Sombras en la noche


A sus 74 años, el legendario músico norteamericano Bob Dylan da seis conciertos en nuestro país. Es ya la décima vez que viene a España. Su influencia ha marcado de tal modo la cultura popular, que se ha convertido en un verdadero icono del siglo XX, cuya reputación no depende ya de su éxito comercial. El celebre gruñón de Minnesota lleva desde 1988 enlazando gira tras gira, para mantener su numerosa familia y propiedades. En el centenar de conciertos que ofrece anualmente se puede ver a adolescentes al lado de sus padres e, incluso de sus abuelos. ¿Qué tiene su música para atraer ya a tres generaciones?, ¿qué ha sido de su fe tras su conversión al cristianismo en 1979?

Robert Zimmerman (Duluth, 1941) toma su nombre del poeta galés Dylan Thomas, cuando aterriza en Nueva York en 1961 para visitar a su agonizante ídolo Woody Guthrie. Su increíble genio es así descubierto un día por la reina del folk Joan Baez, que se encapricha de este extraño adolescente en uno de los cafés de Greenwich Village. Sus primeros años como cantante folk están estrechamente vinculados a los movimientos a favor de los cambios sociales, que hubo a principios de la década de los sesenta. Es una época en que “los tiempos están cambiando”. Hay muchas preguntas, pero muchos creen que la respuesta está “soplando en el viento”. Su figura se hace así tan conocida como la de Martin Luther King o el presidente Kennedy.

Dylan cambió la música al llevar la poesía, a la canción popular. No tuvo miedo de abordar temas trascendentes en un medio que nunca había sido tomado particularmente en serio. Y lo hizo con destreza, ingenio y elegancia. Es por eso que cualquier cantautor contemporáneo está en deuda con él. Dylan es más que un simple músico. Es un artista original, que ha escrito la mayor parte de su obra en solitario. Es obvio que los Beatles no existirían sin la colaboración de Lennon y McCartney, o los Rolling Stones sin Mick Jagger y Keith Richards. Porque hay que tener en cuenta que cantantes como Elvis Presley no escribían nunca sus canciones, pero Dylan ha hecho ya casi quinientas composiciones. Es alguien que trabaja independiente, un personaje solitario y extremadamente celoso de su intimidad.

GIRA INTERMINABLE
Bob Dylan ha sido durante mucho tiempo el mascarón de proa de la contracultura, a pesar de que paradójicamente, no haya tomado partido en la política, a la que ha llegado a considerar “un instrumento del diablo”. Su interés de hecho se centra en otras cuestiones: el lenguaje, la Biblia y la cultura tradicional americana. Es una persona profunda, que nunca sonríe y evita participar en programas televisivos. Cambiante y contradictorio, su excentricidad le ha convertido en una leyenda. Es tremendamente rico, pero vive como un gitano, pasando más tiempo de gira que en ninguna de las diecisiete propiedades que tiene alrededor del mundo.

¿Qué se puede esperar entonces de sus conciertos en España? En principio cualquier cosa. Dylan es alguien temido por la industria por su total falta de profesionalidad. Cualquier músico que le acompaña, sabe que él nunca ensaya, ni tiene la menor idea de lo que va a cantar antes de salir al escenario. Es absolutamente imprevisible


Últimamente, se empeña en tocar el piano, instrumento que apenas domina, y casi sin moverse del teclado, va desfigurando sus canciones. Fiel a sí mismo, mantiene su carácter esquivo y huraño, pulverizando sus temas hasta hacerlos prácticamente irreconocibles. Pero así es Dylan. Lo tomas o lo dejas, ¡no hay término medio! Por eso aquellos que somos dylanianos incurables, lo nuestro más que una manía, es una enfermedad, un masoquismo, diría yo. En fin, ¿qué vamos a hacer?, llevamos ya muchos años sufriéndole, para no seguir aguantando sus rarezas...

La verdad es que Dylan se reinventa a sí mismo cada noche. Supongo que será la única forma que tiene de seguir divirtiéndose sobre un escenario, aunque el público no siempre lo aprecie, pero bueno, con todos los imitadores que tiene, ¡ya sólo nos faltaba que se parodiara a sí mismo! Toca para sí, sino contra sí mismo, por eso no saluda ni sonríe. Y sus conciertos son como el peor examen que hayamos tenido, ya que nos los pone siempre lo más difícil que pueda. Mal sonido, a ser posible sucio y pastoso, con la voz más nasal que encuentre, para que sus temas más conocidos sean tan difíciles de identificar como un murciélago en una cueva.

