El intruso


Hay películas sobre las que es imposible escribir objetivamente. Pensar que no volveremos a ver más a Philip Seymour Hoffman (1967-2014), después de “El hombre más buscado”, produce una inmensa tristeza. Hay pocos actores que con su sola presencia llenen la pantalla. El era capaz de hacer tanto dramas como comedias. Interpretaba personajes. No hacía de sí mismo, como tantos de su generación. Ese cierto que su físico era muy reconocible, pero tenía una sólida formación teatral, además de una gran intuición.

El autor de la novela, sobre la que se basa esta película, John Le Carré, pasó con él sólo cinco horas, pero se dio cuenta que aunque “muchos actores fingen ser inteligentes, Philip lo era de verdad”. Lo recuerda como alguien “culto, polifacético, artístico y brillante, con una inteligencia que te avasallaba y te envolvía”. Observó que “estudiaba todo, todo el tiempo”. Era de esas personas que “cuando tu ibas, él ya estaba de vuelta, y cada vez que desaparecía, no estabas seguro de que fuera a regresar”.



Aunque grandes intérpretes han protagonizado sus libros, Le Carré dice que ningún actor le había impresionado tanto. Y ya es decir, porque con él ha trabajado Richard Burton – que hizo con Martin Ritt, la que para muchos, es la mejor versión de una de sus novelas, “El espía que surgió del frío” (1965) –, ni Burt Lancaster –primer candidato para hacer el papel de Burton–, ni Alec Guiness –que encarnó dos veces a Smiley en televisión–. El autor de esta obra se da cuenta que “resulta difícil escribir con objetividad sobre la interpretación que hace Philip de ese hombre de mediana edad que va perdiendo el control” en “el rumbo de autodestrucción de su personaje”.



HISTORIAS DE ESPÍAS
Me acuerdo que descubrí a John Le Carré en una larga entrevista publicada en el suplemento de Libros de El País en 1980. Me fascinó su foto. Tenía entonces, 48 años –menos que yo, ahora–. Aparecía sentado en un banco de un parque inglés. Se le presentaba como alguien que había sido diplomático y profesor, pero sobre todo, agente de los servicios secretos. Yo estaba obsesionado con Graham Greene, que había trabajado a las ordenes del agente doble de Cambridge, Kim Philby, y consideraba el libro de Le Carré, “El espía que surgió del frío” (1963), como la mejor novela de espías.

Le Carré –su nombre real es David Cornwell– fue agente del M16 en Alemania, donde desarrolla la novela “El hombre más buscado”. No tiene el fondo religioso de Greene –converso al catolicismo–, pero me impresionaron sus historias de secretos y mentiras, sueños rotos y traiciones, que es de lo que tratan al fin y al cabo, los libros de espías. En nuestra literatura, este género aparece sobre todo, en escritores anglófilos como Javier Marías, que comparte el interés de los británicos por el espionaje como doble vida. Supongo que eso es lo que nos interesa de estas historias.

Mi curiosidad por los relatos de espías, nace en la adolescencia, cuando la distancia entre la imagen que uno aparenta, y el mundo interno que ocultas, se agiganta a pasos descomunales. El espía encarna la dualidad del ser humano. Une la responsabilidad pública –que nos hace comprometernos como ciudadanos– con el instinto transgresor –que nos lleva a escondernos de la autoridad–. Si estos personajes producen curiosidad, es porque no son lo que parecen. Detrás de su aburrida vida gris, hay un mundo oscuro y complejo, donde nada es lo que aparenta. Desafían nuestras certezas de identidad, verdad, lealtad, e inocencia.



MÁS ALLÁ DE LA GUERRA FRÍA
El problema con autores como Le Carré, es que les relacionamos con aquellos largos años en que escribió con tanta lucidez y amargura de la Guerra Fría, el Circus y la KGB. Era como una partida de ajedrez, aunque turbia y manipuladora, un doble juego de traiciones y chantajes. Tras la caída del Muro, el mundo del cerebral Smiley y el maquiavélico Karla entró en crisis. Los espías ya no surgían del frío, pero la figura de “El Topo” nos sigue atrayendo –como demuestra la reciente película del 2012, que ha hecho el sueco Tomas Alfredson con Gary Oldman como nuevo Smiley–.

Bachmann no es Smiley. Tiene algo de su estoicismo, pero carece de una esposa que le pueda ser infiel –como Ann, “la última ilusión de un hombre sin ilusiones”, dice Boyero–. Es un lobo solitario, que no cree ya más que en sí mismo. No es tan profundo como Smiley, que ama a los poetas románticos alemanes, pero una inevitable melancolía rodea toda la historia, que comienza en Hamburgo. Allí estuvo destinado Le Carré en sus tiempos del M-16. El relato comienza un día de lluvía, como en las ciudades fronterizas de sus novelas, aunque no veamos esta vez, la niebla sobre Trafalgar Square, o los aledaños del Kremlin, pero la mañana es igual de heladora.

