José de Segovia La máscara del Joker
Todas las películas son espejos, aunque no nos guste lo que veamos en ellos. Una de las que más me ha sorprendido este año es Joker de Todd Phillips.
Los griegos tenían razón. Hace falta una máscara para decir la verdad. Todas las películas son espejos, aunque no nos guste lo que veamos en ellos. Una de las que más me ha sorprendido este año –junto a El irlandés de Martin Scorsese– es Joker de Todd Phillips. A pesar de su ambiente setentero, este film refleja el momento en que vivimos. Es más, muestra la sangre y las lágrimas que caen detrás de la máscara que oculta nuestro rostro, reflejado en el espejo.
Desde que el ser humano aprendió el arte de contar historias, aceptamos mejor la ficción que la realidad. Forma parte del juego, nos divierte y entretiene. Todos sabemos que no son hechos reales, o que no ocurrieron exactamente como dicen, pero nos da igual. Como las mentiras piadosas, o las verdades a medias, pensamos que no hacen daño a nadie y nos protegen hasta a nosotros mismos...
Batman nació en 1939 de una mentira, que Bob Kane (1915-1998) era el único creador del Caballero Oscuro, cuando el co-autor del Hombre Murciélago, Bill Finger (1914-1974), vivió y murió sin reconocimiento alguno. En todos los cómics del personaje figura el nombre de Kane, pero hasta en las series de televisión o cualquier producto imaginable, su sola firma aparece como tallada en piedra.
“Me llamo Bob Kane y soy el creador de Batman”, le dijo a un chico de 17 años en medio de la pista del centro turístico al que había llegado hace pocos días en las montañas Pocono de Pensilvania. El chaval quería hacer periodismo en la universidad de Siracusa, cuando Kane le propone trabajar con él en Nueva York. Se llamaba Jerry Robinson (1922-2011) y es el creador del Joker, cuando vive con su tía en el Bronx y estudia en Columbia, mientras perfila por la noche los dibujos de Batman...
TODO HÉROE TIENE SU VILLANO
Robinson está en Nueva York cerca de los padres de Kane. Queda con él y Finger en el parque donde todavía está la casa de Edgar Allan Poe en el Bronx. Bill escribe los guiones, Bob esboza las páginas y Jerry termina los dibujos, que entinta y rotula. Juntos, visitan el Museo de Arte Moderno y el Metropolitano en la Quinta Avenida, pero están cada vez más inmersos en el mundo de Batman. El nombre de Gotham –Ciudad Gótica en la traducción de la editorial mexicana de Novaro, que dio a conocer a Batman en España y Latinoamérica durante los años 70– aparece ya en Washington Irving para referirse a Nueva York en una obra satírica de 1807.
Batman nace en una revista de historias de detectives (DC). Por eso el primer referente de sus autores es Sherlock Holmes, que en Robin tiene su peculiar Doctor Watson, pero como todo héroe tiene su villano. El Moriarty de Batman es el Joker. Se le ocurre a Robinson pensando en los juegos de mesa que hacía con su familia, muchos de ellos con cartas. Participó incluso con sus hermanos en algunos campeonatos. El Joker es el comodín.
Si el héroe es oscuro y trágico como Batman, el villano tiene que ser colorido y sonriente como Joker. Es la némesis del héroe. El Joker nace de la carta con la cara de payaso, que te observa fijamente. Cuando te sale, te devuelve la mirada con su rostro blanco, labios rojos y pelo verde. Desde la primera historia que escribe Finger, no tiene origen. Es un relato de asesinato a puerta cerrada con que presenta su cara pálida, pelo hacía atrás y sonrisa permanente. Se inspira en el comodín, pero también en la imagen del actor Conrad Veidt en la película El hombre que ríe (1928), basada en un texto de Víctor Hugo.
¿NOSTALGIA SETENTERA?
Aunque la acción se desarrolla en 1981 –no se dice la fecha, pero las películas que se anuncian en los cines son de ese año, como Blow Out de Brian de Palma, la versión del Zorro que se llama The Gay Blade o Excalibur de Boorman–, el ambiente es setentero, porque al principio de una década, la moda y el estilo es todavía de la década anterior. Hace 80 años parecía ya morir el Joker en la segunda historia, apuñalado por accidente durante una pelea con Batman, pero en la propia editorial añaden una ambulancia para retirar el cuerpo del Joker, donde en la última viñeta el enfermero sentencia que “vivirá”.
El conocedor de la historia del cómic captará enseguida las referencias de la película de Todd Phillips, hasta en el nombre de Fleck –DC prohibía utilizar la palabra “flick”, que significa golpe en inglés, porque al escribirse en mayúscula podía llevar a confusión con la expresión mal sonante de cuatro letras, todavía tabú para la sociedad conservadora americana–, pero el espectador maduro lo que pensará es que está ante una película de los 70, hasta el punto de que parece una relectura de Taxi Driver para “millenials”. Cuando aparece el logo de la Warner diseñado por Saul Bass, parece que vas a ver Serpico o Network, pero el referente de Joaquin Phoenix, no hay duda de que es el inconfundible Travis de Robert De Niro.
Para el cine americano, el retorno a los 70 es la llegada a la realidad del Nuevo Hollywood. La cámara sale a la calle hasta en televisión. Los estudios se arriesgan a mostrar la suciedad de Times Square entre montones de basura, violencia en la calle y cines porno. Joker no es la nostalgia por el sucio Nueva York, sino la vuelta al tiempo real de un cine que se ha ahogado a sí mismo en efectos especiales e imágenes atropelladas de ritmo acelerado. Cuando estaba viendo Joker con el técnico con el que trabajo en la radio, Dani Panduro, no sabía si era de nuevo aquel adolescente fascinado por la última película (The Last Picture Show). No es que haya dejado de ser quien fue entonces. Es que la máscara se resquebrajaba para mostrar la sangre y las lágrimas que brotan de la oscuridad de mi interior...
