Scorsese, un católico fracasado
No hay duda que Martin Scorsese es ya uno de los autores clásicos del cine. El director de películas como “Taxi Driver” o “Toro salvaje”, es objeto de una amplía retrospectiva en el libro del crítico de cine Tom Shine, que ahora publica Blume en Barcelona. En una entrevista con el profesor de la Universidad de Nueva York, Antonio Monda, el cineasta italo-americano se declara “un católico fracasado”. Antiguo monaguillo y seminarista, Scorsese quiso ser cura, pero no ha encontrado todavía la redención…
Nacido en 1943 en Flushing, Long Island, en el estado de Nueva York, la familia de Scorsese venía de la provincia italiana de Catania. Llegaron a Estados Unidos en 1910, provenientes de un medio agrario. “La religión tenía un papel importante en su vida”, pero al director le parece que sus padres tenían una “práctica religiosa bastante relajada”. A Martin sin embargo le atraía la iconografía religiosa, que le resultaba “tan poderosa y sugerente” como el aspecto dramático de la Misa, que le hizo hacerse monaguillo. Recuerda el retrato del Sagrado Corazón que tenía su abuela en su cuarto, así como una hornacina con una Virgen pisando a la serpiente, además de un gran crucifijo, sobre que ponían las palmas bendecidas del Domingo de Ramos.
“Vengo de la calle, de un ambiente de trabajadores donde la religión tenía un lugar preponderante”, dice Scorsese en una entrevista a raíz del reciente premio que recibió en el Festival de Makarrech por toda su carrera. “La iglesia y el cine eran los dos únicos sitios a los que mis padres me dejaban ir”. Los adolescentes del barrio de la Pequeña Italia de Nueva York sólo querían ser curas o gangsters. “Incluso a pesar de que siempre he tenido dudas sobre la existencia de Dios, en un momento de mi vida quise ser sacerdote”, dice Scorsese. Ya que “en mi mundo o se iba para cura o para golfo”. A causa del asma que tuvo cuando tenía tres años, su infancia está marcada por la soledad y el aislamiento. Desde entonces sus “puntos de referencia han sido la familia, la iglesia y el cine”, que para él, más que una pasión, es una obsesión.
ENTRE LO SAGRADO Y LO PROFANO
“Cuando era más joven quería ser sacerdote, hasta que me dí cuenta que mi verdadera vocación eran las películas”, dice en su libro El siglo del cine: Un viaje personal (1996). “No veo realmente un conflicto entre la iglesia y las películas, lo sagrado y lo profano”, ya que “creo que hay espiritualidad en las películas, aunque sea una fe sustitutiva”. Scorsese solía ayudar como monaguillo en los funerales a un cura italo-americano llamado Francis Principe, con quien compartía la pasión por el cine. “Había sido ordenado en 1952, cuando yo tenía sólo diez años, y veía en él una posibilidad diferente, incluso opuesta, a la que me ofrecían las calles de Little Italy, con todas las tentaciones y las posibilidades de perdición”. Era una persona idealista, que se convierte en su mentor y modelo, a cuya enseñanza debe “la primera reflexión sobre el concepto de gracia y redención”.
Scorsese estudió en el Seminario de la Archidiócesis de Nueva York, la Escuela de la Catedral. Iba luego a entrar en la Universidad católica de Fordham, pero no lo aceptaron. Por lo que va a la Universidad de Nueva York, donde un profesor llamado Haig Manoogian le descubre que “podía expresar todo lo que sentía a través del cine”. Esa es su vocación: “Me he hecho director para expresarme todo yo y también mi relación con la religión”. No es casualidad por lo tanto su afición por el cine negro, donde ve reflejados los mismos aspectos de la idea de sufrimiento y redención, que le obsesionan. En la película que le dio a conocer internacionalmente, Malas calles (1973), hay una escena en la que el protagonista se enfrenta a la penitencia que le impone su confesor, diciendo: “Los pecados no se expían en la iglesia, sino en la calle”.
EN BUSCA DE REDENCIÓN
La violencia está presente en todas sus películas de una manera especialmente preponderante. Algunas de sus imágenes son el resultado natural de sus propios recuerdos de la Pequeña Italia. Así una escena evoca una pelea callejera que él mismo contempló, cuando un chico puertorriqueño besó su cuchillo. Son “detalles y rituales que rozaban el paganismo”, dice Scorsese. El personaje de Charlie, que interpreta Harvey Keitel en Malas calles, se presenta arrodillado en una iglesia, considerándose indigno de “comer la carne y beber la sangre” de Cristo. Se ha confesado, el cura le ha mandado rezar diez Padre Nuestros y diez Ave Marías, pero se lamenta pensando que la semana que viene le mandará otros diez, cuando para él son “solo palabras”. Si hace algo mal, quiere “pagar por ello a su manera, hacer su propia penitencia”...
