‘Buscando a Jesús’: un tal Rodríguez
Alabado como el nuevo Bob Dylan, fue descubierto por un antiguo productor del mítico sello afro-americano Motown –Clarence Avant–, a finales de los sesenta. Los álbumes que publicó, tuvieron buenas críticas, pero no vendieron mucho –seis copias, el primero, dice Avant, o sea que no lo compraron más que un par de amigos y familiares–.
Es cierto que su carácter tímido no ayudaba mucho. Cuando cantaba en un bar, lo hacía de espaldas al público. El nombre de este inmigrante mexicano, trabajador de la construcción, no tardó en olvidarrse.
“Hay varios hipnotizantes misterios circulando en Searching For Sugar Man, un inmensamente atractivo documental sobre admiradores, fe y un enigmático músico de la Era de Acuario, que brilló luminosa y esperanzadoramente, antes de desaparecer” –dice Manohla Dargis en el New York Times –. Su título hace referencia a un traficante de droga, Sugar Man , pero es el apodo también de un aficionado surafricano –Stephen Segerman–, que cuenta cómo sus canciones inspiraron una reacción contra el establishment del apartheida principios de los años setenta.
Si no ha oído hablar antes de Rodríguez, no busque su nombre en Internet y vea la película. Su ágil estructura narrativa, como si de un film de misterio se tratara, mantiene la intriga sobre un músico, cuyas maravillosas canciones no habíamos oído nunca antes. ¿Cuántos habrá como él? Ya que este no es un falso documental, como esos que suelen hacen ahora, presentando la ficción como realidad. Su leyenda es verdad. Los discos existen – Cold Fact y Coming From Reality –. Han vuelto a las tiendas. Lo demás, lo descubrirá, viendo el documental del sueco Malik Bendjelloul.
BUSCANDO A JESÚS
Uno de los misterios de los discos de Rodríguez, es que las canciones vienen firmadas por Jesús y otras por Sixto Rodríguez. Por eso, el artículo del periodista Craig Bartholomew Strydom, se titula Buscando a Jesús.
Lo escribió en respuesta al desafío de un admirador sudafricano, Segerman, que se preguntaba si había algún detective musicólogico, que pudiera averiguar algo de Rodríguez. Analizaron entonces, sus letras, buscando pistas en los álbumes, donde aparece su misteriosa figura en la portada, con gafas negras y pelo oscuro, rostro picado e inescrutable sonrisa –al estilo José Feliciano–.
¿Qué tiene que ver Rodríguez con Sudáfrica? La historia es que una americana llevó una copia pirata de su primer disco a Sudáfrica, cuando fue a ver a su novio. De ella se reproducen millares de discos, por los que no está claro a quién se pagaron derechos. Sus canciones se convierten en himnos generacionales, que son pronto censurados.
El mito del músico desaparecido, ha dado lugar a todo tipo de rumores y leyendas urbanas. Desde Syd Barrett de Pink Floyd a Peter Green de Fleetwood Mac, muchas han sido las especulaciones en la era pre-Internet, cuando sólo había revistas e información boca a boca. Escritores como Don DeLillo o Jonathan Franzen han construido personajes con esta figura, en algunas de sus novelas. Lo que pasa es que ninguna de estas historias, tiene mucho que ver con Rodríguez. En este caso, la realidad es más extraña que la ficción.
LA SEDUCCIÓN DEL ÉXITO
“Nuestro mayor temor en la vida, no ha de ser el fracaso, sino tener éxito en cosas que realmente no importan”, dice Francis Chan en Amor loco: Asombrado por un Dios persistente. El éxito no puede realmente responder las grandes preguntas: ¿quién soy yo?, ¿qué valor tengo?, ¿cómo veo la vida? Da la ilusión inicial de ser una respuesta, porque nos da la impresión de haber llegado a algo, ser incluido y aceptado por otros, habiendo demostrado quiénes somos. Sin embargo, la satisfacción pronto se desvanece.
El riesgo del éxito es que hacemos un ídolo de nosotros mismos, como si nuestra seguridad y valor, dependiera de nuestra inteligencia, esfuerzo y actuación. Ser el mejor en lo que haces, te hace creer que no hay nadie como tú. Eso te da una falsa seguridad. Lo que nos hace caer en la idolatría de la que habla el predicador de Nueva York, Tim Keller, cuando divinizamos nuestros logros, esperando que nos guarden de los problemas de la vida, cuando sólo Dios puede hacerlo.
El éxito distorsiona nuestra visión de nosotros mismos. Cuando tus logros son la base de tu valor como persona, te pueden llevar a una visión inflada de tus capacidades. La Biblia nos advierte de la ceguera que puede producir la idolatría ( Salmo 135:15-18; Ezequiel 36:22-36). El éxito no puede dar la satisfacción que buscamos.
Hasta que no conocemos la gracia de Dios, buscamos seguridad y significado en lugares equivocados. Esperamos que con nuestro talento, capacidades y oportunidades, logremos lo que sólo Dios puede hacer por nosotros en Cristo Jesús. Cuando no vemos nuestra necesidad, seguimos culpando a los demás de nuestros fracasos. Lo que nos lleva al cinismo y a la amargura. Para recibir la obra de Jesús, tenemos que admitir nuestra necesidad y debilidad.
LIBRE DE FRACASAR
La gente que tiene éxito, atribuye su posición a su talento, genio y trabajo duro. La realidad es mucho más complicada. Sin contactos personales, la familia de la que venimos y la aparente suerte que hemos tenido, no se explica lo que hemos logrado. La cultura popular dice que podemos conseguir todo lo que nos propongamos, pero esto no es así. Cuando somos adolescentes, no queremos ser como nuestros padres, pero a la mitad de nuestra vida, nos damos cuenta cuánto les debemos a ellos.
“Porque ¿qué te distingue?, ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:6-7). Lo que tenemos es por la gracia de Dios, no resultado de nuestras “obras” y esfuerzo. Sólo al admitir nuestro fracaso, necesidad e impotencia, arrojándonos a la misericordia de Dios, podemos estar seguros en su amor.
No necesitamos la admiración de otros, para ser alguien. La capacidad, la aprobación y el consuelo, lo encontramos en el amor incondicional de Dios, que nos muestra la muerte de Jesús. El aparente fracaso de Dios, es en realidad su triunfo. “El Evangelio me anuncia que no tengo que asegurar el veredicto final sobre mi vida –como dice Tullian Tchividjian–. No tienes que tener éxito, para justificar tu existencia”.
“Porque Jesús es Alguien, eres libre para no ser nadie –como dice el nieto de Billy Graham, Tchividjian–. Porque Jesús es extraordinario, eres libre para vivir una vida ordinaria. Porque Jesús ha tenido éxito, eres libre para fracasar. Porque Jesús ha ganado para ti, eres libre para perder.” Su cruz nos libera del miedo al fracaso.