Unas resonancias de la Navidad 3 - I - 2019
Las celebraciones navideñas son fuente de aguas limpias capaces de inspirar visiones inéditos de la realidad y dar ánimos para volcar luz y verdad sobre los más diversos escenarios de la vida y el quehacer humanos. Cumbre mayor de la Historia, su mensaje –al ser universal- va con todo y a todo es capaz de darle un toque de elevación y buen gusto.
Además de una esencia circunstanciada en las afueras de un pequeño pueblo palestino, hace dos mil años, en un establo de albergar animales y con un reparto variopinto de protagonistas -los que van de José y María a los ángeles entonando aleluyas de paz, de unos pastores sacados del sueño por la irrupción de un “misterio” que los sorprende y admira a unos magos o reyes de Oriente que –siguiendo la luz de la estrella- aciertan a dar con el lugar-… Además –digo- de ese centro y esencia, sin lo que la Navidad no sería otra cosa que ordinaria meteorología de solsticio del invierno, lleva la Navidad cristiana adosadas excrecencias –culturales en todo caso- que hacen de ella un emporio cultural con caras tan variadas como la golosina del mazapán y los turrones, o esas otras golosinas de superlativa belleza y encanto humano que son los villancicos, las felicitaciones, los regalos, la paz que anuncia la mano tendida a todo el mundo, los sueños infantiles continuados de Navidad a Reyes. Y todo ello bien servido en raciones individuales o sociales, cocidas al aire de lo que los usos y tradiciones de cada persona, familia o pueblo ha ido poniendo junto al Portal y al Niño, con mayúscula, que –al nacer como lo hace- revoluciona (en el buen sentido del término) toda la Historia humana. Esta rica gama de sabores de la Navidad, que se difunden profusamente –como un bien que son- y alegran el cuerpo y sobre todo el alma, parecen empujar a darles alas para volar más allá de los límites del afortunado receptor que los gusta y saborea. Estos días, todo –por lejano que esté- parece contagiarse del buen sentido de la Navidad.
De las muestras y ofertas de alegría por mí recibidas con esta ocasión, dos espigo –entre todas- al ver en ellas, al socaire venturoso de la Navidad, empeño en poner –junto al Portal y al Niño-Dios- aires de nuestro tiempo, de nuestra circunstancia individual o colectiva, con ánimo sin duda de hacerlos más respirables o menos expuestos a las servidumbres que se nos pretenden colar so capa de tutelas, muy benevolentes quizás, pero insoportables por gentes curtidas hace mucho en el arte de separar la paja del grano; gentes con sentido crítico y ganas de verdad.
Las felicitaciones de Antonio y de Nicolás –antiguos y buenos amigos de muchos años- son hoy la base de mis reflexiones, en dos glosas breves con ánimo de realce solamente de alguna de las virtudes que las adornan.
Antonio me dice:
“Felices Fiestas. Dados los tiempos que corren, quizás convenga recordar la docta sentencia de Francis Bacon: “La historia hace a los hombres sabios; las matemáticas los hacen sutiles; la filosofía natural, profundos; la moral, graves; la lógica y la retórica, hábiles para la lucha”. Sin dejar de tener presente a Celine cuando enseña que “para salir de las dificultades es necesario tener miedo. No hace falta tener otro arma o virtud”. Feliz Nochebuena y “Bebed porque sois felices; nunca porque seáis desgraciados” (Chesterton). Un abrazo”.
Nicolás me dice:
Navidad 2018. La educación –y en ello hay que incluir el pleno desarrollo de la personalidad, el recto entendimiento de nuestro Estado autonómico, la unidad de España como patria común y la solidaridad entre todos, hombres, corporaciones, instituciones- debería ser el gran reto para los próximos años, una vez que nuestra Constitución (La “Nicolasa”), dada el 6-XII-1978, ha cumplido cuarenta años de vigencia real y los ha superado con Notable como sistema compuesto de muchas piezas y elementos, y con variadas relaciones entre ellos a lo largo de estas décadas.
