José de Segovia El evangelio según los Beatles (3): George Harrison y el mundo material
El llamado ‘Beatle silencioso’ fue el más discreto y místico de los cuatro.
| José de Segovia
No sólo hace ahora medio siglo de la separación de los Beatles, sino también de la aparición del primer disco en solitario de uno de ellos, el triple álbum All Things Must Pass(Todo pasará) de George Harrison. El llamado ‘Beatle silencioso’ fue el más discreto y místico de los cuatro. Murió de cáncer de pulmón en 2001, después de ser apuñalado un año antes, por un intruso que entró en su casa. Su invocación a Krishna en ese momento muestra hasta qué punto siguió buscando en la espiritualidad oriental el sentido de su vida.
En 1968 Harrison había dejado la droga, cuando grabó su primer disco con el alcoholizado productor Phil Spector –creador del famoso ‘muro de sonido’, aplicado al controvertido Let It Be de los Beatles–, que estaba ya tan paranoico que ponía una pistola sobre la mesa de mezclas. Creía que alguien le podía matar en cualquier momento. El futuro productor John Leckie –entonces técnico de sonido– recuerda a Harrison en la esquina de la cabina susurrando ‘Hare Krishna’, mientras pasaba las cuentas del Mala para recitar mantras. Su misticismo estaba en contraste con la cantidad de botellas de tequila que tomaba Eric Clapton y la marihuana que dejaban los demás músicos en los ceniceros, tras sólo un par de caladas.
Cuando Harrison hizo en 1973 su disco Living in the Material World, su compañero de los días de Hamburgo, Klaus Voorman –bajista y diseñador de la portada de Revolver– pensaba que George seguía siendo tan religioso, que continuaría despertándose para meditar a las cinco de la mañana, pero ahora comenzaba el día tomando mucha cocaína. El arreglista John Barnham le recuerda con mal genio e irritable. Nada que ver con la leyenda de su serena impasibilidad.
Viviendo en el mundo material
Uno de sus mejores amigos, el batería Jim Keltner, dice que “él siempre hablaba del conflicto que tenía en la vida”. Para él, “era algo evidente, cuando le conocías; se veía”. Keltner no quiere hablar de su vida personal al biógrafo de Harrison, Graeme Thomson, pero confiesa que “tenía muchas contradicciones”. De ello habla también en sus canciones sobre Vivir en el mundo material, el disco que da título también al documental que hizo Martin Scorsese en 2011.
Harrison graba ese disco después de organizar una serie de conciertos para Bangladesh, que fueron el germen de todos los festivales benéficos que se han hecho a partir de entonces. El álbum nace de una espiritualidad que hunde sus raíces en el libro, cuyas ilustraciones aparecen al desplegar la carátula del álbum: el Bhagavad Gita.
El disco es en cierta manera una versión ampliada de su canción en forma de oración, My Sweet Lord (Mi Dulce Señor), que en 1971 mezclaba los mantras a Krishna con los aleluyas cristianos. Acusado de plagio por los Chiffons, su representante, Allen Klein adquirió los derechos de He´s So Fine y llevó a Harrison al primer puesto de las listas de ventas, tras la disolución de los Beatles. En las notas que acompañan la actual reedición del álbum, un iluminado George reconoce la influencia de Bhaktivedanta Swami. Una música a la que solo le falta sándalo para transmitir su esencia religiosa con una asombrosa candidez acústica.
Revolución espiritual
Los años 60 trajeron una revolución espiritual de la que todavía vivimos hoy. El racionalismo y la religión tradicional son cuestionados, porque el progreso había dejado de lado lo inexplicable. Para muchos, la teología había acabado con el alma y el misterio de la fe, mientras que las iglesias parecían haber aceptado la alianza ‘industrial-político-militar’, buscando sólo el poder para imponer su moralidad. Las religiones orientales, sin embargo, se presentaban con un mayor respeto por la naturaleza y menos interesadas en la guerra o la búsqueda de riquezas.
“Yo creo más en las religiones de la India” -dice George Harrison, al volver de Bombay en 1966-, “que en todo lo que he aprendido del cristianismo”. Para él, “su religión no es como lo que parece ser el cristianismo: ir a la iglesia el domingo por la mañana, porque se supone que tienes que ir, en vez de por qué quieres ir”. En Oriente encuentra algo que “es cada segundo y minuto de tu vida, cómo actúas, cómo te comportas y cómo piensas”.
