La muerte del padre en Star Wars



Las palabras de Darth Vader, “Yo soy tu padre”, dieron tal giro a la serie de Star Wars, que a partir de entonces, se convierte en la mitología soñada por George Lucas. La lectura del libro del antropólogo Joseph Campbell, “El héroe de las mil caras” (1949), llevo al director al convencimiento de “la teoría de que la mayoría de los mitos antiguos son, en realidad, manifestaciones de una misma historia, que sirvió de base durante milenios, para la educación emocional de hombres pertenecientes a diferentes culturas”. Concibe entonces, Star Wars, como “una herramienta psicológica que los niños pueden utilizar para entender mejor el mundo y su lugar en él”.

Quien no vea por lo tanto, en la serie, más que sables láser, no ha llegado todavía siquiera, al nivel de lectura infantil, sobre el que hablaba Lucas. La lectura espiritual que se ha hecho de esta saga, no ha ido mucho más allá. Oscila entre la demonización que identifica la Fuerza con poderes ocultos –la mayoría de la “conspiranoía” evangélica– y la ingenuidad del que ve en ella, el poder divino, que demanda nuestra fe –llegando a convertir la historia en un panfleto evangelistico, como el libro que tradujo Clie en 1979 de Frank Allnut, “La Fuerza en la Guerra de las Galaxias–.

La mayoría de los comentarios cristianos opta por una visión apologética que discierne la evidente influencia del pensamiento orientalista y la filosofía New Age en la obra de Lucas. Me pregunto si esta es la mejor manera de entender la fuerza psicológica que tiene la serie, ya en varias generaciones. Las emociones contribuyen de forma trascendental a la comprensión del mundo. Proporcionan el marco indispensable sin el cual la cuestión de la racionalidad ni siquiera podría surgir.



Es una historia de hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, pero como dice Ricardo Jonás en Jotdown, para mí, es ahora inseparable de los recuerdos que tengo de mi padre. Es por eso que dos mallorquines, Toni Bestard y Marcos Cabotá, han hecho un documental en inglés, con el título “I Am Your Father” (Yo soy tu padre), en torno al actor que hizo al principio de Darth Vader, un inglés llamado David Prowse. Su rostro nunca se vio en la pantalla, ya que hasta le cambiaron la voz –en la versión original es la de James Earl Jones, aunque para el español, siempre será la de Constantino Romero–. Su historia es el lado oscuro de Star Wars.

Tras convertirse en un villano icónico, se transforma en un héroe trágico. Ya nadie duda quién es el verdadero protagonista de la saga. Luke era sólo una excusa. El personaje de Anakin Skywalker/Darth Vader es tan grande, que ha necesitado seis actores para interpretarlo. Junto al sufrido Prowse, doblado por Jones, interviene en las escenas de acción, un experto en esgrima llamado Bob Anderson, que es Sebastian Shaw, cuando se quita la máscara. Un niño, Jake Lloyd, nos muestra que él también fue niño, esclavo, piloto de vainas y fabricante de droides, hasta convertirse en un poderoso Jedi (Hayden Christensen), dominado por el miedo a perder a los que quiere.

LA GUERRA DE LAS GALAXIAS
Yo soy de la generación que vio “La guerra de las galaxias” en los cines en 1977. Tenía trece años, aquel gélido noviembre en que hice cola con mi padre, para ver la primera película en una de las dos únicas salas que la exhibía en Madrid –nosotros fuimos al ahora cerrado Roxy B en la calle Fuencarral–. Aquellas navidades pedí el disco con la música de John Williams. Todavía tengo el vinilo con la banda sonora. Mis hijos andan aún con los cómics de Marvel, que me compró mi padre aquella época en los kioscos.

La manía se me fue antes de que apareciera la segunda parte, “El imperio contraataca” en 1980. Con dieciséis años buscaba otras aventuras que las espaciales. He seguido viendo, sin embargo, cada nueva entrega, con la fidelidad del que entiende que forma parte de mi vida, me guste o no. No me considero un “friki” de la serie, porque nunca he sido muy fanático de nada. Me interesa cualquier cosa. No sé si será por mi vocación periodística, pero siempre he tenido curiosidad por todo. Por lo que nunca he despreciado la cultura popular.



