El hombre vestido de negro
Todos pasamos por épocas difíciles. Los años ochenta fue una década triste para Johnny Cash, marcada por las adicciones y su desencuentro con la industria. Sólo así se puede entender que treinta años después, su hijo encuentre un álbum en un cajón con canciones compuestas entre 1981 y 1983, que Columbia rechazó. Se publica ahora el disco perdido de esta leyenda de la música popular norteamericana, “Out Among The Stars”, que nos revela una fe que pasó por caminos tortuosos, pero nos muestra cómo es posible encontrar el camino a casa...
Con la sexta y última entrega de la serie de grabaciones que hizo en su casa con Rick Rubin, antes de morir, “American VI: Ain´t No Grave”, parecía que habían acabado ya sus discos póstumos. Acosado por una enfermedad neurológica, Cash sufrió los últimos años diabetes y neumonías, pero parecía resistir los arañazos del tiempo, gracias a la fe y a la ayuda de su esposa June Carter, que le sostuvieron en medio de crisis, como la que le hundió en la droga en los años sesenta y ochenta.
La expresión de Reznor, “mi imperio de basura”, recuerda a Cash las palabras de Jesús: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” ( Mateo 6:19-21).
En una de las escenas vemos a June al píe de una escalera, contemplando su cuerpo frágil y envejecido rostro gris, mientras canta: “¿en qué me he convertido, mi más dulce amigo? Todos los que conozco, se marchan al final”. Lo que Romanek no sabía, es que el día anterior, le habían diagnosticado a ella, una condición fatal de corazón, que aterrorizaba a Cash. El ya no tenía miedo de la muerte, pero sí de la soledad. La posibilidad de perder a June le resultaba insoportable, porque no sólo era su compañera espiritual y artística, sino que había cuidado de él en su continua debilidad con ánimo y energía. Cash no podía imaginar la vida sin ella.
EN LA CASA DE SU PADRE
Cash fue llevado por su esposa a esa congregación, después de más de una década de estar apartado de la iglesia. El cantante había sido criado en una granja de Arkansas en los años treinta, donde iba con su madre a la Iglesia de Dios, que es una denominación evangélica pentecostal, aunque ella era metodista y su abuelo pastor bautista. El predicador de aquella iglesia le aterrorizaba, porque “gritaba, lloraba y jadeaba terriblemente”. Aquel hombre joven se bajaba a menudo del púlpito para pasearse en medio de la congregación, y cuándo menos te lo esperabas agarraba a alguien por las solapas, y lo levantaba del asiento, vociferándole a la cara: “¡Arrepiéntete!”. Tras llevar así a alguien a rastras, no era raro que muchos les siguieran, hasta no quedar ya ningún sitio en las escalinatas del púlpito.
Su formación fue en ese sentido, similar a las principales estrellas de rock de los años cincuenta. Educado en la iglesia bautista como Chuck Berry, Little Richard o Buddy Holly, tuvo la misma influencia pentecostal que Elvis Presley o Jerry Lee Lewis en Asambleas de Dios. Muchos de ellos grababan en la compañía Sun, donde escuchamos a Johnny cantando himnos con Elvis o Jerry Lee. Allí conoció además a su habitual colaborador, Carl Perkins, al que dio el título de uno de sus más conocidos temas de rock´n´roll, el clásico “Zapatos de ante azul”. Cuando era niño, la música de hecho, era lo único que le interesaba de la iglesia. Si bien, escuchaba el Evangelio, y sabía muy bien que en la vida sólo hay dos caminos a seguir.
EL LADO OSCURO DE LA VIDA
Como tantos norteamericanos, Cash siguió todos los “rituales de paso”, para llegar a ser evangélico, siendo incluso “bautizado por el Espíritu Santo” en una experiencia pentecostal y bautizado varias veces en agua. Decidió volver a consagrarse, confirmando su fe en un templo de Nashville en 1971, aunque alcoholizado, vio fracasar su matrimonio, se hizo adicto a las pastillas, intentó robar farmacias, se volvía paranoico con una pistola encima, e incluso provocaba accidentes, por lo que estuvo en la cárcel siete veces.
