La ortodoxia sin amor es monstruosa
“La ortodoxia bíblica sin compasión”, era para Schaeffer, “la cosa más fea del mundo”. Si hay alguien a quien le importaba la verdad, ese era él –la “verdadera verdad”, la llamaba–, pero sin amor, le resultaba monstruosa. Es lo que más lamentaba de su juventud, el celo inmisericorde con el que defendió “la sana doctrina”.
Entendía a sus críticos, porque él había sido uno de ellos. Sobre ellos habla este artículo, el penúltimo ya de esta serie sobre el legado de Schaeffer.
Hasta el año 54, Fran siguió dando clase de teología pastoral en el Seminario de Fe de la Iglesia Presbiteriana Bíblica, que había nacido de la división del Seminario de Westminster y la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa. La separación del fundamentalismo histórico que da lugar al nuevo fundamentalismo, se basa siempre en el grado de separación de los “culpables por asociación” y la cuestión de la “libertad cristiana”, que lleva a un sectarismo y legalismo, que sigue caracterizando este tipo de iglesias hasta el día de hoy.
El conflicto estalló en el mensaje de graduación de curso en 1954, que tituló “Lenguas de fuego”. Habló de la necesidad de mantener la verdad por “la única fuente de poder que el pueblo de Dios tiene, Cristo mismo”. Al acabar, un dirigente de la denominación dijo a su esposa Edith que iba a haber una división. Lo que ocurrió al año siguiente de comenzar L´Abri, cuando el sínodo se divide en dos y nace Covenant College, donde está ahora el instituto que lleva el nombre de Schaeffer. Como L´Abri no era una iglesia, las comunidades que nacieron de su obra, constituyeron una denominación que ha crecido mucho en Gran Bretaña, la Iglesia Presbiteriana Internacional. La más conocida hoy, es la que está en el barrio londinense de Ealing.
En un sentido, Schaeffer siguió siendo fundamentalista. Samuel Escobar recuerda su insistencia en el término “inerrancia”, durante las reuniones de preparación del Pacto de Lausana en 1974. Aunque la palabra significa lo mismo que “infalibilidad” –la expresión habitual en inglés que utilizan las confesiones históricas–, evangélicos conservadores como él, pensaron que no era suficiente. Al final prevaleció la opinión de Stott, que hace la redacción final del documento, donde no se habla de “inerrancia”. Schaeffer es uno de los descontentos que funda el Concilio Internacional sobre Inerrancia Bíblica en 1976, que hace una declaración en Chicago, al año siguiente.
¿ACADÉMICO O EVANGELISTA?
Algunos académicos han despreciado la obra de Schaeffer como “simplista, superficial y tendenciosa”. La describen como una “concatenación de juicios sin fundamento, basados en medias verdades”, que bordean la “paranoia”. Y no han faltado profesores que han criticado su visión de Aquino o Kierkegaard, su idealización de la Reforma y su mantenimiento de “el mito de la América cristiana”. Todos ellos son aspectos discutibles de su obra, pero sus críticos olvidan que no era un académico, sino un evangelista.
Su doctorado del año 54 era honorífico. Nunca pretendió ser especialista en nada. Le interesaban las líneas generales de la Historia, no lo particular. Temía perder de vista el bosque, al mirar los árboles. No se puede juzgar la obra de Schaeffer por su visión equivocada de un autor o momento concreto. A él le gusta citar nombres, pero eso no significa que los conociera en profundidad. Son las referencias por las que busca identificarse con el no creyente, no el análisis de la obra de alguien en concreto. Y se caracterizan siempre por su amplitud de miras.
Es por eso que aunque su formación musical es clásica, le encanta citar grupos de rock. No era monotemático. Todo le interesaba. No habla de sus gustos, sino de la cultura que le rodea en su sentido más amplío. Es la curiosidad intelectual del que no conoce fronteras. Ya que lo malo no es no saber, sino no querer saber. Ese es el problema de la mayoría, no que no conozca algo, sino que no le interesa.
A Schaeffer, nada humano le era ajeno. Es por eso que rechaza el calificativo de “intelectual” para L´Abri. Le preocupa “la vida real”, no las discusiones académicas. Tenía tiempo para “preguntas genuinas”, no excusas para la controversia. Por otro lado, rehuía la super-espiritualidad de “la experiencia en la cumbre de la montaña”. No quería que L´Abri fuera un lugar de retiro, donde uno se excluyera del mundo y la realidad de la vida. Es por eso que Fran siempre habló honestamente de sus luchas y fracasos.
¿MAYORÍA MORAL?
A las críticas que recibió de fundamentalistas y académicos, se une la visión incómoda con la que se observa su papel político en la Mayoría Moral de la Era Reagan a principios de los 80, poco antes de su muerte. Es una época poco conocida en medios hispanos, porque su libro “A Christian Manifesto” (1981) nunca fue traducido, pero sí que Vida sacó el texto en que se basa la serie de documentales que hizo con el cirujano infantil cristiano Everett Koop –amigo de la familia, que trató a su hija Prisca ya en 1950–, cuando estaba al frente de la salud pública estadounidense, “¿Qué le pasó a la raza humana?” (1983).
Hasta 1977 la obra de Schaeffer relaciona el cristianismo con la cultura, pero evita la lectura socio-política que caracteriza al medio conservador estadounidense del que provenía. Era una reflexión fundamentalmente europea, que desde una perspectiva histórica refleja la serie de documentales “¿Cómo debemos vivir entonces?” (1976). La idea de hacer estas películas viene de su hijo Franky. Nacido tardíamente, después de sus tres hermanas, es el único hijo varón de la familia, que recibe toda la atención de su madre, al estar enfermo de polio desde los 2 años. Escapa del colegio donde estaba interno en Inglaterra y se educa en L´Abri, sin ir a ninguna escuela. Tenía 23 años cuando dirigió la serie.
