El panorama desde mi balcón 3 - XII -2018
“La política” es “el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”. En estos términos habla de la Política Louis Dumur, en uno de sus Pequeños aforismos.
El “día después” -en la pintoresca “resaca” de las elecciones andaluzas- se me ocurre que una pequeña glosa de la nada inverosímil idea del escritor suizo puede merecer la pena como guía de interpretaciones coherentes: imagino la frase revolando la entera circunstancia del evento de ayer.
“No ser hombre de partido” –no lo soy ni lo pienso ser en el sentido, al menos, que da Ortega y Gasset a esta especie de “status” social en el puntiagudo ensayo del mismo nombre- da, creo yo, un plus de libertad y autonomía para mirar y ver la realidad del día de ayer sin pasión, suelto de emociones y con menos prejuicios que los ordinarios al hablar de política; es decir, para verla con una cierta ecuanimidad.
Como doy, además, por seguro que la política incumbe a todo ciudadano, pertenezca o no a un partido político, creo un deber –el día después de las elecciones andaluzas- asomarme al panorama que sin duda ofrecen en el momento dramático de nuestro ser nacional. Unas elecciones son, a la postre, el instrumento periódico -a la mano del “pueblo”- para mostrarse como es y ajustar cuentas, para evitar que le tomen demasiado el pelo los que se titulan sus representantes. Cosa, por cierto, nada infrecuente.
Titulo “panorama” estas reflexiones, ya que aspiro a una visión de conjunto de esta realidad unitaria, pero abierta de par en par a perspectivas y posibilidades múltiples; me presta degustar un paisaje polivalente y complejo y no exento en ocasiones de perfiles que trascienden sus propios límites, que van más allá de la línea del horizonte que la circunda. Nada ilógico si de analizar lo humano se trata. Panorama, pues, se hace buena palabra para mirar y ver una cosa sin excesivas concesiones a la rigidez o al rigor escolástico o científico.
+++
A esta que llamo “pequeña glosa” puede servir de prefacio una primera idea. Cuando la gente, el “pueblo”, se cansa de que lo crean imbécil; incluso cuando nadie le ha enseñado a gustar el exquisito sabor de la frase “quevedesca” de “A pueblo necio, seguridad del tirano”, ocurren cosas como algunas de las que marcaron ayer estas elecciones. Estas dos en especial: el visible intento de descabalgar a un Psoe erigido en empedernido gobernante de Andalucía y el envite –llamémosle así- de encrestar a Vox. Hubo más cosas; pero estas dos resaltan más.
En esta reflexión, a bote pronto, y por lo mismo fulgurante y de flashes vivos y con acento, me voy a conformar casi sólo con soltar, y si acaso esbozar un poco, algunas puntadas sobre tales figuraciones.
Esta puede abrir el paso. Crece –se le ve crecer- el sentido crítico en el pueblo y en la gente, si por tal entendemos la capacidad de dudar, de no conformarse, de ponerse en guardia y, sobre todo, de saber decir “no” que es “ser rebelde” en la idea del Albert Camús obsesionado con la preocupación de no dejarse arrastrar por el fluido de los tiempos líquidos. Y no es que el pueblo nunca se equivoque; que a veces yerra. Pero verdad es que al alma de los pueblos nunca se la puede dar por muerta, y a veces, a los presurosos enterradores, les cuesta echar la última palada. Un poco es lo que Antonio Machado delata en su canto a la pervivencia del hogar en una pizpireta letrilla de sus Proverbios y Cantares: “Creí mí hogar apagado y removí la ceniza; me quemé la mano”. Hay veces que el pueblo, hasta cuando parece muerto o domesticado, aún es capaz de causar los sobresaltos de ayer en Andalucía. Por eso, me alegro y mucho, de que cunda el sentido crítico, y por lo mismo rebelde al estilo Camús.
Siguiendo el hilo, se ha de constatar la sorpresa - quizá estupor en más de uno- ante el descabalgamiento del partido socialista de su feudo andaluz. Pero el hecho es patente. Lista más votada, pero a horas luz de lo de antes, desde hace casi cuarenta años. Las razones del hecho? Desencanto? Hartazgo? Cansancio? Azar? Envite del enano a la comprobada poca talla del gigante?. Es posible que, de todo, un poco.
