El paso del tiempo


Los años pasan y van dejando huella en nuestro rostro. A veces uno no reconoce ni su propio cuerpo. Cuando miras las fotos que hace Nicholas Nixon de las hermanas Brown, cada año desde 1975 –que ahora se exponen en la Fundación Mapfre de Madrid– vemos que la edad no perdona. El envejecimiento anuncia nuestra mortalidad.

Al observar estas imágenes, se notan las manifestaciones físicas del paso del tiempo. Se fija uno en las expresiones, los gestos y la ropa que denota la fecha de cada escena. La primera la hizo en 1974, cuando Nixon tenía 26 años y estaba ya casado con Beverly (BeBe), la mayor de la hermanas, pero la foto que comienza la serie es del año siguiente, cuando su esposa tenía 25 años.

BeBe aparece siempre la segunda a la derecha –el orden en que se colocan es el mismo todos los años–. La hermana pequeña, Mimi tenía entonces 15, que es la segunda a la izquierda en las fotos. En los dos extremos (izquierda y derecha), están Heather y Laurie, que tenían 23 y 21 años, respectivamente, cuado se hizo la primera imagen en 1975. Se hacían al principio con ocasión de reuniones familiares en el verano. Aunque parece que ya había antes una tradición de hacer una foto cada Navidad.

Son ellas las que escogen la foto cada año, que se hace siempre con un trípode en blanco y negro. Así llevan más de cuarenta años. La pareja se conoció en el 70. Se casaron al año siguiente y todavía siguen con la cita anual de hacer la foto en ropa casual y gesto natural, ¡sin sonrisas! Muchos han resaltado la fuerza de sus rostros, que parece responder a un carácter resuelto e independiente.



HIJOS ÚNICOS
Es la imagen de un grupo de hermanas, algo que llama también la atención del fotógrafo, que es hijo único e hijo de padres que eran también hijos únicos. Ese es también mi caso y el de mi padre, que era también hijo único. En la década de los 70 y los 80, lo habitual era que las parejas tuvieran dos o tres hijos, pero en los 50 y 60 el número se incrementa considerablemente. Ahora ha dejado de ser un caso aislado, para convertirse en una tendencia.

Los hijos únicos tienen fama de malcriados y egoístas, ciertamente propensos a la soledad. Dicen que vivimos en un mundo de fantasías y tenemos dificultades para relacionarnos con los demás. No sé cuánto narcisismo y aislamiento viene por ser hijo único, pero lo cierto es que nos llaman la atención las relaciones entre hermanos, algo que nunca hemos conocido. Olvidamos su rivalidad y conflictos, al envidiar la intimidad que te hace tener un confidente, algo que nunca podrán ser los padres, por mucho exceso de atención que les den.

A la fascinación por las relaciones fraternales de Nixon, se une siempre la idea de la mortalidad. ¿Qué ocurrirá cuando una de las hermanas muera? El dice que seguirá aunque sólo sea con tres, dos o una. Lo que pasa es que puede morirse antes él. A principios de los 80 empieza a aparecer también la sombra del fotógrafo en la imagen, como si quisiera unirse al grupo. Las últimas fotos nos anuncian el inevitable final.



INEVITABLE FINAL
“No estamos aquí para siempre”, dice Nixon. La muerte no sólo nos enfrenta a la vanidad de la vida, sino también a su carácter efímero y breve. No sólo cambiamos al hacernos mayores, sino que nos damos cuenta que la vida es corta. Cuando pienso que mi madre se murió a mi edad, me entran escalofríos. El día se acerca.

Cuando somos jóvenes, pensamos que vamos a vivir para siempre. La muerte es aquello de lo que nunca hablamos, el gran tabú de la sociedad de nuestro tiempo, como era el sexo en la era victoriana. Los cuerpos que nos muestra la publicidad son eternamente jóvenes. Nadie quiere pensar en ella.

La visión que tiene la Biblia de la muerte es realista. Es “el último enemigo”, dice 1 Corintios 15:26. No debemos trivializarla. Detrás de mucha super-espiritualidad no hay sino una profunda inhumanidad, como si sólo el alma importara. Incluso Dios lloró ante la tragedia de la muerte (Juan 11:35).

Sin embargo, el creyente no se enfrenta a la muerte sin esperanza (1 Tesalonicenses 4:13). Jesús vino a librarnos del temor a la muerte, que nos tiene cautivos toda la vida (Hebreos 2:15). Esperamos una vida mejor (2 Corintios 5:1-10)... ¡es nuestra esperanza!

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