del Sr. Presidente por sacudirse el impopular y bochornoso “sambenito” de plagiario y copista; y hasta el “erre que erre” soberanista del otro ”president”, el impresentable y fabulador Sr. Torra Pla, tan inane y digno de mejor causa, o las derivas más oportunistas que serias, orquestadas hacia la Catedral de Córdoba o la basílica del Pilar…
Todo esto y más convive conmigo este amanecer de domingo en Jornets. Pero lo que hoy me llena más; pasra lo que he venido; es para estar con amigos y rezar con ellos a Dios por don Sebastián, el pariente suyo y amigo de todos, fallecido hace sólo unos días y al que todos recordamos como una sonrisa subida en una silla de ruedas.
Y a las diezx y media, el acto del día, motivo central de mi presencia estos días en Mallorca. En la pequeña iglesia de Jornets. Con la familia en pleno. Por don Sebastián, recientemente fallecido. El hombre y sacerdote que supo engarzar el sacerdocio en la materia prima de una hombría excepcional, con la sonrisa perenne y la dulzura en el hablar y el razonar las razones de la verdad y los beneficios del bien….
Fue una ceremonia de familia y de amigos. Solemne. Entrañable. Sentida. Bien armonizada por la soprano de lujo y con la presencia en medio de las ochenta o noventa personas del acto de la memoria el hombre y del sacerdote que nos unía.
Ofrezco a mis amigos de allí y a los que, de ordinario, envío mis reflexiones, la homilía íntegra –sin añadir ni quitar nada- que como celebrante de la misa dije aquella mañana pensando en todos.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
ANEXO
Texto de la homilía en la iglesia de Jornets este 16 de septiembre.
En recuerdo y reflexión sobre una vida.
Cuando aquel caudillo Macabeo llamado Judas mandó recoger del campo de batalla los cuerpos de los soldados muertos en el combate, y dispuso una colecta para ofrecer sufragios y oraciones por ellos, estaba haciendo algo más que una obra pía o un gesto benevolente. Estaba confesando su creencia en un “más allá” de los hombres. Estaba afirmando la inmortalidad del ser humano. Porque fatuo, tonto y sin pizca de lógica sería rezar a Dios por lo que ya no es nada.
Y cuando recordamos a Marta y María, las hermanas de Lázaro, el amigo de Betania, que parecen reprocharle a Jesús la tardanza en llegar, evitando así su muerte, y Jesús les dice –categóricamente- “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y los que creen en mí nunca morirán del todo”, nos hacemos a la idea de estar asistiendo a uno de esos momentos estelares de la humanidad (remedando el título de Stefan Zweigt en su conocida obra), ese momento en que el gris y el negro de la muerte se tiñen del verde primavera de una esperanza bien fundada. Cuando Lázaro se levanta del sepulcro, hay algo más que un milagro particular. Estamos ante un cambio de época en los anales de la historia: la era nueva del “Dios con nosotros”.
Queridos familiares del querido sacerdote don Sebastián, en cuyo nombre y memoria nos reunimos hoy aquí -en esta coqueta capilla de sus amores y de los vuestros- para honrarle con un recuerdo de amor y, sobre todo, para rezar por él, aunque sólo sea el padre-nuestro que es parte de la eucaristía. Aunque no le traté mucho, creo que fue lo suficiente para conocerle. Hay personas que, al no tener ni doblez ni trastienda, ni hacer farsa, dejan ver lo que son sin mucho esfuerzo.
Estamos aquí porque Sebastián ha muerto y le queremos por ser como era en su vida de hombre y de sacerdote. Y también estamos aquí porque creemos en lo mismo que creían el caudillo Macabeo o las hermanas de Lázaro: que el sepulcro se queda pequeño para las ansias de vivir del ser humano. Y la Palabra de Dios lo rubrica.
Esta homilía que así preludio, se va a componer de tres glosas breves a ideas que voy a prender de dos frases hechas y de una pregunta final que las encarne y resuma.
La primera idea la tomo de una expresión corriente; esa que dice que “cuando un amigo se va, algo se nos muere en el alma”. Y la glosa puede darse al preguntarnos qué sea ese “algo” que se nos muere en el alma cuando un amigo se va. Creo que eso que se nos muere en el alma cuando un amigo se va ha de ser el espacio que ese amigo ocupaba en el alma y que se vuelve vacío, inhóspito, acaso yerto y helado, que se necrosa y como que se hace un pequeño cementerio dentro de nosotros. Y como a pesar de ser “un vacío”, pesa como una losa y duele como punzada de aguijón rabioso, la muerte de un amigo lleva a recordar el verso aquel con que el poeta don Antonio Machado recordaba la muerte de un amigo y dijo aquello de que “un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio”. Y es que el pesar y el sentimiento de la muerte ponen lastre y plomo en nuestras innatas ansias de volar.
La segunda idea la prenderé también de una frase que suele reproducirse en las esquelas mortuorias y que recuerda eso de que “nacemos para vivir y vivimos para morir”.
En mi glosa breve sobre ella, quiero decir tan sólo que la muerte forma parte de la vida, y no es ni el precio de una maldición ni el estigma de una infamia. Tan natural es nacer como morir. Cuando nacemos, con la vida nos viene dada a la muerte. Claro está que, como la muerte representa separación, distancia, lejanía e incluso zona de sombras y negritud, la muerte de lo que amamos –además del sentimiento y dolor antes aludido- siembra en nosotros el desconcierto, las incertidumbres y todo ese cortejo funeral que desanima, desencanta o deprime, que puede tomar formas de pasos vacilantes, planes truncados, ilusiones caídas y hace a veces pensar en al drama que puede ser la muerte, a poco que le miremos bien la cara.
Todo esto es una realidad; la del hombre ante la muerte. Sentimiento; pesar; vacío; desencanto y desconcierto; drama y hasta pudiera verse como tragedia.
Y detrás de estas dos ideas y glosas, volviendo a nosotros, los que hoy estamos en esta capilla con la voluntad de recordar, honrar y rezar por el querido Sebastián, que –siendo sacerdote- nunca abdicó de ser hombre, y que, por ser hombre, se vio –como todos- adscrito a “todo lo humano”, sea de “ángel” o de “bestia”, la pregunta que nos compromete y que cada uno debemos contestar. Es muy simple: ¿¿¿¡¡¡Y ahora, qué!!!???.
“Ahora, nada”, dice para sí el nihilista: ¿¡qué diferencia puede haber entre la suerte de un perro, por ejemplo, y la mía….!?
“Ahora Dios y otra forma de vivir la vida humana, dicen los creyentes. Y lo rubrican explicándose que la muerte no puede ser el final ni el “acabose”; y que no puede serlo ni por razones de justicia, ni de conveniencia, ni de sentido común, ni sobre todo de dignidad humana. Y si el alegato de justicia me parece clamoroso, no le va en zaga el de la dignidad humana.
Y en cuanto a nosotros, qué…
Sebastián –amigo-, como yo creo que vives y que hiciste lo que pudiste por ser lo que debías ser, que te acoja en su paz y en su amor el Dios en que creíste; que te acoja el Amor que es, ante todo y sobre todo, nuestro Dios.
Ah!!! Y que –desde esa otra orilla en que ya te ves y te vemos- pidas tú también a ese mismo Dios por nosotros, pues lo necesitamos.
Y como creemos que “la muerte no es el final”, recemos.