ACTITUDES PARA EJERCITAR EN EL ADVIENTO.
ACTITUDES PARA EJERCITAR EN EL ADVIENTO.
HUMILDAD Y POBREZA:
Nadie desea un Salvador ni espera su venida si no siente necesidad de ser salvado.
El humilde es capaz de comprender el secreto de Dios porque busca desde su misma indigencia, mientras que el “sabio y el inteligente” busca desde su prepotencia y su orgullo.
El humilde es capaz de “vivir en verdad” y pide sin exigir nada como un “mendigo” necesitado de lo más urgente, que sólo Dios mismo puede dárselo.
El humilde sabe “de quién se ha fiado” y sabe que en medio de su vida Dios mismo ha hecho una opción preferente por su causa, a pesar de que en muchos frentes la vida misma lo arrincona en su cuneta.
Jesús mismo nos hace ver, con su talante y con su actitud, que valorar al humilde conlleva tener en su interior la honradez de miras que le hace “no juzgar por apariencias, ni sentenciar de oídas”.
Hagamos que en cada situación que nos encontremos anhelemos la venida de Cristo desde un talante humilde y sencillo, sabiendo que Dios mismo se hace “mendigo” de nuestra pequeñez y debilidad.
DESEO Y ESPERANZA:
Hay que tener hambre y sed de Cristo y de todo lo que Cristo supone, como es el Reino de Dios en la tierra.
El Adviento es un tiempo de esperanza y de conversión, y la razón fundamental de la esperanza es que Dios ama a nuestro mundo, y nos ama apasionadamente a cada uno de nosotros.
Ante ese amor desmedido de Dios para con nosotros, la respuesta debe ser la fe y la confianza del ser humano.
Dios mismo nos te indica el camino que debemos seguir.
Dios mismo nos recuerda que el camino que debemos seguir debe cimentarse fundamentalmente en la paz y en la justicia, auténticos dones de arriba: ¡Oh, si hubieras obedecido a mis mandamientos! Tu paz sería como un río y tu justicia como las olas del mar.
VIGILANCIA Y FE:
Hay que esperar al Señor porque no se sabe la hora. Ni siquiera se sabe la forma y la manera. Y bien sabemos que Dios se hace encontradizo en nuestra vida aunque nosotros no lo reconozcamos.
Lo más importante en la fe no es saber mucho sino confiar, al estilo de María. Y reconocemos el dinamismo de la revelación cristiana: Dios nos ha amado con todas sus fuerzas en Cristo y no por méritos propios. De la misma manera, no por méritos tenemos que amor al otro.
ALEGRÍA:
Hay que prepararnos para recibir algo grande y muy hermoso. La vida no sólo se alegra con las realidades positivas, sino con las esperanzas de estas realidades. Toda esperanza alegra el corazón. La esperanza posibilita la ilusión y el esfuerzo.
Hoy, también a nosotros, se nos anuncia que Dios nos ha escogido y nos ama con todas sus fuerzas “pues yo, el Señor, tu Dios, te cojo de la diestra y te digo: No temas, que yo vengo a ayudarte. No temas, gusanillo de Jacob, larva insignificante de Israel; ya vengo yo en tu ayuda, dice el Señor: tu redentor es el Santo de Israel”.
Hoy, en medio de tantos peligros y tantos “desiertos”, proclamar que Dios jamás nos abandona y que es nuestro “compañero incansable en el camino” reconforta nuestra alegría y nos fortalece en la esperanza, esa virtud que no se cansa de esperar y goza en su corazón de lo que aún no está.
CARIDAD:
Hay que acoger al Señor en el hermano que sufre y necesita de nosotros
Jesús mismo, en el Evangelio, nos advierte que no basta decir “Señor, Señor, para entrar en el Reino de los cielos”, sino “el que haga la voluntad de mi Padre celestial”.
La voluntad del Padre celestial pasa por hacer posible el dinamismo del amor… En el fondo, la voluntad del Padre pasa por amar a Dios con todas nuestras fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos.
