El partido 19-X-2018
Es lo justo y prudente, y por tanto claro y hasta obvio, que a las cosas se les ha de dar el valor que tienen, sin inflarlas, pero también sin achicarlas, minusvalorarlas o incluso vaciarlas de lo que realmente son. Es necedad de la buena sacarlas de quicio por arriba o por abajo.
Al “pueblo” –por razones que ahora no vienen al caso- se le ha mitificado hasta lo inverosímil de convertirlo en una especie de “tótem” o fetiche, idealizando más de la cuenta, haciéndole objeto de idolatrías encubridoras de intereses particulares, casi siempre bastardos.
Pero ese “pueblo”, así mitificado y tan fogosa e idolátrica2-mente invocado, no siempre es “el pueblo” en el sentido más genuino y noble de la palabra; porque –al volverse “masa”, cosa no infrecuente– termina por perder sus atributos de tal y, con las señas de su identidad perdidas, adopta las de jauría, manada o rebaño. Y es que la “masa” -sea hombre o pueblo-, como tan bien deja ver Ortega y Gasset en su magno y admonitorio ensayo de La rebelión de las masas, no está hecha para ser por sí misma, pensar por sí misma, valorar, juzgar y decidir por sí misma. “Su misión consiste en ser dirigida, influida, representada, organizada”; “su principal característica consiste en que, sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él”.
Este tipo de hombre y de pueblo, que hoy prolifera como nunca antes, que berrea en los estadios o se cuida de perder la identidad en el anonimato de manifestaciones amorfas, es “hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas “internacionales”. “Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre, construido por meros “idola fori”. Carece de un “dentro”, de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar, de ahí que esté siempre en disponibilidad de fingir cualquier cosa. Tiene sólo apetitos. Cree que tiene sólo derechos y no cree que tenga obligaciones. Es el hombre, sin la nobleza que obliga, “sine nobilitate”, el snob” (cfr. Obras completas, Alianza Editorial Madrid, 1994, t. IV, pp. 121, 221, 237). Es adicto, además, a la idea de que “todo le está permitido y a nada está obligado”. Y la “suficiencia” del mismo es tal que carece de conciencia de sus propios confines y límites (Id., p. 189).
¿No sirve lo anterior para concluir que el pueblo-masa y el hombre-masa ni son pueblo ni son hombres?.
Todo este preludio viene a cuento de lo de ayer, del partido de fútbol entre Inglaterra y España en el estadio Villamarín de Sevilla. Era euforia sin par lo que se mascaba en las gradas antes de comenzar. Se daba por hecha y descontada la victoria de “la roja”. Era “pan comido” y “un paseo militar”…. Pero, a la hora de la verdad, pasó lo que pasó. Tres goles ingleses en menos que canta un gallo; un equipo haciendo aguas por todas partes; el desconcierto casi absoluto; incredulidad y sobre todo lo contrario de la euforia: un derrotismo a mansalva a las primeras de cambio; y –como siempre- ansias locas de buscar culpables antes que soluciones….
Como creo que un partido de fútbol sólo ha de ser un partido de fútbol y que poner el alma en cosas subalternas de la vida y de la existencia es cosa de tontos y pérdida de tiempo, no miremos tanto a ese 0-3 de la primera parte –que marca por cierto un hito negativo en la historia futbolera hispana- y vayamos con la reflexión a otros detalles del encuentro que, a mi ver, merecen mayor relieve y destaque: como la voluminosa pitada del himno inglés al comenzar el encuentro; la necesidad que tenemos de sentar los pies en el suelo antes de dar los pasos; o el poco realismo y la excesiva suficiencia –con mezcla de impulsividad y falta de respeto- que supone, en todo, esa tontería solemne de “vender la piel del oso antes de cazarlo”.
Como las dos últimas indicaciones no son de tanto agobio y pueden esperar, mis reflexiones se vuelcan hoy especialmete sobre la primera: los pitos al himno inglés….
He de comenzar diciendo que esos pitos son, además de una grosería, un signo de barbarie colectiva, y que el 0-3 de la primera media hora del partido mantiene gran coherencia como resorte y medio para callar a los que han pitado, y es, aunque me duela como a todos, la justicia misma tomada por su propia mano y al instante.