¿QUÉ HA SIDO DE SU FE?
Desde que escribí mi monografía sobre Dylan en 1985, muchos me han preguntado qué ha sido de la fe que profesó en 1979. La verdad es que no tengo respuesta. Según un biógrafo como Howard Sounes: “Bob halló la forma de incorporar la religiosidad en sus nuevas canciones sin sermonear”. Dice que habla “sobre la fe, como durante la etapa de su conversión cristiana”. Ya que para este periodista, “Bob todavía tiene creencias abiertamente cristianas, pero ahora es capaz de expresar esas ideas sin mojigatería”.

Dylan continúa de hecho interpretando sus llamadas canciones cristianas. Al comenzar el nuevo siglo incluye en su repertorio un tema que no había cantado desde principio de los años ochenta, Solid Rock, que acompaña incluso del himno protestante al que hace referencia, Roca de la eternidad. El periodista David Dewes se preguntaba si creía todavía en ello. Su respuesta es obvia: “Ciertamente, podemos asumir que Bob Dylan tiene suficiente dinero para no tener que cantar cosas en las que no cree”.

Tras volver a las tradiciones de la música norteamericana –desde el jazz, hasta el bluegrass, pasando por el blues más arcaico y el tex mex–, Dylan hizo una recopilación de canciones de Navidad (Christmas in the Heart) en 2009. En la entrevista de promoción que le hizo Bill Flanagan, el periodista observa que su manera de cantar Oh, pueblecito de Belén, es “como si fuera de un verdadero creyente”. La comentada respuesta de Dylan fue: “Bueno, es que soy un verdadero creyente”.

INTENTANDO LLEGAR AL CIELO
Su reciente recopilación de canciones de Frank Sinatra (Shadows In The Night) nos devuelve una voz que no habíamos oído desde hace años. La brillante producción recuerda las gloriosas grabaciones de Nat King Cole, pero sin su espectacular orquestación. Acompañado por dos guitarras, un bajo y una guitarra de pedal, apenas incluye arreglos de instrumentos de viento. Es un trabajado reposado y hermoso, la obra de un artista maduro.

Hasta ahora viene cerrando los conciertos de esta gira, con “Love Sick”, un tema de finales del siglo pasado, que pertenece a unos de los discos más honestos que ha hecho en su carrera, Time out of my mind (1997). Producido con acierto por Daniel Lanois –como el impresionante Oh Mercy de 1989–, resulta finalmente una obra oscura y atormentada, en la que parece adivinarse el miedo a una muerte cercana. Es un álbum de una cruda dureza, marcado por la preocupación por el envejecimiento y la pérdida del amor. Son canciones sombrías, pero que nos muestran por primera vez en mucho tiempo, lo que está realmente pasando con su vida.

Un tema como Highlands nos da una idea de lo que debe significar haber conseguido fama y fortuna, pero sentirse viejo y arrepentido por tantas cosas que ya no podrán cambiar. Dylan murmura que está perdido, ya que en su confusión parece haber escogido el camino equivocado. Por eso me conmueve profundamente escuchar una canción como Tryin´to Get to Heaven (Intentando llegar al Cielo), en la que habla con una fe débil y contradictoria, pero que mantiene la esperanza que cambió su vida a finales de los años setenta.

Su fe en ese sentido ha ganado en honestidad. Not Dark Yet suena como el monólogo interior de un hombre a las puertas de la muerte. Sus palabras parecen sonar como suspiros entre escalofríos. Su carga resulta tan pesada, que uno teme que no la pueda soportar. Es cierto que no ha oscurecido aún, pero la noche “se está acercando”. Mientras no dejemos de orar por Dylan, porque


todo se está volviendo oscuro,
demasiado oscuro para ver.
Siento que estoy llamando a las puertas del Cielo.
Llamo, llamo, estoy llamando a las puertas del Cielo.
Llamo, llamo, estoy llamando a las puertas del Cielo.


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