José de Segovia James I. Packer (1): Creer para ver
Como Packer solía decir, su conversión “no fue nada espectacular”. Al final del mensaje, el predicador le mostró que para entrar en la fiesta había que venir a Cristo.
| José de Segov ia
“Así como los payasos aspiran representar a Hamlet, yo he deseado escribir un tratado sobre Dios”, decía J. I. Packer (1926-2020) al comienzo del prólogo de su libro más conocido, traducido a finales de los años 70 como “Hacía el conocimiento de Dios” –título más apropiado, creo yo, que el actual de “El conocimiento del Dios santo” –. Ya que como dice a continuación, “este libro no es dicho tratado”. En primer lugar, porque eran artículos sueltos que publicaba en la revista que hacía con Lloyd-Jones, Evangelical Magazine. Y segundo, porque siempre creyó que era un libro sobre los atributos de Dios, no la experiencia de Él.
Las introducciones de los libros de Packer muestran ya desde la primera línea esa inimitable combinación de concisión y humildad, inteligencia y sutilidad, que caracteriza toda su obra. Si bien era difícil de escuchar, por el problema de habla que tenía desde el accidente que tuvo de niño, siempre era una delicia de leer, sobre todo, en su idioma original. En la extensión corta de textos breves como los que publicaba en Christianity Today, era inigualable. Lo primero que hacía al recibir la revista, era buscar la página donde escribía. Recuerdo la impresión que me produjo en los años 80 la recopilación de artículos que se conoce en Inglaterra como “Laid-back Religion?” y en América “Hot Tub Religion”. Todavía hoy creo que lo que escribió sobre la sanidad y la orientación divina, son lo mejor que he leído sobre el tema.
Tras la terrible enfermedad que ha sufrido estos últimos años, me alegro de que Packer esté ya en Casa. No poder leer, hablar o escribir, debió ser algo insufrible para él. La noticia de su partida, estos días, coincide con la recuperación del cáncer que espero me hayan extirpado. Tras los dolores y espasmos de un sangrado inesperado, he vuelto a la biografía que escribió sobre él, Alister McGrath.
Amablemente, Packer le hizo un breve prólogo. En su brillante estilo, me temo que su página resulta más original que todo el libro. Les traduzco sólo el primer párrafo. Ya me dirán si no quisieran seguir leyendo. Lamentablemente, no son sus memorias, sino otro libro de McGrath:
Típicamente británico
“Hace algunos años en América, después de haber dado una charla, una joven señora de ojos de brillantes se me acercó –y sin preliminares– me preguntó: ¿Tiene usted alguna alergia? No, le respondí. ¿Ha recibido alguna vez consejería? No, dije. Es usted extraño, me dijo, escabulléndose. Me dejo con la sensación de que, sea cual sea lo cierto que fuera aquello sobre mi personalidad, el mundo era verdaderamente más extraño de lo que había pensado.”
Aunque viviera la mitad de su vida en el Canadá y fuera elegido por los cristianos estadounidenses como el autor teológico más influyente del siglo XX, después de C. S. Lewis –según una famosa encuesta de Christianity Today–, Packer era inconfundiblemente británico. Su fina ironía mostraba que como él decía, debía haber sido muy cínico en su juventud. Creía que como mecanismo de defensa ante el trauma que le dejaron las secuelas del accidente que sufrió de niño. Interesantemente, aseguraba que Eclesiastés le había librado de su cinismo.
Su cultura clásica mostraba la privilegiada educación que había recibido en Oxford, pero sin la pedantería que suele caracterizar a los intelectuales. Tenía la amabilidad y corrección inglesa, pero sin las expresiones vacías de la mera cortesía. Era sencillo, pero profundo. Venía de una familia arraigada a la tierra como granjeros en Oxfordshire, que había quedado arruinada por una epidemia de ganado. Su abuelo tenía una taberna en Gloucestershire, pero su padre entró a trabajar en la empresa ferroviaria de Great Western Railway, que unía Londres con el puerto de Bristol desde el siglo XIX.
Cuando Packer nace en los años 20, su progenitor estaba a cargo de la oficina local de la compañía. El pequeño Jim tuvo una hermana después, pero era un chico tímido y solitario. Jugaba solo, fuera con las construcciones de Mecano o con un tren eléctrico. Como su madre era maestra de escuela, aprendió pronto a leer y devoraba cualquier libro que encontraba. Escribía ya historias desde niño. Lo hacía con una máquina que le regalaron a los 11 años, en vez de la habitual bicicleta, después de utilizar bastante tiempo una de las dos que había en la oficina de su padre, cuando iba con él los sábados. Nunca llegó a escribir con ordenador.
