Steve McQueen y el descanso del Padre


Este fin de semana se estrena en los cines un documental inglés sobre el actor norteamericano Steve McQueen y su pasión por las carreras de coches.Durante mucho tiempo, su viuda calló sobre sus últimos años, antes de morir de cáncer en 1980. Rumores de su conversión se repetían tras una visita de Billy Graham al hospital, que oró por él y hablaron de la fe que había conocido en la iglesia a la que asistía su maestro de aviación. Cuando le dijo que no encontraba su Biblia, le regaló la suya, dedicada. Murió abrazado a ella de un ataque al corazón en Ciudad Juárez, cuatro días después…

McQueen personalizaba la imagen del rebelde americano de los años sesenta.Hecho a símismo, tuvo una infancia horrorosa. Su madre era una prostituta a la que abandonó su padre, pocos meses después de nacer. Se suele decir que era un piloto de exhibición, pero en realidad era un recluta de la marina mercante, que murió de cirrosis el año 58. Tuvo otra hija, que intentó conocer al actor cuando rodaba “Bullit”, pero él no quiso verla. Como la madre era alcohólica, le mandó a vivir con sus abuelos durante la Depresión, en una granja que tenía su tío en Misuri.

Era una familia católica, que le trató como un hijo, pero su madre le reclamó cuando tenía ocho años, al volverse ella a casar en Los Ángeles. Su padrastro le maltrató de tal manera que con nueve años se escapó de casa. Disléxico y medio sordo por una infección que tuvo de niño, pasó un par de años en la calle, donde se convirtió en un delincuente juvenil. Incapaz de controlarle, le mandó otra vez su madre a la granja, pero le volvió a reclamar, al casarse por tercera vez.

El nuevo padrastro resultó ser otro maltratador. Tras enviarle de nuevo a su tío, se marchó de la granja a los catorce años. Estuvo un tiempo en un circo y se unió a bandas de la calle. Arrestado por un robo, le mandaron a su casa, donde su padrastro volvió a golpearle. Su madre decide entonces ingresarle en un reformatorio en Chino (California), donde su vida empieza a cambiar. La experiencia allí, no fue mala. Tenía tan buen recuerdo que visitaba luego el centro con frecuencia, lo apoyó económicamente y contestaba las cartas de los chicos, al hacerse famoso.



LA MASA DEVORADORA
Al salir del reformatorio, Steve vuelve con su madre, que vive ahora en Nueva York. Trabaja de chico para todo en un burdel y conoce allí a dos marineros, que le animan a embarcarse. Tras pasar por la República Dominicana, tiene varios empleos, hasta entrar en el ejército. Tiene problemas de disciplina al principio, pero luego se adapta a la vida de la Marina, que deja para hacer pequeños papeles en el teatro. Su talento es tan evidente, que es el único escogido –con Martin Landau– entre dos mil candidatos, para entrar en el mítico Actors´ Studio en 1955. Va a California, donde comienza a hacer televisión.

Es entonces cuando hace el clásico de terror y ciencia-ficción “The Blob” (La masa devoradora, 1958). El director, Irving Shorty Yeaworth, no era un pastor evangélico, como a veces se ha dicho. Era su padre, el que era un ministro presbiteriano. En su producción participan varios evangélicos. Muchos han visto “la masa devoradora” como una metáfora del comunismo, pero el guionista Rudy Nelson ha escrito en Christianity Today que nunca se habló de ello. Era una criatura alienígena, que amenazaba una pequeña población de la América profunda.

La compañía que hizo “The Blob” era una iniciativa cristiana –que se llamaba entonces Valley Forge–. Luego se dedicó a hacer películas –como Good News–, sobre el Arrebatamiento en los años setenta. En la segunda parte de “The Blob” salen dos conocidos músicos de la Gente de Jesús, Larry Norman y Randy Stonehill, pero no se hace nunca referencia al Evangelio –el director de terror y cantante de heavy metal, Rob Zombie, quiere hacer ahora una nueva versión–. El guionista cristiano recuerda al actor despertando a los niños con su moto, mientras rodaban por la noche.

HÉROE INSEGURO Y CONTRADICTORIO
Amante de la velocidad y los excesos, McQueen es un hombre lleno de contradicciones, humilde y desafiante, problemático y generoso, amable y violento, confiado e inseguro. Norman Jewison le recuerda como “un solitario, atormentado, que busca un padre”. El relato de su biografía me ha conmovido. Amo sus películas, pero no creía que su conversión era genuina, hasta leer el relato de su viuda, “La última milla”, que acaba de revisar. La última biografía, escrita por Marc Eliot, tiene muchos errores. La mejor sigue siendo la de Marshall Terill.