Críticos como Peter Biskind, acusan a Star Wars de “arruinar” Hollywood. No en el sentido económico –ya que desde el primer momento superó el record de taquilla que tenía “El Padrino” –, sino porque el éxito de Lucas y Spielberg acabaron con el riesgo del principio de la saga de Coppola, la desoladora visión de “Taxi Driver” de Scorsese, o el humor inteligente de Woody Allen en “Annie Hall”, para convertirse en el espectáculo adolescente que llena los centros comerciales desde los años ochenta. Yo amo aquel cine, pero me preguntó por qué nos sigue fascinando Star Wars.

El universo de Lucas ha tenido un impacto en generaciones de espectadores, más allá de las cualidades que tenga como medio de diversión. Como dice el crítico católico Steven Greydanus, se ha convertido en “la quinta esencia de la mitología americana”, junto al universo del “western”. En cierto sentido, Han Solo tiene algo también de vaquero. Lo que pasa es que el mundo del Oeste está basado es una Historia y una geografía que tienen relación con la realidad. Aunque Star Wars toma elementos de las sagas artúricas, la Tierra Media de Tolkien, o la épica samurai oriental, lo hace con el lenguaje de la ciencia ficción más popular, conocida como “space opera”, una mezcla de Buck Rogers y Flash Gordon con el mundo de la caballería y los espadachines.

HACE MUCHO TIEMPO
Como la mayor parte de mi generación, yo también prefiero las tres primeras películas que se hicieron –que no son las tres primeras de la historia, ya que la primera que se estrenó, es en realidad la cuarta de la serie, que sigue hasta la sexta, si me entienden el galimatías–. Su proyección fue todo un respiro de aire fresco. La intención era recuperar el espíritu de las matinales de aventuras de nuestra infancia, cuando el cine estaba empezando a tomar un papel extraordinariamente crítico en la sociedad norteamericana, con filmes como Todos los hombres del presidente sobre el escándalo Watergate, o el ataque de Network a la televisión. En medio del duro realismo de los setenta, Star Wars traía la excitación y el espectáculo del cine de otros tiempos.



Cuando aparece “La guerra de las galaxias”, la industria estaba convencida de que sería un completo fracaso. Lucas había tenido ya un discreto éxito con una obra independiente –producida por Coppola–, American Graffiti, en la que recordaba una loca noche de adolescentes en una pequeña ciudad de provincias americana en los años cincuenta. Son las memorias de una fiesta. antes de ir a la universidad, que recorren una cinta a ritmo trepidante, evocadas finalmente con la paciente mirada de un largo plano del protagonista, que contempla su vida desde la ventanilla del avión, en la dura resaca de la mañana siguiente. Nada que hiciera sospechar la fantasía de La guerra de las galaxias.

A sus 33 años, Lucas presentó la película como algo que “Disney hubiera hecho si estuviera vivo”. ¿Quién podría imaginar entonces, que un día los droides vivirían con el ratón, en la misma casa? Los siguientes dos episodios, “El imperio contraataca” (1980) y “El retorno del Jedi” (83), aparecen en medio del optimismo cultural de la era Reagan. La siguiente trilogía resulta para muchos, un fiasco. Al venderle la franquicia a Disney, a finales de 2012, necesitaban un director que volviera a los orígenes.

El hombre que había resucitado series de los sesenta como “Star Trek” o “Misión Imposible”, tras conquistar la pequeña pantalla con “Perdidos” y hacer ese homenaje al cine familiar de los ochenta que es “Super 8”, J. J. Abrams, es el encargado de “El despertar de la Fuerza”. La condición de Lucas es que los personajes sean interpretados por los mismos actores, se mantenga la música de Williams y el co-guionista sea el autor para muchos, del mejor filme de la serie, “El imperio contraataca”, Lawrence Kasdan. Se ha vuelto a las localizaciones reales y a efectos especiales convencionales, como los fotográficos, decorados, maquetas a escala, miniaturas y maquillajes. Para colmo, todo rodado en 35 mm, sin cámaras de alta definición, para volver al “look” realista de las primeras entregas.

LA MITOLOGÍA DE STAR WARS
Lucas ha basado gran parte de su mitología en la obra de Campbell y su idea de buscar los rasgos unificadores que dan sentido psicológico a los antiguos mitos y leyendas. Aquí no hay dioses, ni personificaciones de la naturaleza, historias sobre los orígenes, o narraciones culturales que tengan autoridad. Se trata más bien de un romance medieval, una historia de caballería, que incluye rescates de princesas, batallas con monstruos, y guerras épicas llenas de imaginación fantástica. Los caballeros de Star Wars llevan una armadura espacial, luchan con espadas de luz láser, y rescatan princesas, gobernados por una jerarquía medieval con nobles, príncipes y emperadores.