Ahí, como en muchos otros campos que algunos, allá por 1977-78, consideraban como no susceptibles de lograr acuerdos, seguro que podemos avanzar, si nos lo proponemos con reflexión y esfuerzo, la debida actitud y desde el respeto a lo que somos y representamos. Con ello, contribuiremos a que el texto de 1978 (¿es cierto que solo se reforma lo que se quiere conservar?) siga siendo valioso y aplicado. No es tiempo éste para quienes no tienen los pies en la tierra. Además, es tiempo de Navidad y en él se desarrollaron las esperanzas reales. Muy feliz Navidad. Muy feliz 2019. Y todo el ánimo acompañado de un abrazo fuerte. Nicolás”
+++
Antonio es médico en Ponferrada; de los que bajan al subsuelo del enfermo antes de redactar el diagnóstico; que se cuida, como buen profesional, no sólo de la Medicina y sus ciencias auxiliares, sino que, además, hace del libro una herramienta constructiva y la usa a diario para ilustrar y lustrar por los cuatro puntos cardinales su profesión…
Y no ensalzo más para que no se me subleve.
Pero, sobre todo, Antonio es un amigo. Un amigo que, entre los muchos signos y señas de su amistad, cada Nochebuena me recrea con una felicitación de las de fuera de la rutina. Y este año la felicitación de mi querido amigo ha sido la que acabo de reproducir literalmente, con adobo de ideas sugerentes de Bacon, de Celine y de Chesterton. Tres citas con ideas para pensar y trascenderse, porque -sobre el espíritu positivo y esperanzado de la Navidad- invitan a glosarlas para emplazarlas en la circunstancia o circunstancias a que se adosan por el buen tino y sentido del querido amigo. Y como no se debe –por exigencias de la amistad- contrariar invitaciones así, allá me voy con esta breve glosa de la felicitación de Antonio.
Me felicita la Navidad pisando tierra de “los tiempos que corren”; es decir, con la circunstancia formateando el “yo”. Y viene a decir, si yo lo entiendo bien, que esta Navidad es la misma de hace dos mil años, pero no es lo mismo. Que ha de servir para lo mismo que ella –posibilitar “un mundo nuevo y una tierra nueva”-, pero con aires nuevos. Que los aires sean nuevos bien lo parece. De lo otro –“Un mundo nuevo y una tierra nueva” en el bíblico sentido de la expresión-, tras 20 siglos de rodaje, no estoy tan seguro; mejor dicho, no lo creo.
Y, con la circunstancia a la vista, Antonio enhebra –al filo de esta Navidad- las tres agujas de las citas de Bacon, Celine y Chesterton. Observo en las tres acentos agudos de precaución por un lado y de expectativa por otro.
Los puntos de Francis Bacon bien pueden tomarse como esquema redondo para que los hombres sean y se hagan. Es un ideal, un buen ideal. La Ilustración lo suscribiría seguramente. No desdice del mensaje de la Navidad, la del Portal y el Niño. Claro que, después de Auschwick y los Gulag, de Mayodel 68 y la modernidad posmoderna, de los populismos iluminados, totalitarios y reconstructores, cualquiera sabe si las indicaciones y sugerencias de Francis Bacon se han quedado ya en otra cosa que en un piadoso deseo o en romántico pero destartalado plan de vida.
El miedo que aconseja Celine como arma para vencer las dificultades muestra quizás un camino más abierto ante la bruma o negrura de “los tiempos que corren”. Si “el miedo”, cuando es racional y no cerval, connota “precaución”, bueno ha de ser para “los tiempos”, pues precaverse ante las “artes” –sobre todo las malas- de los del “todo a cien”, los de la farsa y el tripicheo o los que aspiran a convencer de haber visto “a los burros volar”, Aunque se hayan escrito muchos y muy bellos “cuentos de Navidad”, la Navidad cristiana es algo más, bastante más, que “un cuento”.
¿Y Chesterton? “Bebed porque sois felices; nunca porque seáis desgraciados”. Oportunísimo consejo para no convertir la Navidad cristiana en una bacanal con humos de parodia de la verdadera y auténtica Navidad.
Gracias, amigo Antonio.
