La España de la Transición


Cuarenta años después de la muerte de Franco y el comienzo del proceso hacia la democracia en España, cada vez se habla más en este país de la Transición. Es un periodo extraño, que resulta todavía oscuro, incluso para aquellos que lo vivimos.

En un sentido, no es difícil recordar la Transición, para los que tenemos cierta edad. Muchos hemos intentado recordar estos días, dónde estábamos cuando murió Franco. Algunos nos acordamos de aquellas primeras elecciones y referéndum, pero todavía más del intento de golpe de estado el 23 de febrero de 1981. Sin embargo, muchos españoles no habían nacido todavía. ¿Cuántos niños hoy saben quién era Franco? La televisión, la prensa y los libros, intenta recordárnoslo, pero su nombre no dice ya mucho a las nuevas generaciones.

¿CON FRANCO VIVÍAMOS MEJOR?
En una reciente exposición que hubo en Madrid, la muestra se iniciaba con un logrado montaje, por el que uno parecía estar sentado a oscuras en la tribuna de un Consejo extraordinario del Movimiento Nacional de 1971. En esta sesión algunas de las principales figuras del final del franquismo opinaban sobre la situación española en una grabación que reconstruyeron con otras voces, marcando con un circulo en una enorme foto, la cara y el nombre de la persona que está hablando. Así oímos a Blas Piñar, el principal dirigente de la extrema derecha durante la Transición, acerca del peligro de la deformación espiritual que está produciendo la Universidad, la subversión de los clérigos y el carácter indisoluble del matrimonio por derecho divino.

Algunos de los comentarios tenían que ver con la realidad católica en aquel momento. La Iglesia Católica estaba cambiando con el cardenal Tarancón, en el sentido aperturista iniciado por el Vaticano II. Hombres como Blas Piñar estaba indignados con aquellos cambios. Por eso decía: “Prefiero una religión con sacerdotes, a unos sacerdotes sin religión”. En aquel tiempo había pintadas de extrema derecha, en las calles, que decían: “Tarancón al paredón”. Una situación muy diferente a la que se vivió después, en la Iglesia Católica, donde lo que predominaron son los movimientos conservadores y los teólogos que se consideran progresistas, son personas de edad cada vez más avanzada.



Otros comentarios seguían siendo sin embargo de gran actualidad. Uno de los consejeros franquistas habla de la unidad de nuestro país, diciendo: “España es irrevocable, aún en contra de la voluntad de los españoles”. La frase que abría la exposición, era la famosa declaración de Franco en el año 69, esperando “que todo quede atado y bien atado”. Las imágenes de huelgas en los años 76 y 77, nos mostraban todo lo contrario.

HISTORIA DE LA REPRESIÓN
La exposición reconstruía también el mundo de las comisarías de policía. Se exhibían cientos de clichés fotográficos de detenidos, que permanecían lógicamente anónimos, pero que estaban acompañados de fichas policiales sin nombre, con delitos verdaderamente sorprendentes. A mediados de los años setenta, los antecedentes policiales hacían a personas culpables de adulterios, blasfemias, actos homosexuales o “tenencia bibliográfica de matiz comunista”. Otros realizaban misteriosos “juegos prohibidos”, “reciben parejas”, son culpables de “faltas a la moral”, han dado “gritos subversivos” o proferido “injurias contra el jefe del estado”.

Amplía documentación de organismos como Amnistía Internacional, nos muestra la realidad de las torturas policiales en 1979. Nos presentan la cámara de los horrores de un régimen de terror, cuya brutalidad alcanzaba a personas cuya única culpa era repartir “propaganda ilegal”, homosexualidad o “tenencia de obras comunistas”.

Más de cincuenta mil personas fueron procesadas por estas cosas ante el Tribunal de Orden Público, o directamente bajo la jurisdicción militar. Cuando uno ve lo que entonces se consideraba delito, se da cuenta que había leyes contra todo. Las personas que añoren una sociedad donde la inmoralidad se persiga, tenían desde luego en el franquismo su particular paraíso.

EL MITO DE LA TRANSICIÓN
Es cierto que son muchos los enigmas políticos que todavía quedan por resolver de la Transición. Algunos hablan ya de ella incluso como un mito, puesto que hoy en día sabemos que sus principales artífices estaban fuertemente comprometidos con la dictadura. Todavía me acuerdo la sorpresa que tuve al empezar estudiar Periodismo a principios de los años ochenta, cuando descubrí que los principales responsables de los medios que entonces se consideraban progresistas o de izquierdas, tenían un claro pasado franquista.



¿Quién podía imaginar que uno de los principales accionistas de El País era Manuel Fraga? De igual modo que el principal crítico que tenía entonces el socialismo, desde la izquierda, Haro Tecglen, era un periodista que podíamos leer en las hemerotecas sus elogios a José Antonio como fundador de la Falange.

Se hablaba mucho entonces del “cambio de chaqueta”, por el que alguien que hubiera llevado en la época de Franco, la camisa azul de la Falange, podía ser luego de centro democrático y acabar en un partido de izquierdas. Como muchos hoy, fueron del Partido Comunista en aquel entonces, para hacerse luego socialistas, y acabar formando parte del Partido Popular.

Está claro que no hay ningún mérito en mantener una misma postura por coherencia, cuando uno cree que estaba equivocado. El problema es que muchas de esas personas cambiaron según el gobierno que había en cada momento. Creo que era Pío Cabanillas, a quien le preguntaron en aquel entonces, quién había ganado las elecciones, y contestó: “Todavía no sabemos quiénes hemos ganado”.

