En una reunión de catequesis un grupo de jóvenes reflexionaba vivamente cuál era el don más valioso que tenía el ser humano que lo distinguía del resto de los animales.
Un joven afirmó que la distinción radicaba en que el ser humano es un animal "gestador de cultura".
Una joven comentó que la distinción recaía en su capacidad de pensar. Otro joven dijo que el ser humano se diferenciaba de los demás animales por su capacidad de aprendizaje y gestador de situaciones nuevas que van más allá de su registro genético.
Pero otro joven, quizá el más tímido y más callado, que en todas las reuniones se sentaba casi escondido, sentenció que la distinción estaba, según él, en que el ser humano es "el animal que ha recibido el don de amar y ser amado".
Efectivamente, el amor es el único capaz de redimir al ser humano de su propia debilidad y desterrar el odio, la envidia, el rencor y el desprecio.