José de Segovia James I. Packer (3): ¿Cuestión de palabras?

La Biblia muestra la locura de confiar en nuestro entendimiento. ¿De dónde creemos que salen todos esos cristianos ufanos de su santidad que juzgan a otros creyentes, poniendo en duda incluso su salvación?

Packer niega que nuestra capacidad intelectual pueda ser la prueba y la medida de la verdad divina.

Las palabras no son sólo una forma de comunicación. Son también un arma de combate. Cuando etiquetas a alguien, neutralizas sus argumentos, sea por pereza mental o por razones de estrategia. Esto es así, tanto en la política como en la religión. Ahora bien, hay ciertos calificativos que, cuando se utilizan contra alguien, le condenan prácticamente al ostracismo. Si lo peor que puedes decir de una iglesia, es que es una “secta”, no hay término teológico más desprestigiado en el mundo académico que el de “fundamentalista”. Para un profesor universitario como Packer, la acusación que trata en su primer libro, El fundamentalismo y la Palabra de Dios (1958), no es cualquier cosa. Le condena, prácticamente, a la marginación.

La controversia “fundamentalista” se produce en Estados Unidos a principios del siglo pasado, pero no llega a Inglaterra hasta la década de 1950. Se usa, sobre todo, para describir el movimiento evangélico, ya que el principal libro al que responde Packer, Fundamentalismo en la Iglesia de Dios (1957), es de un autor anglo-católico, no liberal, A. G. Hebert. La controversia británica es, por eso, algo distinta a la americana, donde ya se ha producido la división “neo-fundamentalista”, por la cuestión escatológica del dispensacionalismo y el debate sobre “la libertad cristiana” –que vimos en la vida de Schaeffer, cuando en 1937 se divide el Seminario de Westminster y la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa, tras la muerte de su fundador, Machen, el profesor de Princeton cuyo libro, Cristianismo y liberalismo (1923), es clave con la serie de Fundamentals (1010-15) para el inicio del fundamentalismo protestante–.

A principios de los años 50 el término se usa ya en Europa para describir “la falta de pensamiento de un cristianismo dogmático, estrecho de mente y poco informado”. En Inglaterra se califica con él a predicadores tan poco aceptables para el “neo-fundamentalismo” americano como Billy Graham, cuya campaña en Cambridge provocó tal discusión, que el obispo anglicano de Durham lo calificó en 1956 de “amenaza herética y sectaria”. Stott responde en un folleto a las acusaciones ese mismo año, Fundamentalismo y evangelicalismo.

El primer libro de Packer en 1958 es una respuesta a la identificación que hace el anglo-católico Hebert del movimiento evangélico con el fundamentalismo.

El fundamentalismo y la Palabra de Dios

El libro que Packer publica en 1958, por un lado, es una respuesta a Hebert, pero también una elaboración de su artículo sobre la revelación y la inspiración en el comentario bíblico coeditado por su compañero de Oak Hill, Stibbs. El texto es, básicamente, una conferencia dada en Londres a graduados evangélicos universitarios, que se transcribió para que fuera editada por Inter-Varsity Fellowship (IVF). Los primeros libros de Packer son escritos ocasionales en relación con necesidades específicas del momento. Como en el caso de Schaeffer o Lloyd-Jones, nacen de transcripciones de mensajes que les proponen para su publicación.

Lo significativo de la obra de Packer es que es la entrada también de IVF en el mundo del libro de bolsillo. Desde la publicación del clásico del irlandés afincado en Australia, T. C. Hammond, Cómo comprender la doctrina cristiana, hasta el libro más vendido de Stott, Cristianismo Básico –traducidos, los dos, por Certeza en Buenos Aires a finales de los años 70–, todos eran libros encuadernados en tela de pasta dura. El libro de Packer se vende por primera vez, a un precio reducido en rústica, así como la reedición del popular título de Stott y los mensajes sobre la Autoridad de Lloyd-Jones –ahora reeditados por Peregrino–.