Esa búsqueda de redención por el sufrimiento es la que lleva a sus personajes a intentar purgar por sus pecados, incluso por medio del castigo físico y la violencia, como Jake La Motta en Toro Salvaje (1980). Una cita del Evangelio de Juan cierra esta historia de autodestrucción, cuando un ciego es interrogado por el Sanedrín acerca de cómo ha recuperado su vista (Jn. 9:24-26). Esa conclusión no está en el guión original de Paul Schrader, su colaborador habitual desde que hicieron Taxi Driver (1975). Educado en una familia holandesa de la Iglesia Cristiana Reformada en Michigan, Schrader ha estudiado también teología en el SeminarioCalvino de Grand Rapids, aunque no vio ninguna película hasta llegar a la Universidad. Su visión atormentada de la vida le une a Scorsese en su búsqueda de redención del pecado y de la culpa.
LA ÚLTIMA TENTACIÓN
La más controvertida colaboración de los dos fue cuando se decidieron a tratar directamente la figura de Jesús en La última tentación de Cristo (1988). “Existen muchísimas películas sobre el Cristo de los Evangelios”, dice Scorsese, pero “a mí me interesaba llevar hasta el final un aspecto determinante y sobrecogedor: El Verbo se hace carne”. Para ello escogen la novela de Nikos Kazantzakis, que llevó a la expulsión de su autor de la Iglesia Ortodoxa griega en 1955. La extraña combinación de la educación católica de Scorsese, la formación calvinista de Schrader y el trasfondo ortodoxo de Kazantzakis, provocó uno de los mayores escándalos de la historia de la religión en el cine.
El incendio del cine Saint Michel en París, el ofrecimiento a la Universal de diez millones de dólares por destruir el negativo y las copias, el intento de secuestro de un abogado en Milán, la multa impuesta en Grecia a cada proyección y la cancelación de una emisión por parte de la BBC, son sólo algunos de los muchos incidentes que produjo una película que intenta ser profundamente religiosa. “La belleza del libro consiste en que Jesús conoce todas las debilidades humanas”, dice Scorsese: “Por eso podemos identificarnos con él”. Esa es la preocupación de un director que ha ansiado siempre la pureza, pero se ve como “un católico fracasado”. Es la lucha que encontraba Kazantzakis, al intentar vivir su espiritualidad en la Iglesia Ortodoxa. Es el conflicto entre el pecado y la gracia, sobre el que se debate Schrader, en su obsesión por el sexo, al abandonar el seminario reformado, lejos ya de su educación calvinista. Su Jesús es un reflejo de su lucha personal por intentar vivir como cristianos.
“Soy un católico fracasado”, dice Scorsese, porque “no sigo rigurosamente la ortodoxia y en muchos aspectos siento no haber respetado lo que supone el mensaje cristiano”, pero “considero que mi fe en Dios se halla en una búsqueda constante”. Uno de los proyectos que no ha logrado ver plasmados es Jerusalén, Jerusalén, una película en la que trata de expresar más directamente sus dudas existenciales. “Era una historia enormemente autobiográfica, que giraba en torno al retiro espiritual de un personaje llamado JR”. Su tratamiento narra detalladamente procesiones, sermones y oraciones, pero “nacía de una condición de desencanto” ante los “problemas de un adolescente, como el sexo prematrimonial y la masturbación, frente a las enseñanzas de la Iglesia”.
GRACIA BARATA
La gracia de Dios no es una gracia barata, como decía Bonhoeffer. Es así como “el mundo encuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente y de los que no desea liberarse”. Porque “la gracia barata es la justificación del pecado y no del pecador”, dice Bonhoeffer. La verdadera gracia, como nos recuerda el teólogo ejecutado por los nazis, “es cara porque condena el pecado”, pero “es gracia porque justifica al pecador”. Sobre todo es cara, “porque ha costado cara a Dios, le ha costado la vida de su Hijo”. Así que “no puede resultarnos barata a nosotros”. Es la encarnación de Dios. No hay nada más sobrecogedor que ésto, como dice Scorsese.