Los idus de marzo, la política según Clooney
Es notorio que el sistema norteamericano es particularmente presidencialista, porque ¿quién se imagina en un país como España, a un director afín al PSOE, haciendo una película así sobre un candidato socialista? Yo, no, desde luego. Aunque fuera sólo por eso, la película merece nuestra atención. La cultura liberal norteamericana ve la política como el arte de la actuación – dice Arthur Miller en una conferencia, poco antes de su muerte –. El personaje de Los idus de marzo es un gobernador de Pennsylvania con el encanto de JFK o Clinton – pelo canoso, impecablemente peinado, sonrisa dentífrica y una pose calculadamente desinhibida –.
“No soy cristiano. No soy ateo. No soy judío. No soy musulmán. Mi religión, en lo que yo creo, se llama la Constitución de los Estados Unidos” – dice Clooney en las primeras palabras de la película – . El gobernador Mike Morris es el prototipo de la América liberal. Su asesor –Ryan Gosling, el verdadero protagonista de esta historia–, sabe que si el candidato no se asocia con ninguna religión en especial, puede ganar el favor de cualquier grupo religioso, en general; pero entiende que todos tenemos que creer en algo , ¡aunque no sea más que la Constitución!
HISTORIA DE UNA DECEPCION
Como el joven afroamericano, que interpreta Adrian Lester en Primary Colors (1998) de Mike Nichols, el personaje de Gosling acaba decepcionado, pero hay aquí todo un proceso de corrupción, que va más allá de la pérdida primera de inocencia. En ese sentido Los idus de marzo , más que un thriller político, es un relato sobre la traición moral y el deterioro de los ideales.
Basada en una obra de teatro llamada Farragut North, la película fue nominada al Oscar como mejor guión original, ya que es muy diferente a la pieza de Beau Willimon, que trabajó para el senador demócrata de Nueva York. En ella no hay candidato, ni escándalo alguno –como tampoco en El candidato (1972) de Michael Ritchie–. Muchos relacionan la película de Redford con Los idus de marzo, por la pasión que tiene Clooney por el cine de los setenta –las últimas navidades, dice en las entrevistas que regaló a sus amigos un paquete con cien películas de esa época–, aunque el personaje de Clooney es mucho más cínico que el de Redford.
Como “todo buen político/actor necesita un buen director de escena; o mejor aún, un excelso autor que construya el personaje público, y todavía más, que se encargue de lavar sus trapos sucios con diligencia y disimulo” –que es Meyers, el personaje encarnado por Gosling, tal y como observa Antonio José Navarro–. Ya que, como se suele decir en inglés, todos tienen “esqueletos en el armario”. Y los secretos de Morris pueden costarle su carrera. En eso, la política no es diferente a cualquier otra actividad. Pensemos en la religión, por ejemplo. “Hubo papas que hicieron cosas terribles”, como nos recuerda Clooney.
TRAICIÓN MORAL
El problema es que no podemos definir algo por su perversión. No hay más corrupción en la política que en la iglesia. No es algo del poder en sí mismo –que te haga creer que puedes hacer cualquier cosa con impunidad–, sino la distorsión moral que hay dentro de todo hombre ( Romanos 3:10-13). El idealismo nos hace pensar que somos criaturas maravillosas, si simplemente seguimos lo que hay en nuestro corazón, cuando la realidad es que la corrupción está dentro de todos nosotros y no hay nada que no seamos capaces de hacer en determinadas circunstancias.
Los idus de marzo nos desafía a pensar de nuevo en lo que creemos, cuáles son nuestros valores, en quién ponemos nuestra confianza y dónde está nuestra esperanza . Jeremías dice: “¡Maldito el hombre que confía en el hombre!” (17:5). El profeta no se refiere sólo a personas en las que ponemos toda nuestra confianza, sino que añade: “¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza!”. Puesto que en nuestra moral, valores y creencias, podemos vivir confiados en nosotros mismos.
¿EN QUIÉN PODEMOS CONFIAR?
El titulo de la película hace referencia a la obra de Shakespeare sobre la muerte de César . Según Plutarco, un vidente advirtió al emperador: “¡cuidado con los idus de marzo!”. Cuando le volvió a encontrar en esa fecha, camino del teatro de Pompeya, Julio César bromeó, recordándole que era ya mitad de mes –el día 15, los idus del calendario romano– y nada había pasado. A lo que el vidente contestó: “Los idus ya han llegado, pero todavía no se han ido”. Ese mismo día, a la salida del teatro, el emperador fue asesinado, el año 44 después de Cristo.
Jesucristo es la única persona perfecta, que haya existido jamás. Fue “tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado” ( Hebreos 4:15). Es el único que nunca nos va a decepcionar. Es más, es el único que nos puede librar por su rectitud en el día del juicio. Cuando sea puesta en evidencia las intenciones de nuestro corazón y todo secreto sea revelado, ¿quién podrá librarnos de la verdad desnuda? “Nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exigen la ley” ( Romanos 3:20).
LA HORA DE LA VERDAD
“Como nadie te atrapa –observa el autor de Los idus de marzo –, vas más allá, pensando que vas poder seguir manteniéndote incólume, hasta que sin darte cuenta, llegas a un barranco y terminas cayendo en picado”. Ese deslizarse poco a poco, no es sólo “resultado de haber estado mucho tiempo en el poder, sin que nadie te diga nada” –como piensa Clooney–. Es la tentación a la que todos estamos sometidos .
Aunque tenemos miedo de la oscuridad –al no ver nada–, la luz también puede producir terror, cuando hace evidentes cosas que preferiríamos que permanezcan ocultas . Ya que descubre algo de nosotros y nuestro mundo, que no queremos ver y que nadie vea. “Pues todo el que hace lo malo, aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto” ( Juan 3:20).
Cristo es la luz que muestra la verdad de nuestra vida, pero Dios no le ha enviado para condenarnos, sino para salvarnos por medio de Él (v. 17). Su luz nos libera, cuando descubrimos que “no hay condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” ( Romanos 8:1). Es por eso que no debemos rechazar su luz, sino recibir su gracia y su amor, dejando que Cristo brille en nuestra vida.