Como es también habitual, Packer no escoge el título. Este es un problema recurrente en toda su bibliografía. Muchas de sus obras se reeditan con diferentes títulos. Otras se llaman de forma parecida, pero una es un libro fundamental y los otros son recopilaciones de mensajes o artículos elaborados a partir del primero. Las traducciones no son, además, muy buenas. Lo que en el caso de Packer es particularmente problemático, ya que utiliza las palabras con mucha precisión. Una de las muchas versiones de su popular Conociendo a Dios comienza en español con la famosa frase del payaso “anhelando” hacer un extraño “juego” que se llama Hamlet... ¡Así de ignorantes son algunos traductores!

La campaña de Billy Graham en la Universidad de Cambridge en 1956 provocó un debate ente el obispo anglicano de Durham y John Stott sobre la etiqueta de fundamentalismo.

A vueltas con el anglicanismo

Packer es una rara avis dentro del anglicanismo. Como su admirado primer obispo de Liverpool, no es sólo evangélico, sino aún más calvinista que el propio Ryle, por su aceptación de la redención particular. Es candidato al ministerio anglicano, cuando asiste durante años a una Asamblea de Hermanos en Oxford y a la iglesia congregacional de Westminster Chapel en Londres, donde predica Lloyd-Jones. Es uno de los pocos profesores evangélicos que tiene un doctorado en teología, nada menos que por la universidad de Oxford –alguno había hecho el doctorado, como su colega en Oak Hill, Geoffrey Bromiley, luego profesor de Fuller, pero en filología–, sin embargo, Packer renuncia a sus ambiciones académicas, para hacer libros de divulgación popular sobre la fe cristiana.

La preparación para su ordenación la hace en un centro fundado en el siglo XIX en Oxford para dar formación teológica a candidatos evangélicos al ministerio anglicano, Wycliffe Hall. Sin embargo, desde mediados de los años 30 hasta la década de 1970, se había convertido en una facultad protestante “liberal”, para Packer. Los estudiantes pertenecían al movimiento cristiano más amplio, no el evangélico de OICCU. Y el director está en la línea del llamado Grupo de Oxford de “rearme moral”. Lo que para Packer, era igual a “moralismo” y “una débil comprensión de la obra de Cristo en la cruz”. El director de su tesis era un congregacionalista con la “teología liberal” de Scheliermacher, Nuttall, que creía que Packer estaba en la línea de Barth.

El creyente duda de sí mismo, pero eso no significa que no tenga ninguna certeza.

Packer comienza en el ministerio de una iglesia de Birmingham. Está el mínimo de tiempo que exige el anglicanismo para ser profesor de teología. La congregación tenía un pastor mayor de Irlanda del Norte, que había sido convertido por el famoso evangelista del Úlster, Willy Nicholson. Era un hombre complicado, poco amigo de los hábitos de indumentaria anglicanos, que acabó aboliendo a la salida de Packer. Los últimos meses está ya enseñando en Bristol, donde el Avivamiento del siglo XVIII había creado una sociedad “bíblica, protestante y evangélica”, que está en los orígenes de Tyndale Hall. Reconocido como centro de formación por la Iglesia de Inglaterra en 1927, había vivido una disputa interna que llevó a una división en los años 30. El centro original había revivido con la dirección de Stafford Wright y las clases de Bromiley, antes de ser profesor de Fuller. Packer entra como “residente” el año 1955.

El problema del perfeccionsimo

La batalla de Packer contra la enseñanza de Keswick sobre el perfeccionismo, no termina en Oxford. En 1952 aparece un libro que Packer cree que reproduce los errores del optimismo de una doctrina que no toma en cuenta la realidad del “pecado que mora en mí”, aún siendo cristiano. El autor se llamaba Steven Barabbas y el título era Tan grande salvación. Packer lo refuta en quince páginas de la principal revista de pensamiento evangélico, The Evangelical Quarterly. Al director de la publicación, F. F. Bruce, le parece que se refiere a sus oponentes con “expresiones poco santificadas”. Y lo que es peor, el director del consejo directivo de Tyndale Hall, A. T. Houghton, conocido seguidor de la enseñanza de Keswick, le escribe una extensa carta en la que, entristecido, parece anunciar su inminente despido.

El centro donde se prepara Packer para su ordenación al ministerio se funda en el siglo XIX en Oxford para dar formación teológica a candidatos evangélicos, Wycliffe Hall.

