‘La orilla’ de Chirbes, panorama desolador
Pocos escritores he leído tan lucidos sobre la condición del ser humano como Rafael Chirbes (1949-2015). Su obra parte de “la seguridad de que no hay ser humano que no merezca ser tratado como culpable”. Su último libro, “En la orilla”, es un “retrato literario de un país en agonía”, que nos presenta “un panorama desolador, sin salvación posible”.
Tras seis años de silencio y el éxito de la versión televisiva de “Crematorio”, el escritor valenciano narra “En la orilla”, medio siglo de la historia de la Albufera. Retorna así a Misent, “ese territorio imaginario que nos resulta terroríficamente familiar –como dice Carlos Boyero–, un mural de la podredumbre”, donde “ganadores y perdidos están inmersos en la misma miseria moral”. Es como si “la ciénaga se hubiera apoderado de todos, de verdugos y víctimas” en este “retrato negro, tan profundo, tan desolador, tan cruel”. No hay misericordia en la mirada de Chirbes.
La aparición de un cadáver en el pantano de Olba, un pequeño pueblo cercano a Benidorm, desencadena una historia que desvela el estado del alma humana a principios del siglo XXI. Estos “paisajes envilecidos y lugares deshechos” nos muestran “un mundo progresivamente degradado –dice Senabre–, en que los ocasionales saltos al pasado sirven únicamente para acentuar la dolorosa sensación de una pérdida continua”. Ya que para Chirbes, la degradación es el “signo de los tiempos” (p. 307).
Se ha dicho que “En la orilla” es la mejor novela española sobre la crisis, pero es mucho más que eso. Nos muestra “la codicia, la traición, las miserias personales, la explotación aceptada como sistema”, que “nos hacen a todos responsables de la agonía, del desempleo, la quiebra de los negocios y la infelicidad”, como observa Luis García Montero. Es la lúcida visión de un veterano militante antifranquista que, tras su desilusión con la Transición, se decide a escribir contra sí mismo, para sacar a la luz todas sus contradicciones.
EL ESTALLIDO DE LA BURBUJA
Dicen que Chirbes tiene más lectores en Alemania que en España. No es difícil saber por qué. Su obra es una de los testimonios más demoledores que conozco, contra la sociedad española. El autor se muestra inmisericorde con sus contemporáneos. “Hay libros que se leen como latigazos que le conmueven a uno hasta lo más hondo y este es uno de ellos”, dice Manuel Rodríguez Rivero en Babelia.
En la orilla no quiere ser un libro de personajes, sino de un tiempo. Nos ofrece un panorama terrible, pero real como la vida misma. A Chirbes no le basta mostrarnos el pantano en que estamos inmersos, sino que nos hace bucear en “la podredumbre que había detrás”. El autor entra en la trastienda de la especulación que se oculta tras la apariencia de modernización y avance que presentaba España en los años inmediatamente antes de la recesión, para desvelar el paisaje desolado que queda después del estallido de la burbuja.
Tras la prepotencia del lujo y el imperio del instante, no quedan más que los residuos y la carroña. El hilo conductor de la historia es un hombre arruinado. Esteban tiene setenta años. Fue dueño de una ebanistería que se fue al garete con sus negocios inmobiliarios. Al cerrar la carpintería, ha dejado a sus trabajadores en paro. Lo que le convierte al mismo tiempo en víctima y verdugo. Tiene que cuidar entonces de su padre, que tiene una enfermedad terminal. Todo respira derrota y sueños rotos.
En estos rostros llenos de arrugas está la huella del desamor. El protagonista sintió amor en una ocasión, pero fue traicionado. Ahora juguetea con pornografía en Internet y frecuenta prostíbulos. No percibe el amor de su padre, que no le habla. Se ocupa de él, pero es alguien “a quien no amaba y por quien no fue amado”. La cuidadora latinoamericana no es mucho mejor. Egoísta e hipócrita, entiende el mundo en términos de compra-venta. Todos los personajes muestran el mismo deterioro y degradación.
UNA TAREA DOLOROSA
La mirada lúcida de Chirbes nace en Tavernes de la Valldigna en 1949. Cuando tiene ocho años, le mandan a un colegio de huérfanos de ferroviarios. Al llegar a estudiar Historia moderna y contemporánea, se compromete en la lucha contra Franco. Lo que le lleva a la cárcel de Carabanchel. Al salir, se va a dar clases de español en la universidad de Fez (Marruecos) en 1977, donde desarrolla su cuarta novela, “Mimoun”. Otras siete le seguirán, antes de “En la orilla”. Todas publicadas por la misma editorial, Anagrama.
El autor valenciano está fuera del mundillo cultural y sus farándulas. Vive solo con dos perros en una casa que le compró a un camionero jubilado, a las afueras de un pueblo valenciano llamado Beniarbeig. Se dedica a leer y a escribir un poco. Da de comer a los perros, cocina, lo que mancha, lo limpia –así dice que pasa el tiempo–.
