Cierto día un joven se cuestionaba abiertamente sobre la existencia de Dios y, sobre todo, de su predicada bondad e intervención activa en la historia de los hombres.
Aquella queja y el interrogante hizo paralizar las palabras balbucientes del grupo y todas las miradas quedaron fijas en el profesor.
El profesor, un tanto nervioso, afirmó: “La vida humana se convierte en problemática, sobre todo cuando aparece en el horizonte el sufrimiento y las huellas del mal. Y esta problemática se hace existencial cuando en medio de la tragedia anhelamos una respuesta repleta de sentido para la enigmática realidad.
El sentido global último que dé respuesta a la razón última de cuanto acontece no parece encontrarse en otro que no sea el mismo Dios, que si bien su propia identidad es continuamente amenazada y cuestionada como único soporte válido al clamor de justicia y de respuesta para tantas causas perdidas.
No temed a vuestras preguntas y convenceros que la intervención amorosa de Dios se hará evidente cuando ayudemos a los humanos a conseguir una vida más humana y menos trágica”