Invencible, el héroe roto
Todos necesitamos héroes. Deseamos alguien a quien admirar, pero con frecuencia, no los encontramos más que en la ficción. Angelina Jolie conoció a uno, que nos ha dejado hace poco. Louis Zamperini fue un atleta estadounidense que batió un récord en las Olimpiadas de Berlín en 1936, ante Hitler. Llevó un bombardero en la segunda guerra mundial, que se estrelló en el Pacífico, donde sobrevivió en un bote salvavidas, 47 días. Rescatado por los japoneses, es encerrado en un campo de concentración, durante dos años. Su peripecia nos la cuenta la película "Invencible".
Lo que no dice, es que después se sintió desilusionado e infeliz. Era un alcohólico, cuando entró en una carpa donde predicaba Billy Graham en una campaña en Los Ángeles en 1949. Se convirtió, por medio de su esposa. Volvió a Japón e intentó reconciliarse con su sádico carcelero. Algo habla de ello, la película, pero es en los letreros finales, después de mostrar al verdadero Zamperini llevando la antorcha olímpica en Nagano, al comienzo de los Juegos de Invierno en 1998.
Quien lo cuenta con todo detalle, es la autora de la obra en que está basada la película –que acaba de publicar Aguilar–, Laura Hillenbrand. Para Zamperini, era tan importante lo que ocurrió en aquella carpa, donde escuchó a Billy Graham, que “oraba para que hubiera algo del Evangelio” en el libro. En un sentido, Dios respondió a sus oraciones. Hillebrand habla de su conversión y el cambio que produjo en su vida. Aunque no entendió el Evangelio. Ella explica ese “cristianismo nacido de nuevo”, como resultado de “el potencial que duerme dentro de cada uno de nosotros”.
El guión está basado en el libro, pero ha dado muchas vueltas. Ha pasado por las manos de grandes profesionales, como William Nicholson –el autor de la película sobre C. S. Lewis, “Tierras de penumbra”, además de “Gladiator” o “Los Miserables”–, Richard LaGravanese –que escribió “El rey pescador” y adaptó Los puentes de Madison”–, o hasta los propios hermanos Coen –que aparecen también en los créditos, como autores del guión–.
Cuando le preguntan a Angelina Jolie si era premeditado no incluir “su fervor religioso de nuevo cristiano”, ella dice que lo habló personalmente con Louis y la autora del libro. Llegaron a la conclusión de que “no hubiera quedado bien resumir en diez minutos toda su vida tras ser liberado”, puesto que no querían “pasar rápido por cada etapa de su vida”. Jolie cree que “de todas formas, su fe queda reflejada, que era lo importante, sin hablar de una religión en particular”.
HISTORIA DE UN SUPERVIVIENTE
“Invencible” es un relato de supervivencia, narrada con pulso clásico, que demuestra que Angelina Jolie no es sólo una actriz competente, sino que tiene también una mirada propia –como reveló su duro début “En tierra de sangre y miel” (2011), ambientado en la guerra de los Balcanes–. Su visión femenina, como en el caso de Kathryn Bigelow, no es nada sentimental, sino una violenta. Observa con detenimiento, las crueles torturas que sufrió Zamperini. El cuerpo humillado y macerado, por semejante martirio, nos recuerda a “La pasión de Cristo”. Hay una crueldad, a veces insoportable, en unas imágenes, para las que parece que la elipsis no existe.
Esta es una película bélica, habitada sólo por hombres, entre los que Jolie parece encontrarse, evidentemente cómoda. Tiene el aire de las antiguas producciones de Hollywood. A veces, uno cree que está viendo una de las cintas de propaganda que se hacían en los años cuarenta, contra “el peligro amarillo”. Su factura es también, sorprendentemente clásica –nada del montaje acelerado de las películas que ella suele protagonizar–. Aunque la crítica no ha sido entusiasta, sí que se ha rendido a la escena inicial del ataque aéreo, que todos coinciden en describir como particularmente lograda, por lo minucioso de su rodaje.
Llama también la atención, la interpretación de actores como Jack O´Connell, que al no ser grandes estrellas, dan verosimilitud a un relato, que cae en la hagiografía. Aunque los datos son todos correctos. Zamperini evitó la delincuencia juvenil, al dedicarse al deporte. Se encontró con Hitler en las Olimpiadas. Y su hermano le dijo que “un momento de dolor vale un vida de gloria”. Sobrevivieron en una balsa, tal y como se ve en la película, siendo internados en la “isla de la ejecución” –llamada así, porque nueve marines habían sido allí decapitados–.
“El pájaro”, Watanabe, era efectivamente, un cabo resentido, por no haber sido ascendido a oficial, auque viniera de buena familia. Su enfrentamiento con Zamperini recuerda al que mantiene Ryuchi Sakamoto con David Bowie en la película de Nagisa Oshima, “Feliz Navidad, Mr. Lawrence” (1983) –basada en la experiencia real del escritor sudafricano Laurens van der Post–. Watanabe fue perseguido como criminal de guerra, teniendo que vivir escondido durante siete años. Cuando Louis volvió a Japón, intentó encontrarse con él, pero Watanabe no quiso. La carta que le escribió decía:
“He entregado mi vida a Cristo. El amor ha reemplazado al odio, que le tenía. Cristo dijo: perdonad a vuestros enemigos y orad por ellos.”
