José de Segovia Jeff Fenholt y la fe que nos salva
Cuando veo sus entrevistas percibo una fe claramente cristo-céntrica, aunque mal informada por el contexto en que se convirtió, así como incoherente ante la realidad del pecado que todavía mora en él.
| José de Segovia
Hace ahora justamente un año que murió el protagonista de la obra original en Broadway de Jesucristo Superstar, Jeff Fenholt (1950-2019), cuyo testimonio de conversión fue muy publicitado por los tele-evangelistas como cantante de Black Sabbath, relacionado con el ocultismo. En realidad, el grupo con el que tuvo cierto éxito de adolescente no pasó de ser una banda de garaje, The Fifth Order, pero mucho más interesante me resultó el hecho de haber sido amante de Gala –la musa de Dalí–, cuando tenía graves problemas con la droga y maltrataba con violencia a su esposa. Mi insana curiosidad me ha hecho leer las memorias que publicó en una pequeña editorial cristiana en 1994.
En general, prefiero los libros de biografías a los de recuerdos, porque la memoria suele ser bastante selectiva. El historiador Santos Juliá advierte de sus “sesgos”, por los que algunos dicen “cosas inverosímiles, equivocadas, absurdas o contradictorias”, pero otros cuentan “invenciones de tal magnitud que sólo se explican desde un claro desconocimiento de lo ocurrido, una sorprendente mala fe o una imaginativa capacidad para el autoengaño”. La verdad es que hay pocas cosas tan humanas como la interesada transformación de los recuerdos y la memoria.
Los libros de recuerdos suelen estar además, redactados por otra persona, aunque rara vez aparece su nombre. En ocasiones el “escritor fantasma” se menciona en letra pequeña en la primera página, pero más en los agradecimientos –como en este caso, donde se menciona a dos mujeres que no deben ser profesionales, porque no dan una sola fecha, ¡ni siquiera del año de su nacimiento! –. Las prevenciones son aún mayores cuando estamos ante un género tan peculiar como el del “testimonio de conversión”. Es cierto que hay clásicos como el de Agustín, pero lo que abundan son las distorsiones, exageraciones y como se ha demostrado estos últimos años, auténticas imposturas.
El lector de este tipo de literatura no suele ser muy crítico. Aunque se supone que escriben para no creyentes, los que suelen comprar estos libros son aquellos que ya están convencidos y en asuntos de fe pueden llegar a tener una credulidad sin límites. Les da igual que la persona diga que ha sido “satanista, reina de las brujas”, ha estado “muerta” y ha regresado, o ha sido “perseguida” por cualquier “poder en la sombra”. Nadie va a comprobarlo, a no ser que se dedique a “la caza de herejes”. En el mejor de los casos, además, adolecen de un exceso de ego, que se enorgullece de cualquier logro, o hace aún más vergonzosa su vida, antes de la conversión. Son el tipo de “testimonio” que consiste en lo que el predicador del siglo XIX, Spurgeon, llamaba “echar flores sobre tu tumba”.
Malos tratos
Fenholt dice que sus primeros recuerdos son de haber sido golpeado de niño. No por una estricta disciplina, sino por un mal trato que llegaba a intentar ahogarle con una almohada, tirarle por las escaleras o echarle cubos de agua fría mientras dormía. No revela quién le hacía eso, pero sus padres se divorciaron cuando él estaba en el colegio y el padre dice que siempre estaba ausente.
Lo que está claro es que se cría en la calle, donde comienza a delinquir hasta ser enviado a un correccional, denunciado por su propia madre. También resulta tristemente verosímil la historia del “ministro afeminado”, que toma su tutela, para intentar abusar de él. No me extraña que le dijera al juez, tras su tratamiento psiquiátrico, que era “una victima de las circunstancias, un producto de su medio ambiente”, que no era él quien estaba “podrido”, sino la vida que tenía en su casa.
El tipo de cristianismo evangélico que ahora conoce interpreta su triste infancia y adolescencia en términos de los llamados “pecados generacionales”, como muestran las primeras citas bíblicas que incluye en su historia. El cree que estaba “pagando por el pecado de sus padres”. Para él, son “ataduras demoniacas”, que tenían que ser “rotas”. El problema de esta idea, basada en las “maldiciones” bíblicas del Antiguo Testamento, es que se produce una cierta transferencia de la responsabilidad a un poder diabólico, cuando se trata simplemente de lo que la Biblia llama pecado.
¿Cantante de Black Sabbath?
Aunque Jeff era ya suficientemente famoso como protagonista de Jesucristo Superstar, le conviene resaltar en su testimonio de “convertido del ocultismo”, que ha sido cantante de Black Sabbath, cuyo nombre evoca ya la brujería de un ritual satánico. La verdad es que lo único que se sabe con seguridad es que le hicieron una audición para ser cantante del grupo. Alguien de la banda dice que fue incapaz de recordar las letras. Uno pensaría que era por los problemas que tenía con la droga y el alcohol, pero lo que pasa es que era ya convertido y estaba en un grupo de “rock cristiano”, Joshua. Lo que lo hace todavía más raro.
