Un "tío" de pueblo -Apunte para una democracia real 14-XI-2018

Que sea “trece y martes” –ayer lo era- no es señal inequívoca o contundente de mala suerte ni de malos augurios. Tiene mucho de “superstición” la cosa y, como se sabe, las supersticiones –religiosas o laicas- son irracionalidades o juegos de farsa con lo auténtico mucho más que criterios de buen sentido. Por eso, lo de “martes y trece”, esta vez, no pasó de ser una jocosa chanza entre Pedro y yo.

Y puesto de menciono a Pedro, ¿quién es ese Pedro?
Pedro es un hombre de pueblo; de mi pueblo concretamente. Es un “tío de pueblo” que. además de haberse pasado la vida trabajando de sol a sol, metido siempre en faenas ganaderas (ha sido carnicero en el pueblo y cultor de vacas y ovejas) y en movimiento continuo para darlas cumplidas, tiene virtudes como la de hablar claro o la de intentar llamar a las cosas por su nombre; lo que no es poco, puesto que, al ser cívicas por naturaleza, suelen darse de baja tales virtudes en tiempos en que el civismo se despelota a manos de intereses, conveniencias, medias verdades y, sobre todo, esa tara de la verdad que lleva a creer “a pies juntillas” que no hay ni otra verdad ni más verdad que la que sale de mi boca después de ser apadrinada por los adentros. O sea, lo que ahora se dice la “pos-verdad”.
No. Pedro no sabe ni lo que es la “pos-verdad”, ni falta que le hace; al menos, por lo que a mí me consta, nunca se ha dado a concertar citas con ella. Como dijera Goethe, “lo que hay dentro, eso hay fuera”. Dice lo que piensa, sin malicias ni entreverados rellenos; lo recalca, si hace falta; y que no le vengan los “listos” con cataplasmas para curar la tuberculosis. Alguna vez lo dice “a lo bruto”, porque es un “tiarrón”, pero no pasa de eso al poner en solfa y defender lo que cree justo y verdadero.

Pedro es amigo mío y, algunas mañanas del verano, hace que le acompañe al bar del pueblo para tomar un café y unos churros (los preparan muy bien, por cierto- y, de este modo, tener ocasión de departir juntos un rato cultivando la amistad -delicada planta que necesita cuidados para dar flores.

Ayer le llamé para saludarle, anunciarle un próximo viaje al pueblo y mi deseo de verle –a él y a los suyos-, aunque aunque el billete sea esta vez de ida y vuelta en el día.

Resulta fascinante, o -quizá mejor- estimulante, ver cómo los amigos –especialmente cuando son de los que dan lo que tienen y lo que tienen es positivo para el cuerpo, para el alma o para las dos cosas- pueden insuflar -con cuatro palabras- dosis justas pero cumplidas de esa sabiduría “de pueblo” que, para serlo de verdad y a tope, no requiere ni de tesis doctorales ni de “masters”, pero que suele hallarse, como en sede propia, tanto en la “gente mayor” –de vuelta ya de las apariencias y las transparencias al uso y curtida en múltiples experiencias del vivir-. y también en las “gentes de pueblo”, tan de vuelta igualmente de monsergas o carantoñas baratas y casi siempre utilitarias, porque –a “los de regadío”, como se dice ahora- los ven a su lado para reclamarles impuestos o cuando se estila pasarles la mano por el lomo para pedirles el voto en las elecciones.
“Gramática parda” saben estas gentes; y de “clase suprema” calificaría el Bachiller Cantaclaro a esta sabiduría popular y sin embargo desprovista de lo que el citado bachiller llama “arte de vivir sin dar golpe”. Esta gente no. Que se levanta con el día y suele recogerse cuando ya no queda luz para seguir faenando.

Después del saludo ritual y de compadrear un poco con lo de “martes y trece” del día, al interesarme por las cosas del pueblo y las del país y por él mismo y los suyos -¿Cómo vamos; cómo vais?-, recibo la escueta respuesta que literalmente reproduzco: “Tirando vamos. Hay lo que hay; y hay que salir como se pueda”.

