Jesús de Nazaret era un seductor que atraía a la gente con su palabra, sus gestos, su vida, y, sobre todo, con su mirada.
Está convencido que “quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación” (proverbio árabe).
¿Acaso crees que lo que transformó a la mujer adúltera fueron sus palabras? ¡No! Lo que verdaderamente la hizo liberarse y redimirse de su experiencia pasada fue la mirada cautivadora y compasiva de Jesús.
¿Acaso crees que lo que hizo volver al leproso fue el saboreo de las palabras de aquel hombre profeta que lo mandó a presentarse a los sacerdotes del templo y en el camino quedó curado? ¡No! Lo que verdaderamente le hizo salir en busca de Jesús fue su mirada limpia, que le hizo comprender que “cada día es el mejor del año” (Ralph W. Emerson).
Aquí estamos nosotros, reclamando al menos una mirada trascendente que nos reconcilie con la vida y con los otros.