Sueños y lodo en el río de la vida
Jeff Nichols nos presenta a dos críos, uno huérfano y otro con padres a punto de divorciarse, que viven en casas prefabricadas al borde del río. En su confusión, los chavales se refugian en una isla donde encuentran a un hombre misterioso que intenta sobrevivir, como un Robinson, herido de amor. El vértigo del peligro por lo desconocido da un extraño arrojo a estos chicos, que se enfrentan a los desengaños e ilusiones de nuestra existencia con la pasión del que tiene la vida por delante.
A principios de los años treinta, Hemingway estaba haciendo un largo safari en Tanganica. Cuando estaba cazando antílopes, empezó a discutir con un expatriado alemán sobre libros. Hizo entonces una afirmación que se ha hecho famosa y escribió luego en su obra “Las verdes colinas de África”. Dijo: “toda la literatura americana viene de un libro de Mark Twain llamado Huckleberry Finn. No había nada antes. Ni nada ha habido tan bueno desde entonces.”
DOS CARAS
Esa historia apocalíptica y tormentosa anunciaba ya un autor cuyo cine tiene un efecto hipnótico que te emociona y se agranda en la memoria de una manera que no he experimentado últimamente más que con “La mejor oferta” de Giuseppe Tornatore –otra película que te atrapa de forma inesperada, sin saber a dónde te va a llevar–. Es “un universo desdoblado, de reflejos engañosos”, como dice Carlos Losilla. Ya que “la dualidad es el centro de la película”.
El personaje de este hombre fugitivo crea inicialmente rechazo, pero después fascinación en este muchacho de catorce años (Tye Sheridan, uno de los chicos de “El árbol de la vida”). Exactamente la reacción que nos produce el actor Matthew McConaughey, que ha hecho aquí su mejor papel, sin lugar a dudas –lo que no es difícil, dada su lamentable carrera, hasta hace muy poco–. Son los sentimientos ambiguos que produce el convicto en “Grandes esperanzas” de Dickens.
LASTRES DEL PASADO
El mundo en que habitan estos personajes tiene “la concreción de lo real” –como dice Losilla–, pero “aparece envuelto por la niebla de las viejas historias”. La oscuridad de la noche está llena de “siluetas espectrales”, que evocan una dualidad moral –como en la película de Charles Laughton, “La noche del cazador–, pero la claridad del día trae a la luz “misteriosos meandros y rincones donde se oculta lo desconocido”.
EL OCÉANO DE SU AMOR
La Biblia describe el mal no sólo como transgresión de una ley, sino como un barro que ensucia toda nuestra existencia. La serpiente entró en el paraíso (Génesis 3:1), pero es nuestra rebelión, la que ha traído la muerte (Romanos 5:12). Mud es culpable de un crimen, aunque busque un amor redentor que le libre de esta espiral de violencia. En este círculo de venganza, el derramamiento de sangre produce más sangre –como en la primera película de Nichols, “Shotgun Stories”–. ¿Tiene la Historia que repetirse a sí misma?, ¿es la vida un eterno retorno?
La Buena Noticia del Evangelio es que hay Alguien que ha roto ese círculo. La liberación viene por un acto de amor que da vida, rompiendo esta cadena de causa y efecto. No hay comparación, por lo tanto, entre la herencia que recibimos y el regalo que Dios nos da. Ya que, si por culpa de nuestro padre muchos murieron, por medio de Jesucristo se nos ha dado un regalo mucho mayor ( Romanos 5:15). Es su gracia la que vence a la muerte, dándonos una vida segura por su amor redentor.
Como un río da lugar a la inmensidad del mar, así la gracia sobreabunda en el océano de su misericordia. El esperanzador final de Mud nos habla de un horizonte donde reina el amor. Bajo ese trono de gracia fluye el río de la vida, cuyas aguas dan vida eterna ( Apocalipsis 22:1). A las orillas hay árboles, donde no hay barcos, sino hojas, que sanan todos los males. Allí nunca será de noche, ni hará falta el sol, porque Él será su luz (v. 5). Su brillo nos librará de este barro, que ahora ensucia todas las cosas, porque seremos limpios para siempre, en el océano de su amor.