Trágico accidente
Su vida está marcada por el accidente que tuvo al comenzar el colegio en 1933 con 7 años. Por su carácter retraído, sufría acoso escolar por algunos de sus compañeros. Uno de ellos le perseguía, cuando al salir del patio de la escuela nacional de la catedral de Gloucester, cruzó la carretera de Londres. Una furgoneta de pan que pasaba le golpeó gravemente en la cabeza. Llevado directamente a quirófano, le sacaron los trozos de hueso incrustados en el cráneo, pero le quedó un hueco de unos dos centímetros de diámetro en la frente, cubierto con una placa de aluminio toda su infancia. Aunque temían daños cerebrales, la mente le funcionaba tan bien que, aunque no podía hablar normalmente –arrastraba las palabras lentamente–, no leía sus charlas y sabía perfectamente dónde estaba cada cosa entre los montones de papel que llenaban el suelo de su casa. Tenía el orden en la cabeza.
Ante el riesgo de un daño cerebral mayor, no podía hacer deporte, ni montar en bicicleta, o jugar en el patio del colegio. Después de las tres primeras semanas en el hospital, tuvo que estar medio año en casa. Para cambiar de aire, sus padres le mandaron un tiempo con su abuela a la localidad costera de Torquay. Aunque es el sur de Inglaterra, llueve también a menudo y puede hacer bastante frío. Así se que se pasaron los días dentro de la pensión, que disponía de algunos libros para los huéspedes. Apenas tenía 8 años y Packer se leyó todas las novelas de misterio de Agatha Christie que había en el hostal. Aunque había cuentos de hadas entonces, los niños en aquella época leían cualquier cosa. Eso de la literatura infantil no estaba todavía muy desarrollado.
Al llegar a la universidad Packer ya había leído los clásicos rusos. Prefería Dostoievski a Tolstoi. Le apasionaba “El idiota”, “Crimen y castigo”, o “Los hermanos Karamazov”. Le interesaba también la psicología. Ya adolescente profundizó en los “Tipos psicológicos” de Jung. Y había leído incluso “Moisés y la religión monoteísta” de Freud. La mayoría de los libros los sacaba de la biblioteca. No tenía siquiera una biblia. Aunque hojeaba a veces la versión del Rey Jaime o Jacobo de su abuela.
Aunque iba a la iglesia anglicana con sus padres, Packer no tenía inquietudes religiosas. Su madre era más bien de orientación anglo-católica. No fue a la escuela dominical, pero presionado por ella, se confirma a los 14 años en la iglesia local de St. Catharine. La preparación la hizo con un pastor joven, más preocupado por el modo de tomar la comunión y las cuestiones morales, que por la fe personal. Iba a la escuela secundaria de St. Mary de Crypt, donde había estudiado el predicador evangélico del Avivamiento del siglo XVIII, George Whitefield, pero Packer no sabía siquiera quién era, ¡claro! Jugaba al ajedrez con el hijo de un predicador unitario, que le intentaba convencer de que Jesús era sólo un maestro de ética, pero tampoco le interesaba su religión.
Guerra y paz
Al final de la secundaria el joven Jim se especializa en estudios clásicos. Era de hecho, el único alumno del colegio que prefirió estudiar la lengua, historia y filosofía greco-romana. Le daba clase el propio director, que había hecho clásicas en Oxford. Por medió de él, obtiene una beca para ir al mismo College que él, Corpus Christi. Como tenía sólo 17 años, le pidieron esperar un año para ir a Oxford. En 1944 la Segunda Guerra Mundial llevaba ya cinco años, que habían convertido la ciudad en un lugar fantasmal. Muchos edificios estaban cerrados y la mayoría de los estudiantes o profesores que podían ir al frente, habían ido a la guerra. Packer quedó exento por la lesión cerebral.
Como el resto del país, Oxford quedaba a oscuras de noche. No había más calefacción que las chimeneas de carbón, cada vez más restringido. Y el único sitio que se podía estar caliente era la biblioteca. La comida estaba en racionamiento, pero como era tradicional, se seguía cenando formalmente en el salón. Como cualquier estudiante de clásicas, Packer tenía que recitar a veces una oración en latín de memoria, antes de comer. La asistencia a la capilla cada día era también obligatoria. Estas reuniones no tenían nada de evangélicas. Seguían el culto anglo-católico del movimiento de Oxford.