¡Cómo resuena en este momento, en esta sintonía evangélica, las palabras de San Juan de la Cruz: “Al final de los días nos examinarán del amor”!
www.marinaveracruz.net
HUMILDAD Y POBREZA:
Nadie desea un Salvador ni espera su venida si no siente necesidad de ser salvado.
El humilde es capaz de comprender el secreto de Dios porque busca desde su misma indigencia, mientras que el “sabio y el inteligente” busca desde su prepotencia y su orgullo.
El humilde es capaz de “vivir en verdad” y pide sin exigir nada como un “mendigo” necesitado de lo más urgente, que sólo Dios mismo puede dárselo.
El humilde sabe “de quién se ha fiado” y sabe que en medio de su vida Dios mismo ha hecho una opción preferente por su causa, a pesar de que en muchos frentes la vida misma lo arrincona en su cuneta.
Jesús mismo nos hace ver, con su talante y con su actitud, que valorar al humilde conlleva tener en su interior la honradez de miras que le hace “no juzgar por apariencias, ni sentenciar de oídas”.
Hagamos que en cada situación que nos encontremos anhelemos la venida de Cristo desde un talante humilde y sencillo, sabiendo que Dios mismo se hace “mendigo” de nuestra pequeñez y debilidad.
DESEO Y ESPERANZA:
Hay que tener hambre y sed de Cristo y de todo lo que Cristo supone, como es el Reino de Dios en la tierra.
El Adviento es un tiempo de esperanza y de conversión, y la razón fundamental de la esperanza es que Dios ama a nuestro mundo, y nos ama apasionadamente a cada uno de nosotros.
Ante ese amor desmedido de Dios para con nosotros, la respuesta debe ser la fe y la confianza del ser humano.
Dios mismo nos te indica el camino que debemos seguir.
Dios mismo nos recuerda que el camino que debemos seguir debe cimentarse fundamentalmente en la paz y en la justicia, auténticos dones de arriba: ¡Oh, si hubieras obedecido a mis mandamientos! Tu paz sería como un río y tu justicia como las olas del mar.
VIGILANCIA Y FE:
Hay que esperar al Señor porque no se sabe la hora. Ni siquiera se sabe la forma y la manera. Y bien sabemos que Dios se hace encontradizo en nuestra vida aunque nosotros no lo reconozcamos.
Lo más importante en la fe no es saber mucho sino confiar, al estilo de María. Y reconocemos el dinamismo de la revelación cristiana: Dios nos ha amado con todas sus fuerzas en Cristo y no por méritos propios. De la misma manera, no por méritos tenemos que amor al otro.
ALEGRÍA:
Hay que prepararnos para recibir algo grande y muy hermoso. La vida no sólo se alegra con las realidades positivas, sino con las esperanzas de estas realidades. Toda esperanza alegra el corazón. La esperanza posibilita la ilusión y el esfuerzo.
Hoy, también a nosotros, se nos anuncia que Dios nos ha escogido y nos ama con todas sus fuerzas “pues yo, el Señor, tu Dios, te cojo de la diestra y te digo: No temas, que yo vengo a ayudarte. No temas, gusanillo de Jacob, larva insignificante de Israel; ya vengo yo en tu ayuda, dice el Señor: tu redentor es el Santo de Israel”.
Hoy, en medio de tantos peligros y tantos “desiertos”, proclamar que Dios jamás nos abandona y que es nuestro “compañero incansable en el camino” reconforta nuestra alegría y nos fortalece en la esperanza, esa virtud que no se cansa de esperar y goza en su corazón de lo que aún no está.
CARIDAD:
Hay que acoger al Señor en el hermano que sufre y necesita de nosotros
Jesús mismo, en el Evangelio, nos advierte que no basta decir “Señor, Señor, para entrar en el Reino de los cielos”, sino “el que haga la voluntad de mi Padre celestial”.
La voluntad del Padre celestial pasa por hacer posible el dinamismo del amor… En el fondo, la voluntad del Padre pasa por amar a Dios con todas nuestras fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos.
¡Cómo resuena en este momento, en esta sintonía evangélica, las palabras de San Juan de la Cruz: “Al final de los días nos examinarán del amor”!
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