José de Segovia James I. Packer (9): Teología experimental
Al llegar al final de esta serie, tenemos que darnos cuenta de que lo único que quería Packer era desafiarnos a conocer, amar y pensar sobre Dios.
| José de Segovia
“Si la teología no despierta tu conciencia y ablanda tu corazón, te endurecerá los dos”, observa Packer. Es por eso, que a él no le interesaba ninguna teología que no fuera experimental. Su espiritualidad va unida, además, a una humildad tan poco habitual, que a diferencia de tantos predicadores y autores conocidos, no hay ninguna organización o ministerio que lleve su nombre. Hasta en eso, era independiente. Decía lo que creía que se necesitaba oír, no lo que la gente quería oír, pero sin el autoengrandecimiento del que está encantado de conocerse. Al llegar al final de esta serie, tenemos que darnos cuenta de que lo único que quería Packer era desafiarnos a conocer, amar y pensar sobre Dios.
Aunque ahora no lo parezca –tras tantos años retirado de la vida pública, sin poder hablar, leer o escribir, por su enfermedad–, Packer fue siempre alguien controvertido. Para algunos, era un rígido calvinista –aunque como a su maestro, Lloyd-Jones, a él no le interesaba ningún calvinismo que no fuera experimental– y para otros, demasiado cercano a los católicos –aunque él dijo que nunca sería católico, porque no aceptaba el papado y la infalibilidad de la enseñanza de la iglesia–. Como suele ocurrir, las cosas son más complejas de lo que parecen.
Cuando decidí emprender esta serie tras la partida de Packer, lo hice en parte porque no creo que sea tan conocido como debiera –en el mundo hispano–, pero también por razones terapéuticas. Las últimas cuatro intervenciones quirúrgicas que he tenido, estaba tan consciente de mi dolor que necesitaba sumergirme en la vida de otra persona, para olvidarme de mí mismo. Recurrí al principio a alguien que me ha influenciado tanto como Francis Schaeffer, pero luego también a dirigentes sectarios tan extremos como David Berg y Jim Jones. Quería saber cómo se habían alejado de la fe evangélica, para convertirse en esa especie de monstruos. Tras la operación de cáncer, vi cómo los obituarios habían convertido a Packer en poco menos que un santo de escayola y pensé que era el momento de mostrar su humanidad y las encrucijadas de su vida.
Cuando Packer firmó el documento de Evangélicos y Católicos Juntos (ECT) en 1994, alguien me dijo en Inglaterra: “Lo que pasa es que tiene buenos amigos católicos”. Yo no sé de qué religión se creía mi interlocutor que son los familiares y amigos de los evangélicos que vivimos en países latinos, pero desde luego no es por falta de relación con católicos, que algunos somos protestantes. Si hay algo que está claro en la vida de Packer es su completa independencia, incluso de lo que pensaban sus amigos. Un buen ejemplo es la discusión que surgió sobre la inmortalidad condicional en 1988.
¿Qué ha pasado con el infierno?
A diferencia de lo que muchos creen, no fue Stott quien puso claramente en cuestión la doctrina del infierno a finales de los años 80. En este caso como en el que comento a continuación –los diálogos con católicos–, habló con conocimiento de causa, porque estaba en relación con Stott, cuando todo esto ocurrió –antes de que yo llegara a formar parte de la comisión de teología de la Alianza Evangélica Mundial que se reunió con el Vaticano durante años, a partir de los encuentros de Evangélicos y Católicos Juntos, sobre los que hablo después–.
Lo que pasó con Stott fue que participó en un libro de diálogo con un teólogo liberal británico, David Edwards. En cierto momento de la conversación sale el tema del infierno y Stott plantea que hay varias formas de interpretar el fuego del juicio eterno. No dice nada más. Lo plantea como una hipótesis, pero nunca quiso desarrollarla. No hay libro, conferencia o artículo suyo, en que trate el tema con una mínima extensión. Quien sí lo hizo fue alguien tan cercano a Packer como Philip Hughes –anglicano reformado como él, amigo de Lloyd-Jones–, que trabajó en la Casa Latimer y enseñó en el Seminario Teológico de Westminster. Y quien todavía destacó más en el debate, fue el predecesor de Packer en Regent, Clark Pinnock, así como el veterano John Wenham en Inglaterra.