ANATOMÍA DEL MAL
La crítica moral de la película ve con horror la empatía del filme con la mente del villano. Más que actuación, la representación de Phoenix es una auténtica “performance”, el gran “efecto especial” de un actor casi del método, capaz de perder 23 kilos en quince días –durante el rodaje pasó de 81 a 58 kilos– para encarnar su personaje. Es una historia que no tiene nada que ver con los superhéroes. Recuerda más el cine de “vigilantes nocturnos” de Charles Bronson, en escenas como la venganza de la chica humillada en el metro por unos blancos borrachos. No es un terrorista como el Tom Hardy de El Caballero Oscuro, ni un activista antisistema, a lo V de Vendetta o Mr. Robot. Se convierte en un símbolo involuntario del malestar social por un estallido de ira individual, que levanta un caos impredecible, sin saber muy bien lo que está haciendo.
Nada en la carrera del neoyorquino Todd Phillips hacía pensar que pudiera hacer una obra semejante. Es un filme sorprendente con una realización impecable que se sujeta en todo momento al laberíntico anímico del protagonista. Ha tenido el León de Oro de Venecia y en Toronto fue acogida por el público aplaudiendo de pie durante casi diez minutos. No sería extraño que le dieran a Phoenix el Oscar, aunque está lejos de ser una película para todos los públicos. Hay una oscuridad en ella que la hace desoladora, resaltada dramáticamente por la música de la chelista islandesa Hildur Guônadottir. Es un acercamiento adulto a la anatomía del mal, más propio de la tragedia kafkiana o la novela de Dostoievski, que del universo infantil del cómic de superhéroes.
Lo que hace tan profunda está historia no es sólo la dialéctica entre lo que ocurre en la mente del protagonista y lo que pasa en realidad, algo nada aclarado al final de esta historia, sino lo patético de la soledad de este desgraciado personaje. Su absurda idea de llegar a ser humorista no es sólo un homenaje a El Rey de la Comedia de Scorsese con el mejor papel secundario que ha hecho De Niro en mucho tiempo, sino un contraste brutal entre el dolor del personaje y la impostura que tan bien expresa la canción con la música que hizo Chaplin para Tiempos Modernos: “¡Sonríe!, aunque te duela el corazón”. La revelación que tiene el personaje en el cine donde se pone la película nos lleva a la vana pretensión de la que todavía viven las redes sociales, por la que todo nos va siempre maravilloso. Ante todo, “¡nunca dejes de sonreír!” ... ¡Patético!
EN BUSCA DEL PADRE
Hay una lectura social evidente. En palabras de Phillips, “ciertamente la película trata sobre la falta de simpatía por los que menos tienen, que se ha amplificado en los últimos años en nuestra cultura por muchas razones, entre ellas por el gobierno que tenemos, pero también por la influencia de internet”. El director cree “que cuando tienes un mundo como, este tienes el presidente que te mereces y a la vez, cuando tienes un mundo como Gotham, tienes el villano que te mereces”. Pues “si bien la película tiene lugar a finales de los 70, principios de los 80, está escrita entre 2016 y 2017, por lo que es un reflejo de lo que estaba pasando entonces en Estados Unidos”.
Como las grandes historias, Joker es también el relato de la búsqueda del Padre. El personaje es una especie de Norman Bates con una madre como la de Psicosis. Encerrada en su casa, vive en una dependencia enfermiza de ella, mientras oculta un oscuro secreto familiar. Esto le da una dimensión psicológica que explica no sólo las heridas que tiene, sino la rabia interna que esconde el Joker. Quien dice que no entiende la violencia que muestra el personaje, es que no ha tenido esa experiencia. Es más, ignora las tinieblas de su propio corazón (Jeremías 17:9)...
Dice Phillips que “es una película sobre la identidad y sobre los traumas infantiles”, ya que “durante la primera parte tiene siempre una máscara puesta”. Y “cuando se atreve a quitársela se anima”, pero es sólo “cuando se pone el maquillaje del Joker cuando descubre quién es él”. Se llega a la realidad de su personalidad por su máscara. Como para los antiguos griegos, la “persona” tiene un origen teatral. Porque ¿quién es, al fin y al cabo, el Joker? “El problema –dice Phillips– es que es una mala persona y lo que descubre es su maldad”. Le dice a la terapeuta: “Todo lo que tengo son pensamientos negativos”.
“Si el azar es el padre de toda carne, el desastre es su arco iris sobre el cielo” –dice el poema que Steve Turner escribió en Nueva York–. Las noticias con las que comienza la película serían “el sonido del hombre adorando a su creador”. Pero si el Autor de la vida es el Padre de Jesucristo, hay esperanza para el caos que reina en nuestro planeta. Y esa está en el Dios que nos reconcilia por su sufrimiento, para mostrarnos el amor del Padre por sus hijos, que el mundo no conoció (1 Juan 3:1), pero que nosotros podemos conocer por la obra de su Espíritu. Por la resurrección de Jesucristo conocemos su grande misericordia, que nos hace renacer para una esperanza viva (1 Pedro 1:3). Ya no somos los que aparentamos haber sido y somos ahora, sino lo que un día seremos, gracias a Cristo Jesús.