Tal vez, Putin añora la Guerra Fría, pero tras el 11 de septiembre, la amenaza se llama “yihadismo”. Su terror tiene nuevos métodos, pero la trama es igual de complicada. Un adinerado islamista moderado es sospechoso de financiar células terroristas, cuando entra en el país un checheno que reclama la millonaria herencia de su corrupto padre ruso. Hay un banquero (Willem Dafoe) y una abogada activista por los derechos civiles (Rachel McAdams), pero el personaje de Hoffman domina la historia.



EL CAZADOR CAZADO
La tambaleante figura de este agente antiterrorista alemán, orondo y desastrado, se mueve con el peso de la derrota. A su permanente gesto de hastío, le acompaña siempre un cigarrillo en la boca, o un vaso de alcohol. Su soledad y desamparo evocan al verdadero Hoffman, adicto a la heroína, pero capaz de hipnotizarnos con su magnética mirada e impresionante voz. Su interpretación es genial, como siempre. El holandés Anton Corbijn no tuvo más que ponerle delante de la cámara, para hacer la película. Todo lo llena con su prodigioso talento, gran sensibilidad y poder cautivador.

Corbijn es un fotógrafo de “rock” –muy vinculado a U2–, que ha hecho películas como “Control” (2007) –un acercamiento al Manchester gris de los ochenta, en torno al suicidio del torturado cantante de Joy Division, Ian Curtis– y ese homenaje al cine de los setenta que es “El americano” (2010) de George Clooney. Su visión es algo fría y distante. Las emociones de los personajes podrían transmitirnos cierta calidez, sino fuera porque el relato carece de la tensión necesaria. Falta incertidumbre. Se toma las cosas con demasiada calma. Lo que mantiene nuestra atención es el aire taciturno, desconfiado y cansado de Hoffman. Su respiración es tan pesada, como sus párpados.

Como suele ser habitual en las historias de Le Carré, el tono es marcadamente pesimista. No hay esperanza de que algo vaya a cambiar, puesto que la fatalidad está a la orden del día. Es el retrato de un antihéroe desencantado. Las palabras de Robin Wright –que hace de supervisora estadounidense con una peluca morena– sobre “hacer del mundo un lugar más seguro”, suenan tan falsas como el disparatado acento alemán de Rachel McAdams. Les acompañan el hispano-alemán Daniel Bröhl y la protagonista de “Barbara”, Nina Hoss.



EL HOMBRE MÁS BUSCADO
En el primer plano de “El hombre más buscado”, el mar choca contra los muelles del puerto de Hamburgo –uno de los tres más importantes de Europa–. Aquí Mohamed Atta formó la célula terrorista que atacó las Torres Gemelas de Nueva York. La historia comienza con la llegada de un inmigrante ilegal checheno, que lleva –significativamente– el nombre árabe de Jesús, Issa. Como “varón de dolores”, lleno de cicatrices, trae un cuerpo desgarrado por la tortura y una misteriosa llave. Algunos ven por eso, en el personaje, una figura crística, aunque sea inconscientemente. Ya que es un hombre, pero también una metáfora.

Issa es como una pantalla en blanco, donde los personajes –tanto el banquero, como la abogado y el espía– proyectan sus esperanzas, miedos y deseos. Parece “El Idiota” de Dostoievski, “un monje de ojos oscuros como el carbón”. Parece apelar a la herencia abrahámica común de musulmanes y cristianos. No tiene nada en contra de los occidentales. Tiene la tez blanca, pero escoge el camino del Islam, aunque no distingue una mezquina “sunni” de otra “chiita”, ni sabe cómo manejar el Corán. En su intelectualidad dice: “Como Sartre, tengo nostalgia por el futuro. Cuando tenga futuro, no tendré pasado. Sólo tendré a Dios y a mi futuro”… ¡Este hombre es un enigma!

El título de “El hombre más buscado” recuerda aquellos pósters de “se busca” en los años setenta, que presentaban a Jesús como un bandido del Oeste –evocado en la canción de Larry Norman, The Outlaw (El Fuera de la Ley), que aparecía en su disco Only Visiting This Planet (Sólo visitando este planeta) de 1972–. Aquel que venía a este mundo, tampoco encontró refugio en Belén. Se quedó en un establo, pero tuvo que salir del país, cuando era todavía un bebé. Sin reputación, despreciado y rechazado por los hombres, tomó el camino de la cruz. Y en medio de la mayor oscuridad, se ofreció a sí mismo, por nuestra maldad.

“El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”, dice Lucas (19:10), personas como nosotros. Desnudo y desprotegido, se rodeó de pecadores, siendo conocido como amigo de aquellos que era despreciados por su corrupción e inmoralidad (Mateo 11:19). Hasta en la cruz, fue colocado entre dos malhechores (Mt. 27:38). Para salvarnos, tenía que venir al lado nuestro, e identificarse con nosotros, hasta hacer la mayor demostración de amistad: dar su vida por nosotros. Aunque muchos todavía le rechazan, es más a causa de sus representantes. Él sigue siendo “el hombre más buscado”.

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