El hijo perdido


La pesadilla de un padre es la perdida de un hijo. Las historias sobre niños desaparecidos exploran nuestros mayores miedos. La gran sorpresa de este verano televisivo ha sido una impresionante serie argentina que ha producido la rama latinoamericana de HBO, “El jardín de bronce”. Muy poco promocionada en España –donde parece que sólo interesan los dragones–, es la adaptación que ha hecho el propio escritor Gustavo Malajovich de su primera novela, que muestra un Buenos Aires en todo su esplendor.

Decía Umberto Eco que el género policiaco es “el más metafísico y filosófico de los modelos de intriga”. Su esencia es incluso teológica. Ya que el autor de “El nombre de la rosa” considera que hasta la demostración de la existencia de Dios por Tomas de Aquino es una obra maestra de la investigación policial. Puesto que el thriller lo que se pregunta es “¿quién es el culpable?”, lo mismo que la filosofía y la teología…



Al principio, en estas historias lo que importaba era el quién y el cómo, el por qué, en todo caso. Se seguía la persecución y se buscaba al criminal perfecto. El detective llegaba o pasaba por ahí, y la trama se organizaba en base a los sospechosos de siempre. Ahora la vida privada del investigador es lo que interesa. El ocasional enigma a desvelar es apenas una circunstancia pasajera, para conocer al personaje.

EL MIEDO A LO DESCONOCIDO
El subgénero que aquí nos ocupa, las historias de desapariciones, se ha convertido en un tema habitual de muchas series, libros y películas, que tienen ahora a un niño perdido en el centro. Tras el drama inicial, brutal, de la desaparición, surge toda una serie de complicaciones que envuelve a los protagonistas en un turbulento estado emocional, que acompaña la agonía y el terror de la perdida.

No tardamos en comprender que de lo que aquí se trata, es de ansiedades más profundas. Lo que tememos es si podemos proteger a nuestros seres queridos, cuando nos sentimos indefensos e ignorantes de los peligros que se ciernen sobre nosotros. La familia es también en algunas historias, un modelo de la sociedad que la rodea. Y sobre todo son relatos sobre el miedo a lo desconocido y el peligro que conlleva.



Es un lugar común en este tipo de ficción también, que el matrimonio protagonista está en estado de crisis. Son parejas que se desintegran. Y a medida que se extiende la acción, el tiempo también se convierte en algo fundamental, por la manera en que cambia nuestra perspectiva de la vida.

El dolor se reaviva de repente, o saca a la luz otras pérdidas en la biografía de los personajes. Y aparecen comportamientos compulsivos, como volver una y otra vez a la escena del crimen, metafórica o literalmente. El protagonista se niega a abandonar la investigación y busca alguna forma de justicia o reparación.

MISTERIOSA BUENOS AIRES
Moira es una cría de cuatro años que ha desaparecido misteriosamente en el centro de Buenos Aires, junto a su niñera peruana, cuando se dirige al cumpleaños de una amiga, dejando a sus padres desesperados. La policía no consigue encontrarla, cuando aparece un curioso detective privado llamado Doberti, que se ofrece ayudarles, a cambio de la recompensa. Así comienza la historia de “El jardín de bronce”. A partir de ahí, nos encontramos una sorpresa tras otra...

Seguimos la historia de la mano del padre, Fabián –arquitecto como el guionista y autor de la novela–, vulnerable y desorientado. A diferencia de tantas series hoy, este es un relato líneal, donde no hay todas esas cansinas líneas paralelas en que seguimos la acción de multitud de personajes. Estamos más cerca del modelo tradicional cinematográfico, que me recordaba en ocasiones a la maravillosa película argentina premiada por los Oscar, “El secreto de tus ojos” (2010), aunque Joaquín Furriel no sea Ricardo Darín, ¡claro!



Otro gran atractivo de la serie es el carácter misterioso, oscuro e inquietante, que toma la capital porteña como personaje de la historia, más que como simple escenario. Se desarrolla allí la vida de este matrimonio en crisis. Su relación no va bien. Ella dice en cierta ocasión que no es que esté “en el pozo”, sino que ella “es el pozo”. Quien encarna a su madre, es la gran dama de la escena argentina, Norma Aleandro. Para la actriz, lo que explica el enorme impacto de esta historia es el miedo, “el miedo de los personajes y el que uno tiene al ver donde nos llevan”…

Las historias de niños desaparecidos parece que ya no pueden sorprendernos, pero como en “El jardín de bronce”, estos relatos tienen a veces un giro inesperado. La clave está en sus protagonistas. Si el relato puede mostrar como el dolor solitario está relacionado con la perdida y los secretos que todos ocultamos, abre la puerta a una profunda reflexión sobre lo irreparable de la vida y lo incurable del amor.