La glosa breve –en este punto- puede ser esta. Si es verdad –yo no lo dudo- que el poder -todo poder- por esencia, como advierte Montesquieu, tiende al abuso y al despotismo, ¿es pensable –lógica y racionalmente- en una democracia sana una instalación casi vitalicia de alguien en el poder? Y, si lo ha sido, ¿cuál será el secreto y a qué se habrá debido?. Hasta sin ser un lince, con sólo pensar un poco, se puede dar con el “quid”. Por más que lo parezca, aunque los pueblos den impresión de sestear, no siempre están dormidos. Esto de ayer lo indica.
El otro canto de la sorpresa de ayer estaba en Vox. Un mini-partido; sin casi presencia en la vida política; visto -si acaso- por sus románticos seguidores como especie de “bálsamo” infalible para heridas o epidemias urgentes… Concurre a las elecciones con más pena que gloria, como se dice; y sale de ellas con más gloria que pena. Le auguraban los más favorables arúspices, dos o tres, a lo sumo seis, diputados y saca doce con varios cientos de miles de votantes.
El fenómeno es el de mayor relieve en el caso. Porque de cero a doce, en política, hay más distancia que de veinte a cuarenta o a cincuenta en otros escenarios.
El hecho ha creado frustración y rabia en quienes lo ninguneaban llamándole de todo: de ultra-derecha; racista; anti-europeo; anti-constitucional; populista… De todo le han dicho antes de ayer y no digamos hoy. Y sin embargo, doce diputados. Sorpresa es poco; incredulidad, estupor, asombro sería más realista. Pensemos de todos modos en esa ley de que no hay efecto sin causa y volvamos a preguntarnos como ante la defenestración del Psoe por el secreto. Tampoco es difícil advertirlo.
Pero los hechos son como son. Doce diputados y varios cientos de miles de votantes. ¿Será tal vez porque defiende más y mejor que otros la unidad de España? O porque reclama una política migratoria racional y seria y no chapucera y sólo demagógica como otros?
Hay una cosa que aún no he oído ni mencionar siquiera en esta resaca de las elecciones: es Vox el único partido que actuó en su día como acusación particular en el proceso contra el “golpismo” catalán. ¿Será por esto por lo que muchos le llaman “ultra”?
Anti-constitucional le dicen muchos, porque, al parecer, proclama su oposición a las “autonomías”; como si fuera pecado mortal en política estar contra puntos de la constitución –el de las autonomías, por ejemplo- que son –a mi ver también- manifiestamente mejorables en su planteamiento real. ¿Es malo acaso desear y demandar que se reforme la constitución para mejorarla? ¿Es que las constituciones son, en el pensamiento de Hans Kelsen –el mejor tal vez de sus promotores modernos- unas piezas perfectas en infinita perfección?.
Y lo peor de todo. ¿Por qué, a quienes, descontentos con la constitución en puntos concretos, piden reformarla para mejorarla, no se les perdona y se les llama “anti-constitucionales” y, en cambio, se pacta, se chalanea, se hacen planes, etc. con quienes –como Podemos por ejemplo y los partidos independentistas- no es que la deseen reformar para mejorarla, sino que buscan dinamitarla entera? Esta doble cara o vara de medir, para con algo que representa en la historia moderna de España una salida airosa al totalitarismo anterior; un intento serio de acabar por consenso de todos los colores con la tragedia de la guerra civil; y que, por ello, es bandera y símbolo de la primera y única vez que, desde el funesto nacimiento de las “dos Españas”, se hace algo muy firme para acabar con ellas, ¿son justas, razonables y tienen sentido? ¿No habrán de ser tenidos por “impresentables” los que juegan con tanto descaro a vender etiquetas falsas? ¿No será éste el “quid” de la cuestión en el vehemente acoso post-electoral a Vox?.
La gente seria –la que vive al margen o es independiente de intereses partisanos en el área de la política- opina que el epíteto de “ultra-derecha” o de populista, racista, anticonstitucional, etc. es una exageración; y que, aunque pudiera verse algún ribete populista, ni de lejos sería comparable, en alardes populistas, a lo de Podemos y sus adláteres y compañeros de partida. Además, ¿es que no se pueden observar rasgos populistas en todos los partidos, y, en algunos incluso, no rasgos tan sólo, sino síntomas verdaderos de patologías populistas? ¿No se asiste hoy mismo a la reacción del Sr. Iglesias Turrión, el cual, al verse abajado por la perspicacia del “pueblo” andaluz –me refiero a esa perspicacia que es agudeza de ingenio para advertir en cada caso lo que más conviene-, no duda en tocar a rebato de revuelta callejera y de lucha sucia para una democracia de verdad?.