Pues bien, frente a todos ellos se enfrenta Packer en su defensa de la doctrina tradicional del infierno. No por animadversión a Stott, que tan sólo lo había sugerido tentativamente, sino contra sus propios amigos. Para él, la enseñanza de Jesús en textos como Mateo 25:41-46, hacen difícil aceptar el razonamiento de que no puede haber un lugar para un tormento humano continuo de aquellos que no han sido reconciliados con Dios. De hecho, tal y como solía hacer Stott, Packer da mucha importancia a la interpretación histórica de los textos. Le costaba aceptar que durante dos mil años de cristianismo nadie había entendido lo que significaba ese fuego, hasta que llegamos nosotros con nuestra moderna erudición científica de la filología bíblica. Para él, es un ejemplo de lo que C. S. Lewis llamaba “esnobismo cronológico”, o dicho claramente, simple soberbia. Nosotros somos los que sabemos.
Evangélicos y católicos juntos
A diferencia también de lo que obituarios como el de Timothy George, quieren dar a entender, Packer no es el inspirador, ni la principal figura del movimiento de Evangélicos y Católicos Juntos (ECT). Fue claramente un luterano convertido al catolicismo-romano, Richard John Neuhaus, junto al político evangélico –convertido al cristianismo por la obra de Lewis, cuando estaba en la cárcel por el escándalo Watergate–, Chuck Colson, los que tienen la iniciativa como una respuesta al secularismo, el materialismo y caos moral de nuestro tiempo. La única respuesta, para ellos, no estaba en la teología liberal que dominaba sus iglesias, sino la ortodoxia que representaba el catolicismo conservador y el cristianismo evangélico.
Es también importante entender que no fue un diálogo eclesial, sino de individuos. No representaban a sus denominaciones, sino a sí mismos. La consulta en lo que yo participé durante años, sí que representaba al Vaticano oficialmente, así como a la organización paraeclesial de la Alianza Evangélica Mundial. Yo llegué allí sustituyendo al peruano Samuel Escobar, cuando todavía no se había incorporado el italiano Leonardo de Chirico –la comisión era de seis representantes teológicos de cada confesión, provenientes de distintos continentes–. Al principio tuvimos alguien del movimiento estadounidense de ECT, pero como era un hombre de negocios sin formación teológica, la dirección alemana pidió que no continuará en la comisión, ya que incomodaba también a los monseñores con la continua pretensión de que creía lo mismo que ellos. El conflicto de católicos y evangélicos con este representante de ECT fue mi extraña introducción al diálogo con el Vaticano en Sao Paulo en 2009.
Mi problema con ECT no eran sólo las diferencias que Packer resaltó en el documento clarificador de su firma en 1994 –junto a otros dos signatarios, Richard Lang y John White–, que algunos vieron erróneamente, como una retractación. Es cierto que la reunión al año siguiente en Fort Lauderdale –convocada por Colson, que contó con la asistencia de figuras como Bill Bright–, es una respuesta a las críticas y preocupación evangélica por el documento que habían firmado, pero lo que buscaban no era sólo resaltar las discrepancias, sino insistir en que no representaban a nadie. ECT era un movimiento de base, que reunía a individuos más allá de toda denominación, ante lo que consideraban un peligro común. Ahí es donde empieza el problema...
De la “cobeligerancia” al “ecumenismo del odio”
Para Packer, el conocimiento de Dios no es meramente cognitivo, sino una realidad espiritual.
Es entonces cuando se recupera el principio de cobeligerancia del que hablaba Schaeffer. Su hijo Frank lo usó ya al final de su vida, para unir a la Mayoría Moral en la Era de Reagan, pero a su padre sólo le dio tiempo a aplicarlo en la lucha contra el aborto, antes de morir de cáncer. No sabemos lo que pensaría de lo que ocurrió después. Desde entonces la causa a favor de “la vida y la familia” unió a católicos y evangélicos en una campaña que no ha tenido todavía ningún éxito hasta el día de hoy, ya que no hay país del mundo que haya dado vuelta atrás en la liberalización del aborto o los derechos de los homosexuales, por ejemplo –a pesar de la propaganda de algunos políticos populistas, que le dan “servicio de labios”, aunque luego no hagan nada al respecto–.
En lo que ha tenido éxito este movimiento es en ser la base de una corriente neo-conservadora, que ha unido a evangélicos y católicos más allá de la causa “pro-vida y familia”. Es lo que sus críticos llaman “el ecumenismo del odio”. Al tema inicial del aborto, se unió una creciente beligerancia al movimiento LGTBI y lo que el Vaticano acabó llamando “la ideología de género”. La cuestión de fe y espiritualidad pasa a un segundo lugar, para dar lugar a un activismo cristiano, que al principio es independiente, de partidos o iglesias. Lo que vemos ahora, sin embargo, es otra cosa. Muchos tienen hoy un discurso de apoyo incondicional al voto a un dirigente político en concreto. Adoptan una agenda que va desde la inmigración a la cuestión racial, pasando por su visión del nacionalismo o la educación, hasta llegar a cuestiones económicas o sanitarias tan particulares que llegan últimamente hasta el negacionismo de la pandemia o el cambio climático. A lo que algunos añaden todo tipo de teorías conspiratorias e incluso planteamientos precientíficos, como el de la Tierra Plana. Y como cristianos, le dan un aire apocalíptico, para decirnos que de lo que se trata es de la oposición misma al cristianismo, que habla la Biblia.
