¿Fue el protestantismo un artífice de la Leyenda Negra?
Desde mis años jóvenes, de estudiante concretamente de la Historia de España, y de mayor aún más, cuando se propende a crear uno mismo sus ideas, a meditar más lo que se lee y, sobre todo, a no resignarse cuando de cosas, que tocan al alma y no parecen justas, se trata… Desde aquellos tiempos lejanos y casi olvidados, me veo con frecuencia interpelado por hechos de la historia que, tal como nos han llegado, en mi criterio, o rozan la desmesura, o aplastan la verdad y la justicia.
Uno de ellos, a parte de no entrarme del todo en la cabeza, me sublevaba un tanto. Me refiero a nuestra Leyenda Negra. Siempre me han zarandeado el alma interrogantes iguales o parecidos a estos: ¿Por qué? ¿Por qué nosotros sí y otros no? ¿Por qué, si otras naciones -cerca o lejos de nosotros- han hecho las mismas cosas o peores que las que nosotros hemos hecho, ellas no y la nuestra sí?
¿Por qué, si en la terrible Noche de San Bartolomé murieron en París más que los que fueron sometidos a autos de fe por la Inquisición española, ellos no tienen Leyenda Negra y nosotros, en cambio, sì? ¿Por qué, si Alemania fue solar del horrendo genocidio hitleriano y si Hitler subió al poder con los votos del pueblo alemán, aquel horror no le ha dejado mayor huella que la simple de un borrón y, en cambio, lo nuestro sigue ahí como como un tatuaje indeleble? ¿Por qué, si en la Inglaterra de Enrique VIII o la de sus colonialismos más que discutibles se cometieron muchos más crímenes, que los cometidos por nuestros conquistadores de América o en los reinados de Carlos V o Felipe II juntos, para ella nada y para España tanto?.
Interrogantes como estos y otros más me han inquietado y, sublevado; y, con mayor intensidad si cabe, a medida que voy atando hilos de la Historia o mirándola del revés para intentar descifrar esos “quid pro quo” en los que, tantas veces, impone decir lo que sus hechos nunca dijeron o no lo dijeron de manera tan parcial o sectaria, en ocasiones incluso repelente o soez.
Esta mañana, ante la inminente conmemoración –el 31 de octubre- del surgimiento luterano con la fijación de sus 95 tesis por Lutero en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg, se me aviva el recuerdo de tamaña injusticia, en cuanto a la forma y al fondo y sin quitar un ápice –porque tampoco sería justo- a lo que realmente hemos hecho de malo en nuestro paso por la Historia y se nos puede imputar como a todo hijo de vecino, pero no con la “mala leche” con que tantas veces se nos apunta con el dedo o se levanta esa risa cínica de conmiseración con sólo decirse que somos españoles, cual si fuéramos apestados o hijos de mala madre. Se me aviva el sentimiento de la injusticia y saltan una y otra vez los dichos interrogantes y alguno más. ¡¿Por qué?!
Por la fuerza de tal sino o por asociación de ideas o exigencias del guión según se mire, esta mañana incita mis reflexiones del día la pregunta del título. ¿Fue el protestantismo un artífice en la creación y urdimbre, en el patentado y estampado, en el hormigonado y la perduración de la Leyenda Negra de España y contra España?.
Bien sé, por lecturas de ayer y de hoy, que esta Leyenda cruel e injusta no tiene un solo progenitor A o B (como ahora se estila para rubricar paternidades o maternidades). Como sé así mismo que la cosa no vino sólo por mano de las envidias y humillaciones –muchas por cierto- de los que, por varios siglos, se requemaban porque descubríamos nuevos mundos, batallábamos como los mejores en todos los escenarios entonces conocido o nos gloriábamos con toda razón de que en los dominios hispanos nunca se ponía el sol. Esos tendrían excusa –quizá en el fondo y por un tiempo pero no en fondo y forma como ha sido y por tanto tiempo- porque de sobra se sabe que la “excelencia” –cualquiera que sea- eriza los pelos a muchos y les sarpulle la piel.