Es curioso –lo digo en inciso y a este postrer respecto- que al jefe del populismo en España -experto que debiera ser en Maquiavelo, al que nombra en el título de su librito- no se le haya ocurrido plantearse –antes de reaccionar tan al vivo contra la “voz del pueblo andaluz”- esa cuestión que, desde hace tiempo, es asidua en los estudiosos de Maquiavelo y su teoría política; que se pregunta si Maquiavelo, en El Príncipe”, quiso tan sólo dar recetas de amoralidad a los que tratan de asaltar el poder y conservarlo o quiso también “procurer aux peuples méthodes les plus rouées et les plus astucieuses pour résister à la domination” de sus tiranos (cfr. Jean Daniel, Pourquoi Machiavel, en Le Nouvel Observateur – Hors-Série- Le vraie Machiavel, julio-agosto 2007, pag. 3). ¿No debiera contrastar adecuadamente al Maquiavelo en su circunstancia de secretario de un tirano florentino con el Maquiavelo, hombre del Renacimiento y humanista por tanto? O advertir la pifia que supondría en un maestro del pensar como el secretario florentino hacer valer su método del “fin” que justifica “los medios” sólo para el poder que se ambiciona y no para el poder que se padece o sufre; para propulsarlo en un caso y para contenerlo en otro, al umbral de la política en los dos casos?. No entiendo –aunque me lo explique- esta reacción contra la voz del pueblo. Suena, más que a ciencia, a conveniencia.
Dejando a parte interrogantes e incisos y retomando el “affaire” Vox en Andalucía, he podido observar así mismo que, frente a la indigestión de los “abatidos” en las urnas, luce por todo lo alto la euforia de los triunfadores, en particular la de Vox por eso del “cero a doce”.
A un amigo de Alcalá –Carlos, un “tio” de pueblo donde los haya y forofo de Vox también donde los haya-, pleno de euforia como si de la descubierta de un mundo se tratara, le trato de rebajar tal desborde de optimismos y entusiasmos y darle, medio en broma, medio en serio, un calmante. “Como concesión que es a las emociones, la euforia está bien cinco minutos, y no más. Bien están las alegrías, pero sin desmesuras. Y sobre todo la cabeza bien templada y en su sitio”. Aunque no logro sosegarlo del todo, me dice que bien, que su partido no es lo que dicen de él; que poner el ojo en posibles defectos de la constitución no es ser anticonstitucional; y que la voluntad del partido ha sido y es la de actuar desde la moderación, la prudencia y el interés general. Ahí lo dejamos.
Pues bien, y por el momento, a esperar el cambio, puesto que el pueblo ha mostrado voluntad de cambio. Si lo que viene ahora fuera cambiar para que nada cambie o fuera el cambio de verdad, es responsabilidad de los que han salido airosos de las elecciones. Ellos tienen la palabra. Era necesario el cambio aunque no sea seguro que se cambie. Ya veremos.
De todos modos, sea como sea, habremos de asistir estos días a un espectáculo fascinante, de postureo, galleo, de ronda y cortejo y hasta de “mareo de la perdiz”; hasta que -si es que logran ponerse de acuerdo- a la euforia que preconizan los que cantan victoria suceda eso que dicen desear, el cambio. Repito: ya veremos…
Y -por el momento- a esperar. Pero no sin poesía y de la buena; no sin evocar –en letra y música- al Miguel Hernández de su poema Aceituneros; un fondo de poesía rebelde, no revolucionaria ni anarquista, y tan capaz de decir “no” en unas elecciones como de salir por soleares poco más tarde para decir lo mismo.
“Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos? / No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor / Levántate, olivo cano, dijeron al pie del viento. Y el olivo alzó una mano poderosa de cimiento / Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares / Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién amamantó los olivos?“. ¿No viene a cuento?.
Y como la hoja verde, de bravía belleza, del recio poema no debe impedir ver el bosque, a esperar –he de insistir-, por si, esta vez, fuera verdad lo del “cambio de verdad”. De todos modos, y sin jugar a pesimista –se ha de confiar en el hombre, a pesar de todo- no dejo de ver flotando en el aire de la resaca de estas elecciones la premonitoria frase de cabecera de mis reflexiones de hoy. “La política” es “el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”.