UNA ESPAÑA DIFERENTE
Más allá de quienes fueran realmente los artífices del cambio, no hay duda que con las famosas palabras de Alfonso Guerra, “a España no la va a conocer, ni la madre que la parió”. La transformación social desde la educación, la familia, el arte y la cultura, hacen que se gesten todo tipo de núcleos de convivencia, como caldo de cultivo de una nueva España. Las ideología se mezclan y los partidos se refundan sobre nuevas bases, que no tienen ya nada que ver con el país que había antes de la guerra civil. Incluso aquellos que nos criamos en familias que no querían saber nada de política, somos influenciados por una época donde todo cambia.

Se pasa del mono al estéreo; del blanco y negro al color; de la Sección Femenina al destape; del caldo de gallina al “porro”; del nacional catolicismo al divorcio; de los Coros y Danzas al punk. Y todo de golpe...

Yo estaba todavía en el colegio a finales de los setenta, mientras las calles se llenaban de propaganda política y los quioscos de prensa empezaban a exhibir portadas de revistas con desnudos. Todo en España, parecía que iba con diez años de retraso. Lo que en otros países ocurría en los años sesenta, aquí llega en los setenta. Hasta que en los ochenta, todo parece que es actualidad.

Fue aquella una época convulsa, llena de sorpresas. Cuando llegué a la Universidad a principios de los años ochenta, la juventud vivía la Movida de Madrid. La política pasa a un segundo plano, y lo importante ahora es la música y la moda. La pregunta entonces era si estabas en un grupo de música, o te dedicabas al diseño. Todos parecían ser creativos entonces. Teníamos más artistas por metro cuadrado, que una Academia de Bellas Artes. Aunque el sexo y la droga seguían siendo para la juventud, el principal tema de interés desde los años setenta. ¿Y la religión?

CRISIS ESPIRITUAL
Para aquellos que nos criamos en un medio protestante, la Transición abre nuevas perspectivas de libertad religiosa, que no habíamos podido ni imaginar. Misioneros se desplazan de todo el mundo, para aprovechar este momento histórico y abrir nuevas iglesias por toda España.

El desencanto sin embargo no se hace esperar. La Iglesia Católica ya no tiene el poder que tenía antes, pero la gente no quiere saber nada de religión. No se habla tanto del diablo, la parapsicología o los platillos volantes, como en los años setenta, pero el ocultismo y el orientalismo parecen ser la única forma de espiritualidad que ha sobrevivido a la Transición. De lo que nadie quiere saber nada es de cristianismo alguno, aunque no sea católico.

Las iglesias evangélicas empiezan a dividirse cada vez más a partir de los años setenta. Y hay un espíritu crítico que cuestiona la dirección de las iglesias, donde no se habla más que de la necesidad de cambios. Cuando entré en los Grupos Bíblicos Universitarios a principios de los años ochenta, no quedaba más que un par de estudiantes en Madrid que todavía estuvieran comprometidos con una iglesia evangélica. Los que todavía iban al culto, parecían tener un pie dentro y otro fuera. Todo era descontento y críticas. Muchos, hacía años ya que no querían saber nada del mundo evangélico, donde se habían criado o llegado por supuesta conversión.

Los cambios, provocan en muchos además una reacción conservadora, que se opone a todo lo que sea diferente, a lo que ha habido hasta ahora. La verdad es que era fácil criticar unas iglesias, donde no había habido apenas cambios desde la época franquista. El discurso anticatólico y lenguaje piadoso, dominaba un ambiente alejado del mundo.

Lo que muchas iglesias no habían perdido sin embargo era la verdad del Evangelio. Es cierto que algunas perdieron su claridad, por un creciente relativismo, pero creían que la conversión seguía siendo la principal necesidad de las personas. Pueden cambiar muchas cosas, pero quiénes necesitamos cambiar realmente somos nosotros...

EL VERDADERO CAMBIO
Los cambios siempre nos desorientan. Cuando las ideas de la gente cambian, ya no sabemos lo que pensamos nosotros. Uno puede haber tenido una educación con valores muy claros, pero como dice Fernando Savater, los valores siempre están en crisis. Es por eso importante volver una y otra vez a los fundamentos de lo que creemos. Ya que hay una verdad inalterable, que no cambia: la realidad de quiénes somos, a los ojos de Aquel que nos ha creado y nos ve cómo realmente somos. Él nos revela el engaño de nuestro corazón (Jeremías 17:9), que lejos de ser puro, está sucio. Lo malo por lo tanto, no es lo que viene de fuera, si no de dentro (Mateo 1:18).

Nuestra principal necesidad, no son por lo tanto, nuevas leyes que nos lleven de nuevo, al orden y la moralidad. En el franquismo teníamos todas las que podíamos imaginar, y España no fue más cristiana por ello... ¡Todo lo contrario!

Nuestros antepasados en la fe, lucharon por una libertad, que no viene de las circunstancias sociales de una nación, si no de la obra del Espíritu de Dios. No hay duda que es importante proteger la vida del inocente y los valores familiares, pero lo que necesitamos sobre todas las cosas, es un nuevo corazón, como solamente Dios nos puede dar. Y eso lo hace por la obra de su Espíritu y su Palabra, que es lo que España sigue necesitando todavía hoy.

Volver arriba