¿Para qué sirve la sed?


“Bueno es saber que los vasos / nos sirven para beber; / lo malo es que no sabemos / para qué sirve la sed”, escribe Antonio Machado en sus Proverbios y Cantares. Nunca había entendido estos versos como este caluroso verano en Segovia, que he recorrido la ruta del poeta, junto a mi hija Lluvia, que va a enseñar su obra, el curso que viene en Portland (Oregon).

Machado fue a Segovia en 1919, al obtener la cátedra de francés en el instituto que ahora se conoce como de Mariano Quintanilla. Era ya un poeta conocido y estaba viudo de su adolescente esposa Leonor, que murió de tuberculosis a los 18 años. Aunque él era sevillano, se conocieron en Soria, donde había estado destinado, antes de ir a Baeza. Cuando se casaron, él tenía 34 años, pero ella puede que ni 15 –ya que hay quien piensa que mintió sobre su edad–.

El poeta vivió en una pensión de Segovia hasta 1932. La llevaba una señora llamada Luisa Torrego, que se hizo conocida por ello. La casa se puede visitar, desde que la adquirió la Universidad Popular que fundó Machado con otros artistas e intelectuales. Era su director honorario desde 1927. Realizaban misiones pedagógicas, al estilo de la Institución Libre de Enseñanza.

LAS DOS ESPAÑAS
El escritor pertenecía a una familia republicana. Su abuelo fue alcalde de Sevilla en 1868, gobernador civil y rector de la universidad hispalense. Está enterrado en el Cementerio Civil de Madrid, entre liberales, protestantes, socialistas, comunistas y masones. “Aquí yace media España”, diría Larra: “murió de la otra media”. El poeta no tenía dudas a qué mitad pertenecía, pero lo vive con el desconsuelo de sus famosos versos de Proverbios y Cantares…


“Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.”


Machado presidió el mitin en 1931 con que se celebra la proclamación de la Segunda República en el teatro Juan Bravo de Segovia. A él, invita a Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, que habían fundado la Agrupación al Servicio de la República. La imagen ha pasado a la Historia. Aunque hay una foto también, en que se le ve en 1929 con Primo de Rivera y José Antonio, pero fue por el estreno de una obra de teatro que escribió con su hermano, “Lola se va los puertos”.

Para los que vivimos las postrimerías del franquismo, Antonio Machado pertenece a la cultura del exilio, donde murió, mientras que su hermano Manuel hace en Madrid una poesía religiosa muy apreciada por el nacional-catolicismo, hasta su fallecimiento en 1947. Las obras completas de Antonio se publicaron el año que yo nací (1964) en Buenos Aires por Losada, pero en los setenta es ya muy fácil de encontrar en España, antologías suyas. Parte de su popularidad se debe al disco de Joan Manuel Serrat, editado en 1969, que hace que a algunos nos cueste leer algunos de sus poemas, sin que nos venga a la cabeza, la música del cantautor catalán.

“LA GRAN REVELACIÓN DE CRISTO”
El poeta va y viene entre Segovia y Madrid. Tiene una relación especial con Unamuno, que invita a dar unas conferencias sobre “problemas de actualidad” en 1922. La primera charla que dio Machado mismo, en Segovia, fue sobre literatura rusa. La dio en la Casa de los Picos. En ella, presenta “la gran revelación de Cristo que no conocieron los griegos”. Habla de Tolstoi como el escritor más representativo de “lo específicamente ruso”, por su sensibilidad al dolor humano. Sus personajes son criaturas de carne y hueso, que convierten a Rusia en la máxima expresión del amor cristiano.



Su hermano José dice que Antonio “no practicaba la religión, pero sí fue un hombre de creencias religiosas”. Ya que “su religión era personal, no la oficial”. Bergamín lo describe así, como “en su vida y obra, entera y verdaderamente un hombre de fe”. ¿Quién es el Dios de Machado? En “Campos de Castilla” lo presenta así:


“El Dios que todos llevamos,
el Dios que todos hacemos,
el Dios que todos buscamos
y que nunca encontraremos.
Tres dioses o tres personas
del sólo Dios verdadero!”