No fue así, gracias al apoyo de un miembro irlandés del consejo que defiende vehementemente a Packer, William Leathen, pero para la mayoría Packer sonaba “chocantemente presuntuoso”. El propio Bromiley le contestó con una serie de artículos en la revista Vida de Fe. Sólo Lloyd-Jones dijo que compartía sus críticas al concepto de santidad de Keswick en una conferencia de Inter-Varsity que hubo en Gales el verano de 1951. Mientras, el pietismo que dominaba, en general, el movimiento evangélico lo considera un debate académico para intelectuales.

¿Era todo cuestión de palabras? Si se trata del lenguaje usado, Packer sería el primero en reconocer que, como todos los jóvenes, tuvo excesos verbales. Es algo habitual. Los jóvenes predicadores suelen ser así, apasionados, pero extremos en lo que dicen. Es cierto que algunos siguen teniendo el mismo problema ya de mayores, pero a cierta edad es casi inevitable la falta de moderación. Muchos nos arrepentimos de cosas que hemos escrito y dicho, cuando éramos jóvenes... ¡Packer, el primero!

La cuestión fundamental es, sin embargo, que la reputación de Keswick en Estados Unidos y Gran Bretaña no es sino un síntoma de la debilidad del movimiento evangélico por ciertas corrientes, individuos e instituciones, que se identifican con la enseñanza bíblica, hasta el punto de que atacarlas, es cuestionar la verdad de Dios mismo. Packer no solamente ve el perfeccionismo como una doctrina incorrecta, sino que cree que esa idea de santidad se ha convertido en la definición de lo que es ser evangélico.

Packer se enfrenta al perfeccionismo, porque afirma que el cristiano puede librarse del pecado consciente.

¿Dónde está nuestra confianza?

Si Packer piensa que en “la vida cristiana victoriosa” no hay una clara conciencia de pecado, es porque cree que el perfeccionismo descansa en la confianza en la capacidad humana para tomar decisiones claves para nuestra santificación. Es lo que teológicamente llamamos pelagianismo, algo que no es ni doctrina católica, ya que Roma defiende un semipelagianismo. Es evidente que la Biblia muestra la locura de confiar en nuestro discernimiento.

Las consecuencias de esta enseñanza son evidentes. Todavía hay sermones y libros que se titulan Cuando hay pecado en la iglesia, como si fuera algo extraño. ¿De dónde creemos que salen todos esos cristianos ufanos de su santidad que juzgan a otros creyentes, poniendo en duda incluso su salvación? ¿O qué produce esos “intelectualistas atrincherados, rígidos, discutidores, campeones de la verdad”, que hablan como si no existiera el pecado en su mente? Porque, ¡no nos engañemos!, los defensores de la santidad y “la sana doctrina” olvidan que hay “pecados respetables” y errores en nuestro entendimiento... ¡Nadie está libre de pecado!

El centro donde ensena Packer en Bristol nace del Avivamiento del siglo XVIII, Tyndale Hall, reconocido como centro de formación anglicana en 1927.

Lo que nos lleva al tema de su primer libro. Si ser fundamentalista no es dudar nunca, el cristiano no puede serlo. El creyente es aquel que duda de sí mismo, en primer lugar, pero eso no significa que no tenga ninguna certeza o certidumbre. Ese es siempre el problema de la teología liberal. Al no aceptar la autoridad de la Biblia, se queda con su propia opinión. Todo se mide por su propia mente. Cree solamente aquello que puede entender y aceptar como razonable.

Como Packer dice: “No debemos abandonar la fe en algo que Dios nos haya enseñado, por el mero hecho de que no podamos resolver los problemas que plantea”. Puesto que “nuestra capacidad intelectual no es la prueba y la medida de la verdad divina”. Yo, a veces, dudo incluso que sea cristiano, pero no dudo de la Palabra de Dios. Si eso es ser fundamentalista, pues ¡bienvenido sea ese fundamentalismo! Yo me puedo equivocar, pero Dios en su Palabra nunca. Es Él quien merece nuestra confianza. Míos son los errores, suya la Verdad eterna. Esa es la Verdad que nos santifica, por la liberación que nos da Cristo Jesús. No tengo otra confianza.

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