Él quería que su historia fuera una luz de esperanza a todos los “que han fracasado en seguir los pasos del Maestro”, porque se han “hundido en el barro y creen que ya no hay posibilidad”. Muchos entonces, como hoy, le admiran por ser un artista maldito. Por lo que le preferían ver en la cárcel, antes que en una iglesia. Pero tras años, entregado a las drogas, la gracia de Dios pudo más que todos sus intentos de escapar de Él, y su vida fue finalmente transformada.
“El que quiere ser cristiano debe cambiar del todo”, dice Johnny Cash. “Perderá algunos amigos”, pero “no se puede jugar con fuego, ni nadar entre dos aguas”. Así que “cada día se hace necesario trazar muy claramente la línea divisoria, entre lo que eras y lo que debes ser”. Uno de sus textos preferidos de la Biblia, era por eso: “el que piense estar firme, mire que no caiga”. Su testimonio es el de un superviviente. Lo que vale más para mí que muchas historias de éxito, que suelen entusiasmar a la gente con relatos triunfalistas de victoria, que acaban confundiendo nuestros deseos con la propia realidad.
MÁS QUE BONITAS PALABRAS
Cash creía en la realidad del Cielo, pero también en la del Infierno. La muerte de su hermano Jack, cuando tenía catorce años, marcó toda su vida. Sobre su tumba, puso la pregunta: “¿me encontrarás en el cielo?” Su padre que no iba a la iglesia, hizo entonces profesión de fe, dejando de beber por un tiempo, sin acabar de controlar su carácter violento, pero Johnny se volvió introvertido y callado. No le gustaba el deporte y casi nunca sonríe en las fotos. Tras apartarse de su educación cristiana, regresa a la fe, pero lucha con la adicción. Vuelve a la droga, después de escribir “Un hombre vestido de negro”. El dice que perdió el contacto con Dios, pero nunca la fe.
Johnny vio que su “política de soledad y falta de comunión con otros cristianos consagrados, acabaría por debilitarle espiritualmente”. Él encontró al final de su vida que “hay algo muy importante en la adoración a Dios conjuntamente con otros cristianos, y perder eso nos hace presa fácil, nos convierte en vulnerables a las tentaciones y vicios destructivos que van siempre estrechamente ligados al trasfondo de la vida artística”. Pero su vida nos habla sobre todo de la verdad de un Dios de amor, perdonador, clemente, paciente y bondadoso; pero también de lo increíblemente débiles que somos. Por eso, gracias a Dios que nuestra fe no está basada en ninguna decisión emocional que un día hayamos hecho, sino en la obra perseverante de un Dios que nunca nos abandona, y cuya gracia esperamos nos lleva al final del camino. Pero mientras la lucha se hace dura, y larga la noche...
Johnny logró el propósito de su vida, mostrando el poder de la salvación. Luchó la buena batalla. Corrió la carrera. Mantuvo la fe. Tocado por la gracia, tenía una paz, a pesar de sí mismo, que Dios le dio. En medio de su dolor, experimentó la redención, por la cual ya no vivió en la miseria. Se consolaba leyendo el libro de Job. Dice en el 2002: “nunca dudé de Dios”. Sus heridas emocionales le hicieron alguien introvertido, pero el amor que no encontró en su padre, le descubrió en su Padre celestial. Su sufrimiento le hizo sensible al dolor de los demás. Ayudó a muchos con su dinero y su experiencia.
Cash entendió muy bien el conflicto del que habla el apóstol Pablo, cuando dice: “sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” ( Romanos 7:14-15). Su debilidad le angustiaba, cuando no podía vencer la tentación. “Lucho con la bestia que hay en mí, cada día”, dice. Su testimonio, por eso, vale más para mí, que el de muchos músicos cristianos. Habla de la realidad del perdón y el poder de la gracia, que es mayor que nuestro pecado. “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (1 Corintios 12:10).