Chirbes piensa que para escribir más, le haría falta un desparpajo que a él se le ha ido. Aunque hay escritores que son felices escribiendo, ese no es el caso de Chirbes: “en general lo paso mal, porque no me sale”. Escribir, para él, es una tarea dolorosa. La fuerza y complejidad de sus monólogos interiores, es como si utilizara un bisturí consigo mismo. Su prosa dura y torrencial tiene frases que te remueven como un puñetazo en el hígado, quedando grabadas en la memoria.
“Con Mimoun estaba feliz” -dice–, pero cuando acabó La buena letra (1992) “pasé tres meses que lloraba todos los días. Crematorio (2007) me llenó de dudas y me tuvo en un pozo oscuro durante muchos meses. Mi literatura sale de la grieta que hay entre el relato dominante y el relato personal que no se ajusta, entre las aspiraciones que te pide la sociedad (qué quieres ser de mayor) y tus imposibilidades, o tu falta de ganas”.
TRILOGIA SOBRE LA CORRUPCIÓN
Chirbes fue Premio Nacional de la Crítica por “Crematorio” en el año 2008. La crítica la recibió como una obra maestra. Es “una de las mejores de la literatura española”, según el crítico Ángel Basanta. Se ha convertido por ello en un autor de culto para una minoría de intelectuales, que ve su literatura como “necesaria en este tiempo de levedad, frivolidades y desmemoria”.
Su corrosivo relato sobre la especulación inmobiliaria fue llevado a la televisión en una serie protagonizada por el fallecido José Sancho. Emitida primero por Canal Plus, fue luego ofrecida en abierto por la Sexta y ahora está publicada en DVD. La idea de David Trueba era hacer una producción al estilo de las prestigiosas series del canal por cable americano HBO. Contó para ello Jorge Sánchez Cabezudo. La serie “estaba muy bien hecha –piensa Chirbes–, pero tiene poco que ver con el libro”. A él, le parece “muy policiaca”. Algo de lo que intentó huir en el libro, aunque entiende que “tiene que tener intriga”.
Precedida por “Los viejos amigos”, la novela forma con “En la orilla” una especie de trilogía sobre la corrupción de la sociedad española. Como todos los grandes narradores de la “comedia humana”, el autor valenciano está escribiendo, en este sentido, la misma obra desde hace muchos libros.
Si “Crematorio” comienza con la muerte de Matías Bertomeu –un hombre que lucha por la revolución en los últimos años del franquismo, pero que durante la Transición traiciona sus ideales–, acaba con una frase que tiene la palabra “carroña”, la misma que aparece en la primera frase de “En la orilla”.
¿AJUSTE DE CUENTAS?
Los personajes forman un terrible guiñol, tan fascinante como devastador, en el que no queda títere con cabeza. Chirbes hace un realismo puro y duro. No hay ligeras historias de amor, códigos perdidos o aventuras imposibles. Habla de sexo y dinero, pero lo considera como “un envoltorio, una estafa”. Cree que “todo es impostura”. Revela unos personajes prostituidos, malvados y cobardes, que forman el paisaje moral de una generación desencantada.
Lo sorprendente es que el propio autor no se libra de la quema. Cuando escribió Crematorio, el libro le “devolvía una imagen tan desoladora”, que se preguntó “si no era inmoral” publicarlo. Aunque “quería contar el estado del alma humana, la mía, la nuestra, en un mundo así”. La obra se abre y se cierra con una cita de El Conde de Montecristo –“lo más bello y grande que puede hacer un hombre es recompensar y castigar”–, pero no se trata de un simple ajuste de cuentas. Más bien se trata de “un intento de inmersión en lo que me rodea y en mi mismo”.
Lo que el autor quiere es “salir de esa maraña engañosa que permite creerse a mucha gente que todo es culpa de otros –la terrible derecha–, esa corrupción, la subnormalización o infantilización (con perdón para los niños) de un país en el que si pones la radio el domingo por la tarde sólo puedes oír fútbol”…
Sus más duras críticas son sin embargo con los políticos. Chirbes les ve como una “gente muy satisfecha”, encantada de conocerse a sí misma. “Se homenajean unos a otros –cómo conseguimos parar el golpe de estado, cómo implantamos la democracia, cómo hemos modernizado este país–”, cuando el autor nos recuerda que “fue un ministro socialista el que dijo que España era el país de Europa en que podía ganar más dinero en menos tiempo” (Gregorio Morán).
MEMORIA HISTÓRICA
La Historia es importante para Chirbes. Uno de los personajes de “En la orilla”, nos recuerda que durante la posguerra no todo fue represión. “Hubo su parte de negocio”, ya que tierras, puestos administrativos y cátedras cambiaron de manos. “La Transición no quiso revisar todo eso”, recuerda el escritor valenciano: “la memoria llevada a sus últimas consecuencias es una amenaza para el presente porque todo sale de un crimen originario”.
