José de Segovia La torturada belleza de Marilyn

Marilyn buscaba el amor en el lugar equivocado. Sin él, la vida no tiene sentido.

Si buscamos en la vida como Marilyn, nuestra identidad y realización en el trabajo o una relación amorosa, para conseguir autoestima, seguiremos siempre frustrados.

Raro es el mes de agosto que no se recuerda la muerte de Marilyn Monroe –hace ahora 57 años–, por algún nuevo descubrimiento –esta vez la aparición de unas nuevas fotografías del cadáver, que presenta una serie documental de la Fox–. Este icono de la cultura popular se presenta ya con una vulnerabilidad y tristeza, timidez e incertidumbre que tiene poco que ver con la estrella frívola, alegre y radiante, que fue para sus contemporáneos. ¿Cómo es posible si no, que una chica que tenía éxito, fama, dinero y belleza, hubiera podido suicidarse?

“Sabéis a dónde voy y sabéis el camino” –leyó el pastor A. J. Soldan con un hilo de voz temblorosa–. En sus manos no sólo tenía la biblia, sino la pregunta inevitable de todos los que estaban de pie frente a él: ¿por qué? Los que se congregaron ese mediodía de agosto en la capilla mortuoria del Westwood Village en 1962, para despedir a Norman Jean –su verdadero nombre–, miraban de reojo la figura corpulenta de su ex-marido, el campeón de beisbol Joe Di Maggio y su maestro de actuación, Lee Strasberg. Mientras por unos altavoces dorados sonaba la sexta sinfonía de Tchaikovski...

Todavía nos preguntamos cómo es posible que una chica que tenía éxito, fama, dinero y belleza, hubiera podido suicidarse.

Cuando el Reverendo Soldan acabó la lectura, DiMaggio se acercó al féretro de bronce satinado y cerró la tapa. Dentro ya no estaba Marilyn. Lo que había era un cuerpo que recordaba vagamente a ella. Le habían colocado una peluca y mucho maquillaje, para ocultar el rostro que conocemos por la foto de la policía, destrozado por la autopsia. Con un ruido seco, casi hermético, se cubre a la rubia yacente con un pequeño ramo de rosas de té y su pañuelo de gasa verde preferido.

EN BUSCA DEL PADRE

Sobre Marilyn se ha escrito de todo. Es conocida su adicción a los tranquilizantes, su relación con los Kennedy, su matrimonio con el jugador de beisbol DiMaggio y el escritorArthur Miller, su falta de puntualidad, desgraciada infancia e inseguridad ante las cámaras. Asustadiza y neurótica, amante de la lectura y de Miller, para la que quería ser todo menos “una rubia tonta”.

La abuela de Marilyn había sido bautizada por Aimee Semple McPherson, la fundadora de la iglesia pentecostal del Evangelio Cuadrangular.

Marilyn se había casado a los 16 años –la edad a que se podía contraer matrimonio según la legislación de California–, con un marino mayor que ella, para escapar de la tutela del estado, tras haber sido acogida en distintas familias –puesto que era de padre desconocido y su madre mentalmente inestable–. Mucho mayor era el deportista DiMaggio, con quien estuvo casada sólo unos meses. También era mayor,Arthur Miller, ¡aunque no tanto como parece!

Poco después de su boda, llega a Londres en 1956, para rodar a las órdenes del célebre Laurence Olivier, la película El príncipe y la corista. Ella está con Miller en una casa de Inglaterra, cuando descubre en su diario que está decepcionado con ella, se avergüenza de su comportamiento y duda si está realmente enamorado de Marilyn. Lo que produce una verdadera conmoción en la actriz, que sufre un aborto ese verano.

La relación de Marilyn con los Kennedy ha creado todo una mitología conspirativa en torno a su muerte.

¿QUÉ CREÍA MARILYN?

La abuela de Marilyn había sido bautizada por Aimee Semple McPherson, la fundadora de la iglesia pentecostal del Evangelio Cuadrangular. Ella se cría siete años en Hawthorne, al lado de Los Ángeles, con los Bolender, vecinos de su abuela. “Allí casi todo el mundo que conocía me hablaba de Dios”, recuerda: “Siempre me advertían que no le ofendiera”. Esta familia bautista iba entonces a la Iglesia Pentecostal Unida. Marilyn iba con ellos a la escuela dominical los domingos por la mañana y los miércoles por la noche a otra reunión de la iglesia.