Nicolás -entre otras cosas- es Letrado de las Cortes Generales y muy buen jurista. De casta le viene y ejerce de ello con la naturalidad de quien, al enseñar, no alardea de ser un maestro. Hace tiempo lo conocí y me sigue su recuerdo como lo que su persona es a mi ver: un señor de los “hechos a medida” y no de las “fabricadas en serie”, cual -con buen tino- discerniera ufano, ante el garrote vil inminente, el Patricio Sarmiento, de Galdós, en “El Terror de 1824” (VII volumen de la 2ª serie de sus Episodios Nacionales, cap. XXI).
Su felicitación –pensada también desde la circunstancia- apunta o pone el dedo en la llaga de los varios –ignorantes, aviesos, malvados o canallas, que habrá de todo- que -aunque hablen de reforma para despistar o encubrir- quieren borrar o ensuciar esa página, quizás la más brillante, escrita nunca entre nosotros para acabar de una vez con la maldición cainita de las “Dos Españas”.
Por mucho que canten o bailen los detractores de ese momento estelar de nuestra Historia, aquella página -aunque escrita por mano de los Suárez, Carrillo, Felipe o Guerra, Solé Tura o Peces Barba y otros más de igual rango y altura de miras- fue debida en su más radical verdad al entero pueblo español -harto ya de soportar maldiciones y ansioso de liberarse de las tretas y maldades de los unos y los otros.
Nadie, por tanto, que se llame demócrata debiera dudar de tal verdad. La Constitución, por voluntad directa del pueblo español, es la fundamental garantía de convivencias en paz, en justicia y en razón. Que no es perfecta y necesita de ajustes y reformas, nadie lo duda. Y habrá de reformarse en lo que su rodaje de 40 años la haya podido mostrar “minus valens”; pero no entrando en ella como “elefante en una cacharrería”, sino con la pericia y mesura del buen cirujano que corta para vitalizar; y echando por delante que la reforma de algo no es una demolición, y supone pervivencia del ser que se reforma, como acertadamente patenta Nicolás en la felicitación al preguntarse con pujante ironía si no “es cierto que solo se reforma lo que se quiere conservar”. Es totalmente cierto que “reformar” algo tiene una ladera de quitar defectos y otra de introducir usos buenos, como Ortega y Gasset mostrara al invocar –hace casi un siglo (1930) la “misión de la universidad”.
Cuando algunos de los “nuevos y presuntos salvadores de la patria” claman a voces a la reforma, aunque se maten por disimular, no quieren reforma sino enredar o tal vez perpetuar el drama de las “Dos Españas”, o lo que es igual, el “cainismo” en nuestra sociedad.
La última frase de la felicitación de Nicolás merece punto y a parte. En tono profético dice Nicolás que “No es tiempo éste para quienes no tienen los pies en la tierra. Además, es tiempo de Navidad y en él se desarrollaron las esperanzas reales. Muy feliz Navidad. Muy feliz 2019. Y todo el ánimo acompañado de un abrazo fuerte”.
Este apunte –a rebufo de la venturosa singladura constitucional de los 40 años cumplidos- no deja de tener su “porqué” en ese doble filo del final: no es tiempo de andarse por las ramas en cabriolas tan etéreas como improvisadas, sino de tocar el suelo y mirar a las raíces. Pero está lo otro, la Navidad y su mensaje en medio de la noche: “Es tiempo de Navidad y en ese tiempo se desarrollaron las esperanzas reales” La circunstancia no es desdeñable, ni para Nicolás ni para los creyentes en el “Dios hecho Hombre”. Estos días pasados, por boca de don Fidel, otro amigo, reflexionaba yo sobre la necesidad de que “la esperanza” fuese “activa” y no de brazos cruzados y de pierna sobre pierna. Belán marcó hace veinte siglos un camino por el que moverse, en busca de la “paz” sobre todo; y no por cuaklquiera sino por hombres y mujeres “de buena voluntad”.
La conjunción de las cosas naturales y sobrenaturales que hace Nicolás al final de su navideña felicitación es –como es la Navidad- estelar y, por lo mismo, digna de ser mirada como se mira una estrella: con una ilusión que sea movimiento del alma hacia ella.
Gracias, Nicolás.