No tengo dudas en esto. Los “pitos” al himno nacional, el propio o el ajeno…. El pateo, ultraje o quema de las banderas, la de España o la de otro lugar… Lo silbidos y pitadas al Rey en la final -nada menos- de la Copa del Rey, no andan tan lejos -en el tiempo- de lo de ayer en Sevilla y son de la misma especie o calaña. Y el veredicto, el mismo también: grosería y barbarie, que a nadie honran y a todos vejan.
A parte del juego impresentable de la selección española de fútbol en el partido de ayer tarde-noche en el Villamarín, creo, pues, que el 0-3 de la primera parte es la justa respuesta del hado a los pitos iniciales al himno de Inglaterra.
Y lo otro, las euforias, el vender la piel del oso antes de cazarlo, el dar por hecho lo que no se ha hecho, el pensar que “todo el monte es orégano” cuando, en verdad, no hay ni una mata del mismo en el monte, parece más cosa de “masa” que de “pueblo”, si tomamos aquí por “pueblo”, porque lo son, a los que se sientan en los estadios.
Claro que no son todos los españoles quienes ayer pitaban el himno inglés….. Pero no deja de ser sintomático. Porque un pueblo que se deja representar por unos pocos sin protestar absoluta y masivamente es cómplice o, al menos, lo parece. Porque nos mancha a todos lo de ayer-noche. Pero, además, desmarcarse de la “canalla” que así obra es algo, pero no lo es todo. Creo que hacen falta escarmientos más efectivos y serios que los de limitarse a protestar. ¿Cuáles? “Haberlos haylos”, como se dice de las “meigas por Galicia, pero hay que dar con ellos y decidirse a utilizarlos, aunque de momento salten chispas o parezca que el mundo se acaba. Esperar –censurando sólo- a la próxima ocasión por si hubiera menos botarates en las gradas parece menguada salida para tamaña indignidad.
Por otro lado y como suele hacerse, invocar la libertad de expresión por los que ni pajolera idea tienen de que las libertades –para ser tales y cívicas- han de tener límites por respeto a las libertades de otros, se ha vuelto ya tan socorrido y manido que apesta…
Como es verosímil que estas reflexiones sobre el partido de ayer pequen, a mi pesar. de dislocadas o vehementes, quitemosles un 25 % a su énfasis y dejemos las cosas estar; aunque no sin reiterar que “pitar” algo que representa a muchos es una ofensa a todos; y si los que así pitan quedan impunes y como santones de libertades inexistentes, el sambenito de la indignidad se posa no sólo sobre quienes pitan sino sobre todos. Y si la tolerancia –como las otras libertades- tienen límites, como ha de ser cuando del hombre sociable se trata, al tomar cosas así como asumibles socialmente, andaremos a diario –así lo creo- pisando “líneas rojas” -las que separan dignidad de indignidad, decencia de indecencia, “savoir faire” de descortesía o cordura de necedad.
Y como, a pesar de ese 25 % de rebaja, puede que alguien me tilde aún de exagerado, al cerrar estas reflexiones, pido disculpas, pero manteniendo –al menos en ese 75 %- lo que acabo de pensar y decir.
“Au revoir”. El 2º tiempo del partido no sirvió para enmendar el desperfecto. Pero es fútbol solamente. Lo malo, lo peor, son las otras cosas que, en este momento concreto, están pregonando a gritos que posiblemente no seamos “pueblo” como debiéramos, sino “masa”. Creo que no hace falta fijarse mucho para verlo casi a diario, en fútbol y en otras cosas. Lástima es que –por tan infantiles maneras- el buen nombre de España y de los españoles ande con tanta frecuencia por los suelos. Y no es cosa -esta vez- de la Leyenda Negra, tan falsa como gratuita cAsi siempre. Es cosa del prolífico “hombre-masa” y de los que, no siendo “masa”, parece que lo fueran.