George dice que la única cosa que merece la pena buscar en la vida es la respuesta a las últimas preguntas: ¿quién soy?, ¿por qué estoy aquí?, ¿a dónde voy? “Hemos conseguido dinero y fama” –observa el más místico de los Beatles–, “fue divertido un tiempo, pero desde luego no es la respuesta a lo que es la vida”.
“La trampa católica”
El Within You Without You de Harrison nos desafía a no ignorar las realidades espirituales, frente a la realidad material, citando incluso las palabras de Jesús. Paul y George eran hijos de católicos casados con agnósticos de origen protestante. Se criaron en casas donde la religión no tenía ninguna importancia. Sus padres eran trabajadores del norte de Inglaterra, que veían la Iglesia como un instrumento de poder de los ricos.
La crítica de George, sin embargo, de la Iglesia católica, no se basa en su vacuidad, sino en su manipulación. El creía que la gente iba a misa por miedo a la condenación, más que por amor a Dios. Pensaba que ese temor, una vez implantado en un niño, es difícil librarse de él. “Esa es la trampa católica”, dice Harrison –pensando en la máxima jesuita, por la que si la Iglesia tiene un niño hasta los siete años, será suyo para siempre–. “Te agarran cuando eres joven y te lavan el cerebro, para tenerte el resto de tu vida”.
"A través de la Biblia, el Espíritu se manifiesta y permite experimentar a Dios por medio de Jesucristo, el camino, la verdad y la vida".
La hermana de George, Louise, se fue a América en 1965, para ser educada en un convento, pero reaccionó contra su iglesia de un modo similar. “Es cuestión de miedo”, afirma. “Cuando éramos lo suficientemente pequeños para ser gobernados por el temor, hicimos lo que pensamos que sería mejor hacer, si no queríamos freírnos en algún sitio; pero cuando nos hicimos lo suficiente mayores para pensar por nosotros mismos, decidimos que ese no era nuestro dios”. Por eso cuenta que “los dos se alejaron de ello”.
Ex oriente lux
George era tan anticatólico, que veía su conversión a la religión oriental como una completa ruptura con el cristianismo. Aunque es curioso que repita continuamente las debilidades del catolicismo para resaltar lo atractivo del hinduismo. Sin embargo, su principal problema con la iglesia donde había sido bautizado es que no era suficientemente espiritual. Una vez tomado el sacramento, vivían como si aquello no fuera verdad.
“Lo que pasa con la religión, es que es algo que te obligan a hacer el domingo por la mañana”, reflexiona Harrison a los 22 años. “Significa muy poco para la gente; incluso si van a la iglesia, no sienten gran cosa por ello”. Ve la diferencia entre lo que dicen y lo que hacen. “Piensan que después del domingo pueden seguir haciendo lo que hacían, ¡no cambia la manera en que actúan!”.
En contraste –en su primera visita a la India en 1966–, le impresionó cómo los devotos hindúes incorporaban sus creencias a cada aspecto de su vida. También le llamó la atención la ausencia de culpa por un sentido de pecado. Hay dos cosas, sin embargo, en el hinduismo, que no pueden sorprender a ningún católico: el poder de las imágenes y la letanía de los rezos. ¿Qué te ayuda a concentrarte en Dios?, le preguntan en 1982. Contesta: “Tener tantas cosas alrededor mío que me recuerden a él, como incienso e imágenes”.
Del LSD al Maharishi
George conoce al gurú Maharishi en 1967, dos meses después de que los Beatles hicieran su disco Sergeant Pepper′s Lonely Hearts Club Band. En su canción Dentro de Ti, Fuera de Ti, Harrison anunciaba que habían descubierto un amor, con el que “podríamos salvar el mundo”. Entonces cantaba: “Todos somos uno y la vida fluye dentro de ti y fuera de ti”. Aunque lo que había descubierto desde hacía dos años era el LSD. Un amigo dentista le había dado una dosis con el café después de cenar. George dice que “no había probado nada parecido antes”. Cree que “abrió algo dentro” de él y “se dio cuenta de muchas cosas”.