La pregunta que muchos nos hacemos es cómo se ha llegado a esto. La respuesta es Internet, ¡claro! Algo que no utilizó Packer jamás, ni existía en los años 90. Entonces las opiniones se basaban en medios no tan polarizados. Y en el caso de Packer de la lectura de libros, fundamentalmente. Ahora la gente se alimenta de algoritmos, que extreman cada vez más sus posiciones, hasta en caer en las manos del populismo más descarado. Hay una completa incapacidad para mirar las cosas desde otra perspectiva. El único contacto con otras opiniones es para arremeter contra ellas, adoctrinado por la propaganda del círculo que has elegido, hasta no poder ya distinguir entre noticias falsas y la manipulación interesada que te presentan como información. A este nuevo activismo cristiano no le interesan, por supuesto, las diferencias doctrinales, sino “el enemigo común”. Por eso es que lo llaman “el ecumenismo del odio”.
¿Qué aprendemos de él?
Cualquiera que haya estudiado con Packer, te dirá que él entendía la educación como el desafío a pensar por uno mismo. Es por eso por lo que no tenía miedo al diálogo. Le daba lo mismo que fuera con teólogos liberales, anglo-catolicos, ortodoxos orientales o católicos-romanos. Quien sabe lo que cree, no tiene nada que temer. Esa fue mi experiencia también en el diálogo de la Alianza Evangélica Mundial con el Vaticano. Es cierto que a veces me sentí más cerca de los monseñores y obispos católicos, pero es porque a diferencia de mis hermanos evangélicos, ellos no tenían miedo a decir lo que pensaban. Supongo que ese era el diálogo que a Packer le interesaba. Si hay algo que tenía claro es la primacía de la teología en la expresión de la fe.
Ahora bien, esa teología es experimental. El conocimiento de Dios, para él, no es algo meramente proposicional o cognitivo, sino una realidad espiritual. Su teología es la reformada, pero a través de la experiencia puritana. Ahora bien, eso no significa para él, que no haya cristianismo fuera de la tradición protestante. Packer cree que el cristiano es aquel que ama y confía en Jesucristo.
Junto a esa primacía de la teología y la experiencia, Packer nos enseña la importancia de tener un sentido de la historia. Su crítica al cristianismo evangélico norteamericano es que es demasiado individualista. Por eso es tan superficial y absorbido por lo efímero, ya que carece de raíces. No tiene conciencia histórica. Packer quiere estar en la gran tradición de la Iglesia. Si veía algo de cristianismo en Trento o en el Catecismo de la Iglesia Católica, no era porque relativizara la necesidad de la justificación por la obra imputada de Cristo, sino porque veía ahí la herencia de Agustín. Y si en Roma no hay ningún cristianismo, tampoco lo hay en Agustín. El entendía la tradición en el sentido de los reformadores. Le mostraba que no era el primero en leer la Escritura.
Junto a la primacía de la teología, la experiencia y la importancia de la historia, yo creo que Packer nos enseña también la coherencia personal de actuar conforme a su propia conciencia, informada por la Escritura. Después de defender toda su vida el derecho a permanecer en la Iglesia de Inglaterra, la congregación a la que pertenece en Vancouver, St. John´s Saughnessy, abandona la comunión anglicana, ante la presión del obispo de su diócesis para que reconozcan el matrimonio homosexual en una ceremonia que bendiga la unión de personas del mismo sexo. La decisión de la Iglesia Anglicana de Canadá en 2002 lleva finalmente a la salida de la iglesia de Packer –la más numerosa de la denominación con 760 miembros– de la comunión anglicana en 2008.
Para Packer, la teología no es luchar con los textos bíblicos, o enfrentarse a sus ideas. Es tratar con el Dios vivo. Y eso para él, no es cualquier cosa. Como decía su maestro Calvino, conocer a Dios es ser cambiado por Él. El verdadero conocimiento lleva a la adoración. Su teología es doxología. Es una “disciplina devocional”. En eso concordaba con Aquino, cuando decía que la teología es ser enseñado por Dios, quien nos muestra quién es Dios, para llevarnos a Dios mismo.
Si Packer es un ejemplo para nosotros, es porque entendió que la enseñanza bíblica no es para darnos conceptos sobre Dios, sino para hacernos discípulos de Cristo. Como él dice, “no es una teoría sobre la fe y la justificación, lo que nos salva, sino confiar en Jesús como nuestro divino Señor, Maestro y Salvador”.