Jeff pretendía haber estado seis meses con Black Sabbath y haber participado en el disco The Seventh Star (1986). Es más decía haber sido co-autor de varias canciones, incluida No Stranger To Love. La mayoría no lo considera, sin embargo, miembro del grupo. Según el cantante ya también fallecido de Black Sabbath y Rainbow –por un cáncer de estómago–, Ronnie James Dio, Fenholt era un “fanfarrón y un mentiroso”.
Lo que hizo que algunos dieran credibilidad a su historia es el libro de Garry Sharpe-Young, Sabbath Bloody Sabbath, que dice que fue una época particularmente confusa del grupo, cuando Tony Iommi era el único miembro original de la banda. El mánager Don Arden acusa a Iommi de usar a Jeff para algunas grabaciones y composiciones para un supuesto álbum, que en el libro dicen otros miembros del grupo que podría ser un proyecto en solitario de Iommi. Este lo podría haber ocultado a Jeff, haciéndole creer que iba a ser un disco del grupo. Lo cierto es que Iommi llegó a hacer audiciones a otros cuatro cantantes, después de Fenholt, siendo él desechado.
La banda en la que sí estuvo Jeff era un grupo de garaje llamado The Fifth Order. Aunque dice en el libro que tuvo su primer disco de éxito a los 15 años con la canción Going Too Far, no aclara que él no estaba todavía en el grupo. El éxito fue además, a nivel local en Ohio –aunque sus memorias no llegan a decir ni el lugar donde nació y fue a la escuela, que era Columbus–. Es en 1967 que graba con la banda cinco canciones, entre las que estaba la segunda que él menciona, A Thousand Devils –supongo que también por el título–. Lo que es cierto es que actuaban tanto, que podría vivir de ello, como para independizarse a los 16 años.
Matrimonio singular
La persona que resulta más admirable de esta historia fue su esposa Reeni. Era una chica católica que Jeff conoce siendo adolescente. Su nombre real es Maureen Hope Marie McFadden. Había ido a un colegio de monjas y su padre era un empresario conocido en Ohio. Ella soporta sus borracheras desde la primera cita, hasta ser dejada inconsciente a golpes, cuando huye a vivir con Dalí y Gala, temiendo haberla matado. Y sin embargo, ella vuelve con él a pesar de la orden de alejamiento, por la insistencia de Jeff y la creencia de ella de que Dios le había dicho que siguiera con él para que se convierta.
Su conversión se describe en términos de una “liberación espiritual” de un poder demoniaco. Una vez convertido, ella le acompaña en todo su “ministerio”. Su matrimonio es con 20 años y están casados 28. Tuvieron seis hijos, que han llegado a una edad adulta. Juntos hacen un programa en la cadena más conocida de tele-evangelistas, la TBN de Paul Crouch, que dejan al divorciarse el año 1998. Él sigue su carrera como “músico cristiano” y vuelve aparecer con el pelo corto en el programa de Crouch en 2004. Usa ya el libro de Sharpe-Young –entonces llamado Never Say Die–, para decir que fue realmente cantante de Black Sabbath.
Es significativo que su divorcio es justo después que apareciera en la revista Vanity Fair un artículo sobre su relación con Gala. En él se dice que actuó incluso como representante de Dalí. La actriz catalana Silvia Munt le entrevista para su documental sobre Gala del 2003. Sale en lo que parece una playa del Caribe, donde cuenta lo que Gala le habló de su pasado, su actitud infantil y el amor que tenía ella por él, que asegura que nunca le dijo que fuera reciproco, aunque se conservan sus cartas de amor en una colección privada –que sugieren todo lo contrario–. Una de ellas fue publicada en español por el diario La Razón en 2015.
Amante de Gala
En el libro incluye una foto de la mansión de Dalí en Port Lligat, donde reconoce haber vivido varios meses cada año durante una década. La relación entre ambos matrimonios comienza en 1973 en Nueva York. Y la última intervención de Jeff en el documental es una emocionante narración de su conversación con Gala, antes de morir en 1982. Ella le pregunta a él, ahora creyente, que le ocurrirá a ella cuando muera. Como Dalí, ella también tenía miedo a la muerte. Jeff le responde que verá a Cristo, cuando todo se vuelva oscuro. Este momento de la entrevista al final del documental de Munt me pareció muy emocionante.
Es evidente que los Fenholt se beneficiaron mucho de la amistad con los Dalí. Las memorias confirman la información aparecida en la prensa española de que recibió muchos regalos. De hecho, el libro incluye también una foto de una joya enorme que tiene jugando su hija, regalo de los Dalí. Algunas cosas las subastó después, como el valioso San Jorge que hizo Dalí en 1947. De lo que no estoy tan seguro es de lo que dice Vanity Fair, de que ellos les compraran su finca en Long Island. Jeff ganó mucho dinero con la obra original de Jesucristo Superstar en Broadway, aunque también se gastó mucho.