Más de una vez lo he dicho y ahora, para cerrar estas reflexiones, lo reitero. Aquel efluvio del gran tribuno romano Cicerón al preguntarse a sí mismo si “puede soñarse algo más dulce que tener al alguien con quien poder hablar de todas las cosas como si contigo mismo hablaras” (De amicitia). ¡Pues eso!!!
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Además de una esencia circunstanciada en las afueras de un pequeño pueblo palestino, hace dos mil años, en un establo de albergar animales y con un reparto variopinto de protagonistas -los que van de José y María a los ángeles entonando aleluyas de paz, de unos pastores sacados del sueño por la irrupción de un “misterio” que los sorprende y admira a unos magos o reyes de Oriente que –siguiendo la luz de la estrella- aciertan a dar con el lugar-… Además –digo- de ese centro y esencia, sin lo que la Navidad no sería otra cosa que ordinaria meteorología de solsticio del invierno, lleva la Navidad cristiana adosadas excrecencias –culturales en todo caso- que hacen de ella un emporio cultural con caras tan variadas como la golosina del mazapán y los turrones, o esas otras golosinas de superlativa belleza y encanto humano que son los villancicos, las felicitaciones, los regalos, la paz que anuncia la mano tendida a todo el mundo, los sueños infantiles continuados de Navidad a Reyes. Y todo ello bien servido en raciones individuales o sociales, cocidas al aire de lo que los usos y tradiciones de cada persona, familia o pueblo ha ido poniendo junto al Portal y al Niño, con mayúscula, que –al nacer como lo hace- revoluciona (en el buen sentido del término) toda la Historia humana. Esta rica gama de sabores de la Navidad, que se difunden profusamente –como un bien que son- y alegran el cuerpo y sobre todo el alma, parecen empujar a darles alas para volar más allá de los límites del afortunado receptor que los gusta y saborea. Estos días, todo –por lejano que esté- parece contagiarse del buen sentido de la Navidad.
De las muestras y ofertas de alegría por mí recibidas con esta ocasión, dos espigo –entre todas- al ver en ellas, al socaire venturoso de la Navidad, empeño en poner –junto al Portal y al Niño-Dios- aires de nuestro tiempo, de nuestra circunstancia individual o colectiva, con ánimo sin duda de hacerlos más respirables o menos expuestos a las servidumbres que se nos pretenden colar so capa de tutelas, muy benevolentes quizás, pero insoportables por gentes curtidas hace mucho en el arte de separar la paja del grano; gentes con sentido crítico y ganas de verdad.
Las felicitaciones de Antonio y de Nicolás –antiguos y buenos amigos de muchos años- son hoy la base de mis reflexiones, en dos glosas breves con ánimo de realce solamente de alguna de las virtudes que las adornan.
Antonio me dice:
“Felices Fiestas. Dados los tiempos que corren, quizás convenga recordar la docta sentencia de Francis Bacon: “La historia hace a los hombres sabios; las matemáticas los hacen sutiles; la filosofía natural, profundos; la moral, graves; la lógica y la retórica, hábiles para la lucha”. Sin dejar de tener presente a Celine cuando enseña que “para salir de las dificultades es necesario tener miedo. No hace falta tener otro arma o virtud”. Feliz Nochebuena y “Bebed porque sois felices; nunca porque seáis desgraciados” (Chesterton). Un abrazo”.
Nicolás me dice:
Navidad 2018. La educación –y en ello hay que incluir el pleno desarrollo de la personalidad, el recto entendimiento de nuestro Estado autonómico, la unidad de España como patria común y la solidaridad entre todos, hombres, corporaciones, instituciones- debería ser el gran reto para los próximos años, una vez que nuestra Constitución (La “Nicolasa”), dada el 6-XII-1978, ha cumplido cuarenta años de vigencia real y los ha superado con Notable como sistema compuesto de muchas piezas y elementos, y con variadas relaciones entre ellos a lo largo de estas décadas.