Nuestra mala Leyenda ha sido amasada también por manos españolas, y ello por dos vías complementarias. La directa de los que, con un sado-masoquismo patriotero y digno de mejor causa, envilecieron nuestra propia historia desmesurando los hechos y dando con ello pábulo y aire a los cultores de siempre de la Leyenda. Por ejemplo, el mito, en que algunos han convertido al que fuera obispo de Chiapas, el afamado Fr. Bartolomé de las Casas y su resonada Brevissima relación de la destrucción de las Indias (Sevilla, 1552) con su desmesura manifiesta, caería roto al suelo con que alguno de los forofos del mito en cuestión se atreviera a solamente hojear por encima ese magnífico y crítico libro nada menos que de Ramón Menéndez Pidal que se titula El Padre Las Casas. Su doble personalidad (al que se le ha hecho el vacío y del que, ahora, hay edición de 2012, realizada por la Real Academia de la Historia). Del pequeño pero dañino libro del dicho obispo de Chiapas afirma Julián Marías (cfr. España inteligible, Alianza Editorial, Madrid 2014, cap. XVII, p. 205) que pasó “a ser el elemento aglutinante, la clave de interpretación, el núcleo en torno al cual se va a consolidar la Leyenda, para proyectarse en todas direcciones y hacia la totalidad de la historia, pasada, presente y futura” de nuestro pueblo.
Pero también la vía indirecta de los que, por otra especie de sado-masoquismo más pasivo y menos activista que el anterior, se resignan a la Leyenda como si de un fatalismo eviterno e indeclinable se tratara o de un estigma que fuera ya componente constitutivo en nuestro ADN colectivo.
Funestas, injustas e irracionales me parecen tanto la una vía como la otra vía. Los propios españoles, que no fuimos autores, hemos podido ser cómplices de nuestra Leyenda Negra. Incluso en la España de ahora, no faltan quienes –usando motes de “maquetos” o “charnegos”- apunten con dedo de nacionalismos excluyentes a todo el que no acredite limpieza de sangre.
Pero vayamnos ya plenamente y en directo a lo que es el interrogante que preside estas reflexiones, ¿Fue el protestantismo un artífice en la creación y urdimbre, en el patentado y estampado, en el hormigonado y la perduración de la Leyenda Negra de España y contra España?.
Estimo que no se puede negar. Pero, a su aire, enunciemos –sólo enunciados- algunas ideas –ideas más que ocurrencias meramente- que, sin llegar a evidencias plenas, pueden acercarse a ellas si se anda con la historia de Europa y de España en la mano.
La primera es que el fenómeno protestante fue europeo, más que español y antes que español; y que, si las salpicaduras llegaron a España –como la de un radical recelo y quizás inquina contra España desde el propio Lutero-, no fue debido tanto por razones religiosas cuanto políticas. No se deberá olvidar, para valorar y juzgar con rectitud, que el rey de España Carlos I fue como emperador coronado en Aquisgram en 1520, el mismo año en que Lutero era excomulgado; ni que, al año siguiente, en la Dieta de Worms, siendo ya emperador del rey de España, Lutero fue desterrado, siendo acogido por el contrincante del emperador en Alemania, Federico de Sajonia. Con ello, como asevera Julián Marías (pag. 194), “comienza la lucha declarada”, con Lutero y el luteranismo en la otra margen del terreno político-religioso.
La segunda es obvia también históricamente. Si España –por razones sobre todo políticas como digo- se cerró casi del todo al protestantismo, no se cerró, ni mucho menos, al embate del mismo, consorciado con los contrarios y enemigos de España a esa ola gigante, aventada desde casi todos los rincones de Europa, de la Leyenda contra España.
Son datos seguros.
España, con Carlos V, toma posición activa ante el fenómeno religioso-político en que ya se ha convertido la escisión protestante.
Los protestantes entran a formar parte –sin asomo de duda histórica- del núcleo duro que, al convertir la envidia o el batacazo bélico en resentimiento y bilis almacenada, hizo la Leyenda Negra. A su lado, factores político-religiosos como la presencia del reino de Aragón en Nápoles, la fama militar del Gran Capitán y la aureola de invencibles de los Tercios en Flandes o en otras partes, los judíos expulsados de España, la contribución también de algunos Papas, las contiendas -casi siempre vencedoras para Carlos V-frente a Francisco I de Francia, las rivalidades -más que de palabras- entre Felipe II y el monarca inglés... fueron todos ellos artífices, cada uno a su medida, del hecho de que nuestra Leyenda fuera no tanto flor de un día o pasajera, sino estigma con el que, desde entonces, se ha cargado el lomo entero de España, en su pasado, en su presente y hasta en su futuro como es dado ver sin demasiado esfuerzo.