El verano de 1967 lo pasa Harrison en el centro mismo de la cultura psicodélica, en el barrio de Haight-Ashbury en San Francisco, pero al no encontrar allí el amor que buscaba, abandonó el mundo de la droga. “El LSD no es verdaderamente la respuesta”, dice: “No te da nada”. Aunque “te permite ver muchas posibilidades, que quizás no habías visto nunca antes, no es la respuesta”, dice a la prensa musical. “Hay maneras especiales de elevarse sin drogas, como el yoga, la meditación y todas esas cosas”.
Los Beatles conocieron a Maharishi Mahesh Yogi cuando el gurú tenía 55 años. Había fundado su Movimiento de Regeneración Espiritual con su larga melena, barba gris, túnicas blancas y una sonrisa beatifica. Hablaba siempre de amor en un discurso lleno de acertijos. Las historias que se contaban entonces de estos maestros orientales eran increíbles. Se decía que andaban sobre el agua y vivían cientos de años con cuerpos que no eran más que materializaciones. Todo aquello fascinó al grupo, pero se desilusionaron después de una temporada en su ‘ashram’. Lennon, de hecho, le dedica una canción, llamándole sádico sexual. Sin embargo, el interés que Harrison sentía por las religiones orientales no era algo pasajero, pero fue Swami Prabhupada quien ocupó su lugar.
Entre Hare Krishnas y aleluyas
El fundador de Hare Krishna se había mudado a San Francisco en los años 1960. Harrison le regalaría luego una mansión en Inglaterra y les apoya económicamente. En 1969 graba el Mantra Hare Krishna con Ravi Shankar, que llegó a ser un éxito popular, antes de Mi dulce Señor. Cuando los Beatles hacen “Sergeant Pepper”, George había pasado ya seis semanas en Bombay con este músico indio, aprendiendo a tocar el sitar. “Habiendo tenido éxito y conocido a toda la gente que merece la pena conocer”, Harrison concluye que en Occidente “todos vibran en un ámbito material, que no te lleva a ningún sitio”, pero en la India siente que hay “algo que es solo espiritual”.
“Espero salir de este lugar”, canta en Living in the Material World, “por la Gracia del Señor Sri Krishna, mi salvación del mundo material”. En su gira americana de 1973, George hace que el público cante el mantra Hare Krishna, prometiendo que “si lo hacemos todos, volaremos el techo por los aires”. No ocurrió así, pero el cantante mantuvo su fe hasta el final. Tanto fue así, que cuando fue asaltado en su casa, algo antes de morir, con un arma blanca, dijo Hare Krishna, según declaró su atacante en el juicio.
En los años 1990 todavía canta para promover la “meditación trascendental”, y financia el Partido de la Ley Natural, la rama política de los seguidores de Maharishi. En 1992 hizo hasta un concierto en el Royal Albert Hall de Londres para promover la campaña del partido a las elecciones británicas. Fue su última actuación en vivo. Nos preguntamos qué encontró Harrison en el misticismo oriental…
¿Ver para creer?
“Si hay un Dios, quieres verle”, dice George en una de sus entrevistas. “No tiene sentido creer en algo sin pruebas”. Por eso practicaba la meditación oriental. El creía que “puedes realmente ver a Dios, oírle, tocarle”. Pero “toda la actitud cristiana consiste en que creas lo que ellos creen”, pensaba George. Mientras que “en la India aprendí que no puedes creer en nada hasta que no hayas tenido una experiencia directa de ello”. La meta de Harrison era, por eso, descubrirlo perdiendo su individualidad en el puro ser, llegando al estado de pura conciencia por el camino de la meditación trascendental.
Hay otro camino que lleva a una relación con el Dios personal y trascendente, revelado en la Biblia. Esa meditación se basa en las Escrituras. Por ellas el Espíritu se manifiesta, pudiendo experimentar a Dios por medio de Jesucristo, que es “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). Para eso no hay que divinizar, ni despreciar el yo. Porque el mundo no es la realidad última, pero tampoco un mero espejismo. No hay que evadirse, sino enfrentarnos a quiénes somos por medio de esa cruz, que rompe la barrera que nos separa del Dios vivo, por el camino del perdón. Es así como encontramos “el dulce Señor”, en el que la paz y la justicia se besan.