Estupefacto me quedé nada más oírle. Porque no eran teorías lo que mostraba la escueta frase. Era “entereza” de un hombre “entero”, acostumbrado a luchar contra los “elementos” haciendo lo posible por vencerlos. Era el contrapunto del “progre” de ayer y de hoy, hecho más para rastrear culpables que para buscar soluciones, ávido más de coger la pancarta y protegerse tras ella para gritar consignas que no son suyas, que de arrimar el hombro y exigir –con métodos de hombre y no de bestia; es decir, con el voto y con razones, exigir al gobernante que gobierne sin demagogias, al juez que juzgue haciendo justicia y no meramente administrándola; y al legista que –sin reducir a su capricho los espacios de las personas, de la familia y de la misma sociedad- legisle de acuerdo con la “demanda social”, sin saltársela “a la torera” cuando le guste o convenga a su ideología, y respetando –porque es lo justo- todos los derechos que son anteriores al Estado y de los que el Estado ha de ser solamente gestor, pero no amo.
Estupefacto me quedé y se lo dije. “Pedro, aunque sea “martes y trece”, me acabas de dar una lección magistral –práctica sobre todo- de sabiduría popular. Valdría para titular un “master”, ahora que tanto se llevan. Soltó una risotada y seguimos conformando mi plan de viaje al pueblo.

“Hay que salir como se pueda….”. Todo un reto, pero también todo un orgullo de ser “ciudadano” y –por qué no también!- todo un orgullo de ser “de pueblo”.

No es Pedro –creo yo- de los de “comerse los santos a “puñados”; tampoco es de los pirómanos incendiarios. Es hombre de calma, pausado y oportuno en sus decires y sus recetas.
Como digo, es de los que han trabajado de sol a sol toda la vida. Es realista como ha de serlo todo el que, al asomarse al balcón, admira el rosicler de los amaneceres y los atardeceres limpios, y se fía de lo que intuyen sus ojos tras el color de una nube o el vuelo de las avecillas; aunque se fía más de la fuerza de su razón y de la solidez de su voluntad que de los augurios de un almanaque o de lo que aventure la hoja de un calendario. Es sagaz, para llamar a las cosas por su nombre sin perderse, a pesar de ello, por las ramas de ampulosas vacuidades o de retóricas ofertas de prestidigitador.

Este dicho de hoy, a bote pronto y sin pensarlo casi: “Vamos tirando. Hay lo que hay. Hay que salir como se pueda”, no es ni retórica ni vacuidad. Tampoco es gramática parda a secas, aunque bien pudiera ser una forma de gramática, la que enseña a conjugar el verbo “vivir” “con lo que hay”, “ni envidiado ni envidioso” como suele decirse también, para no caer ni en resentimientos inciviles, ni en frustraciones indicadoras de inmadurez.
Pedro es así y es agradable tenerle por amigo, me dije al desconectar el teléfono y acabar la charla con él.

Raudo cogí en la mano el medieval Cantar de mio Cid para buscar y degustar ese verso macanudo –el vigésimo- que los burgaleses musitaron al paso de Rodrigo Díaz de Vivar –cabizbajo, pero no vencido-, por sus tierras, camino del destierro, prenda con que el Rey pagaba su lealtad exigente: “Dios, ¡qué buen vassallo, si oviese buen señor!”.

Y, pensando para mí solo, me hago una breve reflexión final por hoy. Las democracias fallan con bastante frecuencia: y fallan porque ser demócrata de verdad es de las cosas más difíciles del quehacer político. Pero ¿no son muchas más las veces que las democracias fallan o son morbosas más por causa de los políticos que por causa de los de “pueblo”? Es para pensar…

Gracias, amigo Pedro, por haberme ayudado a pensar –ayer y hoy- con tu feliz y constructiva receta. Hasta pronto.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
Volver arriba