En secundaria Packer tuvo un compañero que al llegar a Oxford se convirtió al cristianismo evangélico. Eric Taylor le escribió contándole su testimonio. Conoció la fe por medio del movimiento de estudiantes cristianos conocido como OICCU. Nacido un par de años después del de Cambridge, fue instrumental para la identidad evangélica en la universidad. En Oxford tenía mucha influencia la presencia desde 1877 de una facultad teológica claramente influenciada por la teología de la Reforma, Wycliffe Hall, que formaba pastores para el movimiento evangélico que hay en la Iglesia de Inglaterra. En el anglicanismo dominante en Oxford, había dos iglesias claramente evangélicas, St. Aldate´s y St. Ebbe.´s. En la primera de ellas encontró la paz con Dios, Packer.
Desde la ventana
Packer como Schaeffer, buscaba “lo real”. Esa era su motivación en Oxford. Asistió a la reunión que recibían a los estudiantes nuevos, los miembros de OICCU. Y escuchó una charla de introducción al cristianismo, que no le interesó demasiado. Desde la adolescencia Packer era aficionado al jazz. Escuchaba la música de Nueva Orleans en los años 20 que hacía Jerry Roll Morton. En Oxford tocaba el clarinete con una banda. No apreciaba mucho la música orquestal. Prefería escuchar a King Oliver, Bechet, Bunk Johnson o Louis Armstrong. Como el mejor amigo de Schaeffer, Rookmaaker, Packer creía que el jazz era lo mejor de la cultura americana.
En los años 20 el movimiento estudiantil evangélico de OICCU había perdido su identidad fundiéndose con el más liberal Movimiento de Estudiantes Cristianos (SCM), para luego volverse a separar. En medio de la crisis bélica OICCU se debatía por mantener sus actividades con apenas una docena de estudiantes en Corpus Christi. Organizaba una exposición bíblica los sábados por la tarde y un sermón evangelístico el domingo por la noche. Desde 1934 usaban lo que sería la capilla del St. Peter´s College y la iglesia presbiteriana de St. Columba, pero durante la guerra St. Gile´s y sobre todo, St. Aldate´s. El representante de OICCU en Corpus Christi, Ralph Hume, invitó a Packer a escuchar un sábado por la tarde sobre la supremacía de Cristo en Colosenses. Para su decepción, no quiso volver el domingo por la noche a la predicación en St. Aldate´s, pero apareció el domingo siguiente. El mensaje estaba a cargo de un pastor mayor de la localidad costera sureña de Weymouth llamado Earl Langston.
La primera parte del sermón le dejó a Packer frío, pero al empezar a contar su testimonio de conversión en un campamento de chicos, como Stott, Packer dice que se dio cuenta de repente, que no era cristiano. Aunque no era una persona muy dada a hablar por imágenes, lo describía como si estuviera mirando una fiesta desde la ventana. Dentro estaban haciendo juegos. El observa desde fuera lo que hacían y reconocía los juegos. Sabía las reglas, pero estaba fuera. No había entrado todavía. Se dio cuenta que Dios le estaba diciendo algo.
“Una conversión nada espectacular”
“No debemos abandonar la fe en algo que Dios nos haya enseñado, por el mero hecho de que no podamos resolver los problemas que plantea. Nuestra propia capacidad intelectual no es la prueba y la medida de la verdad divina –escribió Packer–. No tenemos que dejar de creer porque nos falte comprensión, o esperar a creer hasta que podamos entender. Agustín decía: Si no crees, no entiendes. Primero es la fe, luego la vista. Es el orden de Dios, no a la inversa. Y la prueba de la sinceridad de nuestra fe es nuestra disposición a mantenerlo así.”
Como Packer solía decir, su conversión “no fue nada espectacular”. Al final del mensaje, el predicador le mostró que para entrar en la fiesta había que venir a Cristo. En OICUU no había llamadas al frente, manos levantadas, ni oración para repetir del penitente. Sólo se cantaba el himno de Charlotte Elliott, la mujer enferma de discapacidad en Brighton que visitó el predicador suizo Cesar Malan en 1822. Años después escribió este poema como testimonio de la fe que encontró en su amargura y dolor. El texto fue impreso con la música, para distribuir por toda Inglaterra en una campaña para recoger fondos para una escuela de niños pobres. Se convirtió en el himno de invitación más conocido de la tradición evangélica. Sus palabras todavía me conmueven...
Tal como soy de pecador
Sin más confianza que tu amor
Ya que me llamas vengo a ti
Cordero de Dios heme aquí.
Tal como soy buscando paz
En mi desdicha y mal tenaz
Conflicto grande siento en mí
Cordero de Dios heme aquí.
Tal como soy me acogerás
Perdón, alivio me darás
Pues tu promesa ya creí
Cordero de Dios heme aquí.
Tal como soy tu compasión
Vencido a toda oposición
Ya pertenezco solo a ti
Cordero de Dios heme aquí.