Franky acusa ahora a su padre de ser el “arquitecto intelectual” de la derecha religiosa norteamericana, pero ¿quién le metió en esa “guerra cultural” que enfrenta a la sociedad estadounidense desde finales de los años 70, por la ley del aborto? ¡Franky mismo! La compleja relación de este padre con su hijo se ha convertido ya en parte de la cultura popular americana, desde que Franky escribiera libros como “Loco por Dios: cómo crecí como uno de los elegidos, ayudé a encontrar la derecha religiosa y viví para retractarme de todo (o casi todo)” (2007) o su trilogía de novelas sobre Calvin Becker, “hijo de una familia misionera reformada presbiteriana de Kansas, basada en Suiza” y su “volcánica curiosidad sexual”.
Después de pintar un tiempo, hace tres libros en los 80 con ideas de su padre, expresadas con dureza, pero sin su compasión, hasta que se dedica a dirigir cine de terror – no ya de serie B, sino Z, casi “gore” –. Deja de ser evangélico en 1990, para hacerse ortodoxo oriental y ahora se define como un “ateo que cree en Dios”. Tras lanzar a su padre como artífice de la Mayoría Moral de Reagan, deja el ala religiosa del partido republicano, dedicándose a ensalzar a los Marines, tras entrar su hijo en el cuerpo. Ahora es demócrata liberal, pero no deja de hablar de sus padres. A sus 64 años, parece que se ha quedado anclado en la fase edípica de “matar al padre”, para quedarse con la madre sólo para él, como demuestra su libro “Sexo, Mamá y Dios” (2011).
Los críticos de Schaeffer no saben a qué atenerse con él, lo mismo exalta a su padre, que le acusa de maltratador. De quien siempre habla, es de su madre. Basta leer el obituario que escribió en Huffington Post, para darse cuenta hasta qué punto estaba enfermizamente unido a ella. Su obsesión por la sexualidad le lleva a unos terrenos nada recomendables para los que idealizan L´Abri y los Schaeffer – cuyo matrimonio describe como “desastroso” –, pero tampoco para los que odian su “educación fundamentalista”, porque para Franky, la familia lo es todo. En ocasiones tiene el genio y creatividad de su padre, pero a menudo es “adicto a la mediocridad” que él mismo desprecia. Lo que le ha faltado siempre es la compasión que tenía su padre.
ORTODOXÍA GENEROSA
Si “ningún crítico ha hecho tanto daño a la obra de su vida, que su hijo –dice Os Guinness–, con un hijo así, ¿quién necesita enemigos?”. La gracia que mostró su madre con él, después de las miserias que escribió sobre su matrimonio, es para mí un reflejo de la generosidad que tuvo siempre su padre. “El problema no es tanto que Frank revele y proclame los fallos y debilidades de sus padres”, dice Guinness –algo que honestamente siempre Schaeffer reconoció–, “sino que le acuse de hipocresía e insinceridad, algo que estaba en el corazón mismo de su vida y su obra”.
Alguien como Guinness, hijo de misioneros en China –como Edith–, fue parte de L´Abri durante seis años –cuando escribió, para mí, su mejor libro, “Polvo de muerte”–, pero abandonó la comunidad, acusando a los Schaeffer de nepotismo. Como en tantas organizaciones, se mezclaba la familia con el ministerio, pero “por muy grande que sean sus defectos y lo equivocado que pudiera estar en detalles de filosofía e historia”, Guinness dice que “nunca ha conocido a nadie como Francis Schaeffer, que se tomara a Dios, las personas y la verdad, tan apasionadamente en serio”.
Como decía mi maestro en el Instituto de Londres para el Cristianismo Contemporáneo y colaborador de L´Abri, Jerram Barrs: “Schaeffer creía apasionadamente que la Caída es un hecho histórico que ha cambiado todo en la vida. En particular, esto significaba para él, que debía ser siempre consciente que era un pecador en pensamiento, palabra y obra. Fue la misericordia y fidelidad de Dios, la que trajo tan inesperada bendición a su ministerio, no sus dones, habilidades, poder o justicia propia.”
Es esa conciencia de la gracia de Dios, la que le hizo mostrar esa misma gracia a otros. Le dio un sentido de la dignidad de todo ser humano –por el que “para Dios, no hay personas pequeñas”, como solía decir– y una compasión que le llevó a evitar un enfrentamiento agresivo con sus enemigos. Una de las historias más sorprendentes que he leído sobre Schaeffer, es sobre una vez que dio un seminario en Londres y al llegar el tiempo de coloquio, alguien le hizo el típico comentario fuera de tono, que mostraba esa agresividad que caracteriza ahora las discusiones en Internet… ¿saben lo que hizo?
Al acabar la reunión, muchos querían hablar con el conferenciante, pero él fue detrás de la persona que le había atacado, para mostrarle que sus diferencias no significaban que no quería tener relación con él. Buscaba el contacto humano que abriera la comunicación que el debate había cerrado. Es la ortodoxia compasiva del que ha aprendido del Pastor que dejó sus noventa y nueve ovejas, para buscar la que se había perdido (Lucas 15:4). Las redes serían otra cosa, si los que aman la verdad siguieran su ejemplo.