Y ya cierro mis reflexiones de hoy con otra idea final, cristiana de ahora mismo y oportuna ante la inminente conmemoración- Ecumenismo, el más posible; pero no a costa de los fueros siempre vivos y respetables de la verdad, de la justicia y de las buenas razones.
Uno de ellos, a parte de no entrarme del todo en la cabeza, me sublevaba un tanto. Me refiero a nuestra Leyenda Negra. Siempre me han zarandeado el alma interrogantes iguales o parecidos a estos: ¿Por qué? ¿Por qué nosotros sí y otros no? ¿Por qué, si otras naciones -cerca o lejos de nosotros- han hecho las mismas cosas o peores que las que nosotros hemos hecho, ellas no y la nuestra sí?
¿Por qué, si en la terrible Noche de San Bartolomé murieron en París más que los que fueron sometidos a autos de fe por la Inquisición española, ellos no tienen Leyenda Negra y nosotros, en cambio, sì? ¿Por qué, si Alemania fue solar del horrendo genocidio hitleriano y si Hitler subió al poder con los votos del pueblo alemán, aquel horror no le ha dejado mayor huella que la simple de un borrón y, en cambio, lo nuestro sigue ahí como como un tatuaje indeleble? ¿Por qué, si en la Inglaterra de Enrique VIII o la de sus colonialismos más que discutibles se cometieron muchos más crímenes, que los cometidos por nuestros conquistadores de América o en los reinados de Carlos V o Felipe II juntos, para ella nada y para España tanto?.
Interrogantes como estos y otros más me han inquietado y, sublevado; y, con mayor intensidad si cabe, a medida que voy atando hilos de la Historia o mirándola del revés para intentar descifrar esos “quid pro quo” en los que, tantas veces, impone decir lo que sus hechos nunca dijeron o no lo dijeron de manera tan parcial o sectaria, en ocasiones incluso repelente o soez.
Esta mañana, ante la inminente conmemoración –el 31 de octubre- del surgimiento luterano con la fijación de sus 95 tesis por Lutero en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg, se me aviva el recuerdo de tamaña injusticia, en cuanto a la forma y al fondo y sin quitar un ápice –porque tampoco sería justo- a lo que realmente hemos hecho de malo en nuestro paso por la Historia y se nos puede imputar como a todo hijo de vecino, pero no con la “mala leche” con que tantas veces se nos apunta con el dedo o se levanta esa risa cínica de conmiseración con sólo decirse que somos españoles, cual si fuéramos apestados o hijos de mala madre. Se me aviva el sentimiento de la injusticia y saltan una y otra vez los dichos interrogantes y alguno más. ¡¿Por qué?!
Por la fuerza de tal sino o por asociación de ideas o exigencias del guión según se mire, esta mañana incita mis reflexiones del día la pregunta del título. ¿Fue el protestantismo un artífice en la creación y urdimbre, en el patentado y estampado, en el hormigonado y la perduración de la Leyenda Negra de España y contra España?.
Bien sé, por lecturas de ayer y de hoy, que esta Leyenda cruel e injusta no tiene un solo progenitor A o B (como ahora se estila para rubricar paternidades o maternidades). Como sé así mismo que la cosa no vino sólo por mano de las envidias y humillaciones –muchas por cierto- de los que, por varios siglos, se requemaban porque descubríamos nuevos mundos, batallábamos como los mejores en todos los escenarios entonces conocido o nos gloriábamos con toda razón de que en los dominios hispanos nunca se ponía el sol. Esos tendrían excusa –quizá en el fondo y por un tiempo pero no en fondo y forma como ha sido y por tanto tiempo- porque de sobra se sabe que la “excelencia” –cualquiera que sea- eriza los pelos a muchos y les sarpulle la piel.