Y por fin, como dice mi sobrino jugando al tute: “oro bajo y a esperar”. En él es una muletilla, pero vale.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
El “día después” -en la pintoresca “resaca” de las elecciones andaluzas- se me ocurre que una pequeña glosa de la nada inverosímil idea del escritor suizo puede merecer la pena como guía de interpretaciones coherentes: imagino la frase revolando la entera circunstancia del evento de ayer.
“No ser hombre de partido” –no lo soy ni lo pienso ser en el sentido, al menos, que da Ortega y Gasset a esta especie de “status” social en el puntiagudo ensayo del mismo nombre- da, creo yo, un plus de libertad y autonomía para mirar y ver la realidad del día de ayer sin pasión, suelto de emociones y con menos prejuicios que los ordinarios al hablar de política; es decir, para verla con una cierta ecuanimidad.
Como doy, además, por seguro que la política incumbe a todo ciudadano, pertenezca o no a un partido político, creo un deber –el día después de las elecciones andaluzas- asomarme al panorama que sin duda ofrecen en el momento dramático de nuestro ser nacional. Unas elecciones son, a la postre, el instrumento periódico -a la mano del “pueblo”- para mostrarse como es y ajustar cuentas, para evitar que le tomen demasiado el pelo los que se titulan sus representantes. Cosa, por cierto, nada infrecuente.
Titulo “panorama” estas reflexiones, ya que aspiro a una visión de conjunto de esta realidad unitaria, pero abierta de par en par a perspectivas y posibilidades múltiples; me presta degustar un paisaje polivalente y complejo y no exento en ocasiones de perfiles que trascienden sus propios límites, que van más allá de la línea del horizonte que la circunda. Nada ilógico si de analizar lo humano se trata. Panorama, pues, se hace buena palabra para mirar y ver una cosa sin excesivas concesiones a la rigidez o al rigor escolástico o científico.
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A esta que llamo “pequeña glosa” puede servir de prefacio una primera idea. Cuando la gente, el “pueblo”, se cansa de que lo crean imbécil; incluso cuando nadie le ha enseñado a gustar el exquisito sabor de la frase “quevedesca” de “A pueblo necio, seguridad del tirano”, ocurren cosas como algunas de las que marcaron ayer estas elecciones. Estas dos en especial: el visible intento de descabalgar a un Psoe erigido en empedernido gobernante de Andalucía y el envite –llamémosle así- de encrestar a Vox. Hubo más cosas; pero estas dos resaltan más.
En esta reflexión, a bote pronto, y por lo mismo fulgurante y de flashes vivos y con acento, me voy a conformar casi sólo con soltar, y si acaso esbozar un poco, algunas puntadas sobre tales figuraciones.
Esta puede abrir el paso. Crece –se le ve crecer- el sentido crítico en el pueblo y en la gente, si por tal entendemos la capacidad de dudar, de no conformarse, de ponerse en guardia y, sobre todo, de saber decir “no” que es “ser rebelde” en la idea del Albert Camús obsesionado con la preocupación de no dejarse arrastrar por el fluido de los tiempos líquidos. Y no es que el pueblo nunca se equivoque; que a veces yerra. Pero verdad es que al alma de los pueblos nunca se la puede dar por muerta, y a veces, a los presurosos enterradores, les cuesta echar la última palada. Un poco es lo que Antonio Machado delata en su canto a la pervivencia del hogar en una pizpireta letrilla de sus Proverbios y Cantares: “Creí mí hogar apagado y removí la ceniza; me quemé la mano”. Hay veces que el pueblo, hasta cuando parece muerto o domesticado, aún es capaz de causar los sobresaltos de ayer en Andalucía. Por eso, me alegro y mucho, de que cunda el sentido crítico, y por lo mismo rebelde al estilo Camús.
Siguiendo el hilo, se ha de constatar la sorpresa - quizá estupor en más de uno- ante el descabalgamiento del partido socialista de su feudo andaluz. Pero el hecho es patente. Lista más votada, pero a horas luz de lo de antes, desde hace casi cuarenta años. Las razones del hecho? Desencanto? Hartazgo? Cansancio? Azar? Envite del enano a la comprobada poca talla del gigante?. Es posible que, de todo, un poco.
