José de Segovia James I. Packer (7): La palabra liberadora de la cruz
Packer comprendió que no hay tarea más fundamental para la teología que definir en qué consiste la inspiración y autoridad de la Escritura.
| José de Segovia
“Cuando yo uso una palabra –dice Tente Tieso con un tono de voz más bien desdeñoso en A través del espejo y lo que Alicia encontró allí de Lewis Carroll– quiere decir lo que yo diga... ni más ni menos”. Pero “la cuestión–insiste Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”. No, “la cuestión –zanja Tente Tieso– es saber quién es el que manda... ¡eso es todo!”.
La palabra y su significado nos lleva inevitablemente a una cuestión de autoridad. Es así en la sociedad y la política, pero también en la religión. Eso lo entendió muy bien James I. Packer cuando, como su admirado profesor de Princeton, Benjamin Warfield, comprendió que no hay tarea más fundamental para la teología que definir en qué consiste la inspiración y autoridad de la Escritura. Todo lo que pensemos y digamos de Dios depende de ello.
En 1966 Packer es invitado a una conferencia en que se discute en Estados Unidos “la completa fiabilidad de la Biblia”. Todavía el documento no habla de “inerrancia” –eso vendrá a partir de los años 70–, pero el debate ya se había iniciado en el seminario californiano de Fuller con “la batalla por la Biblia”. Hasta ahora el término que se usaba en la teología y los documentos históricos de la Reforma era “infalibilidad”. Esa es la razón por la que evangélicos en Europa y Gran Bretaña de la talla de F. F. Bruce, por ejemplo, no veían razón para cambiar la expresión “infalible” por “inerrante”. No sólo porque la palabra no existe realmente en inglés –ni en español tampoco, por cierto–, sino porque no se ve claramente la diferencia entre los dos conceptos.
Packer es el único no americano que participa en la fundación del Consejo Internacional de Inerrancia Bíblica, organizado por el también ahora fallecido pastor de la Décima Iglesia Presbiteriana de Filadelfia en 1977, James Boice –de hecho, por eso se llama Internacional–. Hubo otros tres en Chicago, el año siguiente, el 1982 y el 1987, así como uno en San Diego el mismo año 1982 y otro en Washington en el 1987. Packer escribió el borrador de las llamadas Exposiciones del año 1978 y 1982. No hay duda de que esto le abrió las puertas a ser considerado el teólogo evangélico de los americanos a partir de los años 80, pero cualquiera que conozca su trayectoria se da cuenta de que él no es alguien que adopte cierto lenguaje por mero oportunismo, o simplemente por llevar la contraria a los ingleses que nunca entendieron su posición en este tema.
La batalla por la Biblia
El libro de Harold Lindsell dio nombre en 1976 a “la batalla por la Biblia”. En él hacía de la adopción de la “inerrancia” el criterio para ser o no evangélico. Su planteamiento era bastante simplista y confuso. Defensores de la “inerrancia” como Carl Henry – editor de la revista fundada por Billy Graham, Christianity Today– lo describió como “una bomba atómica teológica que hacía más daño a sus aliados evangélicos, que a sus enemigos”. Ya que se convierte en un shibboleth (Jueces 12:6), puesto que deja de ser una doctrina, para ser un arma de combate.
Según la definición de Packer, “infalible” significa que “no puede estar equivocado o llevar a error” e “inerrante, libre de toda falsedad”. Como pueden ver, no es fácil percibir la diferencia. En realidad, a pesar de lo que algunos “revisionistas” pretenden, la visión histórica de la infalibilidad de los Padres de la Iglesia y reformadores tiene siempre una idea de “inerrancia”. Otra cosa es lo que quieren algunos leer en esos vocablos, tanto en el sentido liberal como conservador. En definitiva, que todo se ha convertido en un gran galimatías; que, como en la frase de Alicia, la cuestión es quién tiene la autoridad para decir lo que la palabra significa.
Para ser justos, Packer no entró nunca en la política que hay detrás del debate con su rivalidad institucional. Algunos ven en la controversia un conflicto entre el sur y el norte de Estados Unidos, o incluso el intento de la Escuela Evangélica de Divinidad de Trinity de tomar el lugar de Fuller, como principal centro teológico post-fundamentalista. Todo muy americano, como observan. En la práctica, la palabra “inerrancia” significa algo distinto para cada persona. Por ejemplo, veamos cómo afecta esto a la cuestión de la evolución.