Desde un origen humilde, el héroe ha de pasar por una serie de rituales que le llevan a la madurez. Luke Skywalker era un granjero al comienzo de la serie, que ha de aprender a ser un caballero Jedi para poder salvar el universo. Para ello debe enfrentarse a la ausencia de su padre, siguiendo la dirección de Obi-Wan Kenovi como el rey Arturo con Merlin. Estamos en el espacio, pero allí todavía hay castillos que atacar. Nuestros miedos son otros, pero tenemos la misma confianza supersticiosa en la magia, aunque ahora esté en la ciencia y la tecnología.

El reciente libro que ha publicado la editorial Errata Naturae, contiene una colección de ensayos sobre la filosofía, sociología, política y moral de la serie. Uno de los trabajos traducidos se pregunta si en Star Wars hay una analogía de la redención cristiana. Sobra decir que la serie de Lucas está lejos de ser una alegoría evangélica. Está llena de elementos dualistas, como el ying-yang, o el panteísmo de las religiones orientales. Así en “El imperio contraataca” se afirma el desprecio gnóstico por la realidad física y el cuerpo (“seres luminosos, somos, no esta cruda materia”) y en “La venganza de los Sith”, Yoda articula una ética de desapego, que recuerda más a la impasibilidad budista que a la libertad cristiana. Según él, nuestra aceptación de la muerte ha de ser tan completa, que no lamentemos la muerte de nadie.

Lo que pasa es que esos elementos orientalistas son matizados por creencias humanistas y cristianas. Así Yoda desprecia el cuerpo, pero abraza una inmortalidad personal, una vida individual después de la muerte, más que la unión con la Fuerza. Es más, afirma que el destino escatológico de buenos y malos, no es el mismo. La muerte para los malvados Sith es simple destrucción, pero para los Jedi es la puerta a una nueva vida, aunque no sea trascendental. Por eso, el tema de la tentación y la decisión moral tienen una urgencia que no vemos en las religiones orientales.

LA FUERZA QUE NECESITAMOS
La Fuerza de los caballeros de Star Wars es despreciada por los malos de esta historia como una antigua superstición, pero para ellos es un poder sobrenatural. Es una divinidad más impersonal, que cristiana. De hecho no sólo tiene un lado bueno, sino también uno malo. Es por eso que a veces se la ha relacionado con la filosofía oriental o la espiritualidad New Age. La idea se le apareció literalmente en sueños, mientras salía de un coma por un accidente de coche que tuvo el año 75.

"La Fuerza intenta despertar a la juventud a un cierto tipo de espiritualidad", dice Lucas en una entrevista con la revista Time. Pero es "más que una creencia en Dios, o en un sistema religioso en particular". Lo que quería es "hacer que los jóvenes se empezaran a hacer preguntas sobre los misterios de la vida". El cree que "no hay nada peor que no tener interés en preguntarse si hay un Dios, o no lo hay". Ya que "tienes que tener una opinión, o estar buscando". El autor de esta saga dice creer en Dios, pero no sabe muy bien quién es. Aunque aborrece "un mundo completamente secular, en que el entretenimiento se convierte en un tipo de experiencia religiosa".

No tenemos que aprobar la teología de Star Wars, para reconocer en ella un hambre de heroísmo y realidad espiritual. Esos romances medievales nacieron al fin y al cabo de una visión cristiana del mundo. Por lo que una vez derrotado el imperio del mal, la serie se concentra en el mal interior, mostrando como el joven Skywalker se vuelve al lado oscuro de la Fuerza, convirtiéndose en Darth Vader.

Las fantasías del espacio dicen más acerca de nosotros mismos, que de la naturaleza del universo. Ese es el mal más importante, al que todos debemos enfrentarnos. La tecnología no puede acabar con él. Tampoco la mitología. De nada sirven para ello, nuestras espadas. Para eso hace falta gracia, no de una fuerza impersonal, sino de un Dios personal, que ha venido a vencer el mal por su muerte y resurrección en la persona de Cristo Jesús.

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