José de Segovia Aretha Franklin busca Sublime Gracia en el cine
El filme logra, sin embargo, mostrar la emoción con la que Aretha se aferra a su fe en medio de sus problemas.
Hace un par de fines de semana pasado se ha estrenado en los cines españoles la película perdida de un culto evangélico que rodó Sydney Pollack en una iglesia bautista de Los Ángeles en 1972. En ella Aretha Franklin (1942-2018) vuelve a cantar gospel. Tras varios divorcios y con serios problemas con el alcohol, la cantante encuentra Sublime Gracia.
Aretha se cría con los cánticos espirituales del pueblo afroamericano en la congregación que pastoreaba su padre en Detroit. El era un famoso predicador bautista que colaboró con Martin Luther King, cuyos discos de sermones vendían más que el primer álbum de gospel que ella hizo (Songs Of Faith) en 1956. Debido a sus muchas infidelidades, la madre se separa de él cuando Aretha tenía 6 años, pero se muere en 1952, cuando la niña tenía sólo 10 años. En su precoz adolescencia es madre soltera de dos hijos, ¡a los 14 y 16 años!
Paradójicamente, el circuito del gospel era ya conocido por su inmoralidad sexual a finales de los años 50. Ella se mantiene fuera de él y no graba otro disco de cánticos espirituales hasta este Amazing Grace de 1972, apenas nada comparado con las noventa canciones de gospel que grabaron músicos tan poco conocidos por su religiosidad como Billy Preston, James Brown o Elvis Presley. En la iglesia afroamericana, o hacías “gospel” o música del “mundo”, ¡no había término medio!
HIJA DE PREDICADOR
El padre de Aretha sólo recordaba de su abuelo cómo le enseñó a saludar, antes de abandonar a su familia cuando él tenía 4 años, después de haber obtenido la liberación de la esclavitud hacía ya medio siglo. El apellido Franklin viene del padrastro. Doce años después ya era predicador itinerante. Su primer matrimonio se rompió en dos años, pero la madre de Aretha, Barbara Siggers, aguantó sus muchas infidelidades hasta que ella tuvo 6 años –una de ellas con una niña de 12 años de la congregación en Memphis, Milfred Jennings, con quien tuvo un hijo llamado Carl Allan–.
La madre de Aretha era una gran cantante de gospel, según Mahalia Jackson. Tuvo otros tres hijos con el predicador, Emma, Carolyn y Cecil. Al dejar a su marido, fue a Nueva York, donde trabajó en una tienda de música, mientras estudiaba enfermería y vivían en casa de su madre. Aretha se quedó con su padre y sólo la veía en los veranos, pero la madre murió a los 34 años, cuando ella tenía sólo 10 años.
La vida de Aretha no fue nada fácil. Tuvo cuatro hijos de cuatro hombres diferentes, los primeros dos a los 14 y 16 años de un compañero de colegio y alguien que conoce al grabar su primer disco de gospel siendo todavía adolescente. Ella siguió unida a su padre, hasta el punto de que insistió cuando se hizo la película y el álbum de Amazing Grace que fuera él quien dirigiera y predicara en el culto. No es un concierto, por lo tanto, sino toda una declaración de fe y alabanza a Dios en medio de sus serios problemas con el alcohol.
EN LOS BRAZOS DEL PADRE ETERNO
En esta iglesia bautista de Los Ángeles se reúne una peculiar congregación que incluye hasta los Rolling Stones. Sydney Pollack era entonces sólo el asistente al director de una película que se rueda sin claquetas que separen los planos. El resultado es una completa falta de sincronización entre la imagen y el sonido, que sólo ahora se ha podido resolver. El filme logra, sin embargo, mostrar la emoción con la que Aretha se aferra a su fe en medio de sus problemas. Reconoce que su don viene de lo Alto y su única esperanza está en el Padre celestial.
Al creyente confiado en su santidad le escandalizará su vida de inmoralidad y dudará de la autenticidad de la fe de los Franklin. Lo que pasa es que toda nuestra bondad y justicia carecen de valor ante el Dios por cuya gracia somos salvos por medio de la fe, no por nosotros mismos, sino como un regalo de Dios (Efesios 2:8). Cristo ha vivido con la rectitud que a nosotros nos falta. Y por su justicia somos aceptados. Él ha vencido al diablo y su poder. Y por su liberación tenemos un perdón inmerecido.
¿Puede haber gracia para alguien como Aretha? En muchos cristianos, sin duda, no la habrá, pero sí en nuestro Padre celestial. Aunque hayamos pecado hasta las propias puertas del infierno, la Gracia de Dios nos salva cuando nos arrepentimos y reconocemos la santidad de Dios ante la vileza de nuestro corazón, por medio de Cristo Jesús.
Lo que la moralidad y religión no pueden hacer, lo logra la sangre del Cordero que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). En ella confió Aretha y no se avergonzó de alabar a Aquel que la amaba tanto, que dio a su propio Hijo por ella, para que viviera por fin segura en Sus brazos, eternamente.