Ahí, como en muchos otros campos que algunos, allá por 1977-78, consideraban como no susceptibles de lograr acuerdos, seguro que podemos avanzar, si nos lo proponemos con reflexión y esfuerzo, la debida actitud y desde el respeto a lo que somos y representamos. Con ello, contribuiremos a que el texto de 1978 (¿es cierto que solo se reforma lo que se quiere conservar?) siga siendo valioso y aplicado. No es tiempo éste para quienes no tienen los pies en la tierra. Además, es tiempo de Navidad y en él se desarrollaron las esperanzas reales. Muy feliz Navidad. Muy feliz 2019. Y todo el ánimo acompañado de un abrazo fuerte. Nicolás”
+++
Antonio es médico en Ponferrada; de los que bajan al subsuelo del enfermo antes de redactar el diagnóstico; que se cuida, como buen profesional, no sólo de la Medicina y sus ciencias auxiliares, sino que, además, hace del libro una herramienta constructiva y la usa a diario para ilustrar y lustrar por los cuatro puntos cardinales su profesión…
Y no ensalzo más para que no se me subleve.
Pero, sobre todo, Antonio es un amigo. Un amigo que, entre los muchos signos y señas de su amistad, cada Nochebuena me recrea con una felicitación de las de fuera de la rutina. Y este año la felicitación de mi querido amigo ha sido la que acabo de reproducir literalmente, con adobo de ideas sugerentes de Bacon, de Celine y de Chesterton. Tres citas con ideas para pensar y trascenderse, porque -sobre el espíritu positivo y esperanzado de la Navidad- invitan a glosarlas para emplazarlas en la circunstancia o circunstancias a que se adosan por el buen tino y sentido del querido amigo. Y como no se debe –por exigencias de la amistad- contrariar invitaciones así, allá me voy con esta breve glosa de la felicitación de Antonio.
Me felicita la Navidad pisando tierra de “los tiempos que corren”; es decir, con la circunstancia formateando el “yo”. Y viene a decir, si yo lo entiendo bien, que esta Navidad es la misma de hace dos mil años, pero no es lo mismo. Que ha de servir para lo mismo que ella –posibilitar “un mundo nuevo y una tierra nueva”-, pero con aires nuevos. Que los aires sean nuevos bien lo parece. De lo otro –“Un mundo nuevo y una tierra nueva” en el bíblico sentido de la expresión-, tras 20 siglos de rodaje, no estoy tan seguro; mejor dicho, no lo creo.
Y, con la circunstancia a la vista, Antonio enhebra –al filo de esta Navidad- las tres agujas de las citas de Bacon, Celine y Chesterton. Observo en las tres acentos agudos de precaución por un lado y de expectativa por otro.
Los puntos de Francis Bacon bien pueden tomarse como esquema redondo para que los hombres sean y se hagan. Es un ideal, un buen ideal. La Ilustración lo suscribiría seguramente. No desdice del mensaje de la Navidad, la del Portal y el Niño. Claro que, después de Auschwick y los Gulag, de Mayodel 68 y la modernidad posmoderna, de los populismos iluminados, totalitarios y reconstructores, cualquiera sabe si las indicaciones y sugerencias de Francis Bacon se han quedado ya en otra cosa que en un piadoso deseo o en romántico pero destartalado plan de vida.
El miedo que aconseja Celine como arma para vencer las dificultades muestra quizás un camino más abierto ante la bruma o negrura de “los tiempos que corren”. Si “el miedo”, cuando es racional y no cerval, connota “precaución”, bueno ha de ser para “los tiempos”, pues precaverse ante las “artes” –sobre todo las malas- de los del “todo a cien”, los de la farsa y el tripicheo o los que aspiran a convencer de haber visto “a los burros volar”, Aunque se hayan escrito muchos y muy bellos “cuentos de Navidad”, la Navidad cristiana es algo más, bastante más, que “un cuento”.
¿Y Chesterton? “Bebed porque sois felices; nunca porque seáis desgraciados”. Oportunísimo consejo para no convertir la Navidad cristiana en una bacanal con humos de parodia de la verdadera y auténtica Navidad.
Gracias, amigo Antonio.
Nicolás -entre otras cosas- es Letrado de las Cortes Generales y muy buen jurista. De casta le viene y ejerce de ello con la naturalidad de quien, al enseñar, no alardea de ser un maestro. Hace tiempo lo conocí y me sigue su recuerdo como lo que su persona es a mi ver: un señor de los “hechos a medida” y no de las “fabricadas en serie”, cual -con buen tino- discerniera ufano, ante el garrote vil inminente, el Patricio Sarmiento, de Galdós, en “El Terror de 1824” (VII volumen de la 2ª serie de sus Episodios Nacionales, cap. XXI).