La glosa breve –en este punto- puede ser esta. Si es verdad –yo no lo dudo- que el poder -todo poder- por esencia, como advierte Montesquieu, tiende al abuso y al despotismo, ¿es pensable –lógica y racionalmente- en una democracia sana una instalación casi vitalicia de alguien en el poder? Y, si lo ha sido, ¿cuál será el secreto y a qué se habrá debido?. Hasta sin ser un lince, con sólo pensar un poco, se puede dar con el “quid”. Por más que lo parezca, aunque los pueblos den impresión de sestear, no siempre están dormidos. Esto de ayer lo indica.
El otro canto de la sorpresa de ayer estaba en Vox. Un mini-partido; sin casi presencia en la vida política; visto -si acaso- por sus románticos seguidores como especie de “bálsamo” infalible para heridas o epidemias urgentes… Concurre a las elecciones con más pena que gloria, como se dice; y sale de ellas con más gloria que pena. Le auguraban los más favorables arúspices, dos o tres, a lo sumo seis, diputados y saca doce con varios cientos de miles de votantes.
El fenómeno es el de mayor relieve en el caso. Porque de cero a doce, en política, hay más distancia que de veinte a cuarenta o a cincuenta en otros escenarios.
El hecho ha creado frustración y rabia en quienes lo ninguneaban llamándole de todo: de ultra-derecha; racista; anti-europeo; anti-constitucional; populista… De todo le han dicho antes de ayer y no digamos hoy. Y sin embargo, doce diputados. Sorpresa es poco; incredulidad, estupor, asombro sería más realista. Pensemos de todos modos en esa ley de que no hay efecto sin causa y volvamos a preguntarnos como ante la defenestración del Psoe por el secreto. Tampoco es difícil advertirlo.
Pero los hechos son como son. Doce diputados y varios cientos de miles de votantes. ¿Será tal vez porque defiende más y mejor que otros la unidad de España? O porque reclama una política migratoria racional y seria y no chapucera y sólo demagógica como otros?
Hay una cosa que aún no he oído ni mencionar siquiera en esta resaca de las elecciones: es Vox el único partido que actuó en su día como acusación particular en el proceso contra el “golpismo” catalán. ¿Será por esto por lo que muchos le llaman “ultra”?
Anti-constitucional le dicen muchos, porque, al parecer, proclama su oposición a las “autonomías”; como si fuera pecado mortal en política estar contra puntos de la constitución –el de las autonomías, por ejemplo- que son –a mi ver también- manifiestamente mejorables en su planteamiento real. ¿Es malo acaso desear y demandar que se reforme la constitución para mejorarla? ¿Es que las constituciones son, en el pensamiento de Hans Kelsen –el mejor tal vez de sus promotores modernos- unas piezas perfectas en infinita perfección?.
Y lo peor de todo. ¿Por qué, a quienes, descontentos con la constitución en puntos concretos, piden reformarla para mejorarla, no se les perdona y se les llama “anti-constitucionales” y, en cambio, se pacta, se chalanea, se hacen planes, etc. con quienes –como Podemos por ejemplo y los partidos independentistas- no es que la deseen reformar para mejorarla, sino que buscan dinamitarla entera? Esta doble cara o vara de medir, para con algo que representa en la historia moderna de España una salida airosa al totalitarismo anterior; un intento serio de acabar por consenso de todos los colores con la tragedia de la guerra civil; y que, por ello, es bandera y símbolo de la primera y única vez que, desde el funesto nacimiento de las “dos Españas”, se hace algo muy firme para acabar con ellas, ¿son justas, razonables y tienen sentido? ¿No habrán de ser tenidos por “impresentables” los que juegan con tanto descaro a vender etiquetas falsas? ¿No será éste el “quid” de la cuestión en el vehemente acoso post-electoral a Vox?.
La gente seria –la que vive al margen o es independiente de intereses partisanos en el área de la política- opina que el epíteto de “ultra-derecha” o de populista, racista, anticonstitucional, etc. es una exageración; y que, aunque pudiera verse algún ribete populista, ni de lejos sería comparable, en alardes populistas, a lo de Podemos y sus adláteres y compañeros de partida. Además, ¿es que no se pueden observar rasgos populistas en todos los partidos, y, en algunos incluso, no rasgos tan sólo, sino síntomas verdaderos de patologías populistas? ¿No se asiste hoy mismo a la reacción del Sr. Iglesias Turrión, el cual, al verse abajado por la perspicacia del “pueblo” andaluz –me refiero a esa perspicacia que es agudeza de ingenio para advertir en cada caso lo que más conviene-, no duda en tocar a rebato de revuelta callejera y de lucha sucia para una democracia de verdad?.