EL ASOMBRO DEL PERDÓN
El final de esta historia es muy diferente al de otra película que hemos visto este mismo año, "Un largo viaje" (Railway Man) –también conocida en Latinoamérica como "Un pasado imborrable"–. Se basa en la experiencia de un ingeniero militar británico, Eric Lomax, torturado como prisionero de guerra en un campo japonés, cuando les obligaban a construir las vías del llamado "tren de la muerte" entre Tailandia y Birmania, durante la segunda guerra mundial. El hombre que le atormentaba, Takashi Nagase, se arrepintió de lo que había hecho. Y se reunió con su torturador en el museo que hay cerca del puente sobre el río Kwai, en 1993.
La película sobre Eric Lomax, oculta más cosas que el film sobre Zamperini. Si “Invencible” corta su historia, antes de que el héroe se rompa y nazca de nuevo con su conversión a Cristo, “Un largo viaje” esconde el primer matrimonio de Lomax con una devota cristiana, Nan –con la que tuvo dos hijas, Linda y Charmaine–, antes de casarse con Patti. Ellas fueron tan torturadas como él. Nan y Linda murieron, como Eric, pero su hija Charmaine vive todavía. Aunque no se casó, sobrevivió a esta pesadilla, gracias a la fe cristiana que produce el asombro del perdón.
Nunca antes había escuchado el Salmo 23 con la fuerza que tiene en la boca del soldado que observa cómo Lomax es apaleado. El es el autor de unos misteriosos versos que te atrapan desde la primera escena: "Al principio del tiempo / el reloj marcó la una / Entonces goteó el rocío / y el reloj marcó las dos / Del rocío creció un árbol / y el reloj marcó las tres / El árbol hizo una puerta / y el reloj marcó las cuatro / El hombre vino a la vida / y el reloj marcó las cinco / ¡No cuentes! / ¡No pierdas las horas del reloj! / He aquí, yo estoy a la puerta y llamo".
A la puerta de esa habitación, donde es torturado, se esconde la memoria de su inmenso dolor. Todo ello sin mostrar la menor escena de violencia. La cámara se niega a recrearse en el sufrimiento como espectáculo. Todo es sutilidad y discreción en esta emocionante historia sobre la dificultad de olvidar y la sorpresa del perdón, que nace de un amor sobrenatural. El mismo que cambió la vida de Louis…
EL PODER DE LA CONVERSIÓN
Es el poder de la conversión, sobre la que habla mi amigo Ivan Mesa en su artículo en inglés, para la Coalición para el Evangelio, sobre Zamperini. Como su colega, Colin Hansen, yo también pienso que el título “Invencible” está equivocado. Tras la guerra, Louis estaba roto. El héroe tenía que ser quebrantado, para volver a nacer. Como dice Hillenbrand, “quien tuvo una vez, una extraordinaria esperanza, ahora creía que su única esperanza era el crimen”.
Alcoholizado, Zamperini está en la ruina, después de intentar hacerse rico rápidamente. No escucha los consejos de sus amigos y su esposa Cynthia, está a punto de divorciarse, cuando en septiembre de 1949, un joven Billy Graham llega a Los Ángeles para hacer una campaña evangelistica, durante tres semanas. Cynthia asistió y recibió a Cristo como su Salvador. Louis no quiso participar de su “avivamiento religioso”, pero un día accedió asistir. Volvió a casa, indignado, pero fue una segunda vez y el milagro ocurrió…
“Caí de rodillas y por primera vez en mi vida, me humillé de verdad, delante del Señor. Le pedí que me perdonara, por no haber guardado las promesas, que hice durante la guerra, y por mi vida de pecado. No me excusé. No me justifiqué. No culpé a otro. El ha dicho: todo aquel que invocare mi nombre, será salvo (Romanos 10:13). Tomé su palabra y supliqué su perdón, pidiendo a Jesús que viniera a mi vida”.
Louis comenzó una nueva vida, que le llevó a perdonar a su torturador. Dio testimonio de Cristo a jóvenes con problemas y estuvo casado con Cynthia, hasta su muerte por cáncer, en el año 2001. El partió con el Señor, el año pasado, cuando tenía 97 años. Su historia no es un ejemplo del poder humano para perdonar –como dice Mesa–. Más bien, todo lo contrario: su completa incapacidad para vencer el pecado y evitar sus desastrosas consecuencias, sino fuera por la gracia de Dios.
El instinto de supervivencia que le mantuvo vivo en el mar y en la prisión, no le pudo salvar, cuando volvió de la guerra. Descubrió que su mayor enemigo estaba dentro, no fuera. Era “esclavo del pecado” (Juan 8:34). Su conversión no es una nota a píe de página, sino un prefacio a una nueva vida. Nos recuerda que “Dios no desprecia el corazón contrito y humillado” (Salmo 51:17). ¡El está dispuesto a perdonarnos! Y nos da también la capacidad para perdonar a otros…
C. S. Lewis dice que “a todos les parece una idea maravillosa, perdonar, hasta que tienen algo que perdonar”. El resentimiento es un cáncer que corroe toda nuestra alma. Quien se niega a perdonar, le puede parecer que está al control de la situación, cuando en realidad está cautivo de ella. Al perdonar, descubrimos como Zamperini, que vivíamos en una prisión mayor, que en la que le tenían confinado, los japoneses, la que llevamos en nuestro propio interior. De ella, sólo Cristo nos hace libres. Y al perdonar a otros, liberamos también cautivos, por el poder de Su Amor.