Por medio de uno de sus heterónimos, Juan de Mairena, califica a Dios como “el ser insuperable, perfecto –es perfectísimo– a quien nadie puede faltar”. El “tiene, pues, que existir, porque si no existiera le faltaría una perfección: la existencia, para ser Dios”. Rechaza así, el ateísmo por ser “esencialmente individualista”, ya que parte de la posición “del hombre que toma como tipo de evidencia el de su propio existir, con lo cual inaugura el reino de la nada, más allá de las fronteras de su yo”. Para él, “este hombre, o no cree en Dios, o se cree Dios, que viene a ser lo mismo”, cuando hasta “la blasfemia es un acto de fe”, dice en 1938.

AMOR IMPOSIBLE
Como Pessoa, Machado se expresa con diferentes identidades. Una de ellas es la de Abel Martín, por el que afirma la realidad del otro, que nos permite encontrar el amor. Mirándonos a nosotros mismos, “mis ojos en el espejo / son ojos ciegos que miran / los ojos con que los veo”. Es así como el poeta descubre que “el ojo que ves, no es / ojo porque tú lo veas; / es ojo porque te ve”.



Al enamorarse, podemos ser como el Narciso, para quien los ojos de la amada son sólo un espejo en que nos vemos a nosotros mismos. Su amor maduro, no tiene la idealización de su esposa adolescente, sino que se expresa en su amor secreto por Guiomar. A los 39 años, llega a Segovia, la poetisa madrileña Pilar de Valderrama. Está casada con un ingeniero que vivía por el paseo del Pintor Rosales.

Cuando conoce a Machado en 1928, su marido le acaba de confesar que una joven con la que tenía relaciones desde hacía dos años, se acababa de tirar de una ventana de la calle de Alcalá. Era una chica de 25 años que vivía en la Corredera Baja, donde también habían tenido su domicilio, los Machado. Tras su primera cena en el hotel Comercio de Segovia, se empiezan a ver secretamente, generalmente en el jardín de la fuente que hay en el Palacio de la Moncloa, o en un café de Cuatro Caminos.

Ella era muy católica y asegura que no tuvo con el poeta, más que “una amistad sincera” de “afecto limpio y espiritual”. Machado le escribió unas doscientas cuarenta cartas a lo largo de siete años, quemando todas, menos unas cuarenta, en vísperas de la guerra civil, antes de salir para Portugal. Ella escribió una autobiografía, que se publicó póstumamente, “Sí, soy Guiomar” (1981). Su libro de poemas, “Huerto cerrado”, se inspira también en esta relación. Es la historia de un amor imposible.

HECHOS PARA OTRO MUNDO

Machado descubre la sorpresa del amor a una edad tardía: “Tú me buscaste un día / –yo nunca a ti, Guiomar, / y yo temblé al mirarme en el tardío / curioso espejo de mi soledad”. Ella busca un amor como el de Cristo: “No busque yo otro amor que no sea el tuyo; / todo es fuera de Ti lascivo y vano, / y aunque de todo amor terrenal huyo / ¡llévame, Nazareno, de tu mano!”. Es la experiencia de un amor insatisfecho…


“Amar es un ¡siempre!, ¡siempre!
la sed que nunca se acaba
del agua que no se bebe.”


Al perder a su esposa, a Machado le alienta su fe en otra vida. Dice en una carta a Unamuno, poco después de su muerte: “Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por eso vino Dios al mundo. Pensando esto me consuela algo.” Escribe por eso en “Campos de Castilla”:


“Dice la esperanza: un día
la verás, si bien esperas.
Dice la desesperanza:
sólo tu amargura es ella.

Late corazón… No todo
Se lo ha tragado la tierra.”


Dice C. S. Lewis que si nos encontramos con un deseo que nada en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que estamos hechos para otro mundo”. Es el que viene cuando “sobre la orilla vieja”, que escribe Machado, “encontrarás una mañana pura / amarrada tu barca a otra ribera”. Ningún otro amor podrá satisfacernos.
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