A Salvador Dalí se le asocia siempre con la cantante transexual Amanda Lear, pero la relación de ella con Jeff es muy conocida –aunque ella tenía ya setenta y tantos años y él veintitantos, o sea unos cincuenta de diferencia–. Gala tuvo antes relación con otro actor estadounidense, William Rothlein, que enfermó mientras estaba en España. En el 1998, Vanity Fair había publicado otro artículo del biógrafo más conocido de Picasso, John Richardson, sobre el libro del hispanista Ian Gibson acerca de Dalí. En él decía, erróneamente, que Rothlein había muerto de sobredosis, cuando estaba vivo. Por lo que puso una demanda a la publicación, que ganó en los juzgados de Nueva York. Y habla también en el documental.
Lo que resultará extraño a muchos es que la relación era entre ambos matrimonios, pero cualquiera que conozca algo de los Dalí sabe que su sexualidad era de todo, menos convencional. Los 70 fueron además una época de gran experimentación sexual. Muchos de los matrimonios en el ambiente de Fenholt eran “abiertos” y el sexo no era sólo cosa de dos. El libro evangélico con su testimonio es, por supuesto, muy discreto en este aspecto. No cuenta de su matrimonio, más que lo sufrido de Reeni como esposa y lo disoluto de la vida de Jeff. Los Dalí eran simplemente sus “mejores amigos”. Se conocen a raíz de su papel en Broadway.
¿Jesucristo Superstar?
La obra de Andrew Lloyd Webber fue un intento de aprovechar la popularidad de la figura de Jesús tras la conversión masiva de muchos del movimiento hippy al cristianismo evangélico en California. La escribe Tim Rice para el teatro, antes de que Norman Jewison hiciera la película en 1973. Se estrenó en Nueva York el 71 con Jeff de protagonista, después de grabarse el disco con Ian Gillan de Deep Purple como cantante. El montaje estaba producido por Robert Stigwood, el empresario australiano detrás del éxito de Cream y los Bee Gees, que había hecho antes Hair y luego lleva Fiebre del sábado noche al cine. Se mantuvo en cartel en Broadway hasta el verano del 1973.
Fenholt cuenta cómo tenían amenazas de bomba por el carácter heterodoxo de la obra. Dice que intentaron disparar contra él en varias ciudades, lo que no he podido comprobar. Lo que más me llama la atención de su narración sobre la obra en las memorias, es que él se describe como endemoniado. Asegura que oía voces, caía en trance y hablaba en otras lenguas. Es entonces cuando Reeni se convierte en un grupo de estudio bíblico que había en Nueva York, al que asistía una de las Vanderbilts. Jeff dice que no podía soportar que le hablara de Jesús –ni ella ni nadie–, aunque representaba su papel todos los días en el teatro.
Como dijo entonces, la revista evangélica Christianity Today, fue “la historia más grande jamás vendida” –jugando con el título de La historia más grande jamás contada –. Toda una operación comercial con un Jesús que se dirige a la cruz sin saber por qué, lleno de dudas e inseguridad. Eso es lo que atrae al público contemporáneo. La Magdalena aparece enamorada de Jesús y Judas se convierte en un antihéroe. Como decía José Grau, “lo que falta en esta ópera-rock es la afirmación central del cristianismo”. Ya que no hay un Dios triunfante y victorioso frente a la muerte, sino alguien que comparte nuestras debilidades.
Grau se pregunta en su libro de 1973, ¿Jesucristo Superstar?, si la atracción de la obra que protagonizaba Jeff es que es un Jesús que se identifica con nuestros problemas. Lo malo –como observa Grau– es que si bien comparte nuestras tentaciones, sucumbe frente a ellas. Padece nuestras vacilaciones y dudas. En esa débil fe me identifico con Fenholt. Creo que sería un error juzgar la autenticidad de su conversión. Cuando veo sus entrevistas percibo una fe claramente cristo-céntrica, aunque mal informada por el contexto en que se convirtió, así como incoherente ante la realidad del pecado que todavía mora en él.
Su esperanza como la mía, no está en el ‘Superstar’, que pierde su vida, en vez de entregarla por nosotros. El verdadero Jesús no nos dice “¡sálvate a ti mismo!”, sino que nos libra del pecado y de la muerte por su cruz y resurrección. Jeff acaba su libro con las palabras de Romanos 10:13 de que “todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo”. Eso es lo que hace él en su conversión. Y estoy seguro de que lo seguiría haciendo una y otra vez en los momentos de desesperación, hasta su partida de este mundo. Esa es también mi única esperanza de salvación. Y espero que también la tuya.