No olvidemos ese realce que nuestro Baltasar Gracián pone a la vista en ese punto 14 del Oráculo manual. “No basta la sustancia; requiérese también la circunstancia. Tpdo lo gasta un mal modo. Hasta la justicia y la razón”. ¡Pues eso!!!
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Al “pueblo” –por razones que ahora no vienen al caso- se le ha mitificado hasta lo inverosímil de convertirlo en una especie de “tótem” o fetiche, idealizando más de la cuenta, haciéndole objeto de idolatrías encubridoras de intereses particulares, casi siempre bastardos.
Pero ese “pueblo”, así mitificado y tan fogosa e idolátrica2-mente invocado, no siempre es “el pueblo” en el sentido más genuino y noble de la palabra; porque –al volverse “masa”, cosa no infrecuente– termina por perder sus atributos de tal y, con las señas de su identidad perdidas, adopta las de jauría, manada o rebaño. Y es que la “masa” -sea hombre o pueblo-, como tan bien deja ver Ortega y Gasset en su magno y admonitorio ensayo de La rebelión de las masas, no está hecha para ser por sí misma, pensar por sí misma, valorar, juzgar y decidir por sí misma. “Su misión consiste en ser dirigida, influida, representada, organizada”; “su principal característica consiste en que, sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él”.
Este tipo de hombre y de pueblo, que hoy prolifera como nunca antes, que berrea en los estadios o se cuida de perder la identidad en el anonimato de manifestaciones amorfas, es “hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas “internacionales”. “Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre, construido por meros “idola fori”. Carece de un “dentro”, de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar, de ahí que esté siempre en disponibilidad de fingir cualquier cosa. Tiene sólo apetitos. Cree que tiene sólo derechos y no cree que tenga obligaciones. Es el hombre, sin la nobleza que obliga, “sine nobilitate”, el snob” (cfr. Obras completas, Alianza Editorial Madrid, 1994, t. IV, pp. 121, 221, 237). Es adicto, además, a la idea de que “todo le está permitido y a nada está obligado”. Y la “suficiencia” del mismo es tal que carece de conciencia de sus propios confines y límites (Id., p. 189).
¿No sirve lo anterior para concluir que el pueblo-masa y el hombre-masa ni son pueblo ni son hombres?.
Todo este preludio viene a cuento de lo de ayer, del partido de fútbol entre Inglaterra y España en el estadio Villamarín de Sevilla. Era euforia sin par lo que se mascaba en las gradas antes de comenzar. Se daba por hecha y descontada la victoria de “la roja”. Era “pan comido” y “un paseo militar”…. Pero, a la hora de la verdad, pasó lo que pasó. Tres goles ingleses en menos que canta un gallo; un equipo haciendo aguas por todas partes; el desconcierto casi absoluto; incredulidad y sobre todo lo contrario de la euforia: un derrotismo a mansalva a las primeras de cambio; y –como siempre- ansias locas de buscar culpables antes que soluciones….
Como creo que un partido de fútbol sólo ha de ser un partido de fútbol y que poner el alma en cosas subalternas de la vida y de la existencia es cosa de tontos y pérdida de tiempo, no miremos tanto a ese 0-3 de la primera parte –que marca por cierto un hito negativo en la historia futbolera hispana- y vayamos con la reflexión a otros detalles del encuentro que, a mi ver, merecen mayor relieve y destaque: como la voluminosa pitada del himno inglés al comenzar el encuentro; la necesidad que tenemos de sentar los pies en el suelo antes de dar los pasos; o el poco realismo y la excesiva suficiencia –con mezcla de impulsividad y falta de respeto- que supone, en todo, esa tontería solemne de “vender la piel del oso antes de cazarlo”.
Como las dos últimas indicaciones no son de tanto agobio y pueden esperar, mis reflexiones se vuelcan hoy especialmete sobre la primera: los pitos al himno inglés….
He de comenzar diciendo que esos pitos son, además de una grosería, un signo de barbarie colectiva, y que el 0-3 de la primera media hora del partido mantiene gran coherencia como resorte y medio para callar a los que han pitado, y es, aunque me duela como a todos, la justicia misma tomada por su propia mano y al instante.
