Vida entre las ruinas de Pompeya
Un nuevo libro en Italia, reconstruye los últimos días de Pompeya. El popular paleontólogo y divulgador científico, Alberto Angela, revisa la fecha del 24 de agosto del 79 d.C., sugiriendo que podría haber sido el 24 de octubre, el día de la destrucción. El volcán además, que entró en erupción, no sería el Vesubio, sino otro más antiguo. Lo cierto es que en sólo dos días, sepultó completamente las poblaciones de Pompeya, Herculano y Estabia. Su destrucción bajo la ceniza, ha conservado los restos casi intactos de este importante centro del mundo romano, que nos sigue fascinando.
“Pompeya era la miniatura de la civilización de aquel tiempo”, dice Bulwer-Lytton en su clásica novela sobre Los últimos días de Pompeya: “En el reducido espacio que había entre sus murallas tenía una muestra de cada objeto lujoso que se podía adquirir con el poder. En sus tiendas pequeñas, pero brillantes, en sus palacios, en sus baños, en su foro, en su teatro, en su circo, en toda la energía de su corrupción, en su civilización llena de vicio, en sus gentes dominadas por él, mostraba un modelo de todo el imperio. Era un juguete, una óptica en la que los dioses parecían complacerse conservando la representación de la gran monarquía de la tierra. Robándola a los ojos de los tiempos para darla a la admiración de los siglos futuros y a la máxima según la cual no hay nada nuevo bajo el sol”.
DANTESCO ESPECTÁCULO
Tras largas semanas de actividad interna, el volcán estalló en pleno verano del año 79. Una avalancha de lava y ceniza enterró a Pompeya y a sus habitantes. La ciudad que competía con Roma, era una de las ciudades más modernas de su tiempo, con calles asfaltadas, un sistema avanzado de suministro de agua y baños públicos con calefacción bajo el suelo. La reciente novela de Richard Harris, Pompeya, ha evocado también los días que precedieron a la tragedia. Su protagonista es un inteligente ingeniero llamado Atilio, que visita la ciudad para descubrir qué ocurre con el gran acueducto que abastece de agua a toda la región. Su descripción de la vida de aquella gente, la intentó llevar al cine Polanski, pero desistió finalmente del proyecto.
Plinio tenía tal concentración, que le bastaban unas pocas horas de sueño al día. En vez de caminar por la ciudad, prefería que le transportaran, para poder seguir estudiando. Su obra más importante fue su Historia Natural, una enciclopedia de fenómenos naturales en 37 volúmenes. Al ver aquel 24 de agosto la aterradora nube de humo en forma de ominoso pino, zarpó desde su base de Misenum, lleno de sana curiosidad científica, pero con la misión también de dirigir una operación de rescate hacia la ciudad siniestrada. Murió en el intento.
CUERPOS PETRIFICADOS
Su sobrino, Plinio el Joven, era entonces un adolescente seguidor de la filosofía estoica. Había nacido en Como el año 61, perdiendo a su padre a los ocho años. Lo adoptó su tío, al que rehusó acompañar en su misión de rescate a la bahía de Nápoles. Aunque hizo la mejor descripción de los acontecimientos que acompañaron la explosión del volcán, desde su punto de observación en Miseno. En dos cartas a su amigo, el historiador Tácito, cuenta la erupción y la muerte de su tío a orillas del mar. Dos días después “se encontró su cuerpo intacto, sin heridas y completamente vestido; parecía estar dormido, y no que estuviese muerto”.
La descripción de este desastre se ha visto durante generaciones como un anuncio del juicio divino. “Muchos elevaban las manos hacia los dioses –dice Plinio el Joven–; pero muchos más creían que no había dioses por ninguna parte y que aquella noche era eterna y la última del mundo.” Terremotos, el mar retirándose y dejando en seco un muestrario de criaturas marinas, para regresar luego en forma de tsunami. Sobre aquel mediodía cayó una oscuridad “más negra y espesa que todas las noches”, en la que estallaban feroces relámpagos. Al irse desplomando la nube de cenizas, gas venenoso y piedra pómez, se producen varias olas de una masa gaseosa ardiente de alta densidad, que contiene en suspensión una gran cantidad de partículas sólidas. Estas monstruosas avalanchas arrasan sucesivamente, a 300 grados, todo lo que encuentran a su paso. La última, en un gran final apocalíptico, hierve a los habitantes atrapados en la ciudad, hasta llegar a Estabia, donde se extingue.
UNA FE SE LEVANTA ENTRE LAS RUINAS
¿Fue todo totalmente inesperado? ¿No habrían recibido ninguna señal, los pompeyanos, que les advirtiera del desastre? En su novela, Harris se inventa un oráculo. Popidio, el malo de la historia, hace una consulta a una sibila. La respuesta es que cuando los césares se hayan convertido en polvo y el imperio se haya desvanecido, Pompeya perdurará. Piensan que el oráculo es algo positivo, cuando sus habitantes sólo perdurarían… muertos, en este espectáculo dantesco.
Mientras los pompeyanos se lamentaban de no poder echar a las bestias a sus propios esclavos, según una reciente ley romana, Bulwer-Lytton describe una “nueva secta que dice que ha hecho algunos prosélitos en Pompeya”. Son los “seguidores del dios hebreo Cristo”. Niegan a Venus y a Júpiter, como si fueran ateos. Se reúnen en secreto y no resulta fácil saber quiénes son. Les llama “nazarenos” en la novela. Ya entonces un sacerdote de Isis cree que “esa fe no es más que un plagio de una de las muchas alegorías inventadas” por los egipcios. Ya que la historia de Osiris se refiere a una muerte y una resurrección. Nada nuevo bajo el sol.
Plinio el Joven estaba mejor informado. El año 112 después de Cristo, siendo gobernador de Bitinia, escribe una carta al emperador Trajano sobre aquellas personas. “Tenían la costumbre de reunirse en un día determinado antes del alba, cuando cantaban un himno a Cristo como Dios, y se comprometían por juramento (literalmente, sacramento) a no cometer ningún acto malo, sino a abstenerse de todo fraude, hurto y adulterio, a no quebrantar su palabra ni negar su confianza cuando debían honrarla; después de lo cual era su costumbre separarse y volverse a encontrar para comer juntos”. ¿Dirían ahora de nosotros lo mismo?