La propiciación significa que nada ensombrece la sonrisa divina al pecador que viene a Dios.
Packer, defensor de la “inerrancia”, dice: “No puedo ver en la Escritura, en los primeros capítulos de Génesis o en otro sitio, nada que tenga que ver con la teoría de la evolución en ningún sentido”. Puesto que “la Escritura nos ha sido dada para revelar a Dios, no para tratar temas científicos en términos científicos, por cuanto no usa el lenguaje de la ciencia moderna”. Así que “las teorías científicas no pueden dictar lo que la Escritura diga, o no diga”. Pone como ejemplo a su admirado Warfield, que era “teísta evolucionista”. A lo que añade, para que quede aún más claro: “Si él no es evangélico por eso, tampoco lo soy yo”. Esa no es la forma que otros entienden la “inerrancia”.
¿Por qué prefiere entonces, el término? Para él, da una idea de total fiabilidad. No tiene que ver con la cuestión del principio y su aplicación, que él entiende que las verdades bíblicas no cambian, pero sí, su aplicación. De hecho, advierte de cuatro peligros de una idea equivocada de “inerrancia”. El primero, una mala apologética; segundo, una armonización mal entendida (el ejemplo típico es cómo resuelve Lindsell el problema del momento en que se producen las tres negaciones de Pedro, que convierte en seis, para decir que sólo tres se mencionan en un evangelio); tercero, malas interpretaciones que surgen, para Packer, cuando uno se centra en temas secundarios, como las genealogías, olvidándose del tema central de la Biblia; y cuarto, una mala teología, cuando se pasa por alto el carácter humano de la Escritura. La “inerrancia” es para él, “la confianza total en una verdad total”.
La sustitución de la cruz
Como dijimos, la Comunidad de Tyndale buscaba promover la teología evangélica a un mayor nivel académico. Patrocinaba por ello la Conferencia de Estudios Puritanos que organizó Packer con Lloyd-Jones, pero también tenía cada verano una conferencia anual que luego publicaba. El año 1973 pidieron a Packer que hablara de las objeciones que algunos evangélicos tenían ya al carácter de sustitución penal de la cruz. Desde la obra de McLeod Campbell en 1856 y Moberly en 1901, Lampe había criticado la idea en 1962, pero ahora el Congreso Nacional Evangélico Anglicano de 1977 lo veía como una de varias explicaciones a la cruz de Cristo. Muchos consideran la respuesta de Packer su mejor ensayo.
Con su habitual concisión y claridad, Packer distingue tres maneras de mirar a la cruz. Una subjetiva, que se centra en los efectos de la cruz en nosotros, particularmente la respuesta de amor que produce el amor divino. Otra objetiva, que nace de la escuela sueca de Aulen en los años 30, para enfatizar la victoria divina sobre las fuerzas satánicas y demoniacas que tienen a la humanidad cautiva. Y finalmente, la visión de la sustitución, como satisfacción por la culpa del pecado humano, que lleva a la aceptación por Dios. Magistralmente, Packer afirma que la tercera perspectiva no niega las dos primeras. Sólo cuestiona que se puedan tomar por separado, como explicación completa.
La muerte de Cristo, bíblicamente, tiene efecto primero en Dios, ya que es “propiciado” (o mejor dicho, Él hace propiciación, como dice Packer), por lo que vence al poder de las tinieblas y revela el amor de Dios que nos busca y salva. Analiza Romanos 1:18-3:20, para mostrar cómo Jesús llevó el castigo, la pena y el juicio que a nosotros nos correspondía. Es así como “Cristo me amó y se dio a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
No es posible entender el Evangelio, pero menos aún vivir la libertad de la fe, sin aceptar el maravilloso intercambio que se produce en la cruz, entre nuestro pecado y su justicia, que trae la aceptación completa por Dios, que Juan llama propiciación (1 Juan 2:1-2). Sólo por ella podemos saber que Dios ya no tiene nada contra nosotros.
Esa es la liberación del Evangelio. No hay por ello, palabra más maravillosa que “propiciación”. Significa que nada ensombrece la sonrisa divina al pecador que viene a Él, arrepentido con fe, por la sangre de Cristo Jesús. Dios está contento y satisfecho, por la obra de la cruz. No tiene ya nada en contra nuestra.