No tengo dudas en esto. Los “pitos” al himno nacional, el propio o el ajeno…. El pateo, ultraje o quema de las banderas, la de España o la de otro lugar… Lo silbidos y pitadas al Rey en la final -nada menos- de la Copa del Rey, no andan tan lejos -en el tiempo- de lo de ayer en Sevilla y son de la misma especie o calaña. Y el veredicto, el mismo también: grosería y barbarie, que a nadie honran y a todos vejan.
A parte del juego impresentable de la selección española de fútbol en el partido de ayer tarde-noche en el Villamarín, creo, pues, que el 0-3 de la primera parte es la justa respuesta del hado a los pitos iniciales al himno de Inglaterra.
Y lo otro, las euforias, el vender la piel del oso antes de cazarlo, el dar por hecho lo que no se ha hecho, el pensar que “todo el monte es orégano” cuando, en verdad, no hay ni una mata del mismo en el monte, parece más cosa de “masa” que de “pueblo”, si tomamos aquí por “pueblo”, porque lo son, a los que se sientan en los estadios.
Claro que no son todos los españoles quienes ayer pitaban el himno inglés….. Pero no deja de ser sintomático. Porque un pueblo que se deja representar por unos pocos sin protestar absoluta y masivamente es cómplice o, al menos, lo parece. Porque nos mancha a todos lo de ayer-noche. Pero, además, desmarcarse de la “canalla” que así obra es algo, pero no lo es todo. Creo que hacen falta escarmientos más efectivos y serios que los de limitarse a protestar. ¿Cuáles? “Haberlos haylos”, como se dice de las “meigas por Galicia, pero hay que dar con ellos y decidirse a utilizarlos, aunque de momento salten chispas o parezca que el mundo se acaba. Esperar –censurando sólo- a la próxima ocasión por si hubiera menos botarates en las gradas parece menguada salida para tamaña indignidad.
Por otro lado y como suele hacerse, invocar la libertad de expresión por los que ni pajolera idea tienen de que las libertades –para ser tales y cívicas- han de tener límites por respeto a las libertades de otros, se ha vuelto ya tan socorrido y manido que apesta…
Como es verosímil que estas reflexiones sobre el partido de ayer pequen, a mi pesar. de dislocadas o vehementes, quitemosles un 25 % a su énfasis y dejemos las cosas estar; aunque no sin reiterar que “pitar” algo que representa a muchos es una ofensa a todos; y si los que así pitan quedan impunes y como santones de libertades inexistentes, el sambenito de la indignidad se posa no sólo sobre quienes pitan sino sobre todos. Y si la tolerancia –como las otras libertades- tienen límites, como ha de ser cuando del hombre sociable se trata, al tomar cosas así como asumibles socialmente, andaremos a diario –así lo creo- pisando “líneas rojas” -las que separan dignidad de indignidad, decencia de indecencia, “savoir faire” de descortesía o cordura de necedad.
Y como, a pesar de ese 25 % de rebaja, puede que alguien me tilde aún de exagerado, al cerrar estas reflexiones, pido disculpas, pero manteniendo –al menos en ese 75 %- lo que acabo de pensar y decir.
“Au revoir”. El 2º tiempo del partido no sirvió para enmendar el desperfecto. Pero es fútbol solamente. Lo malo, lo peor, son las otras cosas que, en este momento concreto, están pregonando a gritos que posiblemente no seamos “pueblo” como debiéramos, sino “masa”. Creo que no hace falta fijarse mucho para verlo casi a diario, en fútbol y en otras cosas. Lástima es que –por tan infantiles maneras- el buen nombre de España y de los españoles ande con tanta frecuencia por los suelos. Y no es cosa -esta vez- de la Leyenda Negra, tan falsa como gratuita cAsi siempre. Es cosa del prolífico “hombre-masa” y de los que, no siendo “masa”, parece que lo fueran.
No olvidemos ese realce que nuestro Baltasar Gracián pone a la vista en ese punto 14 del Oráculo manual. “No basta la sustancia; requiérese también la circunstancia. Tpdo lo gasta un mal modo. Hasta la justicia y la razón”. ¡Pues eso!!!
SANTIAGO PANIZO ORALLO