El actor se convierte en un antihéroe de la contracultura, en la época del Vietnam, pero en los años setenta es el actor mejor pagado de Hollywood. Es raro pensar que era sólo unas semanas mayor que Clint Eastwood. Dejó de actuar, cuando estaba en la cima de la popularidad. Desde que hace en los años sesenta Los siete magníficos y La gran evasión, inicia una carrera meteórica. Películas como Bullitt (1968) inician el thriller de los años setenta. Su persecución en coche por las calles de San Francisco, ha sido imitada hasta la saciedad. El fondo existencial de su personaje, cautivó a una audiencia desesperanzada.



Providencialmente, McQueen se libra de ser asesinado por la secta de Manson, la noche de verano de 1969, que mataron a la esposa de Polanski. Durante el rodaje de “La huida” (1972), comienza una relación con la actriz Ali McGraw, que rompe su matrimonio de quince años con una bailarina de Broadway. Ali era la esposa del productor que había lanzado el Nuevo Hollywood, Robert Evans de Paramount. Luego le acusará de malos tratos, abuso de drogas y continuas infidelidades. Con su inflado ego, experimentando con todo tipo de sustancias, está al borde de la inestabilidad psíquica, cuando su estrella empieza a palidecer. Se siente vacío e insatisfecho.

POR FIN PAZ
A causa de un problema pulmonar, el actor decide retirarse a la pequeña localidad de Santa Paula. Un piloto de sesenta años llamado Sammy Mason, le enseña a volar y le habla de la fe cristiana. Fue él quien le llevo a la Iglesia Misionera Ventura, donde escucha predicar el Evangelio al pastor Leonard Dewitt. Su conversión fue sorprendente. Fue un cambio dramático. Empieza a orar y a leer la Biblia. Su texto preferido era Juan 3:16.

McQueen dio testimonio a su asistente personal, Mario Iscovich, de cómo se había perdido por “el feo y oscuro camino” del pecado. “Sentía haber hecho daño a mucha gente”, pero finalmente “tenía paz con Dios” –dice Iscovich–. Escuchó entonces la canción de Kris Kristofferson, “¿Por qué a mí, Señor?”, con la que se sintió fuertemente identificado. El alcoholizado músico de country había hecho profesión de fe en la iglesia de Johnny Cash a principios de los años setenta, cuando escribió esas palabras entre lágrimas, al sentirse libre de culpa.



Steve se casó con una joven cristiana, Barbara, que había sido modelo, a la que doblaba casi en edad. Con ella conoció la paz y la felicidad. Ella hizo sus últimas fotos, que aparecen ahora en el libro. La última película, la hace en Chicago, con la salud ya muy deteriorada, Cazador a sueldo (1980). A final de año le diagnosticaron un cáncer –mesotelioma de pleura–, tan extendido y rápido, que no tenía sentido operar. Intentó algún tratamiento alternativo, siendo intervenido finalmente en México. “Mi cuerpo está roto, pero mi espíritu no”, dice en una grabación sobre su fe en medio de la enfermedad.

Con voz quebrantada, el actor habla en esa cinta de sus sueños de “cambiar la vida de personas con lo que ha conocido del Señor”. Es entonces cuando habló con Billy Graham, que le regaló su Biblia –fotografiada en el libro con su dedicatoria–. Murió abrazado a ella, cuatro días después. El texto en el que meditaba, era Tito 1:2. Partió “en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos”.

ESPERANZA ETERNA
En un mundo de mentiras, el actor había encontrado Alguien que no miente. Confió en su promesa de vida eterna. Tras pasar toda una vida “buscando un padre” –como dice Norman Jewison–, conoció a Dios como su verdadero Padre, por medio de su Hijo Jesucristo. Eso es tener vida eterna (Juan 17:3). La fe de Steve McQueen le dio esperanza, en medio de la enfermedad, “esperanza de vida eterna”. La esperanza nos da futuro.



Cuando pensamos en el futuro, nos sentimos a menudo inciertos. Decimos que esperamos algo, cuando no estamos muy seguros de ello. Nos referimos a cosas que nos gustaría que pasaran, pero no tenemos certeza de ello. La esperanza bíblica no es así. Es cierta, porque se basa en la promesa de Dios, que nunca falla.

La esperanza cristiana descansa en el hecho de que Jesucristo ha resucitado de los muertos. Al reconocer nuestra culpa, confiamos que Aquel que murió por ella, abrió el futuro para nosotros. Por la fe, tenemos la puerta de la eternidad abierta a la gloriosa presencia del Padre, si creemos como aquel ladrón en la cruz las palabras de Jesús. Esa es la esperanza que tenemos. No por nuestra fidelidad, sino por la de Dios.

Es porque Dios es fiel y verdadero, que podemos creer en sus promesas de vida eterna, un regalo que no merecemos, pero que como el actor podemos recibir, maravillados de su gracia. Como él, hemos hecho de nuestra vida un desastre, pero por su muerte y su resurrección, Cristo ha llevado nuestra culpa y nos ha dado vida eterna. No hay nada como conocer su amor y vivir con Él para siempre. El es nuestro Padre eterno.

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