Nuestra mala Leyenda ha sido amasada también por manos españolas, y ello por dos vías complementarias. La directa de los que, con un sado-masoquismo patriotero y digno de mejor causa, envilecieron nuestra propia historia desmesurando los hechos y dando con ello pábulo y aire a los cultores de siempre de la Leyenda. Por ejemplo, el mito, en que algunos han convertido al que fuera obispo de Chiapas, el afamado Fr. Bartolomé de las Casas y su resonada Brevissima relación de la destrucción de las Indias (Sevilla, 1552) con su desmesura manifiesta, caería roto al suelo con que alguno de los forofos del mito en cuestión se atreviera a solamente hojear por encima ese magnífico y crítico libro nada menos que de Ramón Menéndez Pidal que se titula El Padre Las Casas. Su doble personalidad (al que se le ha hecho el vacío y del que, ahora, hay edición de 2012, realizada por la Real Academia de la Historia). Del pequeño pero dañino libro del dicho obispo de Chiapas afirma Julián Marías (cfr. España inteligible, Alianza Editorial, Madrid 2014, cap. XVII, p. 205) que pasó “a ser el elemento aglutinante, la clave de interpretación, el núcleo en torno al cual se va a consolidar la Leyenda, para proyectarse en todas direcciones y hacia la totalidad de la historia, pasada, presente y futura” de nuestro pueblo.
Pero también la vía indirecta de los que, por otra especie de sado-masoquismo más pasivo y menos activista que el anterior, se resignan a la Leyenda como si de un fatalismo eviterno e indeclinable se tratara o de un estigma que fuera ya componente constitutivo en nuestro ADN colectivo.
Funestas, injustas e irracionales me parecen tanto la una vía como la otra vía. Los propios españoles, que no fuimos autores, hemos podido ser cómplices de nuestra Leyenda Negra. Incluso en la España de ahora, no faltan quienes –usando motes de “maquetos” o “charnegos”- apunten con dedo de nacionalismos excluyentes a todo el que no acredite limpieza de sangre.
Pero vayamnos ya plenamente y en directo a lo que es el interrogante que preside estas reflexiones, ¿Fue el protestantismo un artífice en la creación y urdimbre, en el patentado y estampado, en el hormigonado y la perduración de la Leyenda Negra de España y contra España?.
Estimo que no se puede negar. Pero, a su aire, enunciemos –sólo enunciados- algunas ideas –ideas más que ocurrencias meramente- que, sin llegar a evidencias plenas, pueden acercarse a ellas si se anda con la historia de Europa y de España en la mano.
La primera es que el fenómeno protestante fue europeo, más que español y antes que español; y que, si las salpicaduras llegaron a España –como la de un radical recelo y quizás inquina contra España desde el propio Lutero-, no fue debido tanto por razones religiosas cuanto políticas. No se deberá olvidar, para valorar y juzgar con rectitud, que el rey de España Carlos I fue como emperador coronado en Aquisgram en 1520, el mismo año en que Lutero era excomulgado; ni que, al año siguiente, en la Dieta de Worms, siendo ya emperador del rey de España, Lutero fue desterrado, siendo acogido por el contrincante del emperador en Alemania, Federico de Sajonia. Con ello, como asevera Julián Marías (pag. 194), “comienza la lucha declarada”, con Lutero y el luteranismo en la otra margen del terreno político-religioso.
La segunda es obvia también históricamente. Si España –por razones sobre todo políticas como digo- se cerró casi del todo al protestantismo, no se cerró, ni mucho menos, al embate del mismo, consorciado con los contrarios y enemigos de España a esa ola gigante, aventada desde casi todos los rincones de Europa, de la Leyenda contra España.
Son datos seguros.
España, con Carlos V, toma posición activa ante el fenómeno religioso-político en que ya se ha convertido la escisión protestante.
Los protestantes entran a formar parte –sin asomo de duda histórica- del núcleo duro que, al convertir la envidia o el batacazo bélico en resentimiento y bilis almacenada, hizo la Leyenda Negra. A su lado, factores político-religiosos como la presencia del reino de Aragón en Nápoles, la fama militar del Gran Capitán y la aureola de invencibles de los Tercios en Flandes o en otras partes, los judíos expulsados de España, la contribución también de algunos Papas, las contiendas -casi siempre vencedoras para Carlos V-frente a Francisco I de Francia, las rivalidades -más que de palabras- entre Felipe II y el monarca inglés... fueron todos ellos artífices, cada uno a su medida, del hecho de que nuestra Leyenda fuera no tanto flor de un día o pasajera, sino estigma con el que, desde entonces, se ha cargado el lomo entero de España, en su pasado, en su presente y hasta en su futuro como es dado ver sin demasiado esfuerzo.
Y ya cierro mis reflexiones de hoy con otra idea final, cristiana de ahora mismo y oportuna ante la inminente conmemoración- Ecumenismo, el más posible; pero no a costa de los fueros siempre vivos y respetables de la verdad, de la justicia y de las buenas razones.