Su madre era de ciencia cristiana –la religión fundada por Mary Baker Eddy en el siglo XIX, que muchos confunden con cienciología–, así como su tía, con la que vive en su adolescencia. Marilyn, sin embargo, se convierte al judaísmo, para casarse con Miller.

En 1953 tiene una conversación sobre religión con la actriz Jane Russell, mientras ruedan con Howard Hawks Los caballeros las prefieren rubias: “Jane intentaba convertirme y yo intentaba introducirle a Freud”, dice Marilyn. La “sex symbol” presentada por Howard Hughes en los años 40 con “El forajido”, había fundado el Grupo Cristiano de Hollywood, un estudio bíblico semanal que tenía en su casa, al que asistían muchos creyentes que trabajaban en el cine. Marilyn, sin embargo, tenía como religión el psicoanálisis.

El matrimonio del intelectual Arthur Miller con la belleza rubia de Marilyn parecía la combinación perfecta de todo lo que envidiamos.

MIEDO Y PSICOÁNALISIS

Para entrar en el Actors Studio de Nueva York y conocer el peculiar “método” de interpretación que seguían, Strasberg le dijo que debía hacer psicoanálisis. A partir de la primavera de 1955, la actriz acude de tres a cinco veces por semana a la consulta de la doctora Margaret Hohenberg, una analista judía de origen eslovaco, que había venido de Viena. Es a ella a quien llama, cuando entra en crisis su matrimonio, al descubrir las dudas de Miller, poco después de casarse.

Al divorciarse de Miller en 1961, la actriz entra voluntariamente en una clínica psiquiátrica llamada Payne Whitney, por su creciente dependencia del alcohol y las pastillas. Una serie de malentendidos hace que la llevan a una celda de aislamiento. Desde allí llama a Joe DiMaggio, que la traslada al Centro Médico Presbiteriano de la Universidad de Columbia. Su “pesadilla” entonces es terminar en un hospital psiquiátrico como su abuela y su madre, por una locura familiar hereditaria –como le cuenta a su analista, el Dr. Greenson, que descubrió su cuerpo muerto poco después–. El psicoanálisis no pudo salvarla...

Jane Russell intentaba convertirme, dice Marilyn de la actriz fundadora del Grupo Cristiano de Hollywood, que hacía un estudio bíblico semanal en su casa.

BUSCANDO EN EL LUGAR EQUIVOCADO

Marilyn buscaba el amor en el lugar equivocado. Sin él, la vida no tiene sentido. Dice C. S. Lewis en Mero cristianismo que “la mayor parte de nosotros, si realmente llegamos a mirar en nuestro corazón, descubriremos que lo que queremos y deseamos tan fuertemente, no lo podemos encontrar en este mundo”. Ya que “hay todo tipo de cosas en este mundo que te ofrecen dártelo, pero no pueden cumplir su promesa”.

Podemos entonces culparnos a nosotros mismos, y pensar que somos un fracaso –como Marilyn–. O, como otros hacen, pensar que el mundo es responsable de todas nuestras frustraciones. Nos podemos endurecer, volvernos cínicos y vacíos, o buscar como Lewis nuestra vida en Dios. “Si encuentro en mí mismo un deseo que ninguna experiencia en este mundo puede satisfacer –dice Lewis–, la explicación más probable es que estoy hecho para otro mundo”, sobrenatural y eterno.

Si buscamos en la vida –como Marilyn–, nuestra identidad y realización en el trabajo o una relación amorosa, para conseguir autoestima, seguiremos siempre frustrados. El cristiano no consigue todo lo que busca en esta vida, pero lo espera “cuando Cristo se manifieste”. Porque “entonces nosotros seremos también con él manifestados en gloria” (Colosenses 3:4).

Sólo hay un par de brazos que te pueden dar todo lo que tu corazón desea. Los de Cristo crucificado, cuya entrega nos muestra un amor que nunca nos decepciona. Esa es la esperanza que necesitaba Marilyn y nosotros todavía esperamos, el amor que satisface para siempre con Cristo “la esperanza de gloria” (1:27).

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