Su felicitación –pensada también desde la circunstancia- apunta o pone el dedo en la llaga de los varios –ignorantes, aviesos, malvados o canallas, que habrá de todo- que -aunque hablen de reforma para despistar o encubrir- quieren borrar o ensuciar esa página, quizás la más brillante, escrita nunca entre nosotros para acabar de una vez con la maldición cainita de las “Dos Españas”.
Por mucho que canten o bailen los detractores de ese momento estelar de nuestra Historia, aquella página -aunque escrita por mano de los Suárez, Carrillo, Felipe o Guerra, Solé Tura o Peces Barba y otros más de igual rango y altura de miras- fue debida en su más radical verdad al entero pueblo español -harto ya de soportar maldiciones y ansioso de liberarse de las tretas y maldades de los unos y los otros.
Nadie, por tanto, que se llame demócrata debiera dudar de tal verdad. La Constitución, por voluntad directa del pueblo español, es la fundamental garantía de convivencias en paz, en justicia y en razón. Que no es perfecta y necesita de ajustes y reformas, nadie lo duda. Y habrá de reformarse en lo que su rodaje de 40 años la haya podido mostrar “minus valens”; pero no entrando en ella como “elefante en una cacharrería”, sino con la pericia y mesura del buen cirujano que corta para vitalizar; y echando por delante que la reforma de algo no es una demolición, y supone pervivencia del ser que se reforma, como acertadamente patenta Nicolás en la felicitación al preguntarse con pujante ironía si no “es cierto que solo se reforma lo que se quiere conservar”. Es totalmente cierto que “reformar” algo tiene una ladera de quitar defectos y otra de introducir usos buenos, como Ortega y Gasset mostrara al invocar –hace casi un siglo (1930) la “misión de la universidad”.
Cuando algunos de los “nuevos y presuntos salvadores de la patria” claman a voces a la reforma, aunque se maten por disimular, no quieren reforma sino enredar o tal vez perpetuar el drama de las “Dos Españas”, o lo que es igual, el “cainismo” en nuestra sociedad.
La última frase de la felicitación de Nicolás merece punto y a parte. En tono profético dice Nicolás que “No es tiempo éste para quienes no tienen los pies en la tierra. Además, es tiempo de Navidad y en él se desarrollaron las esperanzas reales. Muy feliz Navidad. Muy feliz 2019. Y todo el ánimo acompañado de un abrazo fuerte”.
Este apunte –a rebufo de la venturosa singladura constitucional de los 40 años cumplidos- no deja de tener su “porqué” en ese doble filo del final: no es tiempo de andarse por las ramas en cabriolas tan etéreas como improvisadas, sino de tocar el suelo y mirar a las raíces. Pero está lo otro, la Navidad y su mensaje en medio de la noche: “Es tiempo de Navidad y en ese tiempo se desarrollaron las esperanzas reales” La circunstancia no es desdeñable, ni para Nicolás ni para los creyentes en el “Dios hecho Hombre”. Estos días pasados, por boca de don Fidel, otro amigo, reflexionaba yo sobre la necesidad de que “la esperanza” fuese “activa” y no de brazos cruzados y de pierna sobre pierna. Belán marcó hace veinte siglos un camino por el que moverse, en busca de la “paz” sobre todo; y no por cuaklquiera sino por hombres y mujeres “de buena voluntad”.
La conjunción de las cosas naturales y sobrenaturales que hace Nicolás al final de su navideña felicitación es –como es la Navidad- estelar y, por lo mismo, digna de ser mirada como se mira una estrella: con una ilusión que sea movimiento del alma hacia ella.
Gracias, Nicolás.
Más de una vez lo he dicho y ahora, para cerrar estas reflexiones, lo reitero. Aquel efluvio del gran tribuno romano Cicerón al preguntarse a sí mismo si “puede soñarse algo más dulce que tener al alguien con quien poder hablar de todas las cosas como si contigo mismo hablaras” (De amicitia). ¡Pues eso!!!
SANTIAGO PANIZO ORALLO