Es curioso –lo digo en inciso y a este postrer respecto- que al jefe del populismo en España -experto que debiera ser en Maquiavelo, al que nombra en el título de su librito- no se le haya ocurrido plantearse –antes de reaccionar tan al vivo contra la “voz del pueblo andaluz”- esa cuestión que, desde hace tiempo, es asidua en los estudiosos de Maquiavelo y su teoría política; que se pregunta si Maquiavelo, en El Príncipe”, quiso tan sólo dar recetas de amoralidad a los que tratan de asaltar el poder y conservarlo o quiso también “procurer aux peuples méthodes les plus rouées et les plus astucieuses pour résister à la domination” de sus tiranos (cfr. Jean Daniel, Pourquoi Machiavel, en Le Nouvel Observateur – Hors-Série- Le vraie Machiavel, julio-agosto 2007, pag. 3). ¿No debiera contrastar adecuadamente al Maquiavelo en su circunstancia de secretario de un tirano florentino con el Maquiavelo, hombre del Renacimiento y humanista por tanto? O advertir la pifia que supondría en un maestro del pensar como el secretario florentino hacer valer su método del “fin” que justifica “los medios” sólo para el poder que se ambiciona y no para el poder que se padece o sufre; para propulsarlo en un caso y para contenerlo en otro, al umbral de la política en los dos casos?. No entiendo –aunque me lo explique- esta reacción contra la voz del pueblo. Suena, más que a ciencia, a conveniencia.
Dejando a parte interrogantes e incisos y retomando el “affaire” Vox en Andalucía, he podido observar así mismo que, frente a la indigestión de los “abatidos” en las urnas, luce por todo lo alto la euforia de los triunfadores, en particular la de Vox por eso del “cero a doce”.
A un amigo de Alcalá –Carlos, un “tio” de pueblo donde los haya y forofo de Vox también donde los haya-, pleno de euforia como si de la descubierta de un mundo se tratara, le trato de rebajar tal desborde de optimismos y entusiasmos y darle, medio en broma, medio en serio, un calmante. “Como concesión que es a las emociones, la euforia está bien cinco minutos, y no más. Bien están las alegrías, pero sin desmesuras. Y sobre todo la cabeza bien templada y en su sitio”. Aunque no logro sosegarlo del todo, me dice que bien, que su partido no es lo que dicen de él; que poner el ojo en posibles defectos de la constitución no es ser anticonstitucional; y que la voluntad del partido ha sido y es la de actuar desde la moderación, la prudencia y el interés general. Ahí lo dejamos.
Pues bien, y por el momento, a esperar el cambio, puesto que el pueblo ha mostrado voluntad de cambio. Si lo que viene ahora fuera cambiar para que nada cambie o fuera el cambio de verdad, es responsabilidad de los que han salido airosos de las elecciones. Ellos tienen la palabra. Era necesario el cambio aunque no sea seguro que se cambie. Ya veremos.
De todos modos, sea como sea, habremos de asistir estos días a un espectáculo fascinante, de postureo, galleo, de ronda y cortejo y hasta de “mareo de la perdiz”; hasta que -si es que logran ponerse de acuerdo- a la euforia que preconizan los que cantan victoria suceda eso que dicen desear, el cambio. Repito: ya veremos…
Y -por el momento- a esperar. Pero no sin poesía y de la buena; no sin evocar –en letra y música- al Miguel Hernández de su poema Aceituneros; un fondo de poesía rebelde, no revolucionaria ni anarquista, y tan capaz de decir “no” en unas elecciones como de salir por soleares poco más tarde para decir lo mismo.
“Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos? / No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor / Levántate, olivo cano, dijeron al pie del viento. Y el olivo alzó una mano poderosa de cimiento / Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares / Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién amamantó los olivos?“. ¿No viene a cuento?.
Y como la hoja verde, de bravía belleza, del recio poema no debe impedir ver el bosque, a esperar –he de insistir-, por si, esta vez, fuera verdad lo del “cambio de verdad”. De todos modos, y sin jugar a pesimista –se ha de confiar en el hombre, a pesar de todo- no dejo de ver flotando en el aire de la resaca de estas elecciones la premonitoria frase de cabecera de mis reflexiones de hoy. “La política” es “el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”.
Y por fin, como dice mi sobrino jugando al tute: “oro bajo y a esperar”. En él es una muletilla, pero vale.
SANTIAGO PANIZO ORALLO