AMENAZA EN LA SOMBRA
Uno de mis cuentos preferidos de la maravillosa escritora Daphne du Maurier (1907-1989) –autora de las novelas que inspiraron las películas de Hitchcok, “Rebeca” y “Los pájaros” – es “No mires ahora”, llevada al cine por Nicholas Roeg en 1973 –una película que se conoce en España con el título de “Amenaza en la sombra”, pero en Argentina como “Venecia rojo shocking”–. Es la historia de un matrimonio en crisis, que al perder su hija, se traslada a una invernal Venecia, donde Donald Sutherland y la hermosa Julie Christie se enfrentan a un fantasma aún más terrorífico que el espectro de su hija.

Ya antes encontramos un libro que ha inspirado muchas de las grandes películas sobre esta búsqueda, “Centauros del desierto” (1954) de Alan Le May, que se llama en inglés “Los buscadores”. Basada en un suceso real ocurrido en el Oeste, John Ford traslada a la pantalla la historia original sobre un tío que busca a una sobrina perdida, interpretado por John Wayne. Secuestrada por los comanches, este veterano de la guerra civil americana y la revolución mexicana, se enfrenta a sus propios fantasmas en un conflicto que inspira el personaje de Travis en “Taxi Driver” (1977) de Scorsese, veterano de la guerra del Vietnam encarnado por Robert De Niro, que se propone redimir a la adolescente prostituta que hace Jodie Foster.



El guionista de “Taxi Driver”, Paul Schrader fue otro estudiante de teología, como Scorsese, que obsesionado por esta historia, vuelve al lugar donde nació, Grand Rapids, para mostrar en un personaje como el padre que encarna George Scott, alguien como su propio progenitor. Este anciano de una iglesia reformada pierde a su hija en una reunión de jóvenes cristianos. Su búsqueda en “Hardcore, un mundo oculto” (1979) nos introduce en el mundo del porno como escenario de la búsqueda de redención de alguien que no quiere ser salvado.

Otro director de los 70 obsesionado por “Centauros del desierto”, es Steven Spielberg. La vio una docena de veces, mientras hacía “Encuentros en la tercera fase” (1977). Sus historias sobre niños perdidos llenan su filmografía en un mundo de orfandad que refleja la generación del divorcio, que él mismo vivió. Este es el contexto de relatos como el de la serie “Stranger Things”, donde la madre divorciada que interpreta Winona Ryder, busca como los personajes de Spielberg, una respuesta para la desaparición de su hijo, en el mundo de lo sobrenatural.

EL AMOR DEL PADRE
Historias como estas nos muestran que no hay mayor amor que el del Padre que se enfrenta a la perdida de su Hijo. Cuando Jesús nos enseña a dirigirnos a Dios como Padre (Mateo 6:9) nos muestra el enorme privilegio de todo aquel que le recibe. Al creer en Él, somos “hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Su amor es fiel, como sólo el Padre puede serlo, aunque su Hijo se vea sumido en la mayor humillación.

Dios nos busca cuando estamos perdidos. Por su encarnación se identifica con nuestra debilidad (Hebreos 4:15-16). Su corazón quebrantado nos muestra un amor incondicional que nos libra de la hipocresía (Mateo 6:1-4), pero también de la ansiedad (Mt. 7:25-34). Tenemos un Padre celestial que tiene cuidado de nosotros.



Descubrir el amor de Dios como Padre nos libra del miedo, la desconfianza y la sospecha de sentirnos abandonados. Por la fe, somos hijos de Dios, no simples siervos. Debemos vivir como tales, no en la esclavitud del miedo, sino en la libertad del hijo (Gálatas 4:4-7). No podemos ganar su amor, porque no hay nada que hagamos que pueda hacer que nos ame más, o menos de lo que lo ha hecho ya, en Cristo Jesús.

El Padre ha vivido la perdida de su Hijo, para que confiando en Él, seamos salvos. El que en Él cree, no se perderá jamás. Estamos seguros en su amor. Un hijo es un hijo, aunque nos avergüence. Y si lo dudas, “¡mira cual amor te ha dado el Padre!, para que seas llamado hijo de Dios” (1 Juan 3:1-2). Si no te lo parece, ¡un día lo verás!

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