“Somos Historia”, dice el autor de “En la orilla”. Es más, “no me entiendo a mí mismo, si no entiendo que parte de mi generación acabó como yonquis, parte gestionó el poder y parte se lió a tiros”. Para él, “toda fortuna procede de una injusticia originaria, cuando no de un crimen, que es lo más probable”. Hay un personaje en “La larga marcha” (1996) –su novela sobre la guerra y la posguerra–, que dice que “el mal triunfa siempre, y entre los malos los peores”.
Chirbes ha dicho que “en España los que llegan al poder, pierden la memoria y si no pierden su alma, es porque no la tenían”. Ante fenómenos como el 11-M, el escritor valenciano piensa que “cada generación tiene derecho a combatir la injusticia y a experimentar su propia derrota”. Aunque él, “como está escarmentado, cuando ve un movimiento ya ve quién anda por detrás enredando”. Eso es lo triste de su generación: “hemos perdido la inocencia”. Aunque la gente se manifieste, “llegará el Cesar, dejara caer unos cuantos euros y se acabaran las protestas”.
Hay que darse cuenta que la Transición hizo que “de repente la generación que estaba tirando piedras en la calle, dos años después esté dirigiendo las prisiones del país”, observa Chirbes. “Eso creó una velocidad de ascenso social que no es muy frecuente, tan rápida y deslumbrante, y al mismo tiempo digamos de suicidio como pensamiento”. Ya que para él, “todo eso suponía negar radicalmente todo lo que habías afirmado dos años antes”. En realidad “no había habido un proceso”.
PECADO ORIGINAL
Su crítica es evidente, pero nada maniquea. “Si te pones al lado del que odias descubres tus contradicciones” –observa el autor de “En la orilla”–. Para personajes de una pieza ya tenemos los políticos. Si me preguntas quién es cada uno de los personajes, diré: soy yo. En realidad, en todos los libros eres tú mismo en tus preocupaciones distribuido por una serie de personajes.”
El autor es implacable consigo mismo. “Escribo contra mí mismo y sobre mí mismo”, dice Chirbes: “Yo no tengo muchos ánimos, casi ninguna esperanza”. Como uno de sus personajes –el escritor fracasado Brouard–, “se cansa del esfuerzo que hay que hacer para encontrarle sentido a todo esto que no lo tiene y va a la deriva”. Con él “comparte ese confuso sentimiento de saber que nunca habíamos tenido tanto de todo y que, sin embargo, nunca habíamos pensado que la muerte iba a pillarnos solos”.
La obra de este escritor es mucho más que la crónica sentimental de una generación que pudo cambiar la Historia, pero ahora se enfrenta al desencanto. Pocos se atreven a hacer un examen tan duro de su propia vida, porque temen enfrentarse a sus propios fracasos. Tal ejercicio produce una gran desesperanza.
Chirbes tiene la “sensación de que resulta imposible librarse del pecado original que a todos nos consume”. La Biblia nos da la explicación. El pecado es mucho más que la frustración de no poder vivir de acuerdo a nuestras capacidades. Es el fracaso en conformar nuestra vida a la voluntad y el propósito de Dios (1 Juan 3:4), algo que heredamos (Romanos 5:12), pero de lo que también somos responsables.
¿NADA QUE ESPERAR?
Darse cuenta de la depravación total del hombre –que no es que seamos tan malos como pudiéramos ser, sino no hay ningún aspecto de nuestra vida que esté libre de ella–, es en realidad una verdad liberadora.
Lejos de ser un insulto para la dignidad humana, es la única esperanza que tenemos cuando fracasamos, ya que nos iguala a todos ante Dios desde que nacemos (Efesios 2:1-3).
Necesitamos fe, porque necesitamos a Dios. No podemos salvarnos a nosotros mismos. El mal está tanto en nuestras palabras y pensamientos como en nuestros actos (1 Juan 3:15). Como observa Chirbes, el problema no es sólo el mal que hacemos, sino lo que dejamos de hacer. Esto es algo que Jesús considera tan grave, que es la causa de separación en el último día (Mateo 25:31-46). ¿Qué esperanza tenemos, entonces?
El protagonista de “En la orilla” piensa que “la vida humana es el mayor derroche económico de la naturaleza: cuando parece que podrías empezar a sacarle provecho a lo que sabes, te mueres y los que vienen detrás vuelven a empezar de cero.”
La salvación viene cuando Dios llega a nosotros. Para recibir la resurrección y la vida, por la fe en Cristo Jesús (Juan 11:25), no hay otro requisito que estar muerto. No tienes que ser inteligente, ni muy bueno, ¡sólo estar muerto! –como dice Robert Capon–. Nuestra esperanza está, por lo tanto, en lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo Jesús. ¡Él